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lunes, 4 de julio de 2022

PERSÉFONE EN CORNUTO: DEL TRABAJO Y EL AGUANTE

 

El próximo 7 de julio, San Fermín, iré de Pamplona a Vitoria para hablar en las Jornadas Internacionales “Transformaciones del mito griego: parodia y racionalización”, celebradas en la Universidad del País Vasco. Será mi primera intervención presencial en un congreso después de la marabunta de la pandemia.

Hablaré de lo que dice el título de esta entrada, aunque mi comunicación se llamará, de modo más explícito, "Perséfone y la dureza del trabajo según Cornuto (ND 46,1-3 T)". Esta entrada no incluye el texto de mi comunicación, al menos no por ahora.

Lo que presento aquí son los textos o referencias en los que me voy a apoyar. Esto, en realidad, viene a sustituir al típico hand-out de papel que se repartía en congresos y conferencias. Quizá ha llegado el momento de no consumir árboles con un apetito que ni Erisictón.



1
Perséfone: ¿una etimología esquiva?

Si la etimología del nombre de Deméter es incierta, parece tanto más desesperado etimologizar el nombre de su hija [Perséfone]. Únicamente resulta evidente el apelativo que recibe en cuanto Core, ‘Muchacha’ (J. B. Torres Guerra, trad., Himnos Homéricos, Madrid, 2005, 72).

 

2 Algunos datos y una interpretación (R. Wachter, “Persephone, the Threshing Maiden“, Die Sprache 47,2 [2007/2008], 163-181):

  • Φερ(ρ)όφαττα en la cerámica ática del s. V a. C.: cf. Φερ(ρ)έφαττα (forma ática posterior), Περσεφόνεια, Περσεφόνη (variantes épicas). 
  • Περσόφαττα, forma originaria (cf. Wachter 2007/2008, 167-168): περσο- scr. parsa-, ‘gavilla de grano’ //  -φαττα < ide. *gwhen-, ‘golpear’ (cf., p. ej., gr. θείνω).
  • Ergo, Perséfone es 'la que trilla el grano’.

3 Etimologizando a Περσεφόνη / Φερσεφόνη en la Antigüedad:
  • Περσε- / Φερσε- ~ φέρω, ‘llevar’;
  • -φόνη ~ φόνος, ‘muerte violenta’.

Cf. Etymologicum Magnum (665,49-51):

Περσεφόνη· Παρὰ τὸ φέρω καὶ τὸ φόνος, οἱονεὶ φερσεφόνη τὶς οὖσα, πρὸς ἣν ἀποφέρονται οἱ πεφονευμένοι.

Perséfone [Persephónē]: conforme a ‘llevar’ [phérō] y ‘muerte’ [phónos], como que es, de algún modo, ‘la que lleva la muerte’ [phersephónē], ante quien son llevados los que mueren de muerte violenta.

Περσε- / Φερσε- también relacionado con πέρθω, περισσός, φέρβω, φθείρω // -φόνη también relacionado con  ἄφενος, φάττα, ἐπαφή.


4 La versión platónica (Crátilo 404c5-d8):

‘Φερρέφαττα’ δέ· πολλοὶ μὲν καὶ τοῦτο φοβοῦνται τὸ ὄνομα (…). καὶ γὰρ μεταβάλλοντες σκοποῦνται τὴν Φερσεφόνην’, καὶ δεινὸν αὐτοῖς φαίνεται· τὸ δὲ μηνύει σοφὴν εἶναι τὴν θεόν. ἅτε γὰρ φερομένων τῶν πραγμάτων τὸ ἐφαπτόμενον καὶ ἐπαφῶν καὶ δυνάμενον ἐπακολουθεῖν σοφία ἂν εἴη. ‘Φερέπαφα’ οὖν διὰ τὴν σοφίαν καὶ τὴν ἐπαφὴν τοῦ φερομένου ἡ θεὸς ἂν ὀρθῶς καλοῖτο, ἢ τοιοῦτόν τι (…). νῦν δὲ αὐτῆς ἐκκλίνουσι τὸ ὄνομα εὐστομίαν περὶ πλείονος ποιούμενοι τῆς ἀληθείας, ὥστε Φερρέφατταν’ αὐτὴν καλεῖν.

‘Ferréfata’ [Pherréphatta]: muchos sienten temor también ante este nombre (…). He aquí que, alterándolo, miran a ‘Ferséfone’ [Phersephónē] y les parece terrible. Pero este nombre indica que la diosa es sabia; es que, como las cosas están en movimiento [pheroménōn], lo que las toca [ephaptómenon] y las palpa [epaphôn] y puede acompañarlas, sería sabiduría. Así pues, la diosa sería llamada de modo correcto ‘Ferépafa’ [Pherépapha] por su sabiduría y por el hecho de «tocar lo que está en movimiento» [epaphḕn toû pheroménou] o algo por el estilo (…). No obstante, ahora cambian su nombre pues tienen la eufonía en más estima que la verdad, de manera que la llaman ‘Ferréfata’ [Pherréphatta].


5 Estoicos y neoplatónicos:

  • Cleantes, SVF 1,547: Φερσεφόνην δέ φησί που Κλεάνθης τὸ διὰ τῶν καρπῶν φερόμενον καὶ φονευόμενον πνεῦμα, «Cleantes afirma en algún lugar que ‘Ferséfone’ [Phersephónēn] es el aire que se extiende [pherómenon] y es consumido [phoneuómenon] a través de los frutos».
  • Heráclito, Alegorías Homéricas 74,6: Ἀίδης μὲν οὖν ὁ ἀφανὴς τόπος ἐπωνύμως ὠνόμασται, Φερσεφόνη δ’ ἄλλως ἡ τὰ πάντα πεφυκυῖα διαφθείρειν, «Así pues, recibe el nombre de ‘Hades’ [A-ídēs] de manera adecuada el lugar que no se ve [a-phanḕs], mientras que, de otro modo, ‘Ferséfone’ [Phersephónē] es la que ha nacido [pephykuîa] para destruir [diaphtheírein] la totalidad de las cosas».
  • Porfirio, Sobre la abstinencia 4,16,34-36: τῆς δὲ Φερρεφάττης παρὰ τὸ φέρβειν τὴν φάτταν φασὶν οἱ πολλοὶ τοὔνομα τῶν θεολόγων· ἱερὸν γὰρ αὐτῆς ἡ φάττα, «La mayoría de los teólogos afirman que el nombre de ‘Ferréfata’ [Pherréphatta] se adecua a que alimenta [phérbein] la tórtola [phátta]; es que la tórtola le está consagrada».


6 Deméter, Hestia y un poco de Perséfone:

  • Corn., ND 43,15-16 T: Ἑξῆς δὲ περὶ Δήμητρος καὶ Ἑστίας, ὦ παῖ, λεκτέον· ἑκατέρα δ’ ἔοικεν οὐχ ἑτέρα τῆς γῆς εἶναι, «Seguidamente hay que hablar, hijo, de Deméter y Hestia: parece que una y otra no se distinguen de la Tierra».
  • Corn., ND 45,11 T: τὴν θυγατέρα τῆς Δήμητρος, «la hija de Deméter».
  • Corn., ND 44,4-5 T: τὴν Κόρην τετοκυῖα οἷον τὴν Κόρον, τὴν πρὸς τὸ τρέφεσθαι μέχρι κόρου ὕλην, «había dado a luz a la ‘Muchacha’ [Kórēn], por así decir, la ‘Saciedad’ [Kóron], la materia en cuanto se alimenta hasta la saciedad [kórou]».
  • Corn., ND 46,1-3 T: ἐκάλεσαν δὲ Περσεφόνην τὴν τῆς Δήμητρος θυγατέρα διὰ τὸ ἐπίπονον εἶναι καὶ πόνων οἰστικὴν τὴν ἐργασίαν ἢ τῷ ἐκ πόνων ὑπομονὴν φέρεσθαι, «Llamaron ‘Perséfone’ [Persephónēn] a la hija de Deméter porque el laboreo es trabajoso [epíponon] y comporta [oistikḗn] trabajos [pónōn], o porque los trabajos [pónōn] comportan [phéresthai] aguante».

7
 La variante Φερ̣σοπόνη:
  • IC II XVI 11 (Lappa, Creta; s. II a. C.): θεᾷ Φ|[ε]-ρ̣σοπόνῃ εὐχή̣[ν], «A la diosa Perséfone, una súplica». 
  • OF 495 (Eleuterna, Creta; s. II a. C.): [Πλού]τωνι καὶ Φ- / [ερσ]οπόνει χαίρεν, «A Plutón y a Perséfone, salve».
Φερ̣σοπόνη vs. Περσεφόνη: cf. λύθητι vs. σφάληθι.


Etimologizando a Περσεφόνη en Cornuto:
  • Περσε- / Φερσε- ~ φέρω, ‘llevar’;
  • -φόνη ~ πόνος, ‘trabajo duro’.


9 El 'trabajo duro' y el 'aguante' según los estoicos:

  • Cleantes, SVF 1,611: Λάκωνός τινος εἰπόντος, ὅτι ὁ πόνος ἀγαθόν, διαχυθείς φησιν· αἵματος εἶς ἀγαθοῖο, φίλον τέκος, «Al decir un laconio que el trabajo esforzado es un bien, lleno de alegría dijo [Cleantes]: ‘De buen linaje eres, hijo querido’ [Hom., Od. 4,611]».
  • Crisipo, SVF 3,275: παράκειται τῇ μὲν ἀνδρείᾳ ἥ τε ὑπομονή, ἣν καρτερίαν καλοῦσιν…, «se hallan cerca de la fortaleza, por un lado, el aguante, al que llaman ‘resistencia’…».
  • Musonio Rufo 6,43-44διὰ μὲν τῆς ὑπομονῆς τῶν ἐπιπόνων πρὸς ἀνδρείαν, διὰ δὲ τῆς ἀποχῆς τῶν ἡδέων πρὸς σωφροσύνην, «aguantando las cosas trabajosas se llega a la fortaleza, absteniéndose de las placenteras a la templanza».


10 El esfuerzo intelectual, el estudio nocturno, Cornuto y Persio:

  • Corn., ND 14,11-15 T: ἐν δὲ τοῖς ὄρεσί φασι χορεύειν, ἐπειδὴ χρείαν ἔχουσι τοῦ μονάζειν καὶ συνεχῶς εἰς τὴν ἐρημίαν ἀναχωρεῖν οἱ φιλομαθοῦντες, ἧς χωρὶς οὐδὲν σεμνὸν ἐξευρίσκεται κατὰ τὸν κωμικόν, «Dicen que [las musas] forman sus coros en los montes dado que los que se afanan por aprender tienen necesidad de estar aislados y de retirarse constantemente a la soledad, sin la cual nada digno de veneración se descubre, según el poeta cómico».
  • Corn., ND 14,16-15,1 T: καὶ γὰρ τῆς ἐν νυκτὶ ζητήσεως δεῖ πρὸς τὰ κατὰ παιδείαν· εὐφρόνην γοῦν οὐ δι’ ἄλλο τι οἱ ποιηταὶ τὴν νύκτα ἐκάλεσαν, καὶ ὁ Ἐπίχαρμος αἴ τί κα, φησί, ζατῇς σοφόν, τᾶς νυκτὸς ἐνθυμητέον, καὶ πάντα τὰ σπουδαῖα νυκτὸς μᾶλλον ἐξευρίσκεται, «Ocurre que también es necesario el estudio nocturno para lograr educarse. Pues bien, no por otro motivo llamaron los poetas ‘propicia’ a la noche; y, en este sentido, Epicarmo dice: Si uno estudia un tema relativo a la sabiduría, ha de meditarlo de noche. Y Todos los asuntos serios se llegan a descubrir ante todo de noche».
  • Pers. 5,62-63: 
At te nocturnis iuvat inpallescere chartis; / cultor enim iuvenum purgatas inseris aures / fruge Cleanthea,
«Pero a ti te agrada empalidecer entre los manuscritos que lees de noche; / sí, cultivador de jóvenes, siembras sus puros oídos / con el fruto de Cleantes».

11    ἐκ πόνων ὑπομονὴν φέρεσθαι.
Los trabajos comportan aguante.




Ademollo, F. (2011), The Cratylus of Plato: A Commentary, Cambridge-New York, Cambridge University Press.

Beekes, R. S. P. (2009), Etymological Dictionary of Greek, Leiden, Brill.

Boys-Stones, G. (2018), L. Annaeus Cornutus: The Greek Theology, Fragments and Testimonia, Atlanta, SBL Press.

Chantraine, P. (1983-19842), Dictionnaire étymologique de la langue grecque: Histoire des mots, Paris, Klincksieck.

Most, G. W. (1989), “Cornutus and Stoic Allegoresis”, ANRW II 36.3, 2014-2065.

Most, G. W. (2015), “Allegoresis and Etymology”, en A. Grafton y G.W. Most (eds.), Canonical Texts and Scholarly Practices: A Global Comparative Approach, Cambridge, Cambridge University Press, 52-74.

Ramelli, I. (2003), Anneo Cornuto. Compendio di teologia greca, Milano, Bompiani.

Torres Guerra, J. B. (trad.) (2005), Himnos Homéricos, Madrid, Cátedra.

Torres Guerra, J. B. (trad.) (2009), Mitógrafos griegos: Paléfato, Heráclito, Anónimo Vaticano, Eratóstenes, Cornuto, Madrid, Gredos.

Torres Guerra, J. B. (2016), “The Homeric Hymns, Cornutus and the Mythographical Stream”, en A. Faulkner, A. Vergados y A. Schwab (eds.), The Reception of the Homeric Hymns, Oxford, Oxford University Press, 187-202. 

Torres Guerra, J. B. (ed.) (2018), Lucius Annaeus Cornutus. Compendium de Graecae Theologiae traditionibus, Berlin, Walter de Gruyter.

Wachter, R. (2007/2008), “Persephone, the Threshing Maiden“, Die Sprache 47,2, 163-181.




domingo, 11 de septiembre de 2016

MITOS DE AMOR DIVINO: DEMÉTER, PERSÉFONE, PLUTÓN.


El caso es que llevo usando desde hace mucho el mito de Deméter y Perséfone en la versión sintética de Apolodoro (1,5) para explicar en clase el concepto de mito. Pero este texto no estaba colgado en El festín de Homero, al menos no entero. Y me parece especialmente recomendable de cara a contar qué es un mito por el interés del propio mito de Deméter, por su brevedad y porque, al tiempo, plantea alguna cuestión enigmática que da para que nos rompamos la cabeza tanto los alumnos como el profesor.

Por ejemplo, ¿quién es Praxítea? ¿No debería ser Metanira quien descubriera a Deméter metiendo en el fuego al niño para liberarlo de su ser mortal? ¿Y quién es Ascálafo y dónde y por qué se encuentra con él Deméter?

Titulo la entrada "mitos de amor divino" porque, al menos en algunas versiones, este mito tematiza dos amores diversos: el amor conyugal (¿?) de Hades-Plutón y Perséfone; y el amor materno-filial de Deméter y su hija.


Plutón se enamoró de Perséfone y, con la colaboración de Zeus, la raptó en secreto. Deméter recorría en su búsqueda toda la tierra con antorchas, tanto de noche como de día; tras enterarse por la gente de Hermíone de que Plutón la había raptado, se irritó con los dioses, abandonó el cielo y, tras adoptar el aspecto de una mujer, llegó a Eleusis. Primero fue a sentarse en la piedra que en su honor es llamada “Sinsonrisa”, junto al pozo conocido como Calícoro; luego fue a la casa de Céleo, quien entonces reinaba entre los eleusinios. Habiendo allí dentro unas mujeres que le decían que se sentase junto a ellas, una anciana de nombre Yambe hizo con sus chanzas que la diosa sonriera. Por esto dicen que en las Tesmoforias las mujeres hacen chanzas.

La mujer de Céleo, Metanira, tenía un hijo al cual crió Deméter tomándolo a su cargo. Queriendo hacerlo inmortal, por las noches depositaba en el fuego al niño y así lo iba despojando de su carne mortal. Como Demofonte (que así se llamaba el niño) crecía día a día de manera prodigiosa Praxítea se puso al acecho y, cuando se encontró con que estaba oculto en el fuego, lanzó un grito; por ello la criatura fue consumida por el fuego y la diosa se les reveló. A Triptólemo, el mayor de los hijos de Metanira, le construyó un carro con serpientes aladas y le dio el trigo, con el cual sembró toda la tierra elevándose por el cielo (...).

Al ordenarle Zeus a Plutón que devolviese a la tierra a la Muchacha, Plutón le dio a comer un grano de granada, para que no se quedase mucho tiempo junto a su madre; ella, sin prever lo que iba a ocurrir, se lo tomó. Como Ascálafo (el hijo de Aqueronte y Gorgira) la denunció, Deméter le puso encima a éste en el Hades una pesada roca, mientras que Perséfone se vio obligada a permanecer la tercera parte de cada año junto a Plutón: el resto lo pasa junto a los dioses (trad. José B. Torres).

lunes, 30 de mayo de 2016

DEMÉTER, PERSÉFONE, ELEUSIS: MITO Y RITUAL


Esta entrada sobre Deméter y Perséfone en el mito y el ritual forma pareja con la dedicada al Himno Homérico a Deméter. Aunque las dos entradas se puedan leer de forma independiente, la una completa la otra; y viceversa.


Deméter y Perséfone, madre e hija, forman un par inseparable en la mitología griega. De hecho los atenienses se referían a ellas simplemente como “las dos diosas”.
La etimología del nombre de la madre es incierta. En la Antigüedad ya se interpretaba que Deméter significa “Tierra Madre”. O bien se pensaba que el nombre de la diosa quería decir “Madre del Grano”.
En un caso u otro, es obvia la interpretación del segundo término de este teónimo compuesto pues -meter es “madre”. De esta forma parece que Deméter ocupa su puesto en el panteón griego como diosa del amor materno. En función de ello entra en relación y oposición con las otras diosas griegas del amor, Afrodita (amor sexual) y Hera (amor conyugal).
Nótese que, si el segundo término del nombre de Deméter hace alusión a su carácter materno, el primero debe de destacar su carácter agrario, tanto si se interpreta el teónimo como “Tierra Madre” o como “Del grano Madre".
Este es el motivo por el que Deméter es una figura secundaria en la mitología aristocrática de Homero. En cambio, la diosa ocupa un lugar muy destacado en la religiosidad popular griega, en la que es adorada como diosa de la fertilidad.

Deméter es hija de Crono y Rea, según narra Hesíodo en la Teogonía (453-458). O lo que es lo mismo: pertenece a la segunda generación de dioses, la que derrocó a su padre Crono y elevó al poder de los cielos a su hermano Zeus.

La diosa Deméter mantuvo relaciones íntimas con dos de sus hermanos. Uno de ellos es, por supuesto, el dios clave del panteón olímpico, Zeus, del cual engendró a Perséfone según cuenta, por ejemplo, Hesíodo (Teogonía 912-914).

Otro mito cuenta que Deméter también tuvo relaciones sexuales con Posidón, que se le unió bajo apariencia de caballo para engendrar a Arión, que fue la montura de Adrasto en la expedición de los Siete contra Tebas.
Según narra Homero en la Odisea (5,125-128), Deméter también se unió con un mortal, Jasión. La unión del hombre y la diosa le resultó funesta a aquel pues Zeus se indignó y lo aniquiló. De todas formas, la unión de Jasión con Deméter produjo un fruto: Pluto, “Riqueza”, según Hesíodo (Teogonía 969-971).
El mito central protagonizado por Deméter es el del rapto de Perséfone, el paso de esta por el inframundo y su retorno junto a su madre. La versión por excelencia del mito es la que se encuentra en el Himno Homérico a Deméter.

Este texto cuenta que otro hermano de Deméter, Hades o Plutón, raptó a Perséfone porque quería unirse a ella. La madre de la Muchacha intentó encontrarla sin éxito, hasta que averiguó gracias al Sol que Hades había raptado a su hija con la aquiescencia de Zeus. En ese momento abandonó el puesto que le correspondía entre los inmortales y se trasladó junto a los hombres. A partir de aquí el mito se convierte en justificación mítica, en etiología de los Misterios de Eleusis.
Deméter llegó a esa localidad con aspecto de anciana. Allí se encargó de criar al pequeño Demofonte, hijo del rey local, e intentó convertirlo en inmortal. Pero, al fracasar por culpa de una indiscreción de la madre del niño, se dio a conocer en una escena de epifanía y exigió que se construyera en Eleusis un templo en su honor.
Al despreocuparse Deméter de sus funciones propias (del cuidado de la tierra) se desata entre los mortales una gran hambruna. Esta empuja a los dioses, que se han quedado sin sus sacrificios, a buscar un acuerdo entre Deméter y Plutón. Pero este dios, aunque parece acceder a lo que se le pide, tiende una trampa a Perséfone, pues no deja que se vaya del inframundo sin hacer que antes coma un grano de granada; esta fruta, por motivos que se discuten en esta entrada, vincula para siempre a la muchacha con el mundo de los muertos.
Después, para satisfacer por igual, en la medida de lo posible, a Deméter y Plutón, se llega a un acuerdo: Perséfone pasará cuatro meses al año en el Hades al lado de Plutón, su esposo; los ocho restantes podrá estar con su madre.
Este mito fue interpretado en clave alegórica desde la Antigüedad. Así pues, se entendió que el tiempo que Perséfone pasa junto a Plutón equivale al invierno, tiempo de muerte aparente de la naturaleza. En cambio, su regreso al mundo de los vivos coincide con la llegada de la primavera, según indica el propio Himno Homérico a Deméter (401-403):
Mas cuando de la tierra flores aromáticas, en el tiempo de la primavera,a porfía broten, entonces de la brumosa oscuridad de nuevo regresarás para inmenso asombro de los dioses y de los mortales hombres.
Este esquema general del mito es el del Himno Homérico a Deméter. Pero hay otras versiones. Aparte de las más elaboradas literariamente, como la de Ovidio (mira aquí), destacan las versiones locales, que son abundantes por la gran popularidad de que gozaba Deméter en la religiosidad griega.

Las versiones locales presentan variantes que pueden afectar a la interpretación global del mito. Por ejemplo, la versión ática confiere un papel importante a un hijo del rey Céleo distinto de Demofonte: Triptólemo.
Triptólemo aparece en el arte desde finales del S. VI a. C. En la versión ática Triptólemo recibe el encargo de extender por el mundo la agricultura, don que Deméter concede a los humanos. Esta versión la recoge, por ejemplo, Pseudo-Apolodoro (1,5,2).
A manera de síntesis se puede decir que, para el imaginario griego, Deméter era la Tierra maternal (“Madre Tierra”), fecunda y productora de fecundidad (“Madre del Grano”). Tanto Deméter como Perséfone presentan rasgos que las distinguen de las divinidades olímpicas y las asemejan a las divinidades de la tierra.

Pero la vinculación con el mundo de la muerte, habitual en este tipo de divinidades, es distinta en el caso de la madre y la hija. Esta, Perséfone, es una figura ambivalente porque reúne aspectos vitalistas y de ultratumba:
  • Perséfone es una joven en edad núbil;
  • pero Perséfone es también reina de los muertos.
Si la etimología de Deméter es incierta, como se dijo antes, todavía es más incierto buscar la etimología del nombre de Perséfone. Solo resulta evidente su apelativo característico, Core, “Muchacha”. Por supuesto, tal apelativo solo hace referencia a una de las dos caras de la diosa.

Los rituales y fiestas celebrados en honor de Deméter y su hija eran abundantes. Del conjunto se deben destacar las Tesmoforias, una fiesta de mujeres, prohibida a los hombres, en la que se propiciaba la fecundidad de los campos y la fertilidad femenina.
En Atenas la fiesta duraba tres días, del 11 al 13 de Pianopsión, el mes de la siembra, que se corresponde con el final de octubre y el principio de noviembre.
Pese a la importancia que alcanzaron las Tesmoforias en distintos lugares de Grecia, el ritual principal de Deméter eran los Misterios que se celebraron en su honor durante más de diez siglos en Eleusis. El Himno Homérico a Deméter relata en su parte central la institución mítica de estos Misterios por la propia diosa. Más aún, distintos lugares del texto reflejan momentos del ritual para el que se propone una justificación mítica.

De manera general conviene recordar que los cultos mistéricos de los griegos daban respuesta a las incógnitas sobre el Más Allá para las que la religión de la pólis no ofrecía soluciones. El Misterio prometía una existencia más favorable en la vida de ultratumba, no especialmente apetecible según la imagen que de ella nos da, por ejemplo, la Odisea homérica, cuando el protagonista habla con el difunto Aquiles en el Hades (11,488-91; trad. Luis Segalá):
No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otro, o un hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos.
Para alcanzar la dicha después de la muerte solo hacía falta, según los Misterios, cumplir con el rito y unas ciertas prácticas. En cambio, a los iniciados no se les exigía una rectitud moral permanente de ningún tipo: no existía un código ético eleusinio que se debiera cumplir.

Los ritos poseían carácter secreto. Pero esto no quiere decir que se tratara de celebraciones clandestinas. El aspecto secreto de los Misterios radica en que las verdades reveladas en ellos no se debían divulgar, según dice el propio Himno Homérico a Deméter (476-479):
(…) solemnes misterios sacrosantos, que de ninguna forma es posible transgredir ni divulgar ni profanar: un inmenso respeto a las diosas contiene la voz.
Más aún, no es solo que los cultos mistéricos no fueran clandestinos: tampoco tenían carácter reservado o elitista. Se supone que prácticamente todos los atenienses debían de estar iniciados en los Misterios de Eleusis. Además, en su ritual no solo se admitía a los ciudadanos sino también a mujeres, esclavos y extranjeros.

Aunque en la Antigüedad se celebraban cultos mistéricos en honor de dioses distintos, los Misterios por excelencia en Grecia eran los de Eleusis. Nuestra fuente más antigua sobre ellos es el Himno Homérico a Deméter, que sin embargo nos deja en la duda sobre muchos asuntos.
La cuestión es que el pacto de silencio de los iniciados se respetó de manera constante, lo cual dificulta saber lo que sucedía realmente en el santuario eleusinio.
Si nos podemos formar una idea de lo que representó Eleusis para los griegos es gracias a cuatro fuentes fundamentales: la arqueología, las alusiones aisladas de algunos escritos paganos, el testimonio de los autores cristianos y el propio Himno Homérico a Deméter.

De esta forma sabemos quiénes eran los personajes que intervenían en el ritual: el hierofante (“el que muestra lo sagrado”), el daduco (“portador de la antorcha”), el hierokéryx (“heraldo sagrado”) y una sacerdotisa de Deméter.
El hierofante debía seleccionar en Atenas a los candidatos que podían participar en la iniciación.
También se sabe que había dos grados entre los iniciados: los mýstai (“iniciados”) se convertían, tras la iniciación, en epoptaí (“los que han visto”).

Los Misterios tenían lugar en el mes de Boedromión, entre finales de septiembre y principios de octubre. Comenzaban con la procesión que recorría el día 19 los treinta kilómetros que separan Eleusis de Atenas.

Pero antes, el 14, se habían trasladado de Eleusis a Atenas los “objetos sagrados” (no sabemos qué eran) que debían participar en la procesión. Además, el día 16 los mýstai acudían también a Falero para un rito de purificación y bañarse en el mar.

En la procesión del día 19, al llegar al límite entre Atenas y Eleusis se realizaba el gephyrismós o “paso del puente”. Durante el mismo se producía un intercambio de pullas, la aischrología que parece evocar el papel asignado en el mito a la figura femenina de Yambe, que hizo reír a Deméter con sus burlas a pesar de lo preocupada que estaba por la falta de su hija.

Los mýstai ayunaban hasta llegar a Eleusis. Allí rompían el ayuno bebiendo el ciceón, sobre cuya invención habla también el Himno a Deméter (206-11). El ciceón, una bebida de fuerte carácter rural, compuesta de harina de cebada, agua y menta, indica el origen agrario de las celebraciones.

La parte central del Misterio se celebraba entre el 20 y el 23 de Boedromión. Aunque es poco lo que se conoce con seguridad sobre ello, sí se sabe que el rito de iniciación se desarrollaba en el telestérion.
Este era un edificio singular dentro de la religión griega porque en ella los edificios sagrados estaban concebidos como morada del dios, no eran espacios pensados en función de los participantes en el rito como en el caso del telestérion.
A este no podían entrar quienes no eran iniciados en una u otra categoría, como mýstai o epoptaí. En cambio, a los iniciados se les reservaban dentro del telestérion experiencias a las que las fuentes sólo aluden de manera imprecisa y enigmática.

Por ejemplo, no se sabe a qué se refieren tres expresiones que aparecen en los textos: tà drómena (“lo que se hace”), tà legómena (“lo que se dice”) y tà deiknýmena (“lo que se muestra”).
También es enigmático el sýnthema o “contraseña” que copia Clemente de Alejandría en su Protréptico (2,21,2): “Ayuné, bebí el ciceón, tomé de la cesta, tras haberlo probado lo devolví al canasto y del canasto a la cesta”.
Sí se sabe que la cesta era el símbolo cultual más importante de Eleusis, aunque desconocemos lo que contenía dada la ambigüedad del sýnthema. En realidad no se puede descartar algo tan simple como que la cesta aludiera al plano agrario del ritual y contuviera tan solo los elementos necesarios para preparar el ciceón.

En el telestérion el iniciado debía, ante todo, “experimentar”, según indica un fragmento de Aristóteles (fr. 15 Rose). Pero se desconoce en qué consistían esas experiencias.
Se ha supuesto que debían provocar anticipadamente el terror de la muerte y luego la bienaventuranza del regreso a la vida. Esa bienaventuranza se simbolizaba quizá en el hecho de que el mýstes “veía”, de la forma que fuese, una manifestación o epifanía de Perséfone, la diosa que también vuelve cíclicamente del Más Allá a este mundo.
Además hay indicios de que en los Misterios se anunciaba el nacimiento de un “niño divino” y de que el hierofante exponía ante los participantes una espiga de trigo. Esta acción ritual debía de recordar la unión entre vida y muerte simbolizada en la espiga, pues esta, tras ser cortada, ha de producir nueva vida.

Eleusis no les prometía a los iniciados la inmortalidad pero sí un destino más esperanzador después de la muerte. Después de una larga evolución, el culto de Eleusis combinó los ritos de paso e iniciación con el festival agrario y las creencias sobre el destino del hombre tras la muerte. Lo que en principio se debía referir al ciclo de la naturaleza se acabó extendiendo al ciclo de la vida humana, para la que Eleusis prometía también un nuevo renacer según sucede en la naturaleza.





domingo, 22 de agosto de 2010

¿QUÉ ES UN MITO?


Para Laura Bujalance y su alumno Samba

Esta entrada que cuelgo ahora, después de seis meses, reproduce, con pequeños cambios, el texto de una conferencia que pronuncié en Pamplona en 2003 y que algunos amigos han utilizado en clase para explicarles a sus alumnos qué es un mito.

Ojalá que esta entrada ayude a que entienda algo más sobre el mito Samba, quien declara, a sus 19 años, que no le interesa nada que no sea un videojuego.

Sic transeat uanitas mundi.


MITOS DE LA ANTIGÜEDAD: LA HISTORIA INTERMINABLE


El uno de febrero de 2003, el transbordador Columbia explotó mientras efectuaba la maniobra de regreso a la tierra.

Al día siguiente, Luis Ignacio Parada publicaba en un periódico de Madrid una columna titulada “Demasiadas tragedias para Ícaro”. En ese artículo, el periodista recurría a la leyenda griega de Dédalo y su hijo para plantear una reflexión en torno al sentido que podían tener al inicio del tercer milenio expediciones como la del Columbia.

La leyenda de Ícaro expresaba una lección moral entre los griegos. Parece decirnos “no quieras subir hasta el sol como este joven, atente a los límites humanos”; con independencia, claro, de que sean posibles otros niveles de lectura.

En la nueva versión de Parada el mito no llama con tono moralizante a que el hombre se mantenga dentro de los límites físicos de la tierra. En cambio, el mito sirve como ilustración de una tesis del autor: cuando la Guerra Fría ya es historia, cuando la carrera espacial ya no es la competición salvaje que fue en los años sesenta del siglo pasado ¿qué razón justifica poner en peligro tantas vidas humanas como las que se han perdido en las catástrofes del Columbia o el Challenger?

Si inicio así mi exposición lo hago con el deseo de justificar el título que ésta lleva: “Mitos de la Antigüedad: la historia interminable”. No existe en estas palabras ningún homenaje a una famosa novela fantástica del siglo XX.

Pero es verdad que me he permitido tomarle prestado a Michael Ende el título de su obra porque me parece fuera de duda que también la mitología grecorromana es una “historia interminable”. Una historia que se inicia para nosotros en el siglo VIII a. C. y que vive, pervive y se metamorfosea a lo largo de centurias y milenios, hasta recrearse, por ejemplo, en ese artículo publicado por Parada hace varios años.

En esta entrada quiero presentar un par de ejemplos de esta visión diacrónica del mito clásico, visión que nos permite apreciar su capacidad para mutar y adquirir nuevos significados, para ser “historia interminable”.

Pero no voy, en principio, a hablar de la pervivencia del mito desde la Antigüedad a nuestros días. Mi enfoque podría considerarse más bien intraclásico. No trascenderé los límites temporales de la Antigüedad ni las fronteras lingüísticas de griego y latín. Lo que intentaré es aproximarme, primero, a la historia de un mito dentro de la tradición griega; con un segundo ejemplo ilustraré los avatares que puede sufrir un relato mítico en su paso de Grecia a Roma. Aunque quizá, antes de avanzar en la materia, convendrá aclarar cuál es mi concepto de mito.
Entiendo por tal un relato tradicional protagonizado por personajes extraordinarios: en la tradición clásica, dioses y héroes; este relato se desarrolla en un tiempo primordial, percibido como esencialmente distinto del tiempo de quien narra; el mito es, además, un relato relevante para la comunidad en que surge por cuanto cumple una función especulativa: es decir, es un intento de explicación de la realidad, prelógico si se quiere pero no irracional.
Planteo estas ideas (que prefiero no llamar definición) y soy consciente de que todas y cada una de sus notas están abiertas a debate. De la misma manera podrá cuestionarse el hecho de que yo no haya considerado la dimensión religiosa como necesariamente constitutiva del mito. Recuerdo que no pretendo dar una definición general y universal del mismo sino tan sólo hacer explícitos mis presupuestos.

La primera de las narraciones con la que me gustaría enfrentarme es la protagonizada por el dios Prometeo, hijo del Titán Jápeto. Las fuentes griegas que narran el mito son abundantes, no así las latinas. Entre las griegas, las más relevantes son estas cinco:
  • la Teogonía de Hesíodo,
  • Trabajos y Días (supuestamente obra del mismo autor),
  • el Prometeo esquíleo,
  • el diálogo Protágoras de Platón
  • y uno de los Diálogos de los dioses, versión paródica escrita por Luciano de Samosata en el siglo II d.C.
De estas cinco fuentes griegas relevantes consideraremos sólo la Teogonía y el texto de Platón. En la Teogonía de Hesíodo, una obra que podemos datar en el S. VII a.C., se nos presentan ya las secuencias básicas del relato.

Prometeo es el dios astuto que, por algún motivo que no se hace explícito, intenta beneficiar a los humanos, sin importarle que, para lograr su objetivo, haya de enfrentarse al dios supremo, Zeus.
Y entre Prometeo y Zeus se establece un juego de astucia: a cada acción por parte de uno sigue una reacción del otro; las acciones de Prometeo pretenden favorecer a los hombres, mientras que las de Zeus siempre nos perjudican y, en último extremo, acaban perjudicando a nuestro dudoso benefactor.
Podemos distinguir tres movimientos en este duelo.
  • Primeramente, el dios supremo le pide al hijo de Jápeto que le ayude a establecer cómo han de repartirse en el futuro las víctimas de los sacrificios: qué partes les corresponderán a los hombres y cuáles a los dioses. Prometeo logra con malas artes que Zeus acceda a que la carne de los animales sacrificados sea el lote de los humanos, mientras que la grasa y los huesos será lo único que reciban los habitantes del Cielo.
  • La reacción de Zeus (segundo movimiento de este juego) consiste en privar a los hombres del fuego, posiblemente para que no puedan disfrutar de las carnes sacrificadas. La respuesta de su rival consistirá en robar el fuego para ponerlo en manos de los mortales y (una vez más) beneficiarlos.
  • A continuación, Zeus hará la jugada que podemos considerar como el jaque mate de la partida. El castigo que recae sobre Prometeo por haber querido engañar a Zeus es la prisión, esa prisión que posteriormente (en el Prometeo esquíleo) se situará en el Cáucaso; los hombres, por su parte, reciben “a cambio del fuego” (v. 570) un mal, o mejor dicho, lo que el narrador de la Teogonía presenta como un mal: la primera mujer.
Al punto a cambio del fuego un mal preparó para los hombres:
pues de tierra formó el ilustre Patizambo
un ser con aspecto de doncella pudorosa por voluntad del Crónida.
La ciñó y la adornó la diosa de ojos de lechuza, Atenea,
con un vestido plateado; de su cabeza un velo
prodigioso con sus manos le colgó, asombro de ver.
Y alrededor frescas coronas de flores y de hierba,
deliciosas, le puso en la cabeza Palas Atenea.
(…)
Mas una vez que formó un mal hermoso a cambio de un bien,
la llevó donde se hallaban los otros dioses y los hombres,
engalanada con el ornato de la de ojos de lechuza, hija de poderoso padre.
Al llegar a este punto de la historia podemos sentir la tentación de ponerle nombre a esta figura y llamarla “Pandora”.
Sin embargo, lo cierto es que la primera mujer carece de nombre en la Teogonía:
sólo se la llamará Pandora en el relato paralelo (y sin embargo distinto) de Trabajos y Días; de la misma forma, la mujer de la Teogonía no porta ninguna caja (o mejor, tinaja) con la que vaya a desparramar los males por el mundo.
Ésa es la situación en Trabajos y Días, mientras que en el primero de los poemas la propia mujer ES el mal para los hombres.
No voy a comentar el carácter evidentemente misógino de este texto, carácter que comparte (por otro lado) con buena parte de la literatura griega de la época. Creo que es más productivo que nos paremos a reflexionar sobre los motivos por los que podemos considerar que nos hallamos ante un mito.
  • Es evidente que lo que leemos en los versos 535 y siguientes de la Teogonía es una narración;
  • la medida de su carácter tradicional la da el hecho de que la fábula se haya recreado en esos otros textos griegos a los que he hecho antes referencia;
  • queda fuera de duda también que los protagonistas, en cuanto dioses, son personajes extraordinarios.
  • ¿Qué sucede con la idea de que el tiempo en que se desarrolla el mito es un tiempo primordial? Que la situación es realmente ésta en el relato sobre Prometeo podría ejemplificarse de diversas maneras; me atengo al caso que considero más palmario: un tiempo en el que no existen aún las mujeres ¿no debe ser considerado por fuerza como primordial y esencialmente distinto de nuestro propio tiempo?
La cuestión a la que no he hecho aún referencia es la de la función especulativa del mito. El relato de Prometeo incluido en la Teogonía ¿intenta ser la explicación de alguna incógnita?
En mi opinión, esta historia no intenta explicar una única faceta de la realidad: intenta explicar al menos tres aspectos distintos de lo que para los griegos del siglo VII a.C. era la realidad.

El mito especula, en primer lugar, con la forma en que se realizaban los sacrificios en la cultura griega. Es cierto que la práctica helénica era la que se describe en el poema: quienes asistían a los sacrificios sabían que ese día podrían saciarse de carne, mientras que los dioses recibirían el humo procedente de la combustión de grasa y huesos. Sabemos que, en algunos momentos de su historia, los griegos consideraron esta costumbre irreverente. El mito de Prometeo intenta encontrar el porqué de este uso peculiar; la costumbre griega encuentra su justificación (como es habitual en el pensamiento mítico) en un suceso localizado en el tiempo primordial.

Nótese, por cierto, que cuando hablamos de la “función especulativa” del mito no queremos decir que todos los mitos hayan de responder siempre a los grandes problemas: “¿quién soy?”; “¿de dónde vengo?”; “¿adónde voy?”.
Gracias al trabajo de los antropólogos sabemos, por ejemplo, que entre las tribus indígenas de América Latina son frecuentes los mitos sobre el origen de la cerámica, tema que a nosotros (desde otros presupuestos culturales) puede parecernos irrelevante.
De forma parecida a lo que acontece con los indígenas americanos, los griegos intentaron encontrar a través del mito de Prometeo una explicación para un aspecto de su cultura (la razón de ser de sus sacrificios) que para ellos era importante, aunque quizá no lo sea tanto para nosotros.


Pero el relato contenido en la Teogonía es mucho más que esto. No en vano Prometeo era considerado entre los griegos dios del fuego.

Su mito también intenta encontrar una razón de ser para la presencia entre nosotros de una realidad cultural tan importante como el fuego: el fuego discrimina hombres de animales, como sabían perfectamente Mowgli y Rey Louis en El libro de la selva. De acuerdo con la formulación de un famoso libro de Lévi-Strauss,
  • los animales comen lo crudo, nosotros lo cocido;
  • los animales carecen de técnica mientras que nosotros hemos podido desarrollar la cerámica o los procedimientos metalúrgicos precisamente gracias al fuego.
La mitología comparada dice que, habitualmente, las culturas preliterarias tienden a considerar el fuego como un elemento celeste, extraño a la tierra, a la que desciende en forma de rayo. Si el fuego ha descendido a este mundo para quedarse en él, al servicio del hombre, es porque, en los inicios, Prometeo, nuestro aliado divino, quiso regalárnoslo.

También la última secuencia del mito cumple una función especulativa. Una vez más, la mitología comparada nos habla de que, con frecuencia, culturas muy diferentes han considerado que el hombre nació antes que la mujer. El problema debió de interesar a los griegos de época arcaica, y encontraron para él esta respuesta que Hesíodo transmite en la Teogonía. Una respuesta no demasiado favorable para las mujeres, consideradas intrínsecamente como un mal. Aunque, de todas formas, esta respuesta puede ser coherente con ciertos rasgos de la sociedad griega arcaica que aquí no podemos estudiar.

Hesíodo presenta una elaboración literaria del mito. Pero parece hallarse muy próximo a ese estado mítico puro en el que el pensamiento ES mito. Con el autor que vamos a considerar ahora damos una vuelta de tuerca: en el Protágoras de Platón el mito ya no es pensamiento, ES el vehículo del pensamiento; de un pensamiento que, además, es claramente distinto del que encontramos en la Teogonía.

  • ¿Es el pensamiento de Platón, que nos habla tras la máscara de Sócrates?
  • ¿O está recogiendo aquí el filósofo ideas de Protágoras?
Será oportuno que encuadremos el texto, como hicimos antes con el pasaje de Hesíodo.

En algún momento del S. IV a.C., Platón puso por escrito el diálogo que supuestamente mantuvieron Sócrates y Protágoras en la centuria anterior. Ante una cuestión planteada por su interlocutor, Protágoras se ofrece a explicar lo que opina “contando un mito, como haría un anciano con un grupo de jóvenes, o bien mediante una exposición racional”. Su público elige la primera de las opciones y el sofista narra una versión novedosa del mito de Prometeo.

En este texto no encontraremos ninguna referencia a lo que constituía la situación de partida en la Teogonía, el reparto de la res entre Zeus y el hijo de Jápeto. El planteamiento es distinto. “Érase una vez”, dice Protágoras, y con esta fórmula inicia un relato sobre el origen de los seres mortales, modelados por los dioses mediante la combinación de los cuatro elementos. A Prometeo, que no crea a los hombres, le corresponden sin embargo otras funciones capitales en los primeros estadios de nuestra historia: entre él y su hermano Epimeteo han de dotar a los seres mortales (animales y hombres) de las facultades que los dioses les entregan para este fin.

Prometeo y Epimeteo forman en la mitología un par típico, la pareja de hermanos o amigos con diferente capacidad mental: uno es el listo y el otro el tonto. Esta diferencias de cualidades la indican ya sus nombres, porque Prometeo y Epimeteo, en griego, son nombres parlantes.
  • Prometeo es “el previsor”, “el que ve por adelantado”.
  • En cambio, parece que hemos de entender el nombre de Epimeteo como “el supervisor”: “el supervisor” que, en un sentido negativo, es el que ve después de que las cosas sucedan, el que se da cuenta a toro pasado.
El asunto es que, en el Protágoras, Prometeo no es tan listo como nosotros esperamos; o por lo menos se equivoca al acceder al ruego de su hermano, quien le pide tener el papel más activo en la distribución de facultades entre los seres mortales: “cuando la haya hecho [la distribución], tú la supervisas”. Nótese que, al acceder a esta petición, Prometeo cambia de rol, abandona el suyo y adopta el de su hermano: “el supervisor” (Epimeteo) preverá el reparto de facultades mientras que “el previsor” (Prometeo) será quien supervise ese reparto.

Como era de temer, Epimeteo se equivoca y gasta en los animales todas las capacidades de que dispone. Y así se da cuenta, demasiado tarde, de que ya no tiene ninguna con la que dotar al hombre, un ser “desnudo, sin calzar, carente de lecho y de armas”. Para enmendar este error Prometeo toma la decisión de robar el fuego y regalárselo al hombre. Es el mitema fundamental que ya conocemos por Hesíodo.

Ahora bien, existen diferencias importantes en la nueva versión.
  • Por una parte, lo que roba Prometeo no es simplemente el fuego físico, sino el fuego y la habilidad artística, la sabiduría técnica que (dice Protágoras) no sirve de nada sin el fuego.
  • Por otro lado, a quien le roba Prometeo esta llama de la sabiduría práctica no es a Zeus sino a los dos dioses griegos del trabajo, Atenea y Hefesto.
Y el robo (aunque la víctima no sea Zeus) tampoco queda ahora impune; la expresión del sofista se vuelve alusiva y sólo puede entenderse a la luz de la versión tradicional del mito: “sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego (según se cuenta) la pena del hurto”.

Es también peculiar en esta versión del mito la continuación que agrega Protágoras, al objeto de hacernos ver que el don de Prometeo, por muy valioso que sea, es un don incompleto, y que el verdadero don que reciben los hombres es el que todavía ha de concederles Zeus.

El hombre, dotado de saberes técnicos, podía desarrollar habilidades que lo diferenciaban de los animales: “descubrió rápidamente el arte de articular palabras y sonidos e inventó las edificaciones, los vestidos, los calzados, los lechos y la agricultura”. Pero el hombre, que podía ser un animal racional, no era aún un animal político. Por ello era incapaz de fundar ciudades sin injuriar a sus vecinos; condenado a vivir en soledad, era incapaz de defenderse de las fieras que amenazaban con exterminarlo.

La historia de la humanidad (y este mito especula sobre la historia y el progreso de la humanidad) podría haber sido muy breve. Pero Zeus, en conversación con Hermes, decidió concederles a los hombres lo que realmente necesitaban para poder vivir en comunidad: el Pudor y la Justicia, y con ellos la sabiduría política.

A diferencia de lo que había ocurrido con los otros saberes, la sabiduría política fue repartida por igual entre todos los hombres. De esta forma (sigue Protágoras), en las discusiones políticas participan todos los ciudadanos, mientras que no a todos se les tendría en cuenta si, sin ser médicos o arquitectos, quisieran expresar su opinión sobre un problema de medicina o arquitectura.

De esta forma la historia de Prometeo, en labios de Protágoras, se ha metamorfoseado en un mito político: en la justificación mítica de la democracia. Éste es un significado que (por supuesto) era totalmente ajeno al mito en la versión hesiódica; éste es el significado nuevo que adquiere el mito en un contexto filosófico, posiblemente en el contexto de la Sofística: en mi opinión, lo más probable es que el mito de este diálogo refleje el pensamiento del propio Protágoras y no el de Sócrates o el del aristocrático Platón.

El segundo mito sobre el que quiero llamar la atención encierra un triángulo amoroso bastante sui generis. Pero para explicar ese triángulo debo comentar antes algo sobre las diosas del amor en Grecia. Al mencionar el concepto “amor”, a todos se nos puede venir a la memoria el nombre de Afrodita. Claro que Afrodita sólo es diosa del amor sexual, y ése no es el único amor posible. Los griegos codifican también en su mitología el amor matrimonial y lo ponen bajo el patrocinio de Hera. Lo peculiar y original entre los griegos es que también conocen una diosa del amor materno; ésta es Deméter, la madre de Perséfone, a la que raptó su tío Hades para convertirla en su esposa.

Por supuesto, la historia de Deméter, Perséfone y Hades es mucho más que un melodrama o una novela sentimental. De hecho, es un ejemplo diáfano de mito, un ejemplo que se ajusta a la perfección a las características del mito de que hablamos antes. La fábula es conocida por distintas versiones. Como hice en el caso de Prometeo, voy a atenerme al comentario de dos de ellas.
  • Empezando por el principio, nos remontaremos a finales del siglo VII a.C. para hablar del Himno Homérico a Deméter.
  • Después cambiaremos la lengua griega por el latín y estudiaremos la versión de la historia que incluyó Ovidio en las Metamorfosis, a principios del siglo I de nuestra era.
La historia cuenta, en esencia, lo siguiente. Perséfone fue raptada por su tío Hades, quien quería convertirla en su esposa. Deméter, la madre, se indignó con los dioses al saber que el rapto se había producido con el consentimiento de Zeus. Por ello se desentendió de sus funciones como diosa protectora de las labores agrícolas; entonces el grano no brotó más de la tierra y se produjo una hambruna terrible entre los hombres.
Los inmortales decidieron mediar y convencer a Hades de que devolviera a la Muchacha. Hades accedió, pero antes le dio a comer un grano de granada que la mantendría atada a él para siempre. Por ello fue preciso llegar a una solución de compromiso y repartir el tiempo de Perséfone: cada año podría pasar ocho meses con su madre y los dioses, pero los cuatro restantes debería permanecer junto a su esposo Hades, dios de los Infiernos.

A diferencia de lo que hice en el caso de Prometeo, no expondré todas las características del mito presentes en el relato. Señalaré sólo algo a propósito de su valor especulativo. Algunas versiones de la historia hablan de cómo instituyó Deméter la agricultura. Pero éste no es el caso en la versión literaria concreta de la que estamos hablando, el Himno Homérico. En éste la agricultura existía de antes; la cólera de Deméter la hace desaparecer pero, de la misma forma, regresará a la tierra cuando la diosa deponga su enojo, según indican estos versos del Himno:

[Rea] a Rario llegó, feraz tierra labrantía
en el pasado, pues entonces no era feraz, sino que estéril
se hallaba y sin hojas: se ocultaba la blanca cebada
por voluntad de Deméter de hermosos tobillos; pero luego
iba rápidamente a cubrirse de una cabellera de alargadas espigas
al avanzar la primavera, en el suelo los fértiles surcos
se cargarían de espigas, y más tarde en gavillas se atarían.

Aunque no explique el origen de la agricultura, el mito que relata este texto sigue poseyendo una función especulativa porque encierra la explicación de una realidad natural tan importante como son las estaciones. Según se dice en un pasaje del himno (vv. 401 ss.), el momento en que Perséfone volverá junto a su madre será la primavera:
Cuando de la tierra flores aromáticas, en el tiempo de la primavera,
a porfía broten, entonces de la brumosa oscuridad
de nuevo regresarás para inmenso asombro de los dioses y de los mortales hombres.
Es decir, el ciclo anual de Perséfone se convierte en explicación del ciclo anual de la tierra. La Muchacha debe permanecer bajo tierra, junto a Hades, un tercio del año, en lo que desde nuestra perspectiva es un estado de muerte, al menos aparente: así también la tierra se halla en estado de muerte aparente en otoño e invierno (cuatro meses, según el cómputo del himno) para renacer con la llegada de la primavera.
Llegados aquí quiero resaltar que no debemos pasar nunca por alto el contexto en que surgen los mitos; tampoco debemos pasar por alto el contexto en que surge la versión del mito de Deméter que acabamos de comentar. Éste es el contexto de la himnología rapsódica de época arcaica; y entiendo que ese género literario se hallaba más próximo a pautas de pensamiento míticas que a las pautas de pensamiento racional que encontramos en los filósofos de época clásica. La manera en que usa el mito el Himno Homérico parece más próxima a Hesíodo que al Protágoras de Platón, o en otras palabras: no hay aquí ningún intento de utilizar el mito como vehículo para la expresión de un pensamiento racional o, si se me permite el neologismo, postmítico. Lo interesante es que, con Ovidio, el ejemplo que trataremos a continuación, parece que damos un paso más en el proceso de transformación del mito en simple ornato.
El autor romano incluye la historia en el libro quinto de las Metamorfosis, donde el mito es cantado por la Musa Calíope, en el curso de su enfrentamiento con las Piérides que, por querer rivalizar con las Musas, acabarán transformadas en urracas.

En el relato de Calíope existen, por comparación con el Himno a Deméter, variaciones importantes. La razón última de las discrepancias radica en el hecho de que Ovidio inserta la historia en sus Metamorfosis considerándola no como un relato especulativo sino como una historia de amor: cosa que, evidentemente, no era en el modelo griego, aunque hayamos presentado antes el mito (que no el himno) como una suerte de triángulo amoroso.

En Ovidio, la acción de la fábula parte de un complot urdido por Venus y Cupido, quienes se plantean conseguir que Hades-Plutón se enamore como los demás dioses. A la vez, Venus y Cupido quieren impedir que Proserpina-Perséfone se quede virgen como Palas y Diana, que para los romanos (como antes para los griegos) eran las diosas vírgenes por excelencia. Se ha de notar que ni la una ni el otro (ni Venus ni Cupido) figuran en el original griego; y es que su presencia en las Metamorfosis viene dictada por ese carácter de “historia de amor” que quiere introducir en el mito Ovidio.
Lo que antes era un acto violento, el rapto de la joven, se convierte ahora en acto de amor, en palabras que Ovidio atribuye dentro de un parlamento al propio Júpiter, quien (interesa recordarlo) ya no es en esta versión cómplice de lo sucedido:
Si es lícito poner a las cosas su verdadero nombre, esta acción no ha sido un atentado, sino que se trata de amor (vv. 524-6; trad. Ruiz de Elvira)
También en esta recreación del mito será Júpiter quien interceda al fin (después de que se produzca la consabida hambruna) para lograr el regreso de Proserpina. Pero establece una condición. La condición es otro elemento de la fábula conocido ya por el Himno Homérico: Proserpina sólo podrá regresar a la situación anterior al rapto si no ha comido ningún alimento en el Infierno. Pero la protagonista no puede satisfacer esa condición. No porque su nuevo esposo le haya dado a comer un grano de granada con intención aviesa, como dice el Himno Homérico; fue la propia Proserpina quien cogió el fruto de un árbol, sin reparar en las consecuencias de ello:
la doncella había roto el ayuno, y mientras en su ingenuidad andaba errante por un huerto de frutales, había cogido de un árbol que se inclinaba por el peso una granada, y arrancando de la amarilleante corteza siete granos, los había exprimido en su boca (vv. 534-8; trad. Ruiz de Elvira)
Se hace preciso llegar a un acuerdo y fijar qué proporción de tiempo ha de pasar la Muchacha con Ceres y con Plutón. El Himno a Deméter habla de un reparto que beneficia claramente a la madre, un reparto que se decanta por el amor maternofilial:
Pero si algo tomaste, de nuevo regresando a las [profundidades de la tierra]
habitarás allí la tercera parte de las estaciones [cada año;]
las dos restantes, a mi lado y el de los [demás inmortales.]
Las Metamorfosis, en cambio, proponen un reparto del tiempo salomónico. Según decisión de Júpiter, Proserpina dedicará seis meses a su madre y seis a su nuevo esposo. Este nuevo reparto del tiempo contrasta con el anterior. ¿Por qué reparte Ovidio de esta forma el tiempo de la Muchacha? Entiendo, primeramente, que la condición de posibilidad para este nuevo reparto se encuentra en el hecho de que el autor latino haya desvinculado la historia de Proserpina del ciclo de las estaciones: por tanto, ya no es necesario que la joven permanezca un número concreto de meses sobre tierra, simbolizando las temporadas de clima más benigno. Por otro lado, quizá Ovidio ironiza con el carácter romántico de esta nueva versión del mito; ya hemos visto antes que Júpiter consideraba lo ocurrido (el rapto) como un acto de amor; si siguiéramos leyendo las Metamorfosis, acabaríamos viendo que en el libro décimo Orfeo también apela al Amor que unió en otro tiempo a los dioses infernales; X, vv. 28-9:
si la fama del antiguo rapto no ha mentido, también a vosotros os unió el Amor (trad. Ruiz de Elvira)
Si hemos de considerar esta nueva versión del mito como una “historia de amor”, ¿no es coherente que Proserpina dedique en ella por lo menos el mismo tiempo (seis meses) al amor marital y al amor filial?

A lo largo de esta exposición he intentado presentar el mito clásico como historia abierta: desde esta perspectiva, y acudiendo a una analogía con la lingüística, se puede afirmar que el mito es un significante permanentemente dispuesto a adquirir nuevos significados. He ejemplificado esta característica del mito sobre la base de dos historias transmitidas por textos antiguos. Nos habíamos propuesto no superar las barreras lingüísticas del griego y el latín. Lo cierto es que podríamos haber acudido a ejemplos de otras literaturas para constatar que tanto Prometeo como la pareja Deméter-Perséfone son elementos mutantes en toda la Tradición Clásica y no sólo en lo que al principio llamaba tradición intraclásica.

Quiero despedirme destacando un aspecto que singulariza esta Mitología que con razón denominamos “Clásica”. Nótese que en su caso es particularmente viable un enfoque diacrónico del tipo del que hemos ensayado en esta exposición. Tal enfoque no es aplicable a todas las mitologías. No lo es, por ejemplo, en el caso de las mitologías vivas de culturas orales, pues esas mitologías, que son recogidas por los antropólogos en un estadio concreto de su transmisión, carecen de historia. En el otro extremo, mitologías antiguas como la hindú tampoco permiten un estudio diacrónico por su hieratismo que veta el uso versátil del mito, el uso flexible y fecundo de historias como la de Prometeo, la de Perséfone o la de Ícaro a la que nos referíamos al principio de esta entrada.