domingo, 2 de noviembre de 2014

CASI UN HALLOWEEN BIZANTINO


Esto que sucedió en Constantinopla según Teodoro el Lector (HE 131-133) es casi una historia de Halloween bizantina: hay muertos y muertes, escenas truculentas, intervenciones sobrenaturales, apariciones misteriosas… 

Tomo como excusa para colgarlo en el blog la coincidencia aproximada con Halloween, fiesta mercantilista donde las haya, celebrada estos días, al parecer, en (casi) todo el planeta. 

Visto desde el mundo de Halloween llama la atención el énfasis que pone el relato en una cuestión teológica. Desde el ángulo de Bizancio no había en ello nada que extrañar. No entro a justificar ninguna de las ‘cuestiones bizantinas’ que pueda plantear el texto. Y además: ¿quién cuelga el sambenito de ‘bizantino’? 


Bajo este consulado, por el mes de diciembre, se produjo un jueves un prodigio terrible, portentoso, que conmocionó el sentido del oído de todos los hombres. Es que uno que se llamaba Olimpio, que acompañaba el caballo de paseo de Eutimio, el jefe de la secta de Arrio, se presentó en el baño del palacio de los helenianos, donde el masajista, y, al ver a algunos bañistas, adoradores de la gloria del Consustancial, les dijo así, con estas mismas palabras: “¿Qué es, pues, la Trinidad? ¿En qué muro no está pintada?” Y, echando mano de sus partes, dijo: “Mirad, yo también tengo una trinidad”. De modo que los que allí se encontraban, alterados, lo iban a destrozar. Pero los contuvo un tal Magno, presbítero de la iglesia de los Santos Apóstoles de intramuros, un hombre admirable y servidor de Dios, quien les dijo que aquello no le pasaba desapercibido al ojo de la justicia que todo lo contempla, el cual escribe con palabras certeras.

Cuando pusieron fin al tumulto por respeto a este varón, Olimpio se levantó para irse y, tras usar según la costumbre el baño de agua caliente, se fue al que contiene la fría; este recibe el agua de una fuente que nace en medio del venerable altar de la santa casa del protomártir Esteban, la cual levantó antiguamente Aureliano, quien brilla por sus decisiones como gobernante: creo que por ello se considera que Dios ha puesto sus ojos en esta agua.

Tras meterse en ella, vuelve rápidamente a subir chillando: “¡Apiadaos, apiadaos de mí!”; y, al rascarse, arrancaba de los huesos sus carnes. Todos lo rodearon y, sujetándolo y envolviéndolo con una tela, lo recostaron moribundo. Le preguntaban qué era lo que había ocurrido, y Olimpio dijo: “Vi a un hombre vestido de blanco que se puso a mi lado allí donde está la entrada del agua, echó a mi alrededor tres medidas de agua caliente y me dijo: ‘No blasfemes’ ”. Sus parientes lo recogieron con una litera y lo trasladaron a otro baño que se hallaba junto a la iglesia de los arrianos. Cuando quisieron quitarle la tela, arrancaban al tiempo toda su carne y, muerto así, entregó su espíritu.

Esto se supo prácticamente en toda la ciudad imperial. Algunos iban diciendo, en relación con Olimpio, al que le había ocurrido, que en tiempos se convirtió por medio de un nuevo bautismo a la doctrina de Arrio, tras haber practicado el culto que da gloria a la consustancialidad.

Una vez que este suceso llegó a oídos del emperador (se trataba de Anastasio), este autorizó que el prodigio se pintara en un cuadro y se colgara encima de la entrada al baño. Un tal Juan, diácono y apoderado de la citada santa casa de Esteban, el primero de los mártires, varón que demostraba siempre un celo como ningún otro en defensa del dogma de la consustancialidad, también él lo recogió en un cuadro, pero no solo eso: es que puso por escrito los nombres de los que se bañaban en aquel lugar y lo vieron, dónde habitaba cada uno y además también los nombres de quienes atendían los baños. Da testimonio de ello hasta el presente la imagen, fijada en el dintel del atrio del lugar de oración del que se ha hablado varias veces.

Y, dado que acompañó un segundo milagro a este, no sería pío desentenderse de él, pues se trata del mismo caso, y no dudaré en decirlo aunque se aparte un tanto de la ocasión presente. Ocurre que los de la secta de Arrio, viendo el éxito logrado por este hecho glorioso, le imploraron a quien se encargaba de cuidar el palacio de los helenianos y la administración del baño que fuera y ocultase la imagen. Este encontró como hábil excusa que se le había pegado humedad procedente de las aguas y, tras bajar la imagen por haberse estropeado y para repararla (decía), la ocultó.

El emperador, que efectuaba visitas periódicas a cada sede imperial, se presentó también allí y preguntó por la imagen. Y así volvió a ser colocada en la pared. Seguidamente a Eutiquiano (pues este era el nombre del administrador) le sobrevino un mal enviado por la justicia divina, que hizo que el ojo derecho se le abriera y, además, afligiendo de la peor manera también el resto de sus miembros, lo llevó a acercarse al santo lugar de oración donde se cree que reposa una parte de los sagrados restos de los divinos Pantaleón y Marino: el lugar recibe el nombre de ‘Concordia’ porque, reunidos allí los ciento cincuenta obispos en tiempos del emperador Teodosio el Grande, elaboraron una doctrina común y consensuada sobre la consustancialidad de la divina Trinidad y, también, sobre la Encarnación del Señor, dejando clara su concepción de madre virginal; por ello recibe este nombre.

Cuando llevaba soportando esto unos siete días, sin mejorar nada (al contrario, se le habían consumido también los testículos), a mitad de una de las noches, el subdiácono al que le había tocado hacer guardia toda la noche ve en sueños a un rey que, de pie ante él y señalando con la mano al enfermo, dice: “¿Cómo aceptaste a este? ¿Quién es el que lo trajo aquí? Este es el que formaba grupo con los que blasfemaron contra mí. Este es el que ocultó la imagen del milagro”. El clérigo se despertó y relató lo visto, diciendo que resultaba ser cosa imposible que este se curara de la plaga.

Esa misma noche Eutiquiano, liberado de los dolores, como en un sueño, ve a un joven eunuco vestido con una túnica lujosa y brillante que le decía: “¿Qué te pasa?” Cuando le dijo “Me muero consumido y no encuentro cura”, oía que le contestaba: “Nadie te puede ayudar. Es que el Rey está irritado contigo de forma terrible”. Este suplicaba diciendo: “¿A quién puedo conmover o qué puedo hacer?”. El otro contesta: “Si quieres descansar, vete rápidamente al baño de los helenianos y reposa cerca de la imagen del arriano que se quemó”. Al instante se despertó del sueño y llamó a uno de los que estaban de servicio. Y se sorprendieron, pues llevaba ya tres días sin voz. Y habló con ellos y les exhortó a que lo llevaran según lo ordenado. Nada más llegar al lugar y colocarlo junto a la imagen, expiró; y es que aquel al que vio hablándole llamó en verdad a la separación del alma del cuerpo ‘libertad del descanso’.



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