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lunes, 24 de octubre de 2011

AUTOBIOGRAFÍA EN LA ANTIGÜEDAD: JENOFONTE DE ATENAS


Lo cierto es que, para ser un autor por el que tuve tan poco afecto, son ya unas cuantas las entradas del blog en las que hablo de Jenofonte. Aquí le toca el turno, claro, a Jenofonte en cuanto escritor autobiográfico.



JENOFONTE: LA ESCRITURA AUTOBIOGRÁFICA EN TERCERA PERSONA


Incluyo en esta serie de entradas a Jenofonte de Atenas en atención a una de sus obras historiográficas, la Anábasis
Para traducción, cfr. Bach Pellicer, R. (trad.), Jenofonte. Anábasis, Madrid, Gredos, 1982. 
Empezaremos recordando ciertos datos de la biografía de Jenofonte:

  • Nació hacia el 430 a. C. en Atenas. 
  • Debió de ser educado por el sofista Pródico; parece que después fue discípulo de Sócrates: sobre su relación con éste, cfr. Anábasis III 1, 5 ss. 
  • Tuvo algún tipo de intervención relevante durante el mandato de los Treinta Tiranos (políticamente él era de tendencias oligárquicas). 
  • En el 401 a. C. participó en la llamada “expedición de los diez mil”: 13000 mercenarios auxiliaron a Ciro el Joven, en lucha con su hermano Artajerjes II por el trono de Persia; a tenor del texto de la Anábasis (cfr. I 1, 11; I 3, 1; I 4, 11), los expedicionarios no debían de conocer al principio las verdaderas intenciones del pretendiente. 
  • Ciro murió en combate (en la batalla de Cunaxa, que sus tropas ganaron en vano). Al ser asesinados a traición los cinco jefes de la expedición que capitaneaba el espartano Clearco, Jenofonte se convirtió en uno de los líderes que condujeron a los mercenarios de vuelta a Bizancio: el viaje duró cinco meses, los supervivientes fueron 7000 y la expedición la relató en la Anábasis
  • En el 396 a. C. Jenofonte conoció en Asia Menor a Agesilao, rey de Esparta, con quien trabó amistad (puso por escrito su vida en el Agesilao, una de las primeras biografías de Grecia). Jenofonte acompañó a Agesilao en su lucha contra los sátrapas persas y ¡contra los propios atenienses! (como mercenario: en la batalla de Coronea, 394 a. C.). 
  • Posiblemente a raíz de esto (¿o quizá ya de antes, por haber participado en la expedición junto a Ciro, considerado como enemigo de Atenas?), Jenofonte fue desterrado y sus bienes confiscados: se retiró a una hacienda de Escilunte (en Olimpia), premio que le concedieron los espartanos por los servicios prestados; allí nacieron sus dos hijos. De la finca habla con detalle en Anábasis V 3, 7. 
  • En esta hacienda Jenofonte se dedicó a la composición de sus obras, desde una perspectiva hostil a la democracia de Atenas y con simpatía abierta por los gobiernos autoritarios (como el de Esparta) – esta actitud política queda muy bien reflejada en una de sus obras menores, la Constitución de Esparta. 
  • Tras la derrota de Esparta ante los eleos en el 371 a. C., Jenofonte abandonó Escilunte, pasó a Lepreo y posteriormente a Corinto. 
  • Hacia el 365 a. C. (¿antes quizá?) Atenas anuló el decreto de destierro: sus hijos (no sabemos si el propio Jenofonte) volvieron al Ática: el mayor murió luchando por Atenas en la batalla de Mantinea (362 a. C.). 
  • Jenofonte debió de morir con unos 70 años, después del 355 a. C., en fecha y lugar inciertos. 

* Al parecer conservamos todas sus obras literarias, aunque la datación de las mismas es muy poco segura. Estas obras se dejan agrupar en obras historiográficas, socráticas y obras menores. De todas ellas, las que interesan a nuestro tema son las obras historiográficas, y en concreto la Anábasis.

La Anábasis relata en siete libros la “Expedición de los diez mil”: esa división en siete libros no debe de proceder del autor sino de época posterior, al igual que los resúmenes que preceden a cada libro.

La Anábasis de Jenofonte es la segunda obra de este título: es anterior el texto del general Soféneto de Estínfalo (otro miembro del contingente, repetidamente aludido por Jenofonte), que cayó en el olvido después de la divulgación de nuestra obra.

El sentido del término anábasis es el de “ascensión”, “subida” (desde la costa hasta el interior de un país).
  • Efectivamente, la obra narra la ascensión de los diez mil desde Sardes hasta el interior de Persia: pero el relato de ese acontecimiento sólo ocupa los seis primeros capítulos de la obra (I 2 – 6). 
  • Sigue a la anábasis propiamente dicha el relato del enfrentamiento entre Ciro el Joven y Artajerjes II en la batalla de Cunaxa: I 7 – 8; dentro de este episodio se menciona por primera vez a “Jenofonte de Atenas” (I 8, 15), en conversación con Ciro. 
  • Pero lo que ocupa la mayor parte de la obra es el relato de la retirada de los mercenarios griegos: una retirada de 4000 Km. en la que atravesaron las tierras de los carducos (hoy, curdos) y Armenia hasta llegar al Mar Negro (a Trapezunte, según se cuenta a finales del libro IV). 
  • Con todo, Jenofonte aún alarga la narración otros tres libros hasta el momento en que sus tropas se reúnen con las del espartano Tibrón (VII 6, 1). 
Es importante llamar la atención sobre el hecho de que Jenofonte no es un historiador imparcial: en este sentido hay diferencias notables entre Jenofonte y Tucídides, según ha destacado a menudo la crítica. Jenofonte maquilla la realidad e intenta constantemente situarse en el primer plano:
  • Por ello mengua el papel del espartano Quirísofo, que era quien estaba realmente al mando del contingente. En una ocasión habla de un enfrentamiento Jenofonte – Quirísofo e indica que es el único que se dio entre los dos: IV 6, 1 – 3; cfr. además los términos de la discusión en IV 6, 14 – 16. 
  • Jenofonte se presenta además a sí mismo como salvador de los griegos; él es quien toma la iniciativa tras la muerte de los generales y se ofrece a conducir a los griegos de vuelta a Grecia en III 1, 15 – 26. Sobre el carácter providencial de su figura, cfr. p. ej. IV 3, 8 – 16. 
  • En la narración es él el que adopta los puntos de vista acertados, y el que, en las deliberaciones, recibe el mayor apoyo de los soldados. Es significativa p. ej. el debate sobre cómo han de continuar a partir de Trapezunte; cfr. cómo manipula Jenofonte la asamblea en V 1, 2 – 14. 
  • Cfr. cómo Jenofonte le quita el protagonismo a Quirísofo en el episodio siguiente: III 4, 38 – 49. 
Otros autores que escribieron sobre la expedición de Ciro el Joven manipularon la historia en sentido inverso. Éste debió de ser el caso de Éforo, discípulo de Isócrates; Éforo debió de ser fuente de Diodoro de Sicilia, y ello explica que Jenofonte esté ausente del relato de la expedición que escribió Diodoro (XIV 19 – 31).

Por otro lado, parece que el propio Jenofonte intentó menguar su personalismo y aparentar objetividad escribiendo su historia en tercera persona: los primeros receptores de la obra tenían que pensar que era alguien independiente quien hablaba de la expedición y escribía los hechos de Jenofonte. Por ello debió de dar a conocer la obra bajo un pseudónimo; éste es el de Temistógenes de Siracusa, a quien se refiere la primera persona que aparece a veces en la obra:
Lo que escribí [yo, Temistógenes] de que el Rey se asustó con este avance era evidente (II 3, 1). 
A este Temistógenes alude Jenofonte en las Helénicas (III 1, 2) y se refiere a él como autor de una Anábasis: PERO lo cita y la cita coincide textualmente con la de su propia Anábasis. Ya Plutarco (De gloria Atheniensium 345 e) consideró que todo esto era un artificio y que Temistógenes era en realidad el nombre bajo el que Jenofonte publicó su obra, al objeto de dar impresión de imparcialidad. Desde Plutarco, la crítica acepta (prácticamente sin excepciones) su intuición.

Con todo, también cabe pensar que la adscripción de la obra a Temistógenes de Siracusa pudo obedecer a lo que podríamos llamar “motivos editoriales”: como Jenofonte estaba desterrado de Atenas, quizá tuvo que publicar su obra bajo pseudónimo, para poder darla a conocer en su ciudad.

Una cuestión emparentada con la del personalismo de Jenofonte es su supuesto carácter tendencioso (todavía más marcado en las Helénicas que en la Anábasis). Éste es otro lugar común de la crítica sobre Jenofonte. Al respecto cfr. este comentario de García Gual (p. 23 en la traducción de Bach Pellicer):
La tendencia apologética es patente, creemos, a lo largo de la narración. Lo que no quiere decir que sea un relato tendencioso. Jenofonte escribe sus recuerdos personales de la expedición, a más de veinte años tal vez, apoyándose quizás en algunos apuntes o un diario de viaje. Pero escribe con un propósito mucho más amplio que el de redactar un escrito exculpatorio o laudatorio. Si la Anábasis tiene algo de “rendición de cuentas”, es también una “rendición de cuentas” consigo mismo, una rememoración orgullosa y sincera de su pasado.

En el caso de la Anábasis nos encontramos con una narración en la que el autor (no el narrador) desempeña un papel importante. Es cierto que nos hallamos ante un cierto tipo de escritura autobiográfica: ahora bien, los rasgos autobiográficos presentes en la obra, ¿bastan para considerarla como una autobiografía de Jenofonte de Atenas?

Dejamos abierta la cuestión hasta llegar al momento de las conclusiones definitivas.


C. JULIO CÉSAR (101 – 44 a. C.) es un caso comparable al de Jenofonte por cuanto él también narró en tercera persona parte de los acontecimientos de los que había sido protagonista. Así actuó en sus Commentarii: siete libros sobre la guerra de las Galias, más dos (o tres) sobre la Guerra Civil.
De hecho, suele indicarse que este procedimiento narrativo (narrar acontecimientos protagonizados por uno mismo en tercera persona) debió de tomarlo César directamente de Jenofonte.

La obra de César contaba con antecedentes en la tradición: los hypomnémata (“memorias”) o los commentarii, distintos de la historia por su carácter puramente denotativo. A propósito de este tipo literario cabe decir que los políticos romanos convirtieron el comentario en un informe objetivo de sus hazañas que se publicaría para su propia justificación y para beneficio de sus descendientes.
  • En el Bellum Gallicum, César relata los acontecimientos de los años 58 a 52 a. C.; la obra culmina con la derrota de Vercingetórix en ese año. El Bellum Gallicum se publicó al año siguiente con una intención evidentemente propagandística: mostrar la dignitas de César y así facilitarle el camino al consulado del año 49 a. C.
  • Los siete libros de la obra, que ya estaba publicada en el 51 a. C., no debieron de ser escritos antes del 52. En esa fecha César debió de proceder a la redacción definitiva a partir de sus notas y de borradores previos. Cada uno de los siete libros trata de las acciones de un solo año. La estructura es, por tanto, muy sencilla, e igualmente es sencillo el estilo con que están escritos los Commentarii. De hecho, la obra produce una impresión general de sencillez, asepsia y objetividad.
  • Aunque, obviamente, César pudo maquillar en algún caso la realidad, o bien debió en otros casos simplemente construirla por falta de informaciones ciertas. Con todo, y aun tratándose de una obra con intención propagandística que narra sucesos tan próximos en el tiempo, la elaboración del Bellum Gallicum no es descarada. Importa destacar que

“los Commentarii [Bellum Gallicum] no son un documento de autoconocimiento y nos dicen poco de la vida personal de César” (Cambridge History of Ancient Literature II,318);

“los atractivos del hombre [de César], incluso su generosidad proverbial, no aparecen” (J. Bayet 178).

Por tanto, en el caso de Bellum Gallicum nos hallamos ante la misma duda que también se nos planteaba a la hora de valorar como autobiografía la Anábasis de Jenofonte.

Los libros de la Guerra Civil tratan los acontecimientos de los años 49 y 48 a. C. Es una obra incompleta (faltan acontecimientos del 48) y más imperfecta que los libros sobre la Guerra de las Galias.

Aunque estos últimos libros debieron de ser escritos en el 47 a. C., pese a la proximidad a los sucesos y la implicación personal de César en los mismos, la objetividad de la obra es apreciable, según se puede constatar por comparación con lo que nos dicen sobre los hechos otros autores (Cicerón, Asinio Polión, Livio).





viernes, 29 de enero de 2010

PSEUDO-JENOFONTE, LA REPÚBLICA DE LOS ATENIENSES


Para José Luis García Ramón, investigador, maestro, amigo


A mediados de diciembre, mientras estaba ingresado en la clínica de mi universidad, empecé a escribir, gratia artis, una traducción de
La República de los Atenienses, el texto con el que José Luis García Ramón nos enseñaba griego en 1983 en la Autónoma de Madrid.

Cuelgo esta versión provisional en el blog con nostalgia y con la esperanza de que pueda ser de utilidad a los estudiantes del presente
o del futuro.



PSEUDO-JENOFONTE
LA REPÚBLICA DE LOS ATENIENSES


I

A propósito del régimen político de los atenienses, el hecho de que escogieran tal tipo de régimen no lo alabo porque, al escogerlo, eligieron que a la chusma le fuera mejor que a la gente de bien. No, no lo alabo por lo dicho. Pero haré ver lo siguiente: que, una vez que esto les pareció así, preservan bien su régimen y adoptan en su propio interés las otras medidas que a los restantes griegos les parecen erradas.

(2) Así pues, diré lo siguiente en primer lugar: que es justo que allí los pobres, igual que el pueblo, tengan más peso que la gente noble y rica. Es que el pueblo es el que pone en movimiento los barcos y el que aporta el poder a la ciudad: los timoneles, los cómitres, los contramaestres, los proeles y los carpinteros, éstos son los que le aportan su poder a la ciudad, mucho más que los hoplitas, los nobles y la gente de bien. Pues bien, dado que la situación es tal, parece justo que todos participen en los cargos públicos, tanto en los designados por el actual sistema de sorteo como en los elegidos por votación a mano alzada, y que al ciudadano que quiera le sea permitido hablar. (3) Más aún: cuantas magistraturas comportan la supervivencia de todo el pueblo si están bien desempeñadas, o bien un peligro si no lo están, en estas magistraturas el pueblo no pide en absoluto participar, no creen que deban tener parte por sorteo ni en los cargos de general ni de comandante de la caballería (es que el pueblo sabe que saca más provecho si no está él al frente de estos cargos y deja que los desempeñen los más poderosos); pero, cuantas magistraturas comportan un sueldo y provecho para la casa, el pueblo busca desempeñar éstas. (4) Además está lo que algunos miran con asombro, que en cualquier ocasión son más generosos con la chusma, los pobres y la plebe que con la gente de bien: con estas mismas medidas garantizan a las claras la supervivencia de la democracia. Es que, si les va bien a los pobres, a la gente común, a los de peor condición, y aumenta el número de los tales, dan gran auge a la democracia. En cambio, como les vaya bien a los ricos y a la gente de bien, la plebe está fortaleciendo el elemento contrario a ella. (5) En cualquier tierra la parte mejor es contraria a la democracia, pues entre los mejores hay un mínimo de indisciplina e injusticia y un máximo de rectitud en lo que al bien se refiere; entre el pueblo son máximas la ignorancia, la indisciplina y la vileza. Es que la pobreza los conduce ante todo a los actos vergonzosos, y la falta de educación e ignorancia a la que se enfrentan algunos hombres por falta de recursos. (6) Habrá quien diga que sería necesario no dejar que todos hablasen y deliberaran en pie de igualdad, sino sólo los varones más diestros y mejores. Pero ellos también en este punto toman las mejores decisiones cuando permiten que también la chusma hable. Es que, si las gentes de bien hablaran y deliberaran entre ellos, a sus semejantes les iría bien pero no a la plebe; ahora, en cambio, al levantarse para hablar el que quiera, un hombre de la chusma, da con lo que es bueno para él y sus semejantes. (7) Habrá quien diga: “Un hombre de esta índole, ¿cómo podría saber lo que es bueno para él o para el pueblo?”. Ellos saben que la ignorancia, la vileza y el favoritismo de éste les beneficia más que la virtud del hombre de bien, su sabiduría y su animosidad. (8) Así pues, una ciudad no puede ser la mejor gracias a estas disposiciones, pero la democracia garantiza así su supervivencia de la mejor forma. Es que el pueblo no quiere vivir como siervo mientras la ciudad disfruta de un buen régimen, sino que quiere ser libre y mandar, y le importa poco la mala marcha de la política. Sucede que, lo que tú consideras que no es un buen régimen, de ello mismo saca su fuerza el pueblo y se torna libre. (9) Y si buscas un buen régimen político, en primer lugar verás a los más diestros dictándoles las leyes; luego la gente de bien castigará a la chusma, deliberarán acerca de la ciudad y no consentirán que hombres alocados deliberen ni hablen ni participen en la asamblea. Sí, gracias a estas buenas medidas el pueblo caería rápidamente en la servidumbre.

(10) Por otra parte, en Atenas hay una indisciplina enorme entre los esclavos y metecos, y allí ni es posible golpearlos ni el esclavo te cederá el paso. Yo explicaré por qué existe esta costumbre local. Si fuera legal que golpease el hombre libre al siervo, al meteco o al liberto, a menudo uno, creyendo que el ateniense era un siervo, le daría un golpe; es que, por su vestido, el pueblo no aventaja allí en nada a los esclavo y metecos, y su aspecto no es en absoluto mejor. (11) Y si alguno se admira también de esto, de que permitan que los esclavos vivan allí a sus anchas, y que algunos se den la gran vida, también esto se vería a las claras que lo hacen con intención. Ocurre que, donde hay un poder marino, por fuerza prestan su servicio los galeotes a cambio de dinero, de manera que su amo recibe las aportaciones de lo que trabajan y los libera. Y, donde hay esclavos ricos, allí ya no trae cuenta que mi siervo te tenga miedo. Pero en Lacedemonia mi siervo te teme. Y, en el caso de que tu siervo me tema, posiblemente pagará de su propio dinero con tal de no correr peligro en su persona. (12) Así pues, por esto les dimos también libertad de palabra a los siervos frente a los libres; y a los metecos frente a los ciudadanos porque la ciudad precisa de ellos tanto por la gran variedad de labores artesanas como por la flota. Por esto, pues, les concedimos también con lógica la libertad de palabra a los metecos.

(13) Allí el pueblo ha hundido a quienes se ejercitan en la educación gimnástica y practican las actividades musicales, pues piensa que esto no es bueno ya que sabe que no es capaz de ejercerlas. Por otra parte, en lo tocante a las coregías, la organización de certámenes gimnásticos y de trierarquías, saben que los ricos son quienes desempeñan la coregía mientras que el pueblo es quien se beneficia de ella, y que los ricos organizan los certámenes gimnásticos y las trierarquías a la vez que es el pueblo quien saca provecho de las trierarquías y los certámenes. Por tanto, el pueblo juzga justo pedir dinero por cantar, correr, bailar y bogar en los barcos, para que él tenga y los ricos, al tiempo, se vuelvan más pobres. Y en los tribunales no les importancia más la justicia que lo que sea conveniente para ellos.

(14) Por lo que se refiere a los aliados sucede lo siguiente: cuando los atenienses efectúan sus viajes delatan, según parece, y vuelven odiosa a la gente de bien, pues saben que, por fuerza, el que gobierna es odiado por el gobernado, y que, si los ricos y poderosos cobran fuerzas en sus ciudades, el mando del pueblo en Atenas durará poquísimo tiempo; así pues, por esto deshonran a la gente de bien, les arrebatan sus riquezas, los expulsan y los matan, mientras que exaltan a la chusma. Los atenienses de calidad prestan socorro a la gente de bien en las ciudades aliadas, pues saben que siempre es bueno para ellos socorrer en las ciudades a los mejores. (15) Alguno podría decir que esto supone fuerza para los atenienses, si los aliados son capaces de aportar riquezas. Pero a la gente del pueblo le parece que es un bien mayor que las riquezas de los aliados las guarde cada ateniense por su cuenta, y que aquéllos tengan lo necesario para vivir y que trabajen sin ser capaces de conspirar.

(16) El pueblo de Atenas también parece que toma una mala decisión en esto, en lo de que obligan a los aliados a navegar hasta Atenas para participar en los juicios. Pero ellos replican cuántos bienes aporta ello al pueblo de los atenienses. Primero, el recibir durante todo el año el sueldo que se saca de las costas. Después, administran las ciudades aliadas sentados en casa, sin sacar a la mar los barcos, y a los del pueblo los protegen mientras que a sus rivales los destruyen en los tribunales. Pero, si cada cual celebrara los juicios en su casa, hundirían a aquéllos de sus ciudadanos que fueran más afectos al pueblo de los atenienses por estar irritados con ellos. (17) Además de esto, el pueblo ateniense saca el siguiente provecho de que los aliados celebren sus juicios en Atenas. Primero, la centésima del Pireo que recibe la ciudad se incrementa; (18) después, si uno tiene una casa de huéspedes, le va mejor; luego, si uno tiene una yunta o un esclavo, le aportan un alquiler; además, los heraldos sacan ventaja de las estancias de los aliados. Junto a esto ocurre que, si los aliados no acudieran a los juicios, sólo honrarían a los atenienses que hicieran la travesía: estrategos, trierarcas y embajadores. Ahora, en cambio, cada uno de los aliados está en la obligación de adular al pueblo de los atenienses, pues sabe que es preciso que, llegado a Atenas, rinda y reciba cuentas no entre ningunas otras personas sino entre el pueblo, según es, en efecto, ley en Atenas; y se ve obligado a suplicar en los tribunales y, cuando entra alguno, a echarle mano. Por esto, pues, los aliados se han convertido más bien en siervos del pueblo de los atenienses.

(19) Además de ello, a causa de las posesiones de ultramar y las magistraturas relativas a esos territorios, han aprendido sin darse cuenta a manejar el remo, tanto ellos como sus acompañantes. Es que es necesario que un hombre que navega a menudo empuñe el remo, lo mismo él que su criado, y que aprenda los términos de la marinería. (20) Y se convierten en buenos timoneles merced a la experiencia de las travesías y la práctica. Los unos hicieron sus prácticas tripulando un barco sencillo, otros una nave de carga y, algunos, pasaron de aquí a bordo de las trirremes. La mayoría son capaces de ponerse manos a la obra nada más embarcar en las naves, pues han adquirido la práctica durante toda su vida.


II

La infantería pesada, lo que parece funcionar con menos propiedad en Atenas, la han configurado de la manera siguiente. Consideran que ellos son inferiores y menos numerosos que los enemigos; pero, por tierra, son también más poderosos que los aliados que aportan el tributo, y piensan que su infantería les basta así, con tal que sean más poderosos que los aliados. (2) Además, por azar, les ha ocurrido algo del siguiente tipo. Quienes están sojuzgados por un poder terrestre pueden formar una agrupación de pequeñas ciudades y luchar juntos; pero, quienes están sojuzgados por mar, cuantos habitan en islas, no pueden agrupar las ciudades reuniéndolas, pues el mar está en medio y, quienes los dominan, controlan el mar; y, si los isleños pueden reunirse sin que se note en una sola isla, se morirán de hambre. (3) De todas las ciudades del continente que controlan los atenienses, a las grandes las sojuzgan por miedo mientras que a las pequeñas lo hacen totalmente por la necesidad, pues no hay ninguna ciudad que no necesite importar o exportar algo; ahora bien, esto no le será posible a no ser que haga caso de quienes mandan en el mar. (4) Aparte, quienes son dueños del mar pueden hacer lo que sólo les es posible a veces a los poderes terrestres, asolar el terreno de quienes los superan, pues se puede costear hasta donde no haya ningún enemigo o pocos y, si es que se acercan, embarcar y partir; y, actuando de esta forma, se encuentran con menos dificultades que el acude a pie en socorro. (5) Más aún, los poderes marítimos pueden zarpar de su propia patria para una travesía tan larga como quieran, mientras que, a quienes ejercen su poder por tierra, no les es posible apartarse de su país para efectuar una campaña que dure muchos días: es que las marchas son lentas y, además, cuando se va a pie no se puede llevar alimento para mucho tiempo. Y el que va a pie debe ir por tierras amigas o luchar y vencer; el que navega, por su parte, puede desembarcar en esta tierra en la que sea más poderoso y, donde no lo sea, no desembarcar y proseguir la navegación hasta que llegue a un territorio amigo o de gentes inferiores a él. (6) Además, los poderes terrestres soportan peor las enfermedades de los cereales que proceden de Zeus; los marítimos, en cambio, mejor, pues toda la tierra no se halla enferma al mismo tiempo, de forma que el grano les llega a los dueños del mar desde el país que esté dando frutos.

(7) Y, si se ha de hacer memoria también de cosas más nimias, fue primariamente por el control del mar como descubrieron los modos de la buena vida, al mezclarse los unos con los otros. Es que, lo que hay de placentero en Sicilia, en Italia, en Chipre, en Egipto, en Lidia, en el Ponto, en el Peloponeso o en cualquier otro lugar, todo esto queda reunido en un solo punto gracias al control del mar. (8) Aparte, como oyen todo tipo de hablas, lo uno lo seleccionaron de una, lo otro de otra. Y así, los griegos emplean fundamentalmente su habla, su modo de vida y su indumentaria propias; pero los atenienses emplean una mezcla a partir de todas las de los griegos y bárbaros.

(9) Por lo que se refiere a sacrificios, templos, celebraciones y santuarios, el pueblo sabe que no es posible que cada uno de los pobres sacrifique, se agasaje, se erija templos y habite una ciudad hermosa y grande, y por ello descubrió el medio de tener estas cosas. Pues bien, la ciudad sacrifica de manera pública víctimas en abundancia, pero el pueblo es el que se agasaja y al que le tocan en suerte las víctimas. (10) Y, en cuanto a gimnasios, baños y vestuarios, algunos de los ricos los tienen de forma privada, pero el pueblo mismo se construye para sí [de forma privada] muchas palestras, vestuarios y lugares de baño; y el pueblo saca más provecho de esto que la elite y los afortunados.

(11) Son los únicos que son capaces de poseer la riqueza de los griegos y los bárbaros. Pues, si una ciudad es rica en madera para la construcción de barcos, ¿dónde la distribuirá, si no convence al dueño del mar? ¿Y qué? Si una ciudad es rica en hierro, cobre o lino, ¿dónde lo distribuirá, si no convence al dueño del mar? Bien, de estos mismos materiales también proceden ciertamente mis barcos, y de uno recibo madera, de otro hierro, de otro cobre, de otro lino, de otro cera. (12) Además de esto, no permitirán que lleven las mercancías a otros que sean rivales nuestros, o lo harán sin transportarlas por mar. Y yo, sin producir nada en mi tierra, tengo todo esto gracias al mar mientras que ninguna otra ciudad posee dos de estos productos, y la misma ciudad no posee madera y lino sino que, donde hay lino en gran cantidad, el país es llano y sin árboles. Tampoco salen el cobre y el hierro de la misma ciudad ni, por lo que se refiere a lo demás, hay dos o tres productos que los posea una sola ciudad sino que lo uno lo tiene y lo otro no.

(13) Y aún se añade a ello que a lo largo de todo el litoral hay o un cabo que destaca o una isla situada enfrente o algún estrecho, de modo que a quienes controlan el mar les es posible fondear allí y acosar a quienes habitan la costa. (14) Pero una sola cosa les falta: es que, si los atenienses fueran señores del mar viviendo en una isla, podrían obrar los males que quisieran sin padecer nada mientras controlaran el mar, ni que su tierra fuera asolada ni que tuvieran que esperar la llegada de los enemigos. Ahora, en cambio, los campesinos y los atenienses ricos tienden a complacer a los enemigos mientras que el pueblo vive despreocupado y sin adularlos porque sabe bien que no incendiarán ni arrasarán nada de lo suyo. (15) Más todavía, si habitaran una isla se verían libres de otro temor, el de que la ciudad no fuera entregada nunca a traición por la minoría ni se abrieran las puertas ni cayeran al asalto los enemigos: pues, ¿cómo sucedería esto, habitando una isla? Tampoco tendrían el temor de que hubiera ninguna rebelión contra el pueblo si habitaran una isla. Pues ahora, si se rebelaran, se rebelarían puesta su confianza en los enemigos, en la idea de atraerlos en su ayuda por tierra. Pero, si habitaran una isla, también carecerían de este temor. (16) Así pues, dado que, por principio, no les tocó la suerte de habitar una isla, ahora hacen lo siguiente: depositan su fortuna en las islas, fiados en el control que ejercen sobre el mar, y ven con indiferencia que sea devastada la tierra del Ática, pues saben que, si sienten lástima de ella, se verán privados de otros bienes mayores.

(17) Además, las ciudades con un régimen oligárquico tienen por fuerza que cumplir las alianzas y juramentos. Y, en el caso de que no se atengan a los acuerdos, o si recibes una injusticia por parte de alguien [...] nombres de la elite que estableció el acuerdo. Pero, cuanto acuerda el pueblo, éste puede, atribuyéndole la responsabilidad a uno solo, el que habla y el que lo somete a votación, negársela a los demás porque “No estaba presente y no me agrada”, en referencia a acuerdos que averiguan que se han establecido en presencia de todo el pueblo y, si esto no le pareciera bien, descubre excusas infinitas para no hacer cuanto no quieren. Y, en el caso de que derive algo malo de las decisiones que tomó el pueblo, éste le echa la culpa a que unos pocos hombres, obrando en su contra, lo echaron a perder; pero, si es algo bueno, se atribuyen la responsabilidad.

(18) Por otra parte, no permiten que se ridiculice al pueblo ni que se hable mal de él por no oír habladurías sobre ellos mismos. Pero, tratándose de particulares, exhortan a ello si alguien quiere hacerlo con alguien, pues saben bien que, en la mayoría de los casos, el ridiculizado no es del pueblo ni del montón sino un rico, un noble o un poderoso, y que se ridiculiza a pocos pobres o demócratas, y tampoco a éstos si no es por su entrometimiento y porque buscan tener algo más que el pueblo, de manera que tampoco se irritan cuando se ridiculiza a tales personas. (19) Así pues, yo afirmo que el pueblo de Atenas sabe qué ciudadanos son gente de bien y cuáles son viles; y, sabiéndolo, estiman a los que les son afectos y de utilidad, aunque sean ruines, mientras que a la gente de bien más bien la odian, pues no piensan que la virtud de éstos se dé naturalmente para su propio bien sino que representa un mal. Y, contrariamente a esto, algunos, siendo en realidad del pueblo, no son demócratas por naturaleza. (20) Yo comprendo el interés del propio pueblo por la democracia, pues todos sienten comprensión por el hacerse bien a uno mismo. Pero, el que sin ser del pueblo eligió vivir en una ciudad con régimen democrático antes que en una oligarquía, se dispuso a obrar injustamente pues se dio cuenta de que, al que es malvado, le resulta más fácil pasar desapercibido en una ciudad con régimen democrático que en una oligarquía.


III

Y, a propósito del régimen político de los atenienses, el sistema no lo alabo. Pero, dado que les pareció bien ser una democracia, me parece que la preservan bien usando este tipo de régimen que he expuesto.

Más aún, también veo que algunos censuran a los atenienses lo siguiente, que allí a veces no le es posible al consejo ni al pueblo resolver el asunto de un hombre que se quede esperando durante un año. Y esto ocurre en Atenas no por otro motivo sino porque, a causa de la cantidad de las causas, no son capaces de despachar a todos con sus asuntos resueltos. (2) Pues también, ¿cómo podrían si, primero, deben celebrar tantas fiestas como ninguna de las ciudades griegas (durante éstas es escasamente posible resolver algunos asuntos públicos), después han de juzgar causas privadas, causas públicas y rendiciones de cuentas en un número tal como no las juzgan todos los hombres juntos, y el consejo debe celebrar muchas deliberaciones bien acerca de la guerra, bien acerca del ingreso de riquezas y el establecimiento de leyes, y muchas acerca de los acontecimientos que se dan siempre en una ciudad, muchas que afectan a los aliados, y recibir el tributo y ocuparse de los muelles y los templos? ¿Es algo sorprendente si, al haber tantas causas, no son capaces de resolver los asuntos de todos las personas? Algunos dicen: (3) “Si uno se presenta ante el consejo o el pueblo con dinero, se resolverá su caso”. Yo estaría de acuerdo con éstos en que muchos asuntos se resuelven en Atenas pagando, y en que todavía se resolverían en mayor número si aún más gente diera dinero. Pero sé bien esto otro, que la ciudad no es capaz de resolverles sus asuntos a la totalidad de los que presentan peticiones, ni aunque les dieran la cantidad que fuese de oro y plata. (4) Y también es preciso someter a juicio casos como los siguientes, si uno no repara una nave o construye en terreno público, y dictar sentencia todos los años en lo que se refiere a los coregos que han de costear las Dionisias, las Targelias, las Panateneas, las Prometeas y las Hefestias; y cada año se nombra a cuatrocientos trierarcas, y hay que dictar sentencia todos los años en relación con los que quieren de éstos; además es preciso someter a prueba el desempeño de las magistraturas y dictar sentencia sobre ellas, y someter a prueba a los huérfanos y designar a los guardias de los presos. (5) Así pues, lo anterior hay que hacerlo todos los años. Y, de tiempo en tiempo, se deben juzgar las deserciones y cualquier otro delito que se presente de manera imprevista, sea que se comete un abuso que se sale de lo habitual, sea que se incurre en impiedades. Aún me dejo muchas cosas, pero lo más importante queda dicho, menos lo de la fijación del tributo; esto ocurre, de manera usual, cada cinco años. Venga, a ver, ¿no hay que creer que es necesario dictar sentencia sobre todas estas cosas? (6) Pues que diga alguno qué no sería necesario que se juzgara allí. Pero, por otra parte, si es preciso reconocer que se han de ser juzgar todos los casos, es imprescindible que se haga a lo largo del año, pues ni ahora, celebrando juicios durante todo el año, tienen la capacidad de acabar con los delincuentes por la cantidad de las personas. (7) Venga, pero habrá quien diga que es necesario juzgar, pero que juzguen menos. Ciertamente, a no ser que se hagan pocos tribunales, por necesidad habrá pocos en cada tribunal, de forma que, ante pocos jueces, será más fácil llegar a un acuerdo con ellos y sobornarlos para que juzguen de forma mucho menos justa. (8) Además de esto se ha de saber que los atenienses también tienen necesidad de celebrar fiestas durante las cuales no se puede juzgar. ¡Y celebran el doble de fiestas que los demás! Pero yo las estimo iguales a las de la ciudad que las celebrara en el menor número.

En efecto, al ser tal la situación, afirmo que no es posible que las cosas marchen en Atenas de forma distinta a como ahora van, a no ser que, poco a poco, quepa eliminar alguna disposición e introducir otra. Pero no es posible cambiar mucho sin eliminar algo de la democracia. (9) Es que se pueden adoptar muchas medidas a fin de que el régimen político marche mejor; pero no es fácil hacerlo de forma tal que la ciudad siga siendo una democracia y, a la par, se dé con lo que baste para que se gobiernen mejor, a no ser, como decía hace un momento, introduciendo alguna disposición y eliminando otra.

(10) Y me parece que tampoco es correcta esta otra decisión de los atenienses, lo de preferir a la gente más ruin en las ciudades que se levantan. Aunque ellos hacen esto a sabiendas. Es que, si prefirieran a la gente de más calidad, preferirían a los que no piensan lo mismo que ellos, pues en ninguna ciudad tiene el favor del pueblo la clase mejor sino que en cada ciudad lo tiene la peor, pues cada grupo siente afecto por sus semejantes. Así pues, por esto prefieren los atenienses lo que se corresponde con ellos. (11) Y cuantas veces intentaron elegir a la gente mejor, no les resultó provechoso [...] sino que el pueblo beocio cayó en la esclavitud en poco tiempo; y esto mismo pasó cuando eligieron a los mejores entre los milesios, en poco tiempo se apartaron del pueblo y lo sojuzgaron; y lo mismo cuando prefirieron a los lacedemonios en lugar de a los mesenios, al poco tiempo los lacedemonios habían sometido a los mesenios y hacían la guerra con los atenienses.

(12) Se podría argüir que nadie ha sido privado de sus derechos como ciudadano de manera injusta en Atenas. Pero yo afirmo que hay quienes han sido privados de sus derechos cívicos de manera injusta, si bien son pocos. (13) Ahora bien, no basta con unos pocos para atacar a la democracia de Atenas, dado que se da la situación de que la gente no piensa en absoluto en los que han sido privados de sus derechos justamente sino en los que lo han sido de manera injusta. ¿Cómo, pues, creería uno que se ha privado injustamente de sus derechos a la mayoría en Atenas, donde el pueblo es el que desempeña las magistraturas? Porque no se gobierna según justicia ni se dice ni hace lo justo es por lo que hay gente privada de sus derechos en Atenas. Es necesario reflexionar sobre ello y no pensar que representen algún riesgo los privados de sus derechos en Atenas.




jueves, 19 de febrero de 2009

LA HISTORIOGRAFÍA EN EL S. IV A. C.


1. PANORÁMICA GENERAL
2. JENOFONTE. OBRA SOCRÁTICA Y OBRAS MENORES
3. LA OBRA HISTORIOGRÁFICA DE JENOFONTE
4. LOS RESTANTES HISTORIADORES DEL S. IV A. C.


Las entradas sobre la historiografía de época preclásica y clásica concluyen con una entrada sobre los historiadores del S. IV a. C.


1. PANORÁMICA GENERAL

Desde un punto de vista general empezamos comentando que la historiografía posterior a Tucídides no es continuadora
  • ni de su hondura de pensamiento
  • ni de su complejo estilo.
Los historiadores que vienen tras él pueden intentar convertirse en continuadores de la Historia de la guerra del Peloponeso, pero sólo lo logran desde un punto de vista formal.
Por otro lado, ha de observarse, también de manera general, que la historiografía del S. IV, excepción hecha de Jenofonte, se conserva sólo en forma de fragmentos.


2. JENOFONTE. OBRA SOCRÁTICA Y OBRAS MENORES

Empezaremos recordando algunos datos de la biografía de Jenofonte que conviene retener:

Nació en torno al 430 a. C. en Atenas. Allí debió de ser educado por el sofista Pródico; parece que después fue discípulo de Sócrates: sobre su relación con éste, mira Anábasis III 1, 5 ss.
Tuvo algún tipo de intervención relevante durante el mandato de los Treinta Tiranos (políticamente él era de tendencias oligárquicas).
  • En el 401 a. C. participó en la llamada “expedición de los diez mil”: 13000 mercenarios auxiliaron a Ciro el Joven, en lucha con su hermano Artajerjes II por el trono de Persia.
(A tenor del texto de la Anábasis [I 1, 11; I 3, 1; I 4, 11], los expedicionarios no debían de conocer al principio las verdaderas intenciones del pretendiente).
  • Ciro murió en combate (en la batalla de Cunaxa, que sus tropas ganaron en vano).
  • Al ser asesinados a traición los cinco jefes de la expedición que capitaneaba el espartano Clearco, Jenofonte se convirtió en uno de los líderes que condujeron a los mercenarios de vuelta a Bizancio.
  • El viaje duró cinco meses y los supervivientes fueron 7000: ésta es la expedición que relató Jenofonte en la Anábasis.
En el 396 a. C. Jenofonte conoció en Asia Menor a Agesilao, rey de Esparta, con quien trabó amistad (puso por escrito su vida en el Agesilao).
Jenofonte acompañó a Agesilao en su lucha contra los sátrapas persas y ¡contra los propios atenienses! (en la batalla de Coronea, 394 a. C., como mercenario).
Posiblemente a raíz de esto (¿o quizá ya de antes, por haber participado en la expedición junto a Ciro, considerado como enemigo de Atenas?), Jenofonte fue desterrado y sus bienes confiscados.
Se retiró a una hacienda de Escilunte (en Olimpia), premio que le concedieron los espartanos por los servicios prestados; allí nacieron sus dos hijos. De la finca habla con detalle en Anábasis V 3, 7.
En esta hacienda Jenofonte se dedicó a la composición de sus obras, desde una perspectiva hostil a la democracia de Atenas y con simpatía abierta por los gobiernos autoritarios (como el de Esparta).
Esta actitud política queda muy bien reflejada en una de sus obras menores, la Constitución de Esparta.

Tras la derrota de Esparta ante Tebas en el 371 a. C. (en la batalla de Leuctra) Jenofonte abandonó Escilunte, pasó a Lepreo y posteriormente a Corinto.
En torno al 365 a. C. (¿antes quizá?) Atenas anuló el decreto de destierro: sus hijos (no sabemos si el propio Jenofonte) volvieron al Ática: el mayor de los hijos murió luchando por Atenas en la batalla de Mantinea (362 a. C.).
Jenofonte debió de morir con unos 70 años, después del 355 a. C., en fecha y lugar inciertos.

Al parecer conservamos todas sus obras literarias, aunque la datación de las mismas es muy poco segura. Estas obras se dejan agrupar en obras historiográficas, socráticas y obras menores.

Obras socráticas:
Muchos datos de Jenofonte sobre Sócrates deben de proceder no de su experiencia directa sino de Antístenes (en general, Jenofonte parece apoyarse en la literatura socrática preexistente, y por ello no podemos aceptar sin más su retrato de Sócrates como histórico).

Memorables (Recuerdos de Sócrates):
  • Son el primer representante de un género importante en la filosofía griega, los apomnemoneúmata.
  • Estas obras están siempre compuestas con una intención historiográfica y fueron una forma empleada en época postclásica en obras estoicas.
  • En el caso de este texto, se recogen discusiones entre Sócrates y jóvenes atenienses.
Apología: coincide con la obra homónima de Platón.
Banquete: ídem.
Económico: diálogo sobre administración doméstica entre Sócrates e Iscómaco. Es quizá la mejor introducción al pensamiento de Jenofonte.

Obras menores:
Cabe recordar al menos un par de nombres:
Constitución de Esparta: es, ante todo, una descripción del sistema de educación espartano.
La Constitución de los Atenienses, también atribuida a él en la Antigüedad, es una obra espuria, contraria a la democracia y partidaria de las oligarquías.
Rentas (¿la última obra que escribió?): trata de las reformas fiscales que, en su opinión, deberían abordarse en Atenas para salir de la situación de crisis en que se había caído tras el fin de la segunda liga naval, 355 a. C.

Puede notarse, a pesar de la variedad de esta obra, la falta en ella de una Metafísica: Jenofonte se interesa más bien por la Ética, por una ética basada en la moderación.


3. LA OBRA HISTORIOGRÁFICA DE JENOFONTE

ANÁBASIS:
La Anábasis relata en siete libros la “Expedición de los diez mil”: esa división en siete libros no debe de proceder del autor sino de época posterior, al igual que los resúmenes que preceden a cada libro.
La Anábasis de Jenofonte es la segunda obra de este título: es anterior el texto del general Soféneto de Estínfalo (otro miembro del contingente, repetidamente aludido por Jenofonte), que cayó en el olvido después de la divulgación de nuestra obra.
El sentido del término anábasis es el de “ascensión”, “subida” (desde la costa hasta el interior de un país).
Efectivamente, la obra narra la ascensión de los diez mil desde Sardes hasta el interior de Persia: pero el relato de ese acontecimiento sólo ocupa los seis primeros capítulos de la obra (I 2 – 6).
Sigue a la anábasis propiamente dicha el relato del enfrentamiento entre Ciro el Joven y Artajerjes II en la batalla de Cunaxa: I 7 – 8; dentro de este episodio se menciona por primera vez a “Jenofonte de Atenas” (I 8, 15), en conversación con Ciro.

Pero lo que ocupa la mayor parte de la obra es el relato de la retirada de los mercenarios griegos: una retirada de 4000 Km. en la que atravesaron las tierras de los carducos [hoy, curdos] y Armenia hasta llegar al Mar Negro (a Trapezunte, según se cuenta a finales del libro IV).
Con todo, Jenofonte aún alarga la narración otros tres libros hasta el momento en que sus tropas se reúnen con las del espartano Tibrón (VII 6, 1).
Es importante llamar la atención sobre el hecho de que Jenofonte no es un historiador imparcial.
En este sentido hay diferencias notables entre Jenofonte y Tucídides, según ha destacado a menudo la crítica. Jenofonte maquilla la realidad e intenta constantemente situarse en el primer plano:
  • Por ello mengua el papel del espartano Quirísofo, que era quien estaba realmente al mando del contingente. En una ocasión habla de un enfrentamiento Jenofonte – Quirísofo e indica que es el único que se dio entre los dos (IV 6, 1 – 3); mira además los términos de la discusión en IV 6, 14 – 16.
  • Jenofonte se presenta además a sí mismo como salvador de los griegos; él es quien toma la iniciativa tras la muerte de los generales y se ofrece a conducir a los griegos de vuelta a Grecia (cfr. III 1, 15 – 26). Sobre el carácter providencial de su figura, mira p. ej. IV 3, 8 – 16.
  • En la narración es él el que adopta los puntos de vista acertados, y el que, en las deliberaciones, recibe el mayor apoyo de los soldados. Es significativo p. ej. el debate sobre cómo han de continuar a partir de Trapezunte; mira cómo manipula Jenofonte la asamblea en V 1, 14.
Otros autores que escribieron sobre la expedición de Ciro el Joven manipularon la historia en sentido inverso.
Éste debió de ser el caso de Éforo, discípulo de Isócrates; Éforo debió de ser fuente de Diodoro de Sicilia, y ello explica que Jenofonte esté ausente del relato de la expedición que escribió Diodoro (XIV 19 – 31).

Por otro lado, parece que el propio Jenofonte intentó menguar su personalismo y aparentar objetividad escribiendo su historia en tercera persona: los primeros receptores de la obra tenían que pensar que era alguien independiente quien hablaba de la expedición y escribía los hechos de Jenofonte.
Por ello debió de dar a conocer la obra bajo un pseudónimo; éste es el de Temistógenes de Siracusa, a quien se refiere la primera persona que aparece a veces en la obra:
Lo que escribí [yo, Temistógenes] de que el Rey se asustó con este avance era evidente (II 3, 1).
A este Temistógenes alude Jenofonte en las Helénicas (III 1, 2) y se refiere a él como autor de una Anábasis: pero lo cita y la cita coincide textualmente con la de su propia Anábasis.
Ya Plutarco (De gloria Atheniensium 345 e) consideró que todo esto era un artificio y que Temistógenes era en realidad el nombre bajo el que Jenofonte publicó su obra, al objeto de dar impresión de imparcialidad. Desde Plutarco, la crítica acepta (prácticamente sin excepciones) su intuición.
Con todo, también cabe pensar que la adscripción de la obra a Temistógenes de Siracusa pudo obedecer a lo que podríamos llamar “motivos editoriales”: como Jenofonte estaba desterrado de Atenas, quizá tuvo que dar a conocer su obra bajo pseudónimo, para poder darla a conocer en su ciudad.
Una cuestión emparentada con la del personalismo de Jenofonte es su supuesto carácter tendencioso (todavía más marcado en las Helénicas que en la Anábasis).
Éste es otro lugar común de la crítica sobre Jenofonte. Al respecto mira este comentario de García Gual (p. 23 en la traducción de Bach Pellicer):
La tendencia apologética es patente, creemos, a lo largo de la narración. Lo que no quiere decir que sea un relato tendencioso. Jenofonte escribe sus recuerdos personales de la expedición, a más de veinte años tal vez, apoyándose quizás en algunos apuntes o un diario de viaje. Pero escribe con un propósito mucho más amplio que el de redactar un escrito exculpatorio o laudatorio. Si la Anábasis tiene algo de “rendición de cuentas”, es también una “rendición de cuentas” consigo mismo, una rememoración orgullosa y sincera de su pasado.

HELÉNICAS:
En siete libros, son continuación de la Historia de Tucídides, muy inferior en valor histórico: sucede que Jenofonte se deja llevar, al escribir la obra, por su interés en defender determinadas actitudes político-morales (Jenofonte es claramente parcial, partidario de Esparta y contrario a Tebas).
La obra abarca desde la batalla de Cícico (411 a. C.) hasta la de Mantinea (362 a. C.): es nuestra fuente principal para el conocimiento de ese período histórico.
Jenofonte debió de escribir la obra en dos fases, pues a partir de II 3, 10 se aprecian variaciones importantes de tipo distinto (estilométricas, cambio de convenciones cronológicas, cambio de punto de vista [de Atenas a Esparta], variaciones en el foco de interés de la obra [con una mayor atención a la valoración moral de los individuos]).

CIROPEDIA (la “educación de Ciro”, i.e., Ciro el Grande, S. VI a. C.): viene a ser una especie de novela histórica con intención moralizadora (cómo ha de educarse el rey ideal); mezcla, por tanto, historiografía, novela, y el tipo de filosofía que era capaz de escribir el autor.

AGESILAO: biografía de Agesilao de Esparta (444/3 – 360 a. C.), es una de las primeras biografías de la Literatura Griega.


4. LOS RESTANTES HISTORIADORES DEL S. IV A. C.

De los otros historiadores del S. IV hemos de mencionar de pasada los nombres de
  • Ctesias (quien, en torno al 390, intentó rivalizar con Heródoto con sus Pérsicas)
  • o de Filisto de Siracusa (autor de una Historia de Sicilia).
En cambio conviene centrarse en el tipo de historia, más ambiciosa y retóricamente elaborada, que escribieron dos discípulos de Isócrates
  • Éforo
  • Teopompo
El primero, oriundo de Cime, escribió una Historia universal que llegaba hasta el 340 a. C.
Teopompo (en torno a 378 – después de 322), por su parte, fue autor de unas Helénicas que abarcaban desde el 411 (fecha en que se interrumpe la Historia de Tucídides) hasta el 394, así como de una Historia de Filipo.
Un caso especial lo constituyen las llamadas Helénicas de Oxirrinco, de autor anónimo, recuperadas a través de hallazgos papiráceos; lo que conservamos de esta obra, otra continuación de Tucídides, trata de los años 409 a 406 y del 397 al 395.

José B. Torres Guerra


ALGUNAS REFERENCIAS:

* Sobre Historiografía en el S. IV a.C.:
BLOCH, H., “Historical Literature of the Fourth Century”, HSCPh Supl. I (1940), pp. 302-376.
* Sobre Jenofonte:
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BACH PELLICER, R. (trad.), Jenofonte. Anábasis, Madrid, 1982.
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GRAY, V.J., The Character of Xenophon's Hellenica, Baltimore, 1989.
GRAY, V.J., “Xenophon's Defence of Socrates: The Rhetorical Background of the Socratic Problem”, CQ 39 (1989), pp. 136-140.
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HIGGINS, W.E., Xenophon the Athenian, Nueva York, 1977.
KRAFFT, P., “Vier Beispiele des Xenophontischen in Xenophons Hellenika”, RhM 110 (1967), pp. 103-105.
LIPKA, M. (ed.), Xenophon's Spartan Constitution: Introduction, Text, Commentary, Berlín-Nueva York, 2002.
LUCCIONI, J., Xenophon et le socratism, París, 1952.
NESTLE, W., Xenophon und die Sophistik, Stuttgart, 1948.
ROOD, T., The Sea! The Sea!: The Shout of the Ten Thousand in the Modern Imagination, Londres-Nueva York, 2005.
* Sobre otros historiadores del S. IV:
ALCALDE, C., y MORFAKIDIS, M., El historiador Éforo, Granada, 1980.
BARBER, G.L., The Historian Ephorus, Cambridge, 1935.
BRUCE, I.A.F., A Historical Commentary on the Hellenica Oxyrhynchia, Londres, 1967.
CONNOR, W.R., Theopompus and Fifth-Century Athens, Washington, 1968.
GARCÍA, J.M., y CAMPOS, J., “Éforo y el ethos espartano”, EFG 2 (1986), pp. 193-207.
JACOBY, F., “The Authorship of the Hellenica of Oxyrhinchus”, CQ 20 (1970), pp. 1-8.
LÉRIDA LAFARGA, R., Comentario histórico de las Helénicas de Oxirrinco, 2007: http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/25/88/_ebook.pdf