viernes, 5 de febrero de 2010

EL CANTÓN DE DIÓMEDES [SIC]


Según un sabio alemán del XIX o principios del XX (tanto da), viajeros griegos dieron, unos dos siglos antes de Cristo, con una población próspera en Galicia: Tude, a orillas del río Miño, a los pies de nuestro monte sagrado, el Aloia, que los habitantes del lugar, paganos o cristianos, concebimos como ómphalos mágico desde los tiempos más remotos.

Tude, el nombre indígena, supuso una tentación lingüística muy fuerte para aquellos viajeros desesperados que aliviaron su confusión al descubrir que aquella palabra nativa era la corrupción de Tydeús, Tideo, el héroe heleno que pereció atacando Tebas y perdió el don de la inmortalidad. Atenea se la quiso ofrecer, y sin embargo retiró su don al contemplar la crueldad de su comportamiento, la furia caníbal que llevó a Tideo a devorar los sesos del caído Melanipo.

La inmortalidad no fue para el padre impío sino para nuestro protagonista, Diomedes, uno de los siete caudillos que sí capturaron Tebas y que, después, logró también la victoria ante Troya. Pero, quien hirió a Afrodita en el combate según la Ilíada, atrajo sobre sí las furias de la diosa del amor, la cual contagió a su esposa Egialea de una pasión adúltera. Avergonzado por el comportamiento de su mujer, Diomedes hubo de abandonar Grecia y partir hacia Occidente.

Así llegó a los últimos confines de Iberia. Y, remontando el Miño desde su desembocadura, Diomedes vio amanecer en un paraje donde el río se ensanchaba. A los pies de una colina de granito, a la sombra de un vasto monte tras el cual ascendía el sol, Diomedes decidió varar sus buques. Qué lugar tan hermoso para descansar, qué homenaje pío fundar allí, en honor al padre muerto ante Tebas, una ciudad que llevara su nombre.

Por eso hay en Túi, allí donde estuvo Tude o Tyde, una plaza dedicada al hijo de Tideo, nuestro heroico fundador, Diomedes, Diómedes para los tudenses. Porque lo cierto es que, por motivos que aún no comprendo, aquel espacio cuadrado, anejo a la Corredera, se llama oficialmente "cantón de Diómedes". Digo "oficialmente" no porque cuestione la acentuación del nombre del héroe sino porque, cuando la Corredera estaba llena de niños, finales de los sesenta y principios de los setenta, nosotros no jugábamos al escondite en el cantón de nadie sino, más sencillo, "donde el palco".

Qué tentación las escaleras de metal que subían hasta la plataforma de los músicos, qué riesgo llegar, paso a paso, a la cancela cerrada que sólo podían traspasar en domingo unos pocos adultos míticos, sudorosos, armados de trombón y de platillos.

Pero nosotros no éramos ni músicos ni míticos, tan sólo niños sudorosos a los que sus madres convocaban con voz tonante cuando nos veían arriesgar nuestras vidas, cuatro peldaños por encima del suelo del cantón de Diómedes, digo, donde el palco de la música.

Aunque el hijo de Tideo no fundara mi ciudad (pero, ¿quién demostró que no lo hiciera?), lo cierto es que en Túi sí que hubo griegos, esos viajeros desesperados del siglo II antes de Cristo que descubrieron la relación entre Tude y Tydeús.

¿Me habré dedicado yo a la Filología Clásica porque, hace 2200 años, un griego de paso echó raíces estables en la colina de piedra?