Durante este curso he trabajado las Bacantes de Eurípides con un alumno del primer año de Griego. No es que todos mis alumnos sean monstruos de la naturaleza (no, todos no) que entran en la universidad recitando coros de tragedia. Lo que ocurre es que, a Eugenio, su padre le enseñó griego cuando debía de tener catorce años.
Por supuesto era un desperdicio de tiempo y entusiasmo explicarle a este alumno que la beta viene después de la alfa. En lugar de eso decidimos dedicar el año a trabajar una tragedia de Eurípides; y la que le propuse fueron las Bacantes. La hemos leído y traducido a partir de la edición de Diggle. Lo que cuelgo ahora es mi versión del prólogo de la tragedia, pronunciado por Dioniso a su regreso a su patria, Tebas.
El plan especial de Eugenio le ha servido a él para familiarizarse con un género que no había leído nunca en el original griego, para aprender a cantar trímetros y para introducirse en el maravilloso mundo de la crítica textual. Yo me he beneficiado tanto como él de esta simbiosis. En los nuevos tiempos de Bolonia será un consuelo recordar que mis últimas clases de griego en la Facultad de Filosofía y Letras de mi Universidad las dediqué a hacer filología con un texto como las Bacantes de Eurípides.
Gracias, Eugenio.
DIONISO
Me presento, de Zeus hijo, en esta tierra tebana,
Dioniso, al que parió otrora la hija de Cadmo,
Sémele, a quien hizo alumbrar el fuego que el rayo porta.
Después de trocar mi forma de dios por una mortal,
me hallo junto a las fuentes del Dirce y el agua del Ismeno.
Y veo la tumba de mi madre, víctima del rayo,
esta es, cerca de la casa, y las ruinas del palacio
a las que hace humear la llama del fuego de Zeus, aún viva,
inmortal exceso de Hera contra mi madre dirigido.
Alabo a Cadmo, quien este terreno intransitable
ha hecho, de su hija recinto; de la vid yo
todo alrededor lo he cubierto con el follaje rico en racimos.
Tras abandonar las campiñas de abundante oro de los lidios
y de los frigios, las planicies batidas por el sol de los persas,
las murallas bactrianas y la tierra de invierno inclemente
de los medos recorrí, y Arabia dichosa
y toda el Asia que junto al salado mar
se extiende, la que tiene sus ciudades de hermosas torres
llenas en mezcolanza de helenos y, juntamente, bárbaros;
esta es la primera ciudad de los griegos a la que he llegado
después de formar allí mis coros e instituir mis
misterios, para ser una divinidad conocida por los mortales.
Y a esta Tebas la primera de la tierra helena
excité entre clamores, prendiendo una piel de cervatillo a su cuerpo
y el tirso poniendo en su mano, proyectil de yedra.
Es que las hermanas de mi madre, las que menos convenía,
iban diciendo que yo, Dioniso, no había nacido de Zeus
y que Sémele, tras ser seducida por algún mortal,
a Zeus atribuía la deshonra de su lecho,
triquiñuelas de Cadmo, por lo cual la mató
Zeus, proclamaban, porque su matrimonio fingió.
Pues bien, a ellas mismas de palacio hice yo salir
enloquecidas, y el monte habitan con mente trastornada,
y a llevar la indumentaria de mis ritos las forcé.
Y a toda la femenil simiente, cuantas eran
mujeres de los cadmeos, las saqué, locas, de sus casas.
Juntamente mezcladas con las hijas de Cadmo
bajo los verdes abetos se asientan en peñas sin techo.
Pues es preciso que esta ciudad aprenda bien, aun sin quererlo,
que vive sin iniciarse en mis ritos báquicos,
y que yo salga en defensa de mi madre Sémele
mostrándome ante los mortales como divinidad engendrada por Zeus.
Es que Cadmo dignidad y tiranía
a Penteo ha transmitido, nacido de su hija,
el cual a los dioses combate al enfrentarse conmigo y de las libaciones
me aparta y en ningún punto de sus súplicas hace memoria de mí.
Por lo cual les demostraré que he nacido como dios a él
y a todos los tebanos. Y a otra tierra,
tras poner en orden lo de aquí, tornaré mi pie,
mostrando mi persona. Y, si es que la ciudad de los tebanos
con saña, con armas, del monte a las bacantes sacar
intenta, a las ménades me uniré en campaña militar.
Por lo cual he cambiado mi aspecto por el de un mortal
y mi forma transformé a la natural de un varón.
Mas, las que abandonasteis el Tmolo, baluarte de Lidia,
tíaso mío, mujeres a las que de entre los bárbaros
traje como mis asistentes y compañeras de camino:
alzad los tímpanos, que en ciudad de frigios
se hallan en suelo propio, invento mío y de la madre Rea,
y montad estrépito yendo a uno y otro lado de este palacio,
el de Penteo, que lo vea la ciudad de Cadmo.
Que yo, yendo a los pliegues del Citerón,
donde se hallan las bacantes, participaré con ellas en los coros.