El viernes de la semana pasada un alumno de tercero de filosofía me dijo que faltaría a clase una semana de noviembre porque estaría en un congreso de filosofía medieval. Hablando de Escoto Eriúgena y la apocatástasis. No sé qué me sorprendió más: que un alumno de tercero expusiera en un congreso, que hablase sobre Juan Escoto Eriúgena o que lo hiciera sobre un tema tan cotidiano como la apocatástasis.
De ese filósofo irlandés aprendí hace mucho tiempo al menos una cosa: que era muy raro. Como dirían en Navarra, "más raro que raro". O rizando el rizo: "Más raro que Escoto Eriúgena". Aunque, por cosas de la casualidad, hace unos diez años hasta tuve cierto trato con él, porque traduje para un amigo uno de sus poemas, Auribus Hebraicis...
Aquí dejo esa traducción de un poema sobre el paso, el tránsito o la pascua, donde se entremezcla el relato sobre el origen del mundo, la liberación de los judíos de Egipto, la redención de Cristo y el presente histórico: el presente del Eriúgena, claro, S. IX d. C.
Gracias, Rodrigo, por hacerme volver sobre este texto y su forma diversa de pensar.
Para los oídos hebreos es cosa conocida si digo “pascua”;
a los usos de Ausonia resulta familiar “tránsito”.
Si quieres conocer la primera pascua, la de la naturaleza,
indaga cuál fue el primer día que brilló en el orbe,
en el cual se dice que se produjo de forma conjunta el tránsito
de la máquina del mundo en sus especies propias a partir de la nada,
en el cual el Creador también reveló las causas que consigo de siempre tenía
y las sacó a la luz en forma visible.
Entonces la esfera de la tierra queda fija en un punto invariable
y se reviste de fronda y huerta.
La franja costera ciñó el mar, señorío de Neptuno,
superar la cual no puede el piélago aunque se encrespe su cabellera.
El espacio aéreo tocaban, por así decir, los cuernos de la luna,
espacio que cortan con poderosas alas los pájaros [canoros].
En torno a los círculos del éter giraba el orbe estrellado,
circundando el mundo con movimientos regulares.
Con paso diverso se movía el acordado conjunto
de los planetas, el cual dulces tonos emitió
en número de seis, y los siete espacios intermedios modularon los ocho sonidos:
de la esfera del cielo se estableció la armonía.
Tras ello, se dice, el que había de ser el rey del mundo, en último lugar, de su corte
iba a tomar posesión, si no hubiera sucedido lo que le ocurrió.
¡Ay!, que al desgraciado lo engañó la mujer, su cónyuge,
a la que antes, ingenua, había echado a perder la astucia de la serpiente.
Moisés, caudillo de su pueblo, celebró la segunda pascua
sacudiendo la tierra de Isis con dos veces cinco golpes.
Pasó de largo el Señor las jambas marcadas con sangre
mientras aquella tierra lloraba a sus primogénitos.
El israelita come aprisa el cordero:
por los huesos intactos fue una mística cena.
Va el pueblo gozoso, el pérfido Egipto se lamenta.
Está loco de rabia, a aquel a quien teme persigue.
Entonces Moisés, con ansiedad, contempla las olas del Mar Rojo:
su pueblo, que desconoce el valor marcial, aterrado duda.
Nubes oscuras frenan la turbamulta del faraón
para que no capture su presa; y, llena de rabia y frenesí, se queda en suspenso.
Entonces el caudillo, intrépido, divide en dos los campos de Neptuno:
las olas del terso mar ignoto ofrecen un camino,
un viento abrasador seca las costas egipcias
y, a un muro semejante, se alza, hinchada, el agua de las profundidades.
Entra el pueblo con confianza en el torbellino de las aguas
y, al salir, ve alegre costas que le complacen.
En cambio, al Faraón hostil lo anegan las masas del piélago:
las honduras de Tetis cubren por doquier los carros.
Estas cosas habían sido en tiempo prefiguraciones del Cristo que iba a venir,
en el cual resplandece lo que permaneció oculto largo tiempo.
Él, único vencedor tras verse postrado el príncipe del mundo,
al cabo de tres días sale del Infierno.
Y, pisoteando el primero la muerte, se trasladó a lo alto:
es que es el único que se salvó del destino infernal.
Y, derramando puras libaciones de la propia sangre,
salvado el mundo consagra la nueva pascua.
Por su propia voluntad el Señor se sacrifica, siendo Él mismo sacerdote,
única víctima que al Padre agradó,
víctima que limpió de su culpa todo el mundo,
mundo al cual pudo perder el primer hombre.
La muerte, que por uno llegó, fue expulsada por uno;
gracias a la buena muerte de la vida [= de Cristo] perece, vencida, la mala muerte.
Como primicia Cristo abrió las puertas del sepulcro
y devolvió a nuestra naturaleza los bienes perdidos.
Ahora de estas realidades se celebran los símbolos sagrados,
ahora que son visibles a los ojos las cosas conocidas antes por el espíritu,
ahora que el alma pía saborea de corazón el cuerpo de Cristo,
el torrente de su sagrada sangre y el precio del mundo,
ahora que, rememorándola, renovamos por años y años la cena del Señor,
ahora que un mismo coro hace resonar con armonía cantos diversos.
Con los manjares eternos de los que son figura los símbolos místicos
dígnate, Cristo, alimentar a Carlos,
tu devoto siervo, quien te venera y honra
aprestando vasos de oro para el templo por él construido,
en el que amplios cortinajes se extienden por los alargados atrios
y el clero se reviste de color purpúreo;
los santos presbíteros hacen resonar su canto en torno a los altares:
así, en los templos perpetuos, él mismo será tuyo.