GREGORIO NACIANCENO
Antes de entrar en el tema de San Agustín podemos revisar el caso de otro cristiano, San Gregorio Nacianceno, en cuya obra (escrita en griego) hay también un ejemplo de escritura autobiográfica: además con presencia de la introspección, como en el caso de San Agustín.
Sus datos: 329/330 – 390/391. Oriundo de Capadocia como San Basilio y San Gregorio de Nicea. Como éstos procedía de una familia cristiana, estaba formado en la literatura pagana y había sido monje para terminar llegando al episcopado.
Escribió obra de tipo diverso: aparte de los escritos pastorales, epístolas (249 cartas conservadas) y poesía que en ocasiones adquiere un carácter fuertemente personal.
Conservamos 17000 versos de métrica tradicional (dísticos y yambos). Los temas son variados.
- Trata, p. ej., temas bíblicos, como los diez mandamientos o las parábolas de Jesús.
- Trata también temas teológicos, como el de la virtud, y al hacerlo evidencia además su conocimiento de la literatura pagana (Plutarco).
- En unos noventa poemas Gregorio se sitúa en primer plano, a veces presentando sus reflexiones personales (a la manera de Marco Aurelio en las Meditaciones), a veces en actitud de defensa.
Éste es especialmente el caso en su llamada “Autobiografía” (Carm. II 1, 11), casi 2000 versos yámbicos. La obra la compuso después de que, por las tensiones con los arrianos, se viera obligado a abandonar la sede de Constantinopla (381), que había ocupado durante sólo dieciocho meses. Su intención al escribir el texto fue la de justificarse ante sus contemporáneos y la posteridad:
“He querido escribir cuanto sigue para que todos lo escuchen, contemporáneos y venideros” (vv. 40-41).
Nótese la peculiaridad del texto en cuanto primera autobiografía poética, un tipo de autobiografía que los estudiosos contemporáneos (cfr. lo que se dice en el Diccionario de términos literarios de Estébanez Calderón) tienden a distinguir de la autobiografía propiamente dicha.
Para traducción de la autobiografía de San Gregorio, cfr.
S. García Jalón (trad.), Gregorio Nacianceno. Fuga y autobiografía, Madrid, Ciudad Nueva, 1996.
AGUSTÍN DE HIPONA
SOBRE SU VIDA:
San Agustín, 13 XI 354 – 28 VIII 430, es el primer autor latino que examinamos en detalle en estas entradas sobre Autobiografía en la Antigüedad. Se llamaba Aurelio Agustín, y era natural de Tagaste, Numidia, hijo de padre pagano (Patricio) y madre cristiana (Santa Mónica); la familia era de clase media.
Se formó en retórica y fue profesor de esta materia en su ciudad y en Cartago: su formación retórica se hace evidente también en las Confesiones, lo cual suele implicar que muchos alumnos encuentren dificultades al leer la obra.
MI RECOMENDACIÓN: no hay que acercarse a las Confesiones pensando que vamos a leer una novela, hay que ser consciente de que las Confesiones son otra cosa: un libro de espiritualidad.
Con el interés por la retórica combinó también el interés por la filosofía, interés al que le movió la lectura del Hortensio de Cicerón: este autor siempre es citado en tono positivo dentro de las Confesiones.
Desde fecha temprana tuvo también inquietudes espirituales, que lo llevaron primero al maniqueísmo. Después desechó las ideas de esta corriente por encontrarlas absurdas; hacia 382 sustituyó el maniqueísmo por el escepticismo y por el neoplatonismo después. Mientras residía en Italia (en 383 se había trasladado a Roma), a través de la lectura de la Biblia y el consejo de San Ambrosio de Milán, acabó por convertirse al cristianismo (386), según narra él mismo en su obra.
Después de bautizarse junto con su hijo Adeodato (387, en Milán), regresó a su patria (388), fue ordenado sacerdote (391) y, más tarde (396), obispo de Hipona, donde murió en el 430, mientras la ciudad era asediada por los vándalos.
Su obra es muy abundante. Aquí me refiero sólo a las obras con interés para la historia de la escritura autobiográfica. Al actuar así hemos de dejar de lado la obra pastoral y filosófica y la que quizá es la obra capital de San Agustín, De ciuitate Dei.
SOLILOQUIA:
San Agustín realizó una primera obra de carácter “autobiográfico” (aunque bien distinta de las Confesiones) en sus Soliloquia, diálogo escrito en 386. Escribió esta obra tras convertirse y antes de ser bautizado, mientras se hallaba retirado en Casiciaco, cerca de Milán.
En aquel lugar se hallaba rodeado de un grupo de amigos junto a los que intentaba encontrar un fundamento filosófico y racional para su nueva fe. Como resultado de las conversaciones con ese grupo escribió una serie de diálogos según el modelo ciceroniano: Contra los Académicos (sobre lógica), De uita beata, Del orden (sobre física) y los Soliloquios.
Esta obra se compone de dos libros y trata sobre las aspiraciones metafísicas del hombre. Se estructura como un debate entre Agustín y Razón. Es, ante todo, un ejercicio de dialéctica, que se halla todavía lejos del tono que adopta el autor en las Confesiones. El elemento neoplatónico es aún muy fuerte en esta obra, escrita antes del bautismo sacramental de Agustín.
Para traducción de los Soliloquios, cfr. p. ej.
San Agustín, Soliloquios. Meditaciones. Manual. Suspiros. Preparación y prólogo del P. Lorenzo Riber, Madrid, M. Aguilar, 1945.
CONFESIONES:
La dimensión bíblica de las Confesiones es también otra de sus constantes: las citas, referencias y ecos de Antiguo y Nuevo Testamento llenan la obra y dejan claro que el monólogo de Agustín se establece con un Dios cristiano, no un Dios filosófico (neoplatónico).
A diferencia de lo observado en el caso de los Soliloquios, en esta segunda obra San Agustín sustituye la dialéctica por la penetración psicológica, lo cual le lleva a tratar con detalle la paulatina comprensión de su naturaleza y de su puesto en el mundo. Bayet dice que la vida de Agustín fue, a tenor de las Confesiones, una “lenta y dolorosa ascensión hacia la fe católica”.
La obra se compone de trece libros, de acuerdo con el siguiente esquema tripartito: I-IX (vida del autor hasta 387); X (tratado sobre la memoria); XI-XIII (comentario espiritual al principio del Génesis).
Cf. H. Chadwick, Agustín, Madrid, Cristiandad, 2001, pp. 111 - 124. Para traducciones de la obra, cfr. J. Cosgaya (trad.), San Agustín. Confesiones, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997 (4ª ed.).San Agustín volvió a tratar el tema de la “historia de su alma”, desde una perspectiva menos racionalista y más afectiva, en sus Confesiones (397 / 398), que pueden ser consideradas como un monólogo que el autor dirige a Dios, a quien se vuelve constantemente empleando la segunda persona.
La dimensión bíblica de las Confesiones es también otra de sus constantes: las citas, referencias y ecos de Antiguo y Nuevo Testamento llenan la obra y dejan claro que el monólogo de Agustín se establece con un Dios cristiano, no un Dios filosófico (neoplatónico).
A diferencia de lo observado en el caso de los Soliloquios, en esta segunda obra San Agustín sustituye la dialéctica por la penetración psicológica, lo cual le lleva a tratar con detalle la paulatina comprensión de su naturaleza y de su puesto en el mundo. Bayet dice que la vida de Agustín fue, a tenor de las Confesiones, una “lenta y dolorosa ascensión hacia la fe católica”.
La obra se compone de trece libros, de acuerdo con el siguiente esquema tripartito: I-IX (vida del autor hasta 387); X (tratado sobre la memoria); XI-XIII (comentario espiritual al principio del Génesis).
I-IX: narran la vida del autor hasta la muerte de su madre Mónica (387). Hay ciertamente narración de acontecimientos, pero lo fundamental no es la narración de esos acontecimientos sino su interpretación sobrenatural: un ejemplo notable es la punta espiritual que le saca el autor al robo de las peras en II 9. Leitmotiv es la idea de confessio: confessio peccati (confesión de la propia vida), confessio laudis (confesión, canto de alabanza), confessio fidei (confesión, profesión de fe).
San Agustín empieza narrando su infancia (I); habla después de su adolescencia (II); de sus años de primera juventud en Cartago, del efecto positivo del Hortensio de Cicerón y de su adicción a la secta maniquea (III); San Agustín narra luego sus descarríos de juventud (IV); la pérdida de la fe en el maniqueísmo y su traslado a Italia: Roma, Milán (V); el influjo de San Ambrosio sobre Agustín, catecúmeno, y su amistad con Alipio y Nebridio (VI); tribulaciones de San Agustín, el encuentro con el neoplatonismo (VII); resistencia de Agustín a un compromiso total (monacato) y conversión definitiva en el jardín de Casiciaco: tolle, lege (VIII); abandono de la cátedra de retórica, retiro en Casiciaco, bautismo de Agustín y muerte de Mónica en Ostia (IX).
X: éste es el libro más extenso. Trata de la ingens aula memoriae, la memoria, el centro de la conciencia del hombre; en los párrafos 12 – 15, según Cosgaya, se habla de “los amplios salones de la memoria”. Agustín declara que en este libro ya no va a hablar de lo que ha sido sino de lo que es. Según las Retractationes, el libro X también habla del autor.
En realidad podríamos decir que el libro X es un tratado sobre la memoria y sobre la búsqueda de Dios a partir de la memoria, a través de la exploración en los “amplios salones de la memoria”, porque in interiori homine habitat ueritas.
XI-XIII: exponen la historia de la Creación a partir de Génesis I. O más en concreto:
Pero, en todos los casos, prima la lectura espiritual: p. ej., en XII y XIII, San Agustín no quiere escribir una cosmogonía sino establecer relaciones entre el mundo y el espíritu del hombre: por ello hace una lectura espiritual del principio del Génesis.
Es evidente que tales contenidos sorprenden si partimos de la idea de que la autobiografía sea exploración en la propia conciencia o toma de conciencia de la personalidad, de acuerdo con Misch (I.1 XI): en tal caso no se entiende la razón de ser de los libros X, XI-XIII.
Otra cuestión es que, con Chadwick, entendamos que la autobiografía de San Agustín tiene una doble dimensión, microcósmica y macrocósmica; eso le proporciona a la autobiografía del autor un valor ejemplar. De hecho, las Confesiones se inician con una referencia a ese ámbito externo, el (macro)cosmos, para centrarse después en el microcosmos de Agustín y terminar, de nuevo en el otro nivel, el superior.
Debe destacarse la ausencia de precedentes en la literatura latina para las Confesiones: “Nie hat bis dahin ein lateinischer Autor in so breiter Form und mikroskopisch detaillierter Psychologie seine seelische Befindlichkeit im Hinblick auf Gott reflektiert” (Berschin 352).
Es oportuno que no olvidemos que, ciertamente, las Confesiones no son una historia en la que “todos fueron felices y comieron perdices”: para el creyente la conversión es un proceso en marcha que sólo culmina en la unión con Dios – tras la muerte. Quizá por no entender este aspecto de la cuestión, cierta crítica se ha mostrado poco favorable al mensaje de Agustín. Cfr. p. ej. estos dos párrafos procedentes de la Cambridge History of Ancient Literature (pp. 790-791, versión española):
Por su importancia para la cultura de Occidente se ha de recordar además que las Confesiones de San Agustín influyeron, de una manera u otra, en Petrarca o Rousseau:
San Agustín empieza narrando su infancia (I); habla después de su adolescencia (II); de sus años de primera juventud en Cartago, del efecto positivo del Hortensio de Cicerón y de su adicción a la secta maniquea (III); San Agustín narra luego sus descarríos de juventud (IV); la pérdida de la fe en el maniqueísmo y su traslado a Italia: Roma, Milán (V); el influjo de San Ambrosio sobre Agustín, catecúmeno, y su amistad con Alipio y Nebridio (VI); tribulaciones de San Agustín, el encuentro con el neoplatonismo (VII); resistencia de Agustín a un compromiso total (monacato) y conversión definitiva en el jardín de Casiciaco: tolle, lege (VIII); abandono de la cátedra de retórica, retiro en Casiciaco, bautismo de Agustín y muerte de Mónica en Ostia (IX).
X: éste es el libro más extenso. Trata de la ingens aula memoriae, la memoria, el centro de la conciencia del hombre; en los párrafos 12 – 15, según Cosgaya, se habla de “los amplios salones de la memoria”. Agustín declara que en este libro ya no va a hablar de lo que ha sido sino de lo que es. Según las Retractationes, el libro X también habla del autor.
En realidad podríamos decir que el libro X es un tratado sobre la memoria y sobre la búsqueda de Dios a partir de la memoria, a través de la exploración en los “amplios salones de la memoria”, porque in interiori homine habitat ueritas.
XI-XIII: exponen la historia de la Creación a partir de Génesis I. O más en concreto:
- El libro XI es una exploración en la naturaleza del tiempo (filosofía del tiempo).
- El libro XII y el XIII tratan propiamente de la Creación e interpretan el Génesis.
Pero, en todos los casos, prima la lectura espiritual: p. ej., en XII y XIII, San Agustín no quiere escribir una cosmogonía sino establecer relaciones entre el mundo y el espíritu del hombre: por ello hace una lectura espiritual del principio del Génesis.
Es evidente que tales contenidos sorprenden si partimos de la idea de que la autobiografía sea exploración en la propia conciencia o toma de conciencia de la personalidad, de acuerdo con Misch (I.1 XI): en tal caso no se entiende la razón de ser de los libros X, XI-XIII.
Otra cuestión es que, con Chadwick, entendamos que la autobiografía de San Agustín tiene una doble dimensión, microcósmica y macrocósmica; eso le proporciona a la autobiografía del autor un valor ejemplar. De hecho, las Confesiones se inician con una referencia a ese ámbito externo, el (macro)cosmos, para centrarse después en el microcosmos de Agustín y terminar, de nuevo en el otro nivel, el superior.
Debe destacarse la ausencia de precedentes en la literatura latina para las Confesiones: “Nie hat bis dahin ein lateinischer Autor in so breiter Form und mikroskopisch detaillierter Psychologie seine seelische Befindlichkeit im Hinblick auf Gott reflektiert” (Berschin 352).
Sobre el tema de los antecedentes autobiográficos de la obra, cfr. P. Courcelle, “Antécédents autobiographiques des Confessions de Saint Augustin”, Revue de Philologie 31, 1957, 23-51.En este sentido es interesante leer este pasaje, IX 23 – 26: última conversación con Mónica en Ostia, por la revelación de la psicología de los personajes, en este caso no a través del monólogo con Dios sino del diálogo entre Mónica y Agustín.
Es oportuno que no olvidemos que, ciertamente, las Confesiones no son una historia en la que “todos fueron felices y comieron perdices”: para el creyente la conversión es un proceso en marcha que sólo culmina en la unión con Dios – tras la muerte. Quizá por no entender este aspecto de la cuestión, cierta crítica se ha mostrado poco favorable al mensaje de Agustín. Cfr. p. ej. estos dos párrafos procedentes de la Cambridge History of Ancient Literature (pp. 790-791, versión española):
[La obra de las Confesiones] no es, ciertamente, una historia con final feliz, como eran en cierto sentido las vidas de los mártires. Al final, todo lo que reconoce [San Agustín] es que ha avanzado, pero su nuevo estado trae consigo más problemas incluso que su inocencia original. La comprensión produce una visión de la humanidad descorazonadora y nada prometedora, y poca cosa en cuestión de comodidad. Para el lector sensible a tales cuestiones [la vida interior], es una obra que todavía llega al corazón y la mente con asombrosa fuerza. Otros encuentran la omnipresencia retórica empalagosa y disuasoria.Sobre el rápido influjo ejercido por las Confesiones de San Agustín recuerdo lo que ya fue dicho antes sobre la huella que ejerció en
- Próspero de Aquitania (texto espurio; comienza diciendo nato mihi quondam sub lege peccati);
- Paulino de Pela: ca. 459 compuso 616 hexámetros, un escrito de agradecimiento sub ephemeridis meae textu;
- San Patricio, apóstol de Irlanda: su Confessio ha recibido especial atención en la bibliografía más reciente;
- Valerio del Bierzo: gallego según Berschin, muerto en 695, autor de unas Narrationes.
Por su importancia para la cultura de Occidente se ha de recordar además que las Confesiones de San Agustín influyeron, de una manera u otra, en Petrarca o Rousseau:
- Para el caso de Petrarca, lo que comenta Highet (I 140, 142) es que el poeta medieval concedía al de Hipona la mayor de sus admiraciones después de Cicerón. Además, la presencia de San Agustín se hace especialmente presente en una de sus obras latinas, Secreto, escrita entre 1353 y 1358; el término latino secreto debe de ser interpretado como “a solas”: a solas conmigo mismo, a solas con Dios. Esta obra es un diálogo que mantiene Petrarca con San Agustín en presencia de la personificación de la Verdad (motivo procedente a su vez de la obra de Boecio). Petrarca habla sobre su carácter con el santo, quien por ejemplo le reprocha su amor desmedido por Laura. El tono general de la obra, de profundo espíritu cristiano, es de examen e introspección psicológica. El texto de Petrarca se puede consultar en F. Petrarca, Obras I. Prosa, Madrid, Alfaguara, 1978.
- J.-J. Rousseau, por su parte, es autor de una obra que lleva el significativo título de Las confesiones (publicadas, en dos partes, en 1782 y 1789). En la obra de Rousseau, como en la de San Agustín, se trata el tema de los conflictos íntimos del autor. El papel concedido en la obra al autoexamen y al sentimentalismo es muy notable; por esta vía debió de influir en el desarrollo de la literatura psicológica del siglo XIX. Para Las confesiones de Rousseau propongo esta versión: Jean-Jacques Rousseau, Las confesiones [traducción, prólogo y notas de Mauro Armiño], Madrid, Alianza, 1997.
RETRACTATIONES:
De la tercera obra escrita sobre su vida por San Agustín, las Retractationes, puede recordarse que fue compuesta en 428; son una revisión de la propia obra, siguiendo criterios cronológicos y dogmáticos: cfr. los casos similares de algunas de las obras de Galeno, ya mencionadas, Sobre el orden de mis libros o Sobre mis libros.
Al llegar dentro de las Retractationes a las Confesiones, comenta:
“Todavía me emocionan cuando las leo ahora como me emocionaban cuando las escribía” (II 32).