viernes, 4 de febrero de 2011

LAS DIOSAS SON GUERRERAS (CALÍMACO, HIMNO V: EL BAÑO DE PALAS)


El título de esta entrada no se refiere a las diosas que pelean por sus héroes predilectos en la Ilíada. Este título tiene en realidad mucho de intertexto y recuerdo de COZ, los que cantaban y tocaban aquello de "Las chicas son guerreras" en 1981 (si no lo recordáis, lo podéis encontrar aquí).
Digo que "las diosas son guerreras" y podría decir igualmente, sin más homenaje a los 80, "las diosas son terribles". Es terrible la Palas Atenea que deja ciego a Tiresias en este himno de Calímaco. Más aún, es terrible cómo justifica la diosa la mutilación del hijo de su ninfa favorita, Cariclo.
¿Es Atenea una sádica, un sofista disfrazado de diosa o un monstruo cruel
¿Es realmente cierto que Calímaco escribiera "poesía de porcelana"?


Cuantas camareras de Palas sois, salid todas,
salid; a las yeguas sagradas acabo
de oír relinchar: también la diosa está presta a venir;
apresuraos ya, ¡oh rubias pelasgias!, apresuraos.
Nunca Atenea se lavó sus poderosos brazos
antes de limpiar de polvo los lomos de sus yeguas;
no, ni cuando de sangre por completo manchadas traía
sus armas, al regreso del combate con los inicuos hijos de la Tierra,
sino que, en primer lugar, del carro los cuellos de sus yeguas
liberando, en las corrientes de Océano limpió
su sudor y su barro, y lavó toda la espuma,
vuelta en sarro, de las bocas que el freno muerden.
¡Oh aqueas!, id, y los perfumes y los frascos
(de las pinas oigo el estrépito bajo los ejes),
los perfumes, camareras, y los frascos a Palas
(que Atenea de ungüentos perfumados no gusta)
no se los traigáis, ni el espejo: siempre es hermoso su aspecto.
Tampoco cuando un frigio juzgaba el certamen del Ida,
ni al oricalco la imponente diosa volvió la vista
ni del Simunte a la nítida corriente;
tampoco Hera: pero Cipris, el diáfano bronce tomando,
constantemente la misma guedeja cambió una y otra vez de lugar.
Y ella, tras correr dos veces sesenta dobles carreras,
cual junto al Eurotas los astros
de Lacedemonia, con habilidad se ungía, aceite puro
tomando, producto del árbol que le es propio,
¡oh muchachas!, y el rubor la dominó, cual el que tiene
en la carne la rosa temprana o el fruto del granado.


Así pues, también ahora algo viril traedle, sólo aceite,
con el que Cástor, con el que también se unge Heracles.
Llevadle también un peine todo de oro, para que el cabello
se peine, tras alisar su brillante trenza.
Sal, Atenea: reunida se halla tu grata compañía,
las muchachas hijas de los poderosos Arestóridas.
¡Oh Atenea!, traen también el escudo de Diomedes,
tal y como esta costumbre a los argivos de antaño
Eumedes enseñó, tu sacerdote favorito.
Él en tiempos, conociendo que el pueblo estaba dispuesto
a tramar su muerte, a la fuga con tu sagrada estatua
se dio y en el monte Crío se instaló,
en el monte Crío: y a ti, diosa, te colocó en las escarpadas
rocas que ahora tienen el nombre de Palátides.


Sal, Atenea, destructora de ciudades, la del yelmo dorado,
que con el estruendo de caballos y escudos te complaces.
Hoy, las que agua sacáis, no vayáis por ella – hoy, Argos,
bebe de las fuentes y no del río;
hoy, esclavas, los cántaros a Fisadia
o a Amimone, la hija de Dánao, llevaréis.
Es que, sí, de oro y flores las aguas mezcladas,
llegará desde sus nutricias montañas Ínaco,
a Atenea trayendo el baño formidable; mas, Pelasgo,
ten cuidado y no veas a la reina, aun sin quererlo.
El que vea desnuda a Palas, la que la ciudad sustenta,
esta ciudad de Argos contemplará por última vez.
Soberana Atenea, sal tú: que mientras yo algo
a éstas les contaré: la historia no es mía sino de otros.
Muchachas, Atenea otrora en Tebas a una ninfa
por encima de sus compañeras amaba, mucho y sobremanera,
a la madre de Tiresias, y nunca una de otra se separaban,
sino que tanto cuando a la antigua Tespias
(...) o hacia Haliarto guiaba
sus caballos, las labranzas de los beocios cruzando,
o bien yendo a Coronea, donde un perfumado soto
y altares tiene a la orilla del río Curalio,
muchas veces la diosa la hizo subir en su carro,
y ni las pláticas de las ninfas ni sus bailes
resultaban placenteros cuando no los presidía Cariclo:
mas todavía, también a ella, muchas lágrimas la aguardaban,
aun siendo de Atenea su compañera del alma.
Es que una vez, de los peplos soltando las fíbulas,
en la heliconia fuente del caballo, de hermoso curso,
se bañaban: la calma del mediodía dominaba la montaña.


Las dos se bañaban, del mediodía era la hora
y una enorme calma aquella montaña dominaba.
Totalmente solo, Tiresias, cuya barba empezaba a oscurecer,
con sus perros en el sagrado lugar se presentaba;
y sintiendo sed de manera indecible al curso de la fuente se acercó,
desgraciado: que sin quererlo vio lo que no estaba permitido.
A éste, aun irritada, no obstante le dijo Atenea:
“¿Qué destino, oh Evérida que tus ojos nunca recuperarás,
te trajo por este funesto camino?”
Dijo ella, y de los ojos del muchacho la noche se apoderó.
Parado se quedó, sin voz, pues el dolor había trabado
sus rodillas y de su boca se apoderó el estupor.
Y la ninfa gritó: “¿Qué a mi hijo le has hecho,
señora? ¿Así, dioses, amáis?
Los ojos a mi hijo le has arrebatado. ¡Hijo infortunado!,
viste de Atenea pecho y cintura,
mas el sol no volverás a verlo. ¡Ay de mí desdichada!;
¡oh montaña!, ¡oh Helicón que ya no pisaré!,
a fe que mucho te has cobrado a cambio de tan poco: unos corzos y cabritillos
perdiste, nada más, y con los ojos de mi hijo te quedas”.


Ella con ambos brazos a su hijo querido abrazaba,
la madre, y el lamento de los lastimeros ruiseñores
entonaba entre profundo llanto; pero la diosa se apiadó de su compañera.
Y a ella Atenea estas palabras le dirigió:
“Mujer divina, cambia de opinión por completo en todo cuanto por enojo
dijiste: que yo no fui quien a tu hijo dejó ciego.
En efecto, a Atenea no le es placentero los ojos de los mozos
arrancar; y de Crono así dicen las leyes:
“quien a uno de los inmortales (no queriéndolo así el dios personalmente)
contemple, que por ver a éste pague un precio crecido”.
Mujer divina, esto no puede ya deshacerse,
este hecho, pues de las Moiras así lo tejieron los hilos
cuando en un principio lo engendraste; así que ahora recibe,
¡oh Evérida!, el lote que se te debía.
¡Cuántas víctimas la cadmea en el futuro entregará al fuego,
cuántas Aristeo, suplicando a su único
hijo, el joven Acteón, aun ciego poder ver!
También aquél compañero de correrías de la grandiosa Ártemis
será; pero a él no lo salvarán entonces ni las cacerías
ni el común arrojar flechas en los montes
cuando, sin quererlo, vea el gracioso baño
de la divinidad; mas las propias perras al antiguo amo
entonces comerán; los huesos del hijo la madre
los recogerá, la foresta toda recorriendo:
dichosa y bienaventurada dirá que fuiste
al recobrar ciego a un hijo que volvió del monte.


¡Oh, compañera!, por él no gimas, que a éste otros
muchos dones le aguardarán, por mi mediación, por agradarte,
pues en un adivino lo convertiré renombrado en la posteridad,
que con mucho a los demás superará.
Conocerá las aves, la que es favorable y las que no aportan nada
con su vuelo, y aun sabrá de cuáles no son propicios los augurios.
Muchos oráculos a los beocios, muchos a Cadmo
revelará, y más adelante a los egregios labdácidas.
Le concederé también un eminente báculo que sus pies según necesidad guiará,
le concederé también que el fin de su vida en el tiempo se dilate;
y sólo él, cuando muera, con inteligencia entre los muertos
deambulará, por el egregio Hagesilas estimado”.
Así diciendo, hizo señal de asentir: esto es cosa cumplida, aquello a lo que asienta
Palas, pues a ella sola entre sus hijas, a Atenea,
esto Zeus concedió: de su padre los poderes todos adquirir.
Camareras, que madre ninguna parió a la diosa
sino de Zeus la cabeza. La cabeza de Zeus no asiente
a mentiras (...) la hija.


Ahora, ahora llega Atenea realmente: mas recibid
a la diosa, muchachas, cuantas de esta misión os cuidáis,
con aclamaciones, súplicas y vocerío.
Salud, diosa, cuídate de Argos Inaquia.
Salud, ahora que partes y cuando en el futuro vuelvas de nuevo
con tus caballos: la heredad de los dánaos intacta protege.






domingo, 30 de enero de 2011

ALEJANDRO MAGNO, HOMBRE, REY, HÉROE (V): À REBOURS


Para Alberto, la primera persona que me habló de À rebours.
Para Francis, la primera persona que conozco que hace una tesis sobre esta novela.

Pablo Julio, un amigo uruguayo, veterinario humanista, me advirtió de que mi paisano Feijoo, allá en el XVIII, presentaba una imagen de Alejandro harto distinta del retrato heroico que yo reflejaba en estos posts. 
Pienso que es sugerente colgar en el blog algunos párrafos de esa visión heterodoxa del rey de Macedonia: la pintura galaica, ovetense e ilustrada de un Alejandro à rebours.


Benito Jerónimo Feijoo
Cartas eruditas y curiosas
Carta XXIX
Paralelo de Carlos XII, Rey de Suecia,
con Alejandro Magno

1. Muy señor mío: La admiración con que Vmd. recibió la noticia, que le dio N. de que yo prefería, en línea de Héroe, Carlos, Rey de Suecia, Duodécimo de este nombre, a Alejandro Magno, es para mí objeto de otra admiración. Díceme Vmd. que habiendo leído la vida de aquel malogrado Príncipe, escrita, según se da por cierto, por Mr. Voltaire; y la de Alejandro por Quinto Curcio, no halla fundamento alguno para la preferencia que doy al primero, respecto del segundo. Esto admiro, porque en los mismos Escritos veo grandes motivos para la expresada preferencia; y porque me hallo ahora bastantemente desocupado, se los haré presentes a Vmd. a fin de que haga sobre ellos más reflexión, que la que hizo hasta aquí. [230] 

2. Supongo, que en esta cuestión no hablamos de un Heroísmo perfecto, el cual consiste en la colección de todas las virtudes, poseídas en grado sublime; pero tampoco de un Heroísmo tan imperfecto, que se reduzca a una sola virtud, sea la que fuere. Dirase con verdad, pongo por caso, que un hombre de sumo valor tiene un valor heroico; mas no por eso se podrá llamar absolutamente Héroe. Las virtudes militares, valor, pericia, y prudencia, colocadas en grado eminente, son las que ganan la reputación de Héroes en la común aceptación. El valor, por sí solo, no basta; antes desasistido de una sabia conducta, ya no será valor, sino audacia y temeridad. Pero aun estas virtudes, sin la compañía de otras, constituirán un Heroísmo muy diminuto. No pido, que el Héroe sea un Santo, pues no da el mundo este significado a aquella voz; pero parece que de justicia se puede, por lo menos, exigir en el Héroe, que sea clemente, liberal, y observante de su palabra (...).

17. Pero así como, si las adversidades, que padeció Carlos, hubieran caído sobre Alejandro, le hubieran reducido a un estado bien mísero: si Carlos hubiera tenido la fortuna de Alejandro, es muy verosímil que se hubiera hecho mucho más ilustre que él. (...) Pero la más fuerte demostración de que Carlos, con igual fortuna que Alejandro, se hubiera hecho más ilustre, se toma de las pruebas que vamos dando, de que en el complejo de las virtudes propias de un Conquistador, excedió el Héroe de Suecia al de Macedonia.

18. La clemencia fue una de aquellas, en que más se pudo notar el exceso. Es verdad, que no siempre ejerció Carlos esta virtud. Obró contra ella, y con nimio rigor en el suplicio del General Patkul. Mas al fin, sólo una vez, y sólo con un hombre fue riguroso, y aun concederé, que cruel. Mas Alejandro, ¿cuántas veces, y no con uno, u otro, sino con millares de hombres, igualó en la crueldad al hombre más bárbaro? Díganlo el saco y desolación de Tebas. Dígalo la ruina de Tiro, donde sin más delito de parte de los habitadores que haberse defendido con valor, dio orden para que fuesen pasados al filo de la espada cuantos no se hallasen refugiados en los Templos; y después de saciada la [240] ira del Soldado en muchos millares, que cayeron por las calles, hizo morir en cruces dos mil que quedaron, cubriendo toda la orilla del Mar Tirio con tan horrible espectáculo. Dígalo la horrenda matanza de toda la Nación, o estirpe de los Branquidas, que hizo ejecutar a sangre fría. Dígalo su barbarie con el Príncipe Arimaces Sogdiano, y todos los Nobilísimos de aquella gente, que habiendo, después de poca resistencia, bajado de la Montaña a rendirse, después de azotarlos, a todos los hizo crucificar. Omito casos menos notables.

19. Mayor aún que en la clemencia fue la ventaja, que hizo Carlos a Alejandro en la continencia. No fue, a la verdad, Alejandro de los Príncipes más desordenados en el capítulo de la lascivia. Pero estuvo muy lejos de ser continente. Plutarco dice, que fuera de las nupcias, no tocó a mujer alguna, sino a Barsene. Debió de olvidarse Plutarco de la prostituta Tais, que no calló Curcio, y de la concubina Campaspe, de quien hablan Plinio, Eliano, y otros. Curcio introduce también en el lecho de Alejandro a Talestris, Reina de las Amazonas. Pero ya Juan le Clerc, en la Crítica que hizo de Quinto Curcio, con gran fundamento notó esto de fábula. Su circunspección, respecto de la hermosísima mujer de Darío, es laudable. Pero su detestable comercio con el Eunuco Bagoas, que sobre las torpezas del lecho le hizo cometer algunas muy graves en la conducta, no permite presentarse Alejandro a la imaginación sin horror.

20. Al contrario, no se halla en las Historias Príncipe más limpio por esta parte, que Carlos. Jamás se notó en él el más leve defecto, ni en obra, ni en palabra contra la más escrupulosa pudicicia; lo que es digno de notar en un hombre que pasó toda la vida sin casarse (...).

21. Habiendo sido tan superior Carlos a Alejandro en la continencia, lo fue mucho más en la templanza. En esta materia no hay otro paralelo entre los dos, que el de dos extremos sumamente opuestos, uno de templanza, otro de destemplanza. Carlos muy parco, Alejandro muy glotón. Carlos no usó jamás de otra bebida que agua: Alejandro fue vinoso con sumo exceso, pasando mucho más allá de la cantidad de vino que podía resistir, ni su estómago, ni su cabeza. Así, era en él muy frecuente la embriaguez. Ateneo, citando a Eumenes Cardiano, y a Diodoro de Eritrea [242], refiere que había tal borrachera que le hacía dormir dos días continuados con sus noches.

(...)

28. He concluido, Señor mío, el cotejo de los dos Héroes, con que pienso traer a Vmd. a mi opinión, de que la ventaja está de parte del Alejandro del Norte. Este nombre dan unánimes las Naciones a Carlos Duodécimo, Rey de Suecia: como a Margarita de Valdemar, Reina también de Suecia, llamaron la Semíramis del Norte. Y yo hallo entre los dos la conformidad, de que poseyendo las virtudes del Alejandro de la Grecia, y de la Semíramis de la Asiria, carecieron de los vicios de esta Heroína, y de aquel Héroe. Soy en todo tiempo de Vmd., &c.