sábado, 23 de junio de 2012

EL SEÑOR CASAUBON, ACADÉMICO FRACASADO


Para Rubén y Teresa, a quienes una joven navarra de 20 años les dijo en una cena en su casa (la de ellos) que los consideraba "unos fracasados". Creo que esa infeliz hará carrera en la diplomacia mundial. Y, mientras a ella le llega su día, 
Rubén y Teresa hacen carrera con su familia y amigos. ¡Va por vosotros!


Quien lea este título ("Casaubon, académico fracasado"), si le va la Filología, se acordará seguro de Isaac Casaubon, importante filólogo, editor de autores clásicos (griegos y latinos) que vivió entre los siglos XVI y XVII, entre Suiza, Francia e Inglaterra.

Pero no es a este erudito al que se refiere la entrada sino a un Casaubon ficticio, uno de los personajes principales de Middlemarch, la novela clave de Mary Anne Evans, George Eliot para el público de su época.

Edward Casaubon, pese a su erudición, no es realmente un académico sino un clérigo anglicano que compagina sus obligaciones profesionales con sus estudios sobre el sincretismo religioso y la supuesta composición de un opus magnum que ha de titularse La llave de todas las mitologías. 

Pero Casaubon muere sin publicar nada de su trabajo; 
fracasa en su intento y ello sucede, según entiendo, por cuatro o cinco razones que conviene revisar por la cuenta que nos puede traer a los profesores universitarios de hoy en día, que no somos entes de ficción ni llevamos camino de serlo.Hay un error obvio en el planteamiento de este estudioso que Ladislaw, el primo incómodo de Casaubon, le señala a Dorothea, la mujer del mismo. Es un error por parte del clérigo no estar informado de lo que se está publicando sobre el tema en lenguas distintas del inglés y, muy en concreto, en la que por aquel entonces era la lengua científica por excelencia, el alemán.

Casaubon también se equivoca cuando prefiere no publicar resultados parciales de su trabajo y reservar su pozo de ciencia para la obra magistral que prepara y ha de dejar una impronta imborrable en tantos campos del saber.
Aquí, por cierto, Casaubon comete el mismo error que otro personaje de novela, el tío Petros de Apostolos Doxiadis, tan obsesionado por desentrañar la conjetura de Goldbach desde su cátedra de Múnich que rompe todo contacto con el mundo científico: cuando quiere publicar algunos resultados preliminares de la investigación, sus antiguos profesores han de decirle que aquello ya ha sido descubierto y divulgado dentro del mundo universitario dos o tres años atrás.
El tercer error de Casaubon es hermano del segundo: el opus magnum se ha de publicar íntegro, no en pequeñas dosis. Lo que entra aquí en juego es la aspiración a una obra definitiva que eclipse todo lo escrito con anterioridad sobre el asunto. No sé si es verdad que aquello de "lo mejor es enemigo de lo bueno" es un refrán alemán. De lo que no tengo ninguna duda es de que el perfeccionismo ha llevado a muchos a la destrucción, πολλοὺς εἰς ὄλεθρον ἤγαγεν.

Seguramente la cuarta equivocación de Casaubon es la más dolorosa y la que él habría estado menos dispuesto a confesar: el clérigo de Middlemarch había emprendido un trabajo que superaba su capacidad. 
Por mucho que le sacrificara todo su esfuerzo, su salud, la vida de la joven Dorothea a la que obnubiló y condujo a un matrimonio infeliz, Casaubon no era James G. Frazer ni su Llave de todas las mitologías podría ser nunca La rama dorada.
He mencionado al personaje de Dorothea Brooke, la joven hermosa e inteligente que quiere consagrar toda su existencia a esa gran obra que ha de representar un antes y un después en la historia de la Inteligencia humana. Mientras leía el principio de la novela de George Eliot, Dorothea me parecía una figura casi cómica, un personaje de Molière extraído de Las mujeres sabias. Puede ser así al principio de la novela; pero la situación varía según se avanza en la lectura.

Durante su viaje de novios, Edward Casaubon y Dorothea marchan a Italia... para que el reverendo de mediana edad avance en sus investigaciones. Y allí está Dorothea, sola entre las bellezas de la Antigüedad y el Renacimiento, abandonada por su galán.

Mejor les habría ido a Casaubon, a Dorothea y a tantos si no se les hubiera ido de la cabeza aquella máxima sabia que le oí una vez en la radio a Miguel Ángel Lotina, glorioso entrenador del Osasuna, entrenador después del bienaventurado Depor: que el descanso forma parte del trabajo. 

Buscando en Google veo que la máxima se la atribuyen a Rabindranath Tagore. A lo mejor es que esto también viene de la sabiduría tradicional indoeuropea. Se lo tengo que preguntar al profesor y amigo que me enseñó griego, José Luis García Ramón, otro grande del fútbol.