Mostrando entradas con la etiqueta Paléfato. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Paléfato. Mostrar todas las entradas

lunes, 4 de abril de 2016

NARRACIONES BREVES EN GRECIA Y ROMA


Hace unos años publiqué un artículo sobre el microcuento y las narraciones breves de la Antigüedad. Es uno de los textos que visita más gente en mi página de academia.edu.

Aunque hay un problema. En ese artículo los textos griegos y latinos aparecieron sin traducción al castellano por motivos editoriales. Por ello pienso que es interesante verter ahora en el blog los contenidos del artículo y presentar los textos antiguos en traducción castellana.

Ojalá esta entrada siga siendo tan útil como el artículo académico alojado en academia.eduSTPV: sit tibi pagina utilis.


A lo largo del siglo XX alcanzó gran desarrollo una forma mínima de narración a la que habitualmente se conoce como microcuento o microrrelato. “El dinosaurio” de Augusto Monterroso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”) es un ejemplo clásico de este tipo narrativo. No ensayaré una nueva definición del microrrelato. Me limito a proponer tres parámetros para acotar el género:
  • el microrrelato se caracteriza por su brevedad intencionada y su concisión;
  • el microrrelato presenta una expresión esencial y concisa que lo aproxima a la poesía;
  • el microrrelato posee además un carácter sorpresivo logrado generalmente a través de la elipsis.
Desde el punto de vista cronológico se suele entender que el microrrelato nace en el S. XIX y alcanza un alto grado de desarrollo en el XX, sobre todo en su segunda mitad. Por ello llama la atención que alguna antología de microrrelatos incluya ejemplos tomados de las literaturas de la Antigüedad como la historia del hombre-lobo integrada en el Satiricón de Petronio (62).

Lo cierto es que, si se confronta un relato como éste con los parámetros antes propuestos, salta a la vista que entre la narración de Petronio y el microrrelato actual existen diferencias significativas:
  • Es cierto que el texto de Petronio presenta la marca de brevedad. 
  • Ahora bien, no se ha de pasar por alto el hecho de que lo que cuenta el autor romano forma parte de una unidad textual mayor, a diferencia de lo que acontece en el caso del microrrelato.
De otra parte el rasgo referido a la “expresión esencial” no parece de aplicación al caso de Petronio; de la lectura de su texto no se deduce que éste se halle “próximo a la poesía” ni que presente rasgos de polisemia según es el caso en los géneros poéticos o los microrrelatos de la actualidad:
Por casualidad mi amo había salido para Capua para despachar unos antiguos negocios. Hallada la ocasión persuado a nuestro huésped de que venga conmigo hasta el quinto miliario. Era un soldado fuerte como Orco. Nos pusimos en marcha a eso de la hora del gallo: la luna lucía como a mediodía. Llegamos entre los monumentos funerarios: mi hombre empezó a hacer sus cosas junto a unas lápidas y yo me aparto canturreando y cuento las lápidas (Petron. 62,1-4).
No obstante es verdad que esta historia que comentamos sí posee un carácter sorpresivo; pretende impresionar a sus receptores (narratarios) primarios, los convidados de Trimalción, y que este objetivo se cumple lo indica el propio texto: Atónitos todos y admirados... (63,1). Pero lo sorprendente de la historia no deriva de la elipsis o de cómo se administre la información que el receptor recibe. Lo sorprendente surge de la propia materia del relato que en realidad es un cuento (fabula se dice en 61,5) de miedo, como también lo será seguidamente (63) la historia de brujas que refiere el propio Trimalción.

Los teóricos de la literatura entienden que se han de deslindar las categorías del cuento y del microrrelato aun reconociendo la estrecha relación que existe entre las dos. Por otro lado, si el microrrelato es realmente una creación de la época contemporánea, quizá no sea muy viable descubrir verdaderos ejemplos de este género en las literaturas de Grecia o Roma.
Cuestión distinta es que en las literaturas clásicas hayan existido también otras formas de narración breve. Al leer el texto de Petronio ya nos encontramos con un primer ejemplo, el cuento. Pero del cuento antiguo se sabe muy poco y prácticamente lo ignoramos todo acerca de sus características distintivas dado que no se ha conservado ninguna colección de cuentos de la época.
Por ello es pertinente fijar la atención en otras formas antiguas de narración breve como la fábula, género al que se suele referir la bibliografía sobre el microrrelato para considerarlo afín a éste. Microrrelato y fábula comparten al menos el carácter diegético así como la brevedad, dos rasgos presentes también en la anécdota histórica, a cuya relación con la fábula se refieren los estudios.
Pero el esquivo cuento antiguo, la fábula o la anécdota histórica no son los únicos textos con cabida en un elenco de narraciones breves grecolatinas.
Propongo como otro ejemplo posible del mismo tipo de narraciones las colecciones de “historias increíbles” que se nos han transmitido desde la Antigüedad griega bajo los nombres de Paléfato, Heráclito y el Anónimo Vaticano. Presentaré con brevedad estas tres colecciones. Tras delinear la tipología de estos relatos efectuaré una comparación entre estos modelos de narración breve y los microrrelatos de la actualidad.



De los tres autores citados el más conocido es Paléfato, quien debió de vivir en la segunda mitad del S. IV a. C. y quizá fue discípulo de Aristóteles. Bajo su nombre se conserva una colección de cincuenta y dos Historias Increíbles: este es el título que figura al frente de los códices de la obra. El texto de Paléfato es el más antiguo y también el más extenso de los tres que se van a considerar en esta entrada.

Heráclito, cuya propia colección de Historias Increíbles se ha transmitido en un único códice (Vaticanus Graecus 305), debió de vivir en torno al año 100 d. C.; en su opúsculo figuran tan sólo treinta y nueve relatos.

Por otro lado, el texto del Anónimo Vaticano (post S. V d. C.), transmitido también en el mismo manuscrito, reduce este número a veintitrés.

Las tres colecciones comparten título y tema pues las tres pretenden releer los mitos tradicionales y reinterpretarlos a la luz de las corrientes de interpretación mítica de la Antigüedad:
  • De esta forma Paléfato se adscribe de forma clara a la crítica histórico-racionalista.
  • Por su parte Heráclito combina ésta con el alegorismo.
  • En el caso del Anónimo la preeminencia de las interpretaciones alegóricas es evidente.
Crítica histórico-racionalista y alegorismo, Paléfato, Heráclito y el Anónimo comparten el empeño por justificar el mito antiguo y hacer ver que lo que se relata en él no es absurdo aun cuando nos lo pueda parecer en una primera lectura.
En su superficie el mito puede presentar elementos ilógicos. Sin embargo, bajo esa superficie laten contenidos irreprochables que los tres autores que estamos considerando pretenden desentrañar. El punto clave que marca las diferencias entre unos y otros es el que se refiere a qué método seguirán para corregir la literalidad del mito.
Como se ha dicho, Paléfato practica una crítica histórico-racionalista según indica él mismo en el prólogo programático que antecede a la obra. Así lo ejemplifica esta leyenda (Paléfato 7: "Las yeguas de Diomedes"):
Acerca de las yeguas de Diomedes dicen que comían carne de hombres, cosa risible, pues este animal disfruta más con el pasto o la cebada que con la carne humana. La verdad es ésta.
Los hombres de antaño vivían de su propio trabajo y así obtenían el alimento y los bienes, gracias al trabajo de la tierra. Pero a uno se le ocurrió criar caballos y se complacía hasta tal punto en ellos que perdió sus bienes, pues lo vendió todo y lo gastó en criarlos. Así pues, sus amigos llamaron a estos caballos “antropófagos”.
Sucedido lo cual, se extendió el mito.
Paléfato empieza por hacer ver que los equinos no se alimentan de carne sino de pasto; a continuación explica que esos animales devoraban efectivamente a hombres pero no en el sentido literal del que habla la tradición sino en un sentido figurado:
  • la pasión de Diomedes por la cría de caballos lo llevó a despilfarrar sus medios de vida;
  • de ahí que a sus caballos se los llamara “antropófagos” (habían acabado con él), expresión que se reinterpretó en el sentido de que comían carne humana.
En este caso Paléfato apela al error de comprensión lingüística para ilustrar cómo del relato de un suceso natural surge la narración inaceptable del mito. En otros lugares del opúsculo se recurre en cambio a otros procedimientos interpretativos, como el error de percepción o el error en la narración de un hecho.

Es importante hacer notar una peculiaridad de la forma en que Paléfato aplica su método: no habla nunca de mitos protagonizados por dioses; esto es, con esta prevención evita que su método le lleve a declarar que los dioses de la tradición no son sino individuos históricos tal y como hizo poco tiempo después (a caballo entre los SS. IV y III a. C.) Evémero de Mesene.
Ciertamente los dioses sí son protagonistas de los últimos relatos del corpus (los números 46-52); pero razones estilísticas y de estructura indican de manera cierta que esos últimos relatos poseen un carácter distinto del resto de la colección y que son un añadido posterior.
En el caso de Heráclito el Paradoxógrafo se combinan dos procedimientos diversos a la hora de justificar los mitos de la tradición. De una parte Heráclito efectúa una crítica racionalista en casos como éste (Heráclito 12, "Atalanta, hija de Esqueneo, e Hipómenes"):
Dicen que éstos se transformaron en leones en el monte, pero lo que se supone que les sucedió fue algo como lo siguiente.
A la hora del mediodía entraron en una cueva, pues querían acostarse juntos. Pero dio la casualidad de que en la cueva había unos leones que los devoraron. Después, al salir los animales, sin que ellos volviesen a aparecer, los que habían permanecido de guardia supusieron que se habían transformado.
Ahora bien, Heráclito recurre también a interpretraciones alegóricas en otras secciones de su obra. Compartiendo un punto de vista atestiguado desde Teágenes de Regio (S. VI a. C.) supone que el mito no ha de ser entendido en su sentido literal.

El mito es en realidad “otra forma de hablar” (una all-egoría), un lenguaje alternativo que debe ser traducido a nuestro modo común de expresión para que pierda su apariencia ilógica. Por ejemplo, el autor actúa así en el número 11 de la colección ("Cíclope"), donde se lee:
Se podría suponer que éste, como vivía en soledad, no entendía de leyes y tenía puesta su confianza en la violencia; su único sentido era el de la vista, mientras que con el raciocinio no preveía nada. A éste le causó gran daño el sabio Odiseo.
Este capítulo, por cierto, es un buen ejemplo del modo de alegorismo moral de Heráclito:
La insociabilidad del Cíclope le hacía vivir sin leyes y, por tanto, sin otra norma que la de su violencia. La referencia al hecho de que tuviera un solo ojo alude a una característica del carácter del personaje: sólo estaba dotado de percepción sensible, no de la intelectual, y esto mismo es lo que le perdió al enfrentarse con él el sabio Odiseo.
Por lo que atañe al llamado Anónimo Vaticano ya se ha comentado su preferencia por el alegorismo. Una presentación de este opúsculo debe indicar igualmente dos peculiaridades de la obra.

Primeramente se ha de recordar que esta colección es un recopilatorio de pasajes extraídos de obras previas, motivo por el cual la crítica también conoce este corpus como Excerpta Vaticana. Aunque Paléfato y Heráclito también han recurrido a sus propias fuentes, la diferencia respecto al Anónimo estriba en que esos autores nunca los citan con la profusión con que lo hace el autor vaticano, quien copia más que reelabora y añade poco o nada de su propia invención.

Para esta entrada posee relevancia comentar que no todo lo que recoge la colección del Anónimo tiene carácter narrativo, según se aprecia ya al iniciar la lectura y descubrir que el primer puesto de estas Historias increíbles lo ocupa un texto de ocho líneas dedicado a discutir quiénes son los hombres más antiguos, si los egipcios o los frigios.
En cambio sí tienen relevancia los dos capítulos finales del escrito (22 y 23), pasajes narrativos carentes de contenido mítico que pueden ser catalogados como anécdotas históricas y que, por tanto, continúan siendo modelos de narración breve.
Seguidamente se analizarán las características narrativas de los textos de Paléfato, Heráclito y el Anónimo Vaticano.

En la sección anterior se ha dicho lo esencial acerca de los temas que se tratan en los tres corpora: están extraídos del mito tradicional aunque sus protagonistas no son dioses por los motivos que se expusieron al presentar a Paléfato. Las únicas salvedades a esta norma se encuentran
  • en el corpus de Paléfato donde los protagonistas de los capítulos 46-52 son dioses (cfr. supra);
  • en la colección del Anónimo Vaticano, donde el tema de los capítulos 22 y 23 no está sacado del mito sino de la historia.
El análisis se centra ahora en tres aspectos que se muestran como especialmente significativos de cara a evaluar las características narrativas de estos textos:
  1. la extensión de los relatos;
  2. la estructura de los mismos;
  3. el narrador y los narratarios.
1) Dado que las tres colecciones de Paléfato, Heráclito y el Anónimo son analizadas en tanto que modelos de narración breve, cabe entender que el dato de su extensión reviste importancia. Todos estos relatos son breves pero no en la misma medida; en el corpus de Paléfato es donde se aprecian las mayores fluctuaciones.
• La historia de las yeguas de Diomedes (7), citada antes, ocupa once líneas en la edición de Festa; otras narraciones de la misma obra se extienden hasta las cincuenta o setenta líneas mientras que algunas no pasan de seis o cuatro.
• En cambio, los mitos agrupados bajo el nombre de Heráclito tienen en general una extensión más reducida, que oscila entre tres y once líneas.
• El Anónimo Vaticano incluye varios capítulos narrativos de cuatro líneas; el texto más extenso de esta colección (el número 17) llega a las veintinueve.
Se ha discutido si estas diferencias de extensión guardan relación con el hecho de que algunos de los relatos más breves de los tres corpora puedan ser sinopsis de versiones previas más detalladas.
• Por ejemplo, las historias más sucintas que se recogen bajo el nombre de Paléfato podrían ser el resultado de la acción de un refundidor que habría abreviado los relatos más prolijos que aparecían en la obra original.
• Igualmente se ha dicho que las narraciones de la colección de Heráclito son en realidad sinopsis de mitos racionalizados.
Para aclarar este asunto se debería constatar si existe alguna característica narrativa que diferencie unos relatos míticos de otros. El problema recibe nueva luz cuando se analizan los textos fijando nuestra atención en el ritmo del relato, definido como la cantidad de tiempo que se emplea en narrar un acontecimiento.
Todos somos conscientes de que en las narraciones existen habitualmente disociaciones cuantitativas entre el tiempo cronológico y el textual.
De hecho en nuestras tres colecciones de Historias increíbles se da una disociación constante entre los dos tiempos pues, en las ciento diez narraciones comentadas, la duración del tiempo del mito (el tiempo cronológico) es siempre mayor que la del tiempo textual; en términos narratológicos se puede decir que todos los relatos de Paléfato, Heráclito y el Anónimo son resúmenes o sumarios.

Aunque esto es cierto, se ha de indicar también que el narrador de estas historias detiene ocasionalmente el ritmo de la narración y cede la palabra a sus personajes para que éstos realicen una intervención corta en estilo directo.

En esos momentos los personajes suelen proponer una afirmación que es mal comprendida: ello provocará la conversión en mito de lo que era un acontecimiento natural.
El hecho de que este recurso al estilo directo se produzca fundamentalmente en el corpus de Paléfato se puede entender como un indicio de que existe una diferencia real entre al menos una parte de sus narraciones breves y las de los otros dos narradores, autores de sumarios singularmente concisos.
Más aún, también cabe entender que la presencia del estilo directo es uno de los marcadores que indican cuándo nos hallamos ante las historias originales de Paléfato y no ante sinopsis escritas por un compilador.

2) Las narraciones breves de Paléfato, Heráclito y el Anónimo tienden a presentar una estructura típica y formalizada. Ello se aprecia de manera especial en el corpus más antiguo, el de Paléfato. En los cuarenta y cinco primeros capítulos de su obra nos encontramos normalmente con estos elementos habituales:
a) cada capítulo se inicia con una narración sucinta del mito tradicional;
b) a continuación el narrador presenta una breve crítica en la que sintetiza los motivos por los que esa versión del mito es inadmisible por la razón;
c) como transición a la sección siguiente se emplea una expresión formular como por ejemplo “la verdad es la siguiente”, “la verdad es ésta”;
d) seguidamente el narrador propone una segunda narración del mito, depurado ahora de los aspectos inverosímiles;
e) finalmente el capítulo se cierra con otra expresión típica como p. ej. “esto es lo que sucedió y luego se formó el mito”.
En el caso de Heráclito las historias también se adecuan a una estructura típica análoga a la empleada por Paléfato aunque no idéntica.
Los treinta y nueve capítulos del corpus se abren con una breve narración del mito tradicional, tan breve que a veces no es sino una alusión; puede suceder incluso que se dé por supuesto en los receptores el conocimiento de la historia tradicional.
Además la ausencia de críticas a las versiones tradicionales de los mitos singulariza a este grupo de relatos frente a los de Paléfato. Tampoco son tan habituales como en el otro corpus las fórmulas de transición que dan paso a la versión depurada del mito; además, tampoco están tan formalizadas. En cambio sí es regular la narración alternativa del mito, que sólo falta en algún caso esporádico.
El último elemento de la estructura típica de Paléfato, la fórmula de conclusión, está ausente de los “micromitos” de Heráclito, lo cual refuerza una vez más la impresión de que estos textos han de ser considerados como sinopsis míticas.
En la colección del Anónimo Vaticano no es tan evidente que haya rasgos estructurales comunes, y este hecho guarda sin duda relación con la procedencia diversa de estas historias.

En todo caso la constante en las narraciones míticas es el contraste (implícito o explícito) entre la versión tradicional del mito, contraria a la razón, y la depurada. Este proceder (con contraste explícito) lo ejemplifica el texto 13 del corpus ("Faetonte"):
Se dice también, acerca de Faetonte, que era hijo del Sol. La cosa es como sigue. Faetonte estudió los movimientos del sol, igual que hacía Endimión con los de la luna. Pero no llegó a desentrañarlos de manera precisa, sino que murió habiendo dejado inconclusa su obra.
La ausencia o escasez de rasgos estructurales comunes entre los distintos textos del Anónimo explica además la inexistencia de expresiones formulares del tipo de las que se hallan en Paléfato o, en menor medida, en Heráclito.

3) En relación con los narradores de estas colecciones de Historias increíbles se ha de decir, ante todo, que no son voces neutras: la voz del narrador ya se hace presente desde el momento en que juzga y modifica el mito transmitido.
Además para la cuestión no son sólo relevantes los comentarios valorativos sino también las ironías o los implícitos que el narrador desliza ocasionalmente en los textos.
Este tipo de intervenciones del narrador destacan especialmente en el corpus más elaborado, el de Paléfato, quien antepuso a su colección un prólogo en el que exponía de forma abierta lo que opinaba sobre las “historias increíbles” de la tradición.
En la parte narrativa de su obra también da a entender al lector esas mismas opiniones. Los comentarios valorativos (obviamente críticos) están presentes a lo largo de todo el opúsculo; el narrador ya hace acto de presencia en el primer número del corpus cuando somete al tribunal de la razón la leyenda de los centauros y declara que es imposible que haya un ser mezcla de hombre y caballo.
El recurso a la ironía es también característico de Paléfato, no de los otros mitógrafos. Es obviamente irónico que, por ejemplo, en el capítulo 30 de la obra (“Frixo y Hele”) se pregunte Paléfato si en tiempos de Eetes las pieles eran tan escasas y preciosas como para que un rey aceptase un vellocino (aun siendo de oro) a cambio de la mano de su hija.
Comentarios análogos se pueden encontrar en otros lugares del texto. De hecho se ha propuesto que este tipo de intervenciones del narrador han de ser atribuidas al autor original del corpus, no a un refundidor, y que por tanto la presencia de la ironía es otro dato que discrimina las historias originales de Paléfato y las reescritas en el curso de la tradición textual.
Otro hecho que diferencia también al narrador de la colección palefatea del que interviene en los otros corpora es su capacidad de tomar directamente la palabra y expresarse en primera persona. Y no me refiero a las apariciones de la primera persona en el prólogo programático de la obra sino a estos lugares que aparecen dentro de las narraciones del corpus:
“A mí me parece...”, “Pero yo afirmo…”, “Lo deduzco...”, “Yo digo...”, “Me parece a mí...”, “A mí no me parece…”.
Esta evidencia es especialmente relevante en tanto que no existe un fenómeno similar en las obras de Heráclito y el Anónimo. También singulariza a Paléfato el hecho de que en algún pasaje de su obra el narrador apele de forma directa al receptor, a quien quiere implicar en su juicio sobre la materia narrada:
Fíjate en lo escasas que eran entonces las pieles, que un rey aceptaba un vellocino como regalo de boda de su hija (30).
La cuestión del narrador es especialmente significativa en lo que se refiere a los textos de Paléfato y de cara a evaluar las peculiaridades que distinguen a éste de Heráclito y el Anónimo.

En cambio la cuestión de los receptores o narratarios es relevante para las tres colecciones. De quienes se ha de hablar aquí no es tanto de los narratarios primarios (receptores internos a la narración) como de los secundarios, es decir, de aquellas personas a las que estaban destinadas las narraciones. Ahora bien, a propósito de éstos no se indica explícitamente nada en nuestras colecciones.
  • Por ejemplo, el prólogo programático de Paléfato podría haber indicado a quién iba dirigida su obra.
  • Pero el prólogo de Paléfato, tal y como se conserva, no hace ninguna indicación sobre este punto; tampoco incluye en vocativo el nombre de ningún destinatario concreto.
Se puede suponer que Paléfato, con gran probabilidad un personaje vinculado a Aristóteles, compuso su revisión de mitos tradicionales contando con divulgarla entre quienes compartían sus intereses intelectuales en la Atenas del S. IV a. C. y se movían también, como él, en los círculos filosóficos. A estos primeros receptores de la obra les transmitía Paléfato su concepción de los mitos tal y como ésta se detalla en el prólogo a la obra.
Es decir, la obra de Paléfato quiere exponer una tesis ante su público (los acontecimientos narrados en el mito se dieron pero no en la forma supuesta por la tradición); en este sentido cabe decir que el opúsculo perseguía desde un principio un objetivo didáctico.
Pero el sentido didáctico de la obra se incrementó en los siglos siguientes, cuando las Historias increíbles fueron leídas por nuevos receptores. Por su brevedad, por su sencillez sintáctica, incluso por su carácter de textos debeladores de creencias proscritas en ambientes intelectuales y cristianos, las Historias increíbles de Paléfato se prestaban con gran facilidad a su aplicación en la escuela.
Que recibieron este uso en la Antigüedad y la Edad Media lo demuestra el elevado número de códices conservados con el texto de Paléfato, transmitido hasta la actualidad en dos recensiones diferentes.
Ciertamente de Heráclito y el Anónimo sólo ha llegado hasta el presente un códice, a pesar de lo cual hay buenas razones para entender que estas dos colecciones se compilaron con las miras puestas precisamente en su aplicación didáctica.



Del análisis previo se deduce que las tres colecciones de Historias increíbles presentan las siguientes características básicas que las definen en tanto que modelos de narración breve:
1) El tema de las narraciones es el mito de la tradición que se revisa para mostrar que no es absurdo ni inmoral como podría parecer a simple vista.
2) Las narraciones presentan una extensión breve, mayor en algunos casos y, especialmente, en parte de los relatos de Paléfato. Son siempre sumarios que sólo detienen ocasionalmente su ritmo a través de la introducción de intervenciones en estilo directo en algunas de las historias del corpus más antiguo, el de Paléfato.
3) Las narraciones de los tres corpora presentan una estructura formalizada; el grado de formalización oscila entre dos polos, representado el uno por Paléfato (mayor formalización) y el otro por el Anónimo Vaticano (menor formalización).
4) El narrador no es en ninguno de los tres corpora una figura neutra dado que toma partido al entender que el mito tradicional debe ser depurado; la presencia del narrador se intensifica en parte de los relatos de Paléfato a través de recursos como la ironía, el empleo de la primera persona o la apelación directa al receptor.
De otra parte es característico de los tres corpora el hecho de perseguir unos objetivos didácticos que además se vieron potenciados en el proceso de su transmisión.
La objetivación de estas características no sólo sirve para definir las Historias increíbles como tipo antiguo de narración breve sino que además aporta datos concretos que permiten detectar en qué casos estamos ante relatos originales de Paléfato y cuándo ante la obra de compiladores.
Más aún, el resultado del análisis también arroja luz nueva sobre la cuestión de la que se partía al inicio de esta entrada. Aunque en las antologías actuales de microrrelatos se editen como tales textos de la Antigüedad, ¿es pertinente hablar de microrrelatos en las literaturas griega y latina? ¿En qué radica la diferencia entre los modelos de narración breve del mundo antiguo y los microrrelatos de hoy en día?

A la primera de estas preguntas ya se le dio una respuesta negativa en la primera sección de la entrada; si se quiere hablar de microrrelatos de la Antigüedad se ha de hacer de forma analógica, bien entendido que esos supuestos microrrelatos antiguos son simplemente modelos de narración breve que sólo presentan similitudes muy generales con los microrrelatos del presente.

En relación con la segunda cuestión, que ya fue contestada en parte en la primera sección, se pueden aportar dos consideraciones nuevas.
  • La primera es que, por lo que se refiere al tipo de narración breve analizado aquí (Historias increíbles), su cultivo de un único tipo de ritmo (el sumario) y su grado de formalización constituyen dos diferencias esenciales frente al microrrelato actual, que ni presenta una limitación semejante por lo que se refiere al ritmo narrativo ni posee estructuras formalizadas.
  • Más interesante aún es destacar la aplicación didáctica que tuvieron las Historias increíbles, punto en el que coinciden además con las fábulas o las anécdotas históricas. Ese rasgo de didactismo es, parece, enteramente ajeno al microrrelato de la actualidad.
Al referirnos al didactismo de las narraciones breves antiguas tocamos una cuestión clave, pues muy posiblemente estas formas breves de la Antigüedad han llegado hasta nosotros precisamente por su aplicación en la escuela. El hecho de haber entrado en un tipo u otro de cánones escolares les garantizó a estos textos la pervivencia en la tradición según ejemplifica de forma excepcional el caso de Paléfato (más de treinta códices) o, por lo que se refiere al género de la fábula, las colecciones esópicas, consideradas como libro escolar hasta la época del Renacimiento e incluso en fechas posteriores.

domingo, 20 de octubre de 2013

MITOS LÓGICOS


Este post es una conferencia que nunca se pronunció, que se debía de haber expuesto en Barcelona hace cinco años. Pero aquel curso se cayó del programa, ya se sabe: pocas matrículas; el principio de la crisis... Como entrada del blog, antes del último lavado de cara, ha sido de las diez más vistas. Ojalá que la paradoja del título siga atrayendo lectores.

Le dedico  este post, en su nueva forma, a un amigo mitólogo y mitopoético, David Hernández de la FuenteQue Dioniso os acompañe a los tres, David, Raquel, Alicia.


¿MITOS LÓGICOS?

LA JUSTIFICACIÓN DEL MITO EN GRECIA


Es obligado empezar explicando el título de esta entrada. Porque “mitos lógicos” parece una contradictio in terminis o, si se prefiere, una paradoja. Un mito, ¿puede ser lógico?

En los planes antiguos de bachillerato se nos explicaba que la filosofía surgió en Grecia al producirse el paso del mito al logos en torno al S. VI a. C., cuando los griegos se atrevieron a reflexionar sobre su sabiduría tradicional y a adoptar una actitud crítica hacia ella.

Dada la importancia central que tuvo el mito en la cultura tradicional de Grecia es comprensible que, como parte de esa nueva actitud crítica, los primeros pensadores dirigieran también sus ataques hacia el mito.

Al hablar de “pensadores” no tengo en la cabeza sólo a los filósofos. Pienso, por ejemplo, en Solón de Atenas, político, legislador y poeta (en torno a 638 a. C. – 558 a. C.); uno de sus fragmentos es de referencia obligada:
πολλὰ ψεύδονται ἀοιδοί, “mucho mienten los poetas”.
Nótese que al hablar de “poetas” Solón no se está refiriendo al poeta tal y como nosotros lo entendemos, habla de poetas en el sentido griego de época arcaica:
Los poetas eran profesionales que en la cultura de la época no ejercían sólo una función recreativa como contadores de historias. También, y ante todo, ejercían una función educativa al proponer en forma de narraciones la sabiduría tradicional de la “tribu”.
Según este punto de vista, Homero transmite en sus poemas no sólo un relato sobre la guerra de Troya sino, en primer lugar, conocimientos de tipo diverso, toda una concepción sobre el mundo y las relaciones humanas.

Pero desde nuestra perspectiva hay algo problemático: un educador como Homero, ¿transmite contenidos válidos? Y no me refiero a si p. ej. su concepción del arco iris es válida: Homero, ¿transmite contenidos válidos en el ámbito ético?

¿Pueden ser realmente figuras como la de Aquiles modelos que me sirvan a mí para orientar mi conducta, para saber qué debo hacer? Aquiles es un modelo dudoso, según percibimos ya en Ilíada I:
  • Le han privado de sus honores.
  • Le suplica a su madre, la diosa Tetis, que sus compañeros de armas lo pasen mal en el combate para que vayan a suplicar su ayuda.
  • Los móviles de Aquiles son su honor y su gloria, y frente a ello la vida de sus compañeros carece de importancia.
En el S. VI Solón hablaba de que los poetas mentían: por las mismas fechas o un poco más tarde Jenófanes (570 a. C. - 475 a. C.) es mucho más duro, según apreciamos por sus escasos fragmentos (números 10, 11 y 12; todas las traducciones son de José B. Torres):
Desde un principio según Homero habéis aprendido todos...
ἐξ ἀρχῆς καθ᾿ Ὅμηρον ἐπεὶ μεμαθήκασι πάντες...
A los dioses atribuyeron Homero y Hesíodo todo
cuanto entre los mortales es vergonzoso y reprensible:
hurtos, adulterios y recíprocos engaños.
πάντα θεοῖς ἀνέθηκαν Ὅμηρός θ᾿ Ἡσίοδός τε,
ὅσσα παρ᾿ ἀνθρώποισιν ὀνείδεα καὶ ψόγος ἐστίν,
κλέπτειν μοιχεύειν τε καὶ ἀλλήλους ἀπατεύειν.
En número elevadísimo contaron de los dioses ilícitas acciones:
hurtos, adulterios y recíprocos engaños.
ὡς πλεῖστ᾿ ἐφθέγξαντο θεῶν ἀθεμίστια ἔργα,
κλέπτειν μοιχεύειν τε καὶ ἀλλήλους ἀπατεύειν.
  • En los fragmentos Jenófanes reconoce, según se indicó, que Homero fue el “educador” de Grecia (ἐξ ἀρχῆς καθ᾿ Ὅμηρον ἐπεὶ μεμαθήκασι πάντες).
  • Al tiempo, les reprocha a Homero y Hesíodo el contenido de esa educación: educación en acciones ilícitas (“hurtos, adulterios y recíprocos engaños”).
Jenófanes ejemplifica los primeros estadios en el proceso de desmitologización de la antigua Grecia:
  • cuando la antigua leyenda se somete al tribunal de la razón, se vuelve absurda en muchos aspectos:
  • desde el punto de vista de la crítica de costumbres, se vuelve profundamente inmoral.
Lo curioso: por las mismas fechas (S. VI a. C.) en que Jenófanes critica el mito tradicional otros autores escriben no para criticarlo sino para justificarlo – es el caso de Teágenes de Regio. Teágenes, como tantos otros intérpretes antiguos del mito, intentaron encontrar una lógica interna en el mito.

Solón y Jenófanes pueden ser autores conocidos por quienes hayan leído o estudiado la Grecia arcaica – es mucho más difícil que esas personas hayan oído algo de Teágenes.

Lo cierto es que no conservamos su obra de manera directa: lo que conservamos de él son testimonios de autores posteriores, autores que a su vez no son especialmente conocidos: escoliastas, comentaristas antiguos de la obra de Homero...

¿Qué nos transmiten los escoliastas del pensamiento de Teágenes?: lo que indica un escolio (escolio B) a Ilíada XX 67. Recuérdese que Ilíada XX narra una teomaquia, una lucha entre dioses, hecho escandaloso en una primera lectura:
  • ¿por qué han de pelear entre sí los dioses inmortales?
  • ¿en qué se diferencian de los hombres al actuar así?
Escolio B a Ilíada XX 67:
La enseñanza acerca de los dioses generalmente roza lo violento y aun lo inmoral. Pues ya él [¿Porfirio?] señala que los mitos de los dioses son escandalosos. Frente a tal juicio, algunos buscaban tras las apariencia de su figura verbal una solución a la dificultad, en la creencia de que todo está dicho alegóricamente de la naturaleza de los elementos; así, sería, por ejemplo, cuando se habla de los encuentros hostiles de los dioses. Señalan que también lo seco combate contra lo húmedo y lo cálido con lo frío, y lo ligero contra lo pesado. También el agua tiene la facultad de apagar el fuego, y el fuego la de secar el agua. Y así subyace entre los varios elementos, de los que se compone el universo mundo, una oposición, y en parte subyace ésta también al proceso de destrucción. Pero el conjunto permanece en la eternidad. Así que el poeta [Homero] permite que tengan lugar las batallas [entre los dioses] y nombra al fuego Apolo y Helios, y también Hefesto; y al agua Posidón y Escamandro; a la luna Ártemis, al aire Hera, etc. De manera parecida da él, por otro lado, nombres de dioses a las facultades y propiedades espirituales, así dice en lugar de la inteligencia Atenea, en vez de sinrazón Ares, en vez de pasión Afrodita, en lugar de astucia Hermes, etc. Este modo de explicación [del poema homérico] es muy antiguo: comenzó a partir de Teágenes de Regio, que fue el primero en escribir así sobre Homero (trad. C. García Gual).

El tipo de justificación del mito que pretende Teágenes se basa en la idea de que el mito es una al-egoría, un “hablar de otra forma”.

Por tanto, el mito no ha de ser entendido en sentido literal sino que esa al-egoría, ese “hablar de otra forma” ha de ser traducido, se ha de convertir a nuestro modo común de hablar.

Al efectuar esa conversión se percibe que el mito (p. ej., en Ilíada XX 54-74) no es absurdo ni inmoral sino que realmente transmite verdades
  • de tipo físico (el enfrentamiento entre Apolo y Posidón: representa la oposición que existe entre el fuego y el agua);
  • de tipo moral (al enfrentarse Atenea con Ares, la inteligencia lucha contra la sinrazón).
El punto de vista inaugurado por Teágenes es conocido como Alegorismo, corriente de interpretación mítica de enorme éxito histórico, que ha tenido su continuación en el S. XX en las distintas formas del Simbolismo, Psicoanálisis incluido.

Sin embargo, quienes intentaron justificar el mito griego en la Antigüedad no recurrieron sólo a la alegoría.

Quienes intentaron encontrar la lógica del mito lo hicieron también suponiendo que al mito, aparentemente ilógico, subyace
  • o bien un error de comprensión de la realidad
  • o bien una transmisión defectuosa de la verdad histórica.
Si depuramos el mito de estas carencias a través de un análisis racional, el mito muestra su adecuación a la lógica común.

A las exégesis de este tipo las llamamos interpretaciones histórico-racionalistas. Ya fueron empleadas por Heródoto (S. V) pero su representante más característico fue Evémero de Mesene, en función del cual hablamos de Evemerismo.

A Evémero se lo debe de datar entre los SS. IV-III a. C. Curiosamente no expuso sus ideas en un tratado sino en un texto novelesco o paranovelesco, la Inscripción sagrada.

Esta obra se ha perdido pero tenemos testimonios y resúmenes en autores posteriores (Diodoro de Sicilia V 41-46, VI 1). Por ello se puede decir lo siguiente sobre el tema y argumento de la obra:

  • Evémero narraba un viaje por el Océano Índico; en el curso de este viaje descubre una isla, Panquea. Evémero describe esta isla y su régimen político: la existencia de tres tribus, el papel de los sacerdotes...
  • En la isla ve, además, una estela dorada: en esa estela se encuentra la “inscripción sagrada” que da título a la obra y que relata los hechos admirables y modélicos de los primeros reyes de Panquea. Lo notable del caso es que esos primeros reyes son ¡Urano, Crono y Zeus! Por su fuerza, inteligencia y habilidad política estos reyes fueron elevados a la categoría de dioses tras su muerte, y como tales son venerados por los griegos.
Evémero, que era amigo del rey Casandro y que recibió de él el encargo de ocuparse de algunos asuntos del reino y de realizar largos viajes, cuenta que salió hacia el sur hasta el océano, que haciéndose a la mar desde Arabia Feliz, navegó por el océano durante muchos días y que arribó a la costa de unas islas situadas en medio del mar, entre las que había una que se llamaba Panquea. En esta isla vio a sus habitantes, los panqueos, que se distinguían por su piedad y porque honraban a los dioses con los más magníficos sacrificios y con ofrendas de oro y de plata (...). También se encuentra en esta isla, situado al pie de una montaña muy alta, un santuario de Zeus Trifilio [“de las tres tribus”], que fue fundado por el mismo dios en el tiempo en que era rey de toda la tierra habitada, cuando todavía vivía entre los hombres. En este templo hay una estela de oro, en la que, en caracteres panqueos, están escritos de modo sumario los hechos de Urano, de Crono y de Zeus.
Evémero dice a continuación que primero fue rey Urano, que era un hombre moderado y magnánimo, versado en el movimiento de los astros, y que fue el primero en honrar a los dioses de los cielos con sacrificios, por lo que recibió el nombre de Urano [ouranós = “cielo”]. Con su mujer Hestia tuvo dos hijos, Titán y Crono, y dos hijas, Rea y Deméter. Crono reinó después de Urano, y casándose con Rea engendró a Zeus, a Hera y a Posidón. Zeus fue el sucesor del trono y se casó con Hera, con Deméter y con Temis, de las que tuvo hijos (...). Fue a Babilonia, donde fue acogido por Belo, y a continuación se dirigió a la isla de Panquea, situada en el océano, y allí levantó un altar a Urano, su abuelo (...). Visitó otros muchos pueblos, todos los cuales le tributaron honores y le proclamaron dios (trad. J. J. Torres Esbarranch).
La obra de Evémero podía leerse de dos maneras bien diferentes:
  • como una reflexión política,
  • o bien como un texto sobre mitología.
La primera posibilidad (la de la reflexión política) debía de ser la que movió a Evémero a escribir su obra:
  • Téngase en cuenta, primero, que la obra se inscribe en la tradición griega de las narraciones utópicas (p. ej., el relato sobre la Atlántida en el Critias de Platón; cf., en época moderna, la Utopía de Moro): y estas utopías suelen poseer una intención política.
  • De otro lado, no puede perderse de vista el contexto histórico del autor: Evémero estuvo al servicio (entre 311-298 a. C.) de uno de los Diádocos (los monarcas helenísticos sucesores de Alejandro Magno), Casandro de Macedonia. Teniendo este dato en cuenta, es fácil entender la intención de la obra: si los reyes de la Antigüedad fueron deificados y se convirtieron en figuras del panteón griego, ¿por qué no han de ser deificados igualmente los monarcas helenísticos como Casandro?
Ahora bien, la lectura política puede no ser la que más nos interese a nosotros.

Al dejar de lado la lectura política caemos en un anacronismo; pero no somos los únicos: ya actuaron de la misma forma en la Antigüedad, cuando (con excepciones) parece haberse leído la obra de Evémero como una reflexión sobre mitología, una reflexión que llevaba a negar la existencia de los dioses tradicionales como seres transcendentes y sentaba las bases del ateísmo. Por ello
  • Un pagano piadoso como Plutarco acusó a Evémero de “haber diseminado el ateísmo por todo el mundo” (Moralia 360 a).
  • Los Padres de la Iglesia, en cambio, lo acogieron con los brazos abiertos, como un gran aliado, por cuanto minaba la trascendencia de la religión antigua; lo citan con frecuencia, y muy especialmente lo hace Lactancio, a través del cual llega Evémero a los autores de la Edad Media.
Vale la pena indicar que el punto de vista del evemerismo tiene éxito popular y que todos somos un poco evemeristas:
sabemos que la verdad histórica se deforma poco a poco y así surgen mitos y leyendas; por tanto somos comprensivos con el hecho de que las leyendas hayan podido surgir de la deformación de hechos históricos.
La prueba de ello parece que se produjo en el S. XIX: Schliemann, con la Ilíada en la mano, descubrió las ruinas de Troya.

Al tipo de interpretación que efectúa Evémero se puede acceder leyendo los resúmenes de Diodoro. Pero creo que seguramente resultará más entretenido ilustrar el modelo de las interpretaciones histórico-racionalistas leyendo las versiones de los mitos de un escritor del S. IV a. C., Paléfato, autor de una colección de Historias Increíbles.

Paléfato hace justificaciones racionalistas del mito aunque propiamente no haga interpretación histórica a la manera de Evémero: no habla de una “gran historia mal recordada”.

Para ilustrar lo que digo: ésta es la leyenda de las yeguas carnívoras de Diomedes (el tracio; trabajo de Heracles) según Paléfato:
7. Las yeguas de Diomedes
Acerca de las yeguas de Diomedes dicen que comían carne de hombres, cosa risible, pues este animal disfruta más con el pasto o la cebada que con la carne humana. La verdad es ésta.
Los hombres de antaño vivían de su propio trabajo y así obtenían el alimento y los bienes, gracias al trabajo de la tierra. Pero a uno se le ocurrió criar caballos y se complacía hasta tal punto en ellos que perdió sus bienes, pues lo vendió todo y lo gastó en criarlos. Así pues, sus amigos llamaron a estos caballos “antropófagos”.
Sucedido lo cual, se extendió el mito (trad. José B. Torres).
Obsérvese:
  • que Paléfato muestra primero que la versión tradicional de la leyenda no se sostiene, es ilógica;
  • que después explica la versión tradicional por un error de comprensión lingüística:
A los caballos de Diomedes se los llamó “antropófagos” porque consumieron sus medios de vida → esa expresión se reinterpretó en el sentido de que los caballos comían carne humana.
Un segundo ejemplo puede ser el de Atalanta y Milanión, metamorfoseados tras introducirse en una gruta que era un recinto sagrado:
13. Atalanta y Milanión
Acerca de Atalanta y Milanión se dice que él se convirtió en león y ella en leona.
Lo que pasó en realidad fue lo siguiente.
Atalanta y Milanión estaban de cacería. Milanión convenció a la muchacha de que se acostara con él y entraron en una gruta para acostarse juntos. Pero en la caverna estaba la guarida de un león y una leona, que, al oír voces, salieron y atacaron a Atalanta y su compañero hasta matarlos. Cuando, después de un tiempo, salieron el león y la leona, los compañeros de cacería de Milanión, al verlos, pensaron que aquéllos se habían convertido en estos animales. Así pues, presentándose en la ciudad hicieron correr el bulo de que Atalanta y su compañero se habían convertido en leones (trad. José B. Torres). 
En este caso Paléfato explica la versión tradicional por un error de percepción, por un error en la comprensión de lo que se percibe:
Atalanta y Milanión entraron en una caverna y de la caverna salieron después un león y una leona; post hoc, ergo propter hoc: se interpretó que Atalanta y Milanión se convirtieron en un león y una leona.
  • Importa indicar que Paléfato desmonta leyendas pero nunca reinterpreta los mitos en sentido propio, los mitos protagonizados por dioses.
  • En la medida en que nunca los convierte en protagonistas de sus “historias increíbles” se cura en salud: preserva a los dioses y no se ve obligado a reconocer que atentan contra la razón.
  • En este punto hay también una diferencia importante respecto a Evémero, a quien precisamente lo que le interesa es hablar de los dioses.
Querría pasar ahora de la interpretación racionalista del mito a la interpretación alegórica. Y voy a ejemplificar el tipo de justificación del mito que hacen los alegoristas a través de la lectura de algún texto de un autor que es, como Paléfato, poco conocido: Aneo Cornuto.

De Cornuto no ha habido ninguna traducción al castellano hasta el año 2009, ésta; y la situación es semejante en otras lenguas. ¿Por qué tan pocas traducciones, si lo habitual es que haya un exceso de traducciones de los autores clásicos, por encima de la demanda?

Evidentemente, Cornuto no es un best-seller: su texto no es fácil de traducir y, posiblemente, hay que tener buenos motivos para adentrarse en su lectura. Con todo, creo que no es un autor totalmente carente de interés; señalo cuatro puntos:
  • es un representante importante del fenómeno del bilingüismo antiguo y del caso de los autores romanos con obra en griego;
  • es ejemplo válido de las corrientes antiguas de interpretación del mito (alegorismo);
  • también es válido como ilustración de la actitud estoica ante el mito;
  • por último, su texto es un ejemplo bastante singular de los manuales didácticos empleados en la Antigüedad.
Porque Cornuto no escribe un compendio mitológico a la manera que lo hizo p. ej. el Pseudo-Apolodoro (Biblioteca mitológica) sino que pretende instruir a un joven discípulo. Lo singular es que a Cornuto no le interesa instruir a ese joven en conocimientos mitológicos: lo que él quiere es transmitirle... ¡conocimientos de física!!!

La cuestión es la siguiente:
  • Hemos de suponer que el joven al que va dirigida la obra ha concluido los estadios previos de la educación de la época (gramática y retórica) e inicia estudios de filosofía.
  • Claro está, nos resulta paradójico que a un discípulo que intenta adquirir una formación filosófica, adentrarse en la vía del lógos, se le instruya en el mito.
Sin embargo, la paradoja tiene una lógica interna: Cornuto, como otros estoicos (Panecio y Posidonio), entiende
  • que el estudio de la filosofía ha de iniciarse no por la lógica o la ética sino por la física;
  • y que el mito tradicional refleja verdades físicas a través de un lenguaje alegórico que ha de ser reinterpretado y traducido, como efectivamente hace de manera constante en su obra, el Repaso de las tradiciones mitológicas de los griegos.
Podemos ver un ejemplo de esto:
2. Al igual que nosotros somos regidos por un alma, así también el cosmos tiene un alma que lo mantiene unido. Se la llama Zeus (Zeús) a ésta, y vive (zôsa) de manera primigenia y continua, y para los seres vivos (zôsi) es causa del ser (zên). Por ello se dice también que Zeus reina sobre el universo, igual que también en nuestro caso se podría decir que el alma y la naturaleza reinan sobre nosotros. Lo llamamos Zeus (Día) porque por causa (diá) de él vienen a ser y se preservan todas las cosas. Entre algunos también se le llama Deus (Deús), quizá porque moja (deúein) la tierra o porque da a los seres vivos parte en la humedad vital (trad. José B. Torres).
Nótese:
  • Se parte de una analogía característicamente estoica, la que se establece entre el microcosmos del hombre, dotado de alma, y el macrocosmos, del que se dice que tiene por alma a Zeus.
  • A esta alma se le atribuyen una serie de características: en nuestro fragmento, su carácter de principio de vida, de causa primigenia, de principio de la humedad vital.
  • Esas características se extraen a partir de la etimología:
Zeús (nominativo) ~ zôsa, zôsi, zên (vida)
Día (acusativo) ~ diá (causa)
Deús (nominativo: ¿lat. deus?) ~ deúein (humedad)
Por medio de etimologías más o menos imaginativas Cornuto intenta descifrar el sentido alegórico que esconde la figura mítica de Zeus: operará de la misma forma a lo largo de toda la obra.

La escasez de traducciones de Cornuto es sin duda inseparable de su recurso constante a las explicaciones del mito basadas en etimologías imaginativas: este hecho convierte el Repaso en una obra reacia a la traducción.

Termino esta exposición regresando al punto del que partí: mitos lógicos, contradictio in terminis.
He intentado mostrar cómo ya los griegos intentaron justificar el mito y acomodarlo a los modos lógicos de expresión.
De ahí que recurrieran, según lo dicho, a las interpretaciones alegóricas e histórico-racionalistas.
Quienes desarrollaron estas interpretaciones emprendieron una aventura intelectual que ha dejado una huella profunda en la cultura occidental, muy especialmente en la Edad Media.
Pero quizá el mito griego no necesita justificación: quizá se justifica por sí mismo si aceptamos que obedece a una lógica propia, distinta, pero que no es arbitraria porque también tiene sus propias leyes.

Esto es algo que sólo hemos empezado a comprender en el S. XX después del desastre de la primera Guerra Mundial, momento en que entró en crisis la confianza plena del hombre europeo en el poder de la razón y el progreso imparable.

Hoy vemos la cosa de otra forma, según quiero indicar con esta pequeña anécdota:
  • Hasta fecha muy reciente (2001) el diccionario de la RAE definió así el mito: Fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa.
  • Tal definición (bastante apolillada) reproducía directamente la incluida cuando la palabra “mito” entró en el diccionario en 1884.
  • La edición 22 (2001) propone una definición más acorde con nuestra comprensión actual de estas narraciones cuajadas de sentidos, distintas de nuestras formas habituales de razonar, pero en ningún caso caprichosas:
Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad.