El capítulo cuatro de la Poética adopta una perspectiva histórica e intenta responder a una pregunta sencilla, la que se plantea implícitamente en su primera frase, para la que Aristóteles encuentra solución en la naturaleza humana. Viene después la cuestión sobre cómo se diversificó la actividad poética y surgieron los diversos géneros. Como sucede en el conjunto del tratado, el interés del autor acaba por centrarse en la tragedia.
Parece que engendraron el arte poética, en términos generales, dos causas, y éstas de carácter natural. Es que el imitar es inherente a los hombres desde niños y se diferencian de los restantes animales en esto, en que es el ser vivo más proclive a la imitación y adquiere los primeros conocimientos a través de ella, y en que todos se alegran con las imitaciones. Y es un indicio de esto lo que ocurre en el caso de las obras: las imágenes de aquello que, por sí mismo, contemplamos con dolor, nos alegramos al verlas si son bien exactas, como por ejemplo las figuras de los animales más despreciables y de personas muertas. También es causa de esto el que aprender no sólo les resulta lo más placentero a los filósofos sino también a los demás de forma semejante, si bien participan de ello en medida escasa. Es que por esto se alegran al ver las imágenes, porque sucede que, al contemplar, se aprende y se razona qué es cada cosa, como por ejemplo que “éste es aquél”; pues, si sucede que, por casualidad, uno no haya visto antes algo, ello no le producirá placer en cuanto imitación sino por su factura, por su colorido o por alguna otra causa semejante.
Dado que son connaturales a nosotros la imitación, la armonía y el ritmo (es que es evidente que los metros son partes de los ritmos), los más predispuestos a ello por su natural lo desarrollaron desde un principio poco a poco y engendraron la actividad poética a partir de sus inclinaciones innatas.
La actividad poética se dividió según los caracteres propios de cada cual. Es que la gente más seria imitaba las acciones hermosas y las de los que eran como ellos, al tiempo que los más ruines imitaban las de los viles, componiendo así por vez primera cantos de escarnio, al igual que lo hacían otros con los himnos y los encomios.
Pues bien, no podemos citar un poema de este tipo de ninguno de los que precedieron a Homero, si bien es lógico que hubiera muchos; a partir de Homero sí podemos, como su Margites y las obras de este tipo. Hasta este tipo de obras llegó también el metro yámbico por ser muy adecuado, y por ello también hoy se le llama “yámbico” [iambeîon], porque se servían de este metro para “lanzarse pullas” [iámbizon] unos a otros. Y, de los hombres de antaño, los unos se convirtieron en poetas de obras heroicas y los otros de yambos.
E, igual que también, por lo que se refiere a las materias nobles, Homero era el poeta por excelencia (es que es único no sólo porque compuso bien sino porque también compuso sus imitaciones con carácter dramático), así también mostró el primero el modelo de la comedia, dramatizando no el escarnio sino lo que produce risa. Es que el Margites tiene una relación de analogía como la que la tienen la Ilíada [1449 a] y la Odisea con las tragedias: así también la tiene éste con las comedias.
Pero, al surgir la tragedia y la comedia, los poetas se inclinaron por uno u otro tipo de poesía siguiendo sus disposiciones naturales, y los unos dejaron los yambos para hacerse comediógrafos mientras los otros abandonaban el verso épico y se hacían autores de tragedia, pues estas formas son más elevadas y dignas que aquéllas.
El examinar si la tragedia ha alcanzado ya un estado de suficiencia en sus elementos constitutivos o no, juzgado el asunto en sí mismo y desde el punto de vista de la representación teatral, es un tema distinto. Así pues, tras nacer al principio la tragedia como resultado de inclinaciones naturales (tanto ella como la comedia: aquélla a partir de los que incoaban el ditirambo, ésta a partir de los que hacían lo propio con los cantos fálicos que incluso aún ahora siguen siendo estimados en muchas ciudades), poco a poco cogió incremento según desarrollaban cuanto se hacía evidente que era propio de ella.
Y la tragedia, tras experimentar muchos cambios, dejó de tenerlos una vez que encontró su naturaleza propia. Esquilo fue el primero que elevó el número de los actores de uno a dos, y además redujo las partes del coro y dispuso que la palabra desempeñase el papel principal. Sófocles introdujo el tercer actor y la escenografía. Y aún queda lo de la elevación: la tragedia alcanzó tarde su dignidad pues en su origen había historias insignificantes y una dicción risible dado que procedía de la transformación del drama satírico.
Y su metro pasó de ser el tetrámetro a ser el yambo. Es que, en principio, empleaban el tetrámetro al ser esta poesía satírica y prestarse mucho al baile; pero, al aparecer el diálogo, la misma naturaleza dio con el metro adecuado, pues el yambo es el metro más propio de la conversación; y hay un indicio de esto, pues sobre todo hablamos en yambos en la lengua coloquial con que nos dirigimos unos a otros, pero en hexámetros pocas veces y cuando salimos del tono conversacional. Todavía queda el número de los episodios. Y los demás elementos, cómo se dice que adquirió una forma ordenada cada uno, lo damos por dicho, pues quizá sería mucho trabajo explicarlo uno por uno.