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domingo, 16 de abril de 2017

CALÍMACO Y LA INVENCIÓN DE LA LITERATURA (EPIGRAMA 28 PF.)


Este poema de Calímaco me afecta de verdad, y no es broma, por dos motivos distintos.

Hice mi tesis sobre la Tebaida, uno de los poemas cíclicos a los que se dirigen los ataques de Aristóteles en la Poética; y contra el que se despacha a gusto este epigrama de Calímaco (28 Pfeiffer) en su primer verso por cuestiones de principio.
La invectiva de Calímaco me llega más que la de Aristóteles porque, desde mi punto de vista, Calímaco es un antes y un después irrenunciable al que se ha de recuperar de tantas críticas pasadas.
Al acabar segundo de carrera leí en el libro de García Calvo sobre Virgilio que este poeta había inventado la literatura. Pero no. Quien inventó realmente la ‘literatura’, tal y como se ha entendido durante siglos, fue Calímaco de Cirene.


Aborrezco el poema cíclico, y no me agrada
la senda que a muchos lleva de aquí allá.
Odio también al amante inconstante, ni de la fuente
bebo: repudio todo lo vulgar.
Lisanias, tú eres, sí, bello, muy bello; pero antes de decir
esto a las claras, replica un eco: “Otro es su dueño”.


ἐχθαίρω τὸ ποίημα τὸ κυκλικόν, οὐδὲ κελεύθῳ
χαίρω, τίς πολλοὺς ὧδε καὶ ὧδε φέρει·
μισέω καὶ περίφοιτον ἐρώμενον, οὐδ᾽ ἀπὸ κρήνης
πίνω· σικχαίνω πάντα τὰ δημόσια.
Λυσανίη, σὺ δὲ ναίχι καλὸς καλός· ἀλλὰ πρὶν εἰπεῖν
τοῦτο σαφῶς, ἠχώ φησί τις «ἄλλος ἔχει.»



sábado, 26 de abril de 2014

CALÍMACO


Retoco, después de algo más de cinco años, la entrada sobre Calímaco creada en enero de 2009. He actualizado los materiales, incluido referencias bibliográficas y añadido enlaces a algunas traducciones de los textos. Ojalá siga siendo todo ello de utilidad.


CALÍMACO DE CIRENE será el primero de los poetas helenísticos al cual dedicaremos una entrada independiente en la que se hablará de:

1. LA FIGURA DE CALÍMACO: DATOS BIOGRÁFICOS, PERSONALIDAD, ESCRITOS ERUDITOS
2. LA OBRA TRANSMITIDA A TRAVÉS DE LOS CÓDICES: HIMNOS Y EPIGRAMAS
3. OBRA FRAGMENTARIA DE CALÍMACO: HÉCALE, ÁITIA, YAMBOS
4. LENGUA Y ESTILO DE CALÍMACO; SU PERVIVENCIA


1. LA FIGURA DE CALÍMACO: DATOS BIOGRÁFICOS, PERSONALIDAD, ESCRITOS ERUDITOS

Calímaco nació en Cirene entre el 320 y 303 a. C.; descendía de una familia principal de la ciudad. De Cirene se trasladó a Alejandría, la ciudad fundamental en su vida.

Allí debió de ser paje en la corte de los Tolomeos. Asimismo, allí debió de realizar sus estudios: fue discípulo de Hermócrates de Yaso.

Según las fuentes, profesionalmente pasó de la escuela en un suburbio de Alejandría a trabajar en la Biblioteca, de la que no debió de ser director: es improbable que lo fuese por su condición de extranjero.

No obstante, sabemos que, en Alejandría, Calímaco estaba muy bien situado por su relación con los Tolomeos; tuvo una relación especialmente estrecha con Tolomeo II Filadelfo y su hermana Arsínoe.

Igual que carecemos de noticias precisas sobre la fecha de nacimiento de Calímaco, tampoco las tenemos en relación con su muerte: sólo podemos decir que a partir de más o menos el 245 a. C. se pierden las noticias sobre él.

Calímaco fue una figura principal en la vida cultural de Alejandría, siendo a la vez erudito, poeta y maestro de poetas.

Entre sus discípulos se contaron (entre otros) Eratóstenes o Apolonio de Rodas. De éste se distanció según una anécdota que carece de base histórica pero que muestra la fidelidad de Calímaco al ideario poético alejandrino:
  • Esta fidelidad lo conducía a la preferencia por los géneros breves.
  • Lo llevaba, en consecuencia, a rechazar casi por principio un poema épico largo como las Argonáuticas.
Al ser a la vez erudito y poeta encarnó la figura del poeta doctus que se convirtió en característica del Helenismo.
No conservamos su obra erudita, pero sí sabemos que Calímaco elaboró el catálogo de la Biblioteca, los Pínakes.
Lo que tenemos de la obra de Calímaco corresponde todo a su obra poética, transmitida sólo en parte a través de códices.


2. LA OBRA TRANSMITIDA A TRAVÉS DE LOS CÓDICES: HIMNOS Y EPIGRAMAS


A través de los códices conservamos seis himnos de Calímaco (1084 versos en total), escritos en hexámetros dactílicos a excepción del V, El Baño de Palas, compuesto en dísticos elegíacos.
Aunque se han propuesto otras hipótesis, lo más verosímil es que la elección del dístico obedezca simplemente a un deseo de innovar y modificar el modelo próximo de Calímaco, los Himnos Homéricos.
Los himnos aparecen en los códices según el orden jerárquico de las divinidades a las que se dirigen; se ha propuesto, además, que esta ordenación jerárquica coincide también con la ordenación cronológica.
En torno a estos poemas se ha discutido mucho sobre su significado y finalidad, si realmente cumplieron una función religiosa, asociados a algún tipo de ceremonia cultual.
  • Hoy en día se tiende más bien a descartar que los himnos se compusieran para ceremonias auténticas, pero la cuestión no es evidente.
  • Que exista algún tipo de relación con un entorno cortesano lo evidencia, por otro lado, el hecho de que los himnos incluyan ocasionalmente panegíricos dedicados al soberano, según ocurre en el caso del Himno I (trad. J. B. Torres):
Pero “de Zeus proceden los reyes”, pues nada hay más divino que los soberanos,
hijos de Zeus. Por ello también te los escogiste como tu lote.
Les otorgaste guardar las ciudades, mientras tú ocupas tu puesto
en lo más alto de los burgos, como vigía de quienes con juicios torcidos
al pueblo oprimen y de quienes, a la contra, lo llevan por buen camino.
De opulencia los cubriste, de riqueza en abundancia:
a todos, sí, pero no de la misma manera. Parece oportuno concluirlo
del caso de nuestro soberano, que muy adelantado anda en excelencia.
Lo que es aquél, a la tarde culmina lo que por la mañana idea,
a la tarde, sí, las más grandes cosas, y las menores en cuanto las concibe.
Los otros unas cosas en un año, otras ni en uno; a otros, en fin,
tú mismo les impediste verlas realizadas y quebraste su afán.
Es importante señalar que en la colección se agrupan dos tipos distintos de himnos:
  • Tres de los textos tienen carácter de “mimo sacro” (II, V, VI), son los “himnos miméticos” o “dramáticos” en los que se crea la ficción de que el “yo poético” y los receptores se encuentran presentes en la ceremonia que se está celebrando. Ésta no será, por cierto, la única ocasión en que nos encontramos con un cruce de géneros (aquí, el himno y el mimo) dentro de la obra de Calímaco.
  • Los otros tres himnos (I, III, IV) son los más homerizantes; se suele entender que pudieron ser compuestos para la recitación rapsódica en la corte de Alejandría.
Yendo a la raíz del asunto es fundamental señalar que lo que intenta Calímaco al componer estos Himnos hexamétricos es renovar las formas tradicionales (de los Himnos Homéricos) según los principios poéticos del Helenismo: no se limita, simplemente, a repetir las formas tradicionales sino que las destila y refina.

En este sentido es muy instructivo comparar los dos textos dedicados a la diosa Deméter, el incluido en los Himnos Homéricos y el escrito por Calímaco, el VI:
  • Calímaco renuncia expresamente a tratar el acontecimiento central de la biografía de Deméter (el rapto de Perséfone y el acuerdo con Hades) y opta por relatar un episodio secundario (la cólera de la diosa contra Erisictón):
No bebiste ni comiste durante aquel tiempo, ni tampoco te lavaste.
Tres veces atravesaste el Aqueloo de plateados remolinos,
otras tantas cruzaste cada uno de los ríos que por siempre fluyen,
y por tres veces en tierra te sentaste junto al pozo Calícoro,
sofocada, sin haber bebido; y no comiste ni te lavaste.
No, no mencionemos estas cosas que lágrimas provocaron a Deo.
Mejor decir cómo a las ciudades leyes gratas otorgó;
mejor decir cómo la caña y las sacras brazadas de espigas
por primera vez segó y los bueyes hizo que las pisaran,
cuando Triptólemo aprendía el noble arte.
Mejor decir (para que también nosotros el sacrilegio evitemos) cómo
[al malvado hijo de Tríopas lo redujo a figura de una sombra] (trad. J. B. Torres).
  • El poema se desarrolla con una elaboración verbal exquisita; el texto está además cuajado de intertextos que evocan, para modificarlos, lugares homéricos.
  • Por otra parte, es curioso, y no deja de sorprender, que esta exquisitez alejandrina sea compatible al tiempo con lo grotesco: la historia de la voracidad insaciable de Erisictón, que hunde en la ruina a sus padres, es de un tremendismo grotesco.
Un último elemento, presente también en los himnos de Calímaco y que los diferencia de sus modelos “homéricos”, es la ironía: entendemos que ésta es una cuestión pendiente aún de ser estudiada con todo detalle.

A través de los códices conservamos también una colección de epigramas escritos por Calímaco: nótese que, en el caso de estas composiciones, volvemos a encontrarnos con un fenómeno similar al observado en los Himnos:
En el S. IV a. C., a las puertas del Helenismo, el epigrama se ha convertido ya en un género poético definido al desligarse de su “lugar en la vida”, de su función como epitafio o inscripción. Los grandes poetas del Helenismo cultivaron el epigrama. Éste es el caso de
  • Apolonio
  • Teócrito
Y, obviamente, de Calímaco, del que conservamos más de 60 epigramas.

Éstos se ambientan en el entorno cortesano de Arsínoe o Berenice y suelen tratar temas de la poética de Calímaco; el tema erótico sólo aparece en ellos de manera muy ocasional.

Calímaco es, además, maestro del epigrama funerario. Podemos destacar en este sentido el epigrama a Heráclito de Halicarnaso (nº II. trad. J. B. Torres):
Alguien contó, Heráclito, tu aciaga muerte, y me hizo llorar
al recordar cuántas veces ambos
tomamos el sol charlando. Tú,
mi amigo de Halicarnaso, hace tiempo eres ceniza.
Mas siguen vivos, como ruiseñores, tus cantos, a los que el Hades,
que de todo hace rapiña, no impondrá sus manos.
Concluimos la exposición sobre Calímaco como cultivador del epigrama haciendo observar que, en el Helenismo, se distinguen habitualmente tres escuelas de epigramatistas:
  • Escuela dórica-peloponesia.
  • Escuela jónico-helenística (jónico-egipcia).
  • Escuela sirofenicia.
Calímaco pertenece, obviamente, a la escuela jónico-egipcia, como también Posidipo de Pela.


3. OBRA FRAGMENTARIA DE CALÍMACO: HÉCALE, ÁITIA, YAMBOS

La mayor parte de la obra de Calímaco se ha perdido: según el catálogo de la Suda, eran más de ochocientos libros. Con todo, de tres de las obras no transmitidas por códices poseemos fragmentos abundantes:

HÉCALE:

El poema debió de constar de entre 1000 y 1500 versos. Era un breve poema épico que trataba un tema secundario de la saga de Teseo, la estancia del héroe en la cabaña de una anciana (Hécale) la víspera de enfrentarse con el toro de Maratón.

Una vez más, ha de subrayarse el carácter típicamente helenístico de esta obra de Calímaco:
  • Por su extensión y su alto grado de elaboración formal (aún apreciable), Hécale debía de ser un buen prototipo del epilio helenístico.
  • Es sintomático también que Calímaco renuncie a narrar la pelea entre Teseo y el toro de Maratón y, en cambio, prefiera escoger para su relato un episodio secundario protagonizado por un personaje secundario, la anciana Hécale: nos hallamos ante el mismo tipo de barroquismo (realce de elementos secundarios sin relevancia orgánica) que hallaremos en otras obras helenísticas, como p. ej. las Argonáuticas.
  • También es coherente con tendencias helenísticas la erudición notable que se despliega en los fragmentos: por ejemplo, es notable su precisión meteorológica. Sin embargo, esta erudición es administrada de tal modo que el poema no se convierte en algo frío (cfr. fragmentos 70 – 74 de Hécale).
ÁITIA:

Los Áitia son una colección de elegías en cuatro libros que debió de constar, más o menos, de 4000 - 6000 versos. La obra se articulaba en dos Díadas.

Tenía por tema el origen de cultos y ritos de los griegos, tema que evidencia ese gusto helenístico por el detalle pequeño, elevado a la categoría de protagonista. Cfr., a manera de ejemplo, fr. 7, 19 ss. (trad. L. A. de Cuenca):
¿Y cómo, diosas, la gente de Ánafe y la ciudad de Lindos con groserías y malsonantes dichos practican sacrificios...?
En la primera Díada una conversación con las Musas proporcionaba un marco narrativo para el conjunto de la obra. Esta conversación se desarrollaba dentro de la evocación de un sueño de juventud en el que las Musas instruyeron a Calímaco sobre el tema del poema.

Ahora bien, debió de ser en la forma definitiva de los Áitia donde Calímaco antepuso a esa conversación con las Musas un prólogo que era una invectiva contra los Telquines, los enemigos poéticos de Calímaco (fr. 1, 1-6):
De mí, de mi poesía, murmuran los telquines, que en su ignorancia no han sido del agrado de la Musa: que a canto alguno sostenido o de reyes o de héroes en millares numerosos de líneas haya dado yo cima, sino despliegue mi verso parcamente, como un niño, por más que de mis años las décadas no sean pocas.
El prólogo encierra buena parte del pensamiento poetológico del autor: en él Calímaco se defiende de la acusación de no saber escribir un poema largo sino sólo poemas breves, a imitación de Mimnermo y Filetas.

Parece, como ya se ha indicado, que este prólogo debió de añadirse en la segunda edición de la obra.

La segunda Díada reunía elegías dispersas y comenzaba y concluía con poemas a Berenice, la esposa de Tolomeo III Evérgetes.

La segunda Díada comenzaba con un epinicio en honor de Berenice y concluía (antes del epílogo) con el catasterismós de su cabellera. Cfr. este texto (fr. 110, 47-56: hablan las trenzas de la reina):
¿Qué podremos hacer nosotras, unas trenzas, cuando montañas semejantes ante el hierro ceden? Así perezca el pueblo de los cálibos, los que la planta nefasta, que de la tierra brota, los primeros a la luz expusieron y enseñaron la tarea de los martillos. Al momento de cortarme, mis hermanas, las trenzas, sentían ya por mí triste añoranza; y de súbito el blando soplo, que de la misma sangre es del etíope Memnón, se lanzó entre el torbellino de sus raudas alas (corcel de la locria Arsínoe, la de cinto violeta) y me arrebató con su aliento; y, conmigo cargado por los húmedos aires, fue a depositarme en el regazo de Afrodita.

YAMBOS:

Los Yambos debían de seguir en la edición de las obras de Calímaco a los Áitia, por decisión del autor y del editor posterior; eran diecisiete, de los que trece eran trímetros yámbicos y el resto metros líricos.

Los yambos en sentido propio reúnen elementos en la tradición de Arquíloco e Hiponacte. Pero, al tiempo, hay mucho de cruce de géneros en los Yambos: con esos elementos arquiloqueos e hiponacteos coexisten
  • exhortaciones en la línea de la literatura sapiencial,
  • escenas de la vida privada presentadas a la manera del mimo urbano,
  • elementos epigramáticos.
Los yambos de Calímaco conservan poco de la belicosidad original del yambo de Arquíloco o Hiponacte: en todo caso ha de decirse que esa belicosidad se pone ahora al servicio de la crítica literaria.
Por ello cabe leerlos, si se quiere, como anticipación de las Sátiras de Horacio, textos que conservamos íntegros (a diferencia de los Yambos de Calímaco).
Entre los yambos en metros líricos puede ser destacable el fragmento 228, a la muerte de la reina Arsínoe: este fragmento nos sirve como recordatorio del carácter de poeta palaciego que tuvo Calímaco.


4. LENGUA Y ESTILO DE CALÍMACO; SU PERVIVENCIA

Desde el punto de vista de su lengua, Calímaco depende de Homero: por supuesto, como ya se ha dicho, para modificarlo.En los Áitia se aprecian influjos de la elegía y en los Yambos, por supuesto, de Arquíloco e Hiponacte.

Pero lo más notable de la léxis de Calímaco es cómo experimenta con el estilo y el dialecto:
  • Tiene preferencia por los períodos sintácticos cortos y, de hecho, su mayor dificultad sintáctica es el empleo frecuente del hipérbaton: las dificultades relativas que puedan hallarse en su poesía no están en el plano de la sintaxis.
  • Presenta (contra lo que quizá esperásemos de un poeta doctus) un influjo fuerte de la lengua coloquial: en este sentido se pueden interpretar las invocaciones a sí mismo, la interrogación directa, la interjección...
  • Y, junto a ello, en su poesía abundan las formas dialectales, los tecnicismos, los neologismos, los hápax…: esto sí puede parecernos más propio de los poetas helenísticos.
El rasgo distintivo del estilo de Calímaco es, posiblemente, su nueva forma de componer, que se basa en dos elementos:
  • brevedad y novedad, inversión de las proporciones, ironía, alusiones;
  • intensidad emocional, tono directo, uso consciente del páthos.
Calímaco también introdujo innovaciones métricas: su hexámetro no es como el homérico pues admite menos variaciones. Se distingue también de Homero por hacer un uso prolijo del encabalgamiento y de la diéresis bucólica.

La obra de Calímaco se convirtió pronto en modelo de un nuevo tipo de poesía. Sus elegías o su Hécale ejercieron un fuerte influjo en la literatura posterior, griega y latina.
Por ejemplo, hallamos motivos de la Hécale en Eratóstenes, Ovidio, Silio Itálico, Nonno...
Rápidamente aparecieron comentaristas de la obra de Calímaco: Teón, Epafrodito, Salustio...

El influjo de Calímaco en Roma fue muy fuerte (al menos hasta el fin del siglo I d. C.). Influyó en Ennio (en el proemio de sus Anales) y, sobre todo, en Lucrecio, Catulo, Ovidio o Propercio.

Concluyo señalando que la mayor parte de los escritos de Calímaco se perdió en época imperial.
  • Los epigramas se conservaron (en parte) a través de la Corona de Meleagro.
  • Los himnos, por su inclusión en un corpus de himnos, junto con los Himnos Homéricos, los órficos y los de Proclo.



ALGUNAS REFERENCIAS:

* Sobre Calímaco en general:
ACOSTA-HUGHES, B., y STEPHENS, S. A., Callimachus in Context: From Plato to the Augustan Poets, Cambridge-New York, 2011.
ACOSTA-HUGHES, B., LEHNUS, L., y STEPHENS, S. (eds.), Brill's Companion to Callimachus, Leiden, 2011.
ASPER, M., Onomata allotria: zur Genese, Struktur und Funktion poetologischer Metaphern bei Kallimachos, Stuttgart, 1997.
ASPER, M. (ed.), Kallimachos. Werke, Darmstadt, 2004.
BING, P., The Well-Read Muse. Present and Past in Callimachus and the Hellenistic Poets, Gotinga, 1988.
BRIOSO, M., “Calímaco”, en J. A. López Férez (ed.), Historia de la Literatura Griega, Madrid, 1988, pp. 795-803.
CAMERON, A., Callimachus and his Critics, New Jersey, 1995.
CUENCA, L.A. y BRIOSO, M. (trads.), Calímaco. Himnos, epigramas y fragmentos, Madrid, 1980.
GUILLÉN, L.F., “Calímaco, una poesía de porcelana”, EClás 12 (1968), pp. 385-406.
HARDER, M.A.; REGTUIT, R.F., y WAKKER, G.C., Hellenistica Groningana. 1. Callimachus, Groningen, 1993.
KLOOSTER, J. (ed.). Callimachus revisited: new perspectives in Callimachean scholarship, Leuven-Paris, 2019.
MONTANARI, F., y LEHNUS, L. (eds.), Callimaque: sept exposés suivis de discussions, Ginebra, 2002.
PFEIFFER, R. (ed.), Callimachus. I. Fragmenta. II. Hymni et Epigrammata, Oxford, 1949-1953.
SKIADAS, A.D. (ed.), Kallimachos, Darmstadt, 1975.

* Sobre los Himnos:
BULLOCH, A.W. (ed.), Callimachus. The Fifth Hymn, Cambridge, 1985.
FALIVENE, M.R., “La mimesi in Callimaco: Inni II, IV, V e VI”, QUCC 36 (1990), pp. 103-128.
FANTUZZI, M., “Preistoria di un genere letterario: a proposito degli Inni V e VI di Callimaco”, en R. Pretagostini (ed.), Tradizione e innovazione nella cultura greca da Omero all' età ellenistica, Roma, 1993, tomo III, pp. 927-946.
FERNÁNDEZ-GALIANO, E., Léxico de los Himnos de Calímaco. I-IV, Madrid, 1976-1980.
HASLAM, M.W., “Callimachus' Hymns”, en M.A. Harder, R.F. Regtuit y G.C. Wakker (eds.), Hellenistica Groningana. 1. Callimachus, Groningen, 1993, pp. 111-125.
HOPKINSON, N. (ed.), Hymn to Demeter, Cambridge, 1984.
MINEUR, W.H. (ed.), Hymn to Delos, Leiden, 1984.
MONTES CALA, J.G., “El relato de Tiresias en el Himno V de Calímaco: estructura compositiva y teoría poética”, Habis 15 (1984), pp. 21-33.
WILLIAMS, F. (ed.), Callimachus. Hymn to Apollo, Oxford, 1978.

* Sobre los Yambos:
CLAYMAN, D.L., Callimachus'Iambi, Leiden, 1980.
KERKHECKER, A., Callimachus' Book of Iambi, Oxford- New York, 1999.
LELLI, E., Critica e polemiche letterarie nei Giambi di Callimaco, Alessandria, 2004.

* Sobre la Hécale:
HOLLIS, A., Callimachus, Hecale, Oxford, 2009 (2ª ed.).




domingo, 15 de enero de 2012

CALÍMACO: HIMNO A DELOS



Que los himnos celebran a los dioses (o a los héroes) es algo que todos entendemos de forma inmediata. Por ello sorprende descubrir que el cuarto de los himnos de Calímaco tiene por destinataria una isla, Delos. Bien es verdad que este lugar ocupa un puesto de importancia en la Mitología Clásica como sitio del nacimiento de Apolo y, quizá, de su hermana Ártemis.

El hecho de que el himno esté dedicado a una isla no es el único aspecto insólito con que se encontrará el lector. Sin duda le sorprenderá también hallar en este poema a Apolo, dios del oráculo en Delfos, profetizando desde el vientre de su madre. 

No todos los críticos han considerado de buen gusto esta última originalidad. Pero acaso no sea sino otro recordatorio de que, si sólo pensamos encontrar en Calímaco al autor de una "poesía de porcelana", estamos errando el tiro. 

Sin duda hay mucha porcelana en el autor de Cirene. Y, más todavía, otros materiales.



HIMNO IV 
A DELOS 


¿En qué momento o cuándo cantarás, corazón, a la sagrada 
Delos, de Apolo nutricia? En efecto, todas 
las Cíclades, las más sagradas de las islas que en el mar se hallan, 
merecen himnos. Pero Delos quiere recibir honor especial
de las Musas, porque a Febo, de los cantos celador,
 lo lavó y lo fajó y, como a dios, lo alabó la primera.
Igual que las Musas al aedo que a Pimplea no canta
lo odian, así Febo al que de Delos se olvida.
A Delos ahora en mi canto daré parte, para que Apolo
cintio me alabe por ocuparme de su querida nodriza.

Aquélla, azotada por los vientos, no hollada, cual tierra castigada por el mar,
recorrida por gaviotas más que por caballos,
hunde sus raíces en el ponto; éste, dando en torno a ella frecuentes vueltas,
de la espuma del mar icario se desprende en abundancia.
Por eso también en ella se asentaron los arponeros que surcan el mar.
Pero no da motivo de indignación por contarse entre las más destacadas,
cuando junto a Océano y la titánida Tetís
las islas se reúnen y ella, como guía, abre siempre camino.
Ella, la fenicia Cirno, por detrás la acompaña, siguiendo sus huellas,
isla nada despreciable, y la Mácrida Abantiada, morada de los elopieos,
y la encantadora Sardo, y aquélla a la que llegó nadando Cipris
cuando por primera vez del agua salió: la protege por haber posado en ella el pie.
Aquellas islas ponen su confianza en torres y atalayas,
mas Delos en Aplo: ¿qué baluarte hay más sólido?
Murallas y sillares pueden caer al impulso
del estrimonio Bóreas; pero el dios siempre es inamovible.
Delos querida, ¡tal protector te ampara!

Y si tan abundantes son los cantos que en torno a ti corren,
¿con cuál te atraeré?, ¿qué agrada a tu ánimo escuchar?
¿Cómo, en un principio, el gran dios, los montes hendiendo
con el arma de tres puntas, labor de los telquines,
las islas marinas se aplicaba a crear, cómo a todas
de su misma base las alzó y mandó rodando al mar?
A las otras en el fondo, para que el continente olvidaran,
les hizo echar profundas raíces; a ti no te afligió tal obligación,
sino que, sin ataduras, por los mares navegabas. Tu nombre antiguo
era Asteria, que a una profunda sima saltaste
desde el cielo, por rehuir el matrimonio de Zeus, tú, a una estrella idéntica.
En tanto no llegaba hasta ti la dorada Leto,
tú seguías siendo Asteria y aún no te celebraban como Delos.
Muchas veces a ti te contemplaron los marineros
que iban de Trecén, ciudadela de Janto, a Éfira,
dentro del golfo sarónico; y, de Éfira al partir,
éstos no volvieron a verte, que tú de un lado a otro cruzaste
el rápido canal del estrecho Euripo, que con estrépito fluye.
En el mismo día dejaste atrás las aguas del mar calcídico
y llegaste nadando hasta el cabo Sunion, tierra ateniense,
o a Quíos, o al promontorio, empapado por el agua, de la isla
Partenia (que aún no era Samos), donde a ti las ninfas
micalesias, vecinas de Anceo, te regalaron.
Cuando a Apolo un suelo patrio ofreciste,
este nombre a cambio los que el mar surcan te pusieron,
porque ya no navegabas sin mostrarte, sino que entre las olas
del mar egeo tus pies echaron raíces.

Ni a Hera, en su irritación, temiste. Ella de forma terrible
bramaba contra todas las parturientas que para Zeus hijos
daban a luz, y contra Leto de forma singular, que ella sola
iba a parir un hijo más grato a Zeus que Ares.
Así pues, en persona la vigilancia ejercía desde el éter,
presa de una furia enorme e indecible, y a Leto, que las angustias del parto
sufría, de todos la mantenía apartada. Dos guardianes le tenía apostados,
la tierra oteando. El uno, sentado
sobre una elevada cumbre del tracio Hemo, el continente
vigilaba, el impetuoso Ares, provisto de armas; sus dos caballos
se resguardaban junto a la profunda caverna del Bóreas.
La otra cual vigía sobre las islas escarpadas
estaba apostada, la hija de Taumante, que a lo alto del Mimante se apresurara.
Así la amenaza de éstos pendía sobre todas las ciudades
a las que se acercaba Leto, e impedían que la acogiesen.
De ella huía Arcadia, de ella huía el sacro monte de Auge,
el Partenio, de ella huía por detrás el anciano Feneo,
de ella huía toda la parte del Peloponeso que linda con el Istmo,
salvo Egialo y Argos, que aquellas sendas
ni pisó, pues el Ínaco lo obtuvo como propio Hera.
Huía también Aonia por este mismo camino, y tras ella seguían
Dirce y Estrofia, la mano sosteniendo
de su padre Ismeno, el de los negros cantos. Aquél seguía muy por detrás,
el Asopo, de pesadas rodillas desde que lo alcanzó el rayo.
La otra, conmovida, de bailar dejó, la ninfa
de la tierra nacida, Melia; pálida quedó su mejilla,
que con dificultad respiraba, preocupada por su árbol, al ver que se agitaba
la cabellera del Helicón. Diosas mías, Musas, decid:
¿es verdad que los árboles nacieron al tiempo que las ninfas?
“Las ninfas se alegran cuando a los árboles hace crecer la lluvia;
las ninfas, en cambio, lloran cuando a los árboles ya no les quedan hojas”.
Con ellas Apolo, estando aún en el vientre, terriblemente se irritó,
y pronunció esta amenaza, que no quedó incumplida, contra Teba:

“Teba, ¿por qué, desdichada, pones a prueba tu próximo destino?
De ningún modo me obligues, contra mi voluntad, a vaticinar.
Aún no me incumbe la sede del trípode en Pito
y aún no está muerta la serpiente inmensa, sino que todavía aquel
animal, de prodigiosas mandíbulas, desde el Plisto se arrastra
y el Parnaso nevado cubre con nueve vueltas de su cola.
Mas a las claras te diré algo, más punzante que si profetizara desde el laurel:
echa a correr, que presto te alcanzaré, cuando con sangre vaya a lavar
mis armas. A ti los hijos de una lenguaraz mujer
te tocaron en suerte. No serás tú mi nodriza,
ni el Citerón. Y pues soy puro, también de quienes son puros me cuidaré”.

Así dijo, y Leto, dando marcha atrás, otra vez se puso en camino.
Pero cuando las ciudades aqueas le negaron
el paso (Hélice, de Posidón compañera,
y Bura, donde estabula sus vacas Dexámeno, hijo de Eceo),
de vuelta a Tesalia sus pies dirigía. Y la rehuía el Anauro,
y la gran Larisa y los altos de Quirón,
y la rehuía también el Peneo, escurriéndose por el Tempe.
Hera, entonces aún tenías despiadado corazón,
y no te conmoviste ni apiadaste cuando, los
dos brazos tendiendo, en vano pronunció tales palabras:

“Ninfas tesalias, de un río progenie, decid a vuestro padre
que serene su curso; abrazaos a su barba,
suplicando que a los hijos de Zeus me deje parir en sus aguas.
Peneo tesalio, ¿por qué ahora rivalizas con los vientos?
Padre, a fe que no montas un caballo de competición.
¿Es que siempre son así de rápidos tus pies, o por mí
sólo cobran alas, y has dispuesto que a volar echen
hoy de repente? Éste está sordo. Dulce carga mía,
¿a dónde llevarte? Es que mis infelices pies flaquean.
Mas Pelión, tálamo de Fílira, aguarda tú,
aguarda, que también muchas veces en tus montes las fieras
leonas recostaron los frutos de sus salvajes partos”.

Entonces, sí, a ésta Peneo replicaba, lágrimas vertiendo:

“Leto, la Necesidad es una gran diosa. Que yo no
menosprecio, señora, tu dolor (sé que también otras
parturientas en mí se lavaron), mas Hera
me amenazó sin medida. Vuélvete a mirar qué vigía
en lo alto del monte ejerce vigilancia; ése con facilidad
de mi cauce me levantaría. ¿Qué plan seguir? ¿Es que el que muera
Peneo te es grato? Sea: el día de mi destino
soportaré por ti, aunque haya de tener
por tiempo eterno un curso ayuno de corrientes
y entre los ríos a mí solo el más afrentado se me llame.
Aquí estoy yo, ¿para qué más palabras?: llama simplemente a Ilitía”.

Dijo, y retuvo su vasta corriente. Mas Ares,
levantando de raíz las cumbres del Pangeo, iba
a arrojarlas contra sus remolinos y a cegar su curso.
Desde lo alto bramó y con la punta de la lanza golpeó
el escudo: éste lanzó un grito de guerra. Temblaban del Osa
los montes, la llanura de Cranón y las cimas del Pindo,
de insanos vientos; por el miedo bailó toda
Tesalia: tal fue el estrépito con que resonó el escudo.
Y, como cuando del monte Etna, que con el fuego humea,
se conmueven todas las profundidades, al cambiar Briareo,
el gigante que bajo él habita, la postura del hombro en que se apoya;
o como cuando los hornos rugen bajo la tenaza de Hefesto,
y sus obras a un tiempo, y terriblemente chillan las vasijas 
al fuego trabajadas, y los trípodes, al apilarse unos sobre otros:
así de grande fue el estrépito que surgió del escudo bien redondeado.
Peneo, por su parte, no se retiraba, sino que se mantenía resistiendo,
de la misma forma que al principio, y sus veloces corrientes detuvo
hasta que la hija de Ceo le increpó: “¡Sálvate en paz,
sálvate! No sufras un mal por culpa de esta muestra de piedad
que me brindas: tu favor tendrá recompensa”.

Así que, tras padecer antes muchas fatigas, marchó a las islas
marinas. Mas éstas no la acogían cuando se acercaba,
ni las Equínades, que espléndida cala para las naves poseen,
ni la que Corcira se llama, la más hospitalaria de todas;
que Iris desde lo alto del elevado Mimante se lo impedía,
presa de una furia muy terrible contra todas. Ellas, ante sus amenazas,
a toda velocidad huían siguiendo la corriente, las islas con que se encontraba.
Luego a la antañona isla de Cos, tierra de Méropes,
llegó, de la heroína Calcíope sacro recinto,
mas a ella la retenían estas palabras de su hijo: “Tú, madre,
no me des aquí a luz. Pues ni la censuro ni desdeño
a la isla, que es espléndida y rica en pasto, cual ninguna otra.
Pero es que a ella las Moiras otro dios le adeudan,
un excelso vástago de los Salvadores. Bajo su corona
llegarán, no contra su voluntad, a ser gobernadas por el macedonio
una y otra tierra, y las islas que en los mares se hallan,
del oeste al este, desde donde sus veloces caballos
al Sol portan. Éste marchará por la senda de su padre.
Y en alguna ocasión una común contienda se nos presentará,
más adelante, cuando aquéllos, sobre los helenos alzando
el bárbaro puñal y al Ares celta despertando,
los postreros Titanes, desde el último extremo de occidente
se precipiten, a copos de nieve semejantes, o idénticos en número
a celestes fenómenos, cuando en mayor número por los pastos del aire vagan.
Los hijos (…)
(…)
y las llanuras de Crisa y las angosturas de (…)
se hallen rodeadas y asfixiadas, y vean el denso humo
del vecino que arde, y ya no simplemente lo oigan,
sino que ya junto al templo contemplen las falanges
de los enemigos, y ya, junto a mis trípodes,
espadas y tahalíes impúdicos y odiosos
escudos, que para los Gálatas, raza insensata, una senda infausta
abrirán: de ellos los unos serán mi presente, mientras los otros,
junto al Nilo, tras ver expirar en el fuego a quienes los portaban,
yacerán cual premio a la victoria de un rey que mucho se esforzó.
Tolomeo del futuro, éstos que recibes son vaticinios de Febo;
alabarás grandemente al adivino que aún se halla en el claustro
más adelante, por todos los días. Y tú toma nota de esto, madre:
hay en las aguas una isla diáfana, alargada,
que vaga por los mares; sus pies no reposan en el suelo,
sino que a expensas de las corrientes va flotando, como un asfódelo,
por donde el Noto, por donde el Euro, por donde la conduce el Océano.
Llévame allí, que a ella con buen talante encontrarás”.

En el mar las otras islas del que tantas cosas decía a la carrera se apartaban.
Asteria, que los bailes amas, tú desde Eubea regresabas,
por ver a las Cíclades que en círculo forman, no hace tanto,
que todavía por detrás te seguían las algas del Geresto.
Al verlo, al punto te detuviste y (…)
con audacia esto dijiste (…),
a la diosa que los dolores agobiaban contemplando:
 “¡Hera, haz conmigo eso que a ti te gusta, que de tus amenazas
nunca me he cuidado! ¡Ven hasta aquí, ven conmigo, Leto!”
Así hablaste. Ella con gusto llegó al fin de todos sus vagabundeos.
Y se fue a sentar cabe la corriente del Inopo, al que con mayor caudal
la tierra entonces hace brotar, cuando, con crecida corriente,
el Nilo desciende desde el precipicio etíope.
Se desató la faja y se recostó hacia atrás, con los hombros,
contra el tronco de una palmera, por lo angustioso de la situación
afligida: por su piel fluía el húmedo sudor.
Y dijo, desfallecida: “¿Por qué, hijo, a tu madre oprimes?
Querido, es tuya esta isla que va navegando sobre el mar.
Nace, nace, hijo, y sal con buen talante del vientre”.
Esposa de Zeus, la de grave carácter, tú no ibas a permanecer
por mucho tiempo sin enterarte, que tal mensajera llegó a ti corriendo.
Dijo jadeando, y con el miedo se mezclaba su relato:

“Hera honorable, que en mucho aventajas a las demás diosas,
tuya soy yo, tuyo es todo, que tú, cual soberana, te sientas
en el Olimpo por derecho de nacimiento, y a otra mano femenina
no tememos. Tú, la que gobiernas, conocerás al culpable de tu irritación:
Leto se desata el ceñidor al amparo de una isla.
Todas las demás la rechazaban y no la aceptaban,
mas Asteria por su nombre, cuando a su lado pasaba, la llamó,
Asteria, vómito malhadado del mar: tú misma lo sabes.
Pero, querida señora, pues puedes, ayuda
a tus servidores, que la tierra recorren a tus órdenes”.

Dijo, y a los pies del dorado trono se sentaba, como perra
de Ártemis, la que, cuando cesa en la vertiginosa cacería,
se sienta, animal de presa, a los pies de su ama, con las orejas
bien erguidas, siempre prestas a escuchar la orden de la diosa:
a ésta semejante se sentaba a los pies del trono la hija de Taumante;
ella nunca se olvida de su puesto,
ni cuando el sueño apoya en ella sus alas que olvido infunden,
sino que allí mismo, junto al extremo del gran trono,
tras apoyar a corta distancia la cabeza, torcida duerme.
Nunca la faja se desata, ni sus veloces
botas, no vaya a darle alguna orden repentina
su ama. Ésta, duramente apesadumbrada, decía:

“¡Sea ahora así, vergüenza de Zeus, desposaos
en secreto y parid a escondidas, ni siquiera donde las sufridas
jornaleras entre esfuerzos dan a luz en difíciles partos, sino donde las focas
marinas paren, en los desiertos cantiles!
Hacia Asteria no siento ningún rencor por este
extravío, ni hay por qué le haga nada que la conturbe.
Todo esto tengo que decir de ella (muy mal favor le concedió a Leto);
mas a ésta de forma tremenda la venero, porque mi
lecho no holló, y antes que a Zeus prefirió el mar”.

Dijo ella, y los cisnes, que celebran en sus cantos al dios,
tras abandonar el meonio Pactolo, rodearon
siete veces Delos y acompañaron con su canto el parto,
las aves de las Musas, los más canoros de los pájaros
(por ello luego el mozo en la lira puso cuerdas
en tal número, como veces los cisnes cantaron durante los afanes de su parto).
A la octava vez ya no cantaron, que él saltó fuera. Ellas, las ninfas delias,
estirpe de un río antañón, a gran distancia
lanzaron el sagrado canto de Ilitía, y al instante el éter
broncíneo devolvió con el eco el agudo griterío.
Y no se indignó Hera, que su ira apaciguó Zeus.
De oro entonces todos tus cimientos se volvieron, Delos,
oro manaba durante todo el día la circular laguna,
de dorada cabellera se cubrió el natalicio vástago del olivo,
y entre oro se desbordaba el Inopo de profundas aguas y remolinos.
Tú misma del dorado suelo levantaste al niño,
lo acogiste en tu regazo y tales palabras pronunciaste:

“¡Oh, Gran Señora, rica en altares, rica en ciudades, rica en dones,
próspera tierra firme e islas, que a mi alrededor habitáis!
Ésta soy yo, así, difícil de arar, mas por mí
“Delio” será llamado Apolo, y ninguna otra
tierra será tan amada por parte de otro dios:
no lo será la tierra cércnide por el soberano Posidón Lequeo,
no lo será la colina cilenia por Hermes, ni por Zeus Creta,
no lo serán tanto como yo por Apolo. Y ya no seguiré errando”.

Así lo contaste tú, mientras él tiraba del dulce pecho.
Por tanto, también entre las islas la más santa desde entonces
eres llamada, nodriza de Apolo. Y en ti ni Enio
ni Hades ponen el pie, ni los caballos de Ares.
Antes bien, en una y otra mitad del año se te envían siempre como diezmos
las primicias, y aportan coros todas las ciudades
que tierras ocuparon al este y al oeste,
al sur, y los que por encima del boreal
límite sus casas poseen, antiquísima raza.
Ellos te traen, los primeros, la caña y de las espigas
las sacras brazadas: esto, que de lejos procede, son los pelasgos de Dodona
los que lo reciben en primer lugar,
los servidores del caldero que no calla, que en tierra duermen.
En segundo lugar la ciudad de Iro y los montes de la tierra Mélide
vienen. De allí cruzan navegando a la fecunda
llanura lelantina, la de los abantes. Y ya no es larga
la travesía desde Eubea, que vecinos a ti se hallan sus puertos.
Las primeras que estas cosas te trajeron desde los rubios arimaspos
fueron Upis, Loxo y la afortunada Hecaerga,
hijas de Bóreas, y los varones que entonces eran los mejores
entre los jóvenes. Y no volaron éstos de vuelta a casa,
que la fortuna los mimó, y sin gloria ya nunca se quedaron.
Sí, las jóvenes delias, cuando el himeneo de hermosa voz
amedrenta los ánimos de las muchachas, traen como primicia
su cabellera, nunca antes cortada, para aquellas doncellas, y los chicos varones,
para aquellos jóvenes, la primera mies de sus barbas.
Asteria, rica en incienso, todo a tu alrededor las islas
un círculo formaron, y como un coro cayeron en torno a ti.

Ni en silencio ni sin ruido te contempla el Héspero
de rizado pelo, mas siempre envuelta en griteríos.
Los unos acompañan la música cantando el nomo del anciano licio,
que desde Janto te trajo el profeta Olén;
ellas, las coreutas, con su pie golpean el firme suelo.
En efecto entonces también de coronas se carga la sacra imagen
de la Cipris antigua, muy implorada, la que otrora Teseo
erigió, cuando con los muchachos regresaba navegando desde Creta.
Ellos, que habían escapado del aterrador mugido del salvaje hijo
de Pasífae, y del retorcido solar del esquinado laberinto,
en torno a tu altar, señora, cuando se alzó el sonido de las cítaras,
en círculo bailaron, y al coro lo guió Teseo.
Desde entonces los hijos de Cécrope mandan a Febo
los aparejos de aquel barco, perpetuas reliquias de la embajada.
Asteria, rica en altares, muy invocada, ¿qué marinero,
un comerciante del Egeo, pasó de largo a tu lado con su nave rauda?
No son tan potentes los vientos que sobre él soplan,
ni la necesidad le empuja a hacer la travesía a la mayor velocidad. Al contrario,
prestos plegaron las velas, y de nuevo no se hicieron a la mar
antes de, entre golpes, dar vueltas a tu imponente altar,
por sus pies batido, y morder el sacro tocón del olivo,
sus manos echando hacia atrás. Ritos son éstos que se inventó la ninfa delia
como juegos y ocasión de risa para el niño Apolo.

¡Oh, próspero corazón de las islas! Salud a ti,
salud a Apolo, y también a la que gestó Leto.



viernes, 4 de febrero de 2011

LAS DIOSAS SON GUERRERAS (CALÍMACO, HIMNO V: EL BAÑO DE PALAS)


El título de esta entrada no se refiere a las diosas que pelean por sus héroes predilectos en la Ilíada. Este título tiene en realidad mucho de intertexto y recuerdo de COZ, los que cantaban y tocaban aquello de "Las chicas son guerreras" en 1981 (si no lo recordáis, lo podéis encontrar aquí).
Digo que "las diosas son guerreras" y podría decir igualmente, sin más homenaje a los 80, "las diosas son terribles". Es terrible la Palas Atenea que deja ciego a Tiresias en este himno de Calímaco. Más aún, es terrible cómo justifica la diosa la mutilación del hijo de su ninfa favorita, Cariclo.
¿Es Atenea una sádica, un sofista disfrazado de diosa o un monstruo cruel
¿Es realmente cierto que Calímaco escribiera "poesía de porcelana"?


Cuantas camareras de Palas sois, salid todas,
salid; a las yeguas sagradas acabo
de oír relinchar: también la diosa está presta a venir;
apresuraos ya, ¡oh rubias pelasgias!, apresuraos.
Nunca Atenea se lavó sus poderosos brazos
antes de limpiar de polvo los lomos de sus yeguas;
no, ni cuando de sangre por completo manchadas traía
sus armas, al regreso del combate con los inicuos hijos de la Tierra,
sino que, en primer lugar, del carro los cuellos de sus yeguas
liberando, en las corrientes de Océano limpió
su sudor y su barro, y lavó toda la espuma,
vuelta en sarro, de las bocas que el freno muerden.
¡Oh aqueas!, id, y los perfumes y los frascos
(de las pinas oigo el estrépito bajo los ejes),
los perfumes, camareras, y los frascos a Palas
(que Atenea de ungüentos perfumados no gusta)
no se los traigáis, ni el espejo: siempre es hermoso su aspecto.
Tampoco cuando un frigio juzgaba el certamen del Ida,
ni al oricalco la imponente diosa volvió la vista
ni del Simunte a la nítida corriente;
tampoco Hera: pero Cipris, el diáfano bronce tomando,
constantemente la misma guedeja cambió una y otra vez de lugar.
Y ella, tras correr dos veces sesenta dobles carreras,
cual junto al Eurotas los astros
de Lacedemonia, con habilidad se ungía, aceite puro
tomando, producto del árbol que le es propio,
¡oh muchachas!, y el rubor la dominó, cual el que tiene
en la carne la rosa temprana o el fruto del granado.


Así pues, también ahora algo viril traedle, sólo aceite,
con el que Cástor, con el que también se unge Heracles.
Llevadle también un peine todo de oro, para que el cabello
se peine, tras alisar su brillante trenza.
Sal, Atenea: reunida se halla tu grata compañía,
las muchachas hijas de los poderosos Arestóridas.
¡Oh Atenea!, traen también el escudo de Diomedes,
tal y como esta costumbre a los argivos de antaño
Eumedes enseñó, tu sacerdote favorito.
Él en tiempos, conociendo que el pueblo estaba dispuesto
a tramar su muerte, a la fuga con tu sagrada estatua
se dio y en el monte Crío se instaló,
en el monte Crío: y a ti, diosa, te colocó en las escarpadas
rocas que ahora tienen el nombre de Palátides.


Sal, Atenea, destructora de ciudades, la del yelmo dorado,
que con el estruendo de caballos y escudos te complaces.
Hoy, las que agua sacáis, no vayáis por ella – hoy, Argos,
bebe de las fuentes y no del río;
hoy, esclavas, los cántaros a Fisadia
o a Amimone, la hija de Dánao, llevaréis.
Es que, sí, de oro y flores las aguas mezcladas,
llegará desde sus nutricias montañas Ínaco,
a Atenea trayendo el baño formidable; mas, Pelasgo,
ten cuidado y no veas a la reina, aun sin quererlo.
El que vea desnuda a Palas, la que la ciudad sustenta,
esta ciudad de Argos contemplará por última vez.
Soberana Atenea, sal tú: que mientras yo algo
a éstas les contaré: la historia no es mía sino de otros.
Muchachas, Atenea otrora en Tebas a una ninfa
por encima de sus compañeras amaba, mucho y sobremanera,
a la madre de Tiresias, y nunca una de otra se separaban,
sino que tanto cuando a la antigua Tespias
(...) o hacia Haliarto guiaba
sus caballos, las labranzas de los beocios cruzando,
o bien yendo a Coronea, donde un perfumado soto
y altares tiene a la orilla del río Curalio,
muchas veces la diosa la hizo subir en su carro,
y ni las pláticas de las ninfas ni sus bailes
resultaban placenteros cuando no los presidía Cariclo:
mas todavía, también a ella, muchas lágrimas la aguardaban,
aun siendo de Atenea su compañera del alma.
Es que una vez, de los peplos soltando las fíbulas,
en la heliconia fuente del caballo, de hermoso curso,
se bañaban: la calma del mediodía dominaba la montaña.


Las dos se bañaban, del mediodía era la hora
y una enorme calma aquella montaña dominaba.
Totalmente solo, Tiresias, cuya barba empezaba a oscurecer,
con sus perros en el sagrado lugar se presentaba;
y sintiendo sed de manera indecible al curso de la fuente se acercó,
desgraciado: que sin quererlo vio lo que no estaba permitido.
A éste, aun irritada, no obstante le dijo Atenea:
“¿Qué destino, oh Evérida que tus ojos nunca recuperarás,
te trajo por este funesto camino?”
Dijo ella, y de los ojos del muchacho la noche se apoderó.
Parado se quedó, sin voz, pues el dolor había trabado
sus rodillas y de su boca se apoderó el estupor.
Y la ninfa gritó: “¿Qué a mi hijo le has hecho,
señora? ¿Así, dioses, amáis?
Los ojos a mi hijo le has arrebatado. ¡Hijo infortunado!,
viste de Atenea pecho y cintura,
mas el sol no volverás a verlo. ¡Ay de mí desdichada!;
¡oh montaña!, ¡oh Helicón que ya no pisaré!,
a fe que mucho te has cobrado a cambio de tan poco: unos corzos y cabritillos
perdiste, nada más, y con los ojos de mi hijo te quedas”.


Ella con ambos brazos a su hijo querido abrazaba,
la madre, y el lamento de los lastimeros ruiseñores
entonaba entre profundo llanto; pero la diosa se apiadó de su compañera.
Y a ella Atenea estas palabras le dirigió:
“Mujer divina, cambia de opinión por completo en todo cuanto por enojo
dijiste: que yo no fui quien a tu hijo dejó ciego.
En efecto, a Atenea no le es placentero los ojos de los mozos
arrancar; y de Crono así dicen las leyes:
“quien a uno de los inmortales (no queriéndolo así el dios personalmente)
contemple, que por ver a éste pague un precio crecido”.
Mujer divina, esto no puede ya deshacerse,
este hecho, pues de las Moiras así lo tejieron los hilos
cuando en un principio lo engendraste; así que ahora recibe,
¡oh Evérida!, el lote que se te debía.
¡Cuántas víctimas la cadmea en el futuro entregará al fuego,
cuántas Aristeo, suplicando a su único
hijo, el joven Acteón, aun ciego poder ver!
También aquél compañero de correrías de la grandiosa Ártemis
será; pero a él no lo salvarán entonces ni las cacerías
ni el común arrojar flechas en los montes
cuando, sin quererlo, vea el gracioso baño
de la divinidad; mas las propias perras al antiguo amo
entonces comerán; los huesos del hijo la madre
los recogerá, la foresta toda recorriendo:
dichosa y bienaventurada dirá que fuiste
al recobrar ciego a un hijo que volvió del monte.


¡Oh, compañera!, por él no gimas, que a éste otros
muchos dones le aguardarán, por mi mediación, por agradarte,
pues en un adivino lo convertiré renombrado en la posteridad,
que con mucho a los demás superará.
Conocerá las aves, la que es favorable y las que no aportan nada
con su vuelo, y aun sabrá de cuáles no son propicios los augurios.
Muchos oráculos a los beocios, muchos a Cadmo
revelará, y más adelante a los egregios labdácidas.
Le concederé también un eminente báculo que sus pies según necesidad guiará,
le concederé también que el fin de su vida en el tiempo se dilate;
y sólo él, cuando muera, con inteligencia entre los muertos
deambulará, por el egregio Hagesilas estimado”.
Así diciendo, hizo señal de asentir: esto es cosa cumplida, aquello a lo que asienta
Palas, pues a ella sola entre sus hijas, a Atenea,
esto Zeus concedió: de su padre los poderes todos adquirir.
Camareras, que madre ninguna parió a la diosa
sino de Zeus la cabeza. La cabeza de Zeus no asiente
a mentiras (...) la hija.


Ahora, ahora llega Atenea realmente: mas recibid
a la diosa, muchachas, cuantas de esta misión os cuidáis,
con aclamaciones, súplicas y vocerío.
Salud, diosa, cuídate de Argos Inaquia.
Salud, ahora que partes y cuando en el futuro vuelvas de nuevo
con tus caballos: la heredad de los dánaos intacta protege.






viernes, 3 de diciembre de 2010

CALÍMACO, HIMNO A DEMÉTER


Hace casi un año publiqué una entrada en la que incluía mi traducción inédita del Himno a Zeus de Calímaco. En aquella entrada comentaba la existencia en Calímaco de elementos de humor, de elementos grotescos que quizá no se compadezcan con la imagen divulgada de un Calímaco “autor-de-poesía-de-porcelana”.
Hay mucho de grotesco (de voraz) en este Himno a Deméter que cuelgo ahora para completar de algún modo aquella entrada de enero de 2010.
Hay mucha voracidad en Erisictón, el personaje central del mito y del texto. Y también hay mucha voracidad literaria, mucho afán de aemulatio en el poeta de Cirene que, situado ante el riesgo de cantar a Deméter tratando otra vez los temas del Himno Homérico dedicado a esta diosa, elige un episodio radicalmente distinto de la vida de la divinidad, marginal si se quiere, dotado de una fuerza innovadora, grotesca, casi caníbal.


Mientras la cesta regresa entonad el estribillo, mujeres:
“¡Salve, salve, Deméter, que a muchos crías, rica en trigo!”
La cesta que regresa contemplaréis desde el suelo, las no iniciadas:
y que ni desde el tejado ni desde lo alto atisben
ni niña ni mujer, ni aun la que se soltó la cabellera,
ni siquiera cuando escupamos con nuestras bocas, secas por el ayuno.
El Héspero, desde las nubes, se fijó (¿cuándo regresa?),
el Héspero, el único que a Deméter convenció de que bebiera
cuando marchaba tras las huellas inescrutables de la raptada muchacha.
Señora, ¿cómo pudieron llevarte tus pies hasta el Occidente,
hasta los Negros y donde crecen de oro las manzanas?
No bebiste ni comiste durante aquel tiempo, ni tampoco te lavaste.
Tres veces atravesaste el Aqueloo de plateados remolinos,
otras tantas cruzaste cada uno de los ríos que por siempre fluyen,
y por tres veces en tierra te sentaste junto al pozo Calícoro,
sofocada, sin haber bebido; y no comiste ni te lavaste.
No, no mencionemos estas cosas que lágrimas provocaron a Deo.
Mejor decir cómo a las ciudades leyes gratas otorgó;
mejor decir cómo la caña y las sacras brazadas de espigas
por primera vez segó y los bueyes hizo que las pisaran,
cuando Triptólemo aprendía el noble arte.
Mejor decir (para que también nosotros el sacrilegio evitemos) cómo
[al malvado hijo de Tríopas lo redujo a figura de una sombra].


Aún no ocupaban la tierra cnidia, todavía habitaban la sagrada Dotio,
y en aquel lugar un hermoso soto plantaron los pelasgos,
tupido, lleno de árboles: a duras penas lo habría atravesado una flecha.
Allí pino, allí elevados olmos había, y también perales
y bellos manzanos de dulce fruto; el agua ambarina
en acequias bullía. La diosa estaba encantada con el lugar,
tanto como con Eleusis, con Tríopas lo mismo que con Ena.
Pero cuando el buen dios se irritó con los triópidas,
entonces la peor de las maquinaciones se apoderó de Erisictón.
Salió con ímpetu llevando a veinte criados, todos en la flor de la edad,
varones todos de la talla de un gigante, capaces de una ciudad entera levantar,
a los que había armado tanto con hachas como con segures;
a la carrera llegaron, gente desvergonzada, al soto de Deméter.
Había un álamo, árbol elevado que el cielo tocaba;
en su cercanía las ninfas al mediodía se solazaban.
Éste, golpeado el primero, entonaba para los otros una terrible canción.
Se dio cuenta Deméter de que su bosque sacro padecía,
y dijo irritada: “¿Quién tala mis hermosos árboles?”
Al instante de Nicipa (a la que la ciudad había nombrado
su sacerdotisa oficial) adoptó el aspecto, y tomó en sus manos
ínfulas y amapola; al hombro portaba una llave.
Y dijo, intentando aplacar al perverso y desvergonzado varón:
“Hijo, tú que los árboles a los dioses consagrados, talas,
hijo, para; hijo, tan ansiado por tus padres,
déjalo, y a los criados detenlos, no se enoje en algo
la venerable Deméter, cuyo santuario mancillas.”
Tras mirar a ésta torvamente, con más fiereza de la que con un hombre,
un cazador, usa en los montes de Tmaro una leona
recién parida, cuya mirada afirman que es la más fiera,
“¡Retírate,” dijo, “no te clave en el cuerpo el hacha inmensa!
Estos árboles techarán mi morada, en la que banquetes
que el ánimo agradan por siempre, sin cesar, con mis amigos celebraré”.
Dijo el jovenzuelo, y Némesis tomó nota de sus perversas palabras.
Deméter se irritó de modo indecible y se convirtió de nuevo en diosa;
sus pies hollaban la tierra, mas su cabeza tocaba el Olimpo.

Los unos, medio muertos después que a la soberana vieron,
al punto se alejaron, abandonando el bronce en los árboles;
ella de los demás se despreocupó, que a la fuerza seguían
el mandato de su amo, pero a su adusto señor replicó:
“¡Sí, sí! Constrúyete un palacio (¡perro, más que perro!) en el que banquetes
hagas, que en el futuro te aguardan comidas constantes.”
Ella, diciendo esto, de Erisictón labraba la desgracia.
Al punto le envió un hambre terrible y salvaje,
abrasadora, fortísima; una grave enfermedad lo consumía.
¡Infeliz!, de todo cuanto consumía volvía a tener deseo.
Veinte se afanaban con la comida, doce escanciaban el vino.
Y también junto con Deméter se irritó Dioniso:
que lo mismo ofende a Dioniso lo que también a Deméter ofende.
Ni a las fiestas ni a los banquetes de los camaradas lo enviaban,
por vergüenza, sus padres; excusas hallaban de todo tipo.
Llegaron los orménidas, convocándole a los certámenes
de Atenea Itonia. Pues bien, su madre rechazó la invitación:
“No está en casa, que desde ayer anda de camino a Cranón,
para reclamar una deuda de cien bueyes”. Llegó Polixo,
la madre de Actorión, cuando preparaba la boda de su hijo,
para invitarlos a los dos, a Tríopas y a su vástago.
A ésta la mujer, compungida, le respondía entre lágrimas:
“Tríopas, sí, irá, pero a Erisictón lo alcanzó un jabalí
en el Pindo de hermosas cañadas; nueve días ha que está postrado”.
Madre desdichada, amante de tu hijo, ¿qué mentiras no dijiste?
Alguien daba una fiesta: “Erisictón está de viaje”.
Alguien tomaba esposa: “A Erisictón lo golpeó un disco”,
o “Se cayó del carro”, o “Lleva la cuenta de sus ovejas en Otris”.
En lo hondo de la morada luego, banqueteando todo el día,
comía todo en cantidades inmensas. Su abominable estómago se hinchaba
cuanto más iba comiendo, y como en las profundidades del mar
caían todos los alimentos, para nada, sin ningún provecho.
Como en el Mimante la nieve, como muñeca de cera al sol,
aún más que éstas él se derretía hasta llegar a los nervios,
que al desgraciado sólo piel y huesos le quedaban.
Lloraba la madre, y terriblemente se afligían las dos hermanas,
la nodriza que lo amamantó y las innumerables siervas.
Hasta el mismo Tríopas se mesaba los grises cabellos,
mientras estas protestas presentaba a Posidón, quien no le atendía:
“¡Padre desnaturalizado!, mira a éste, el tercero contando desde ti, si es que yo
de ti y de la eólida Cánace soy linaje, y de mí a su vez
nació este miserable retoño. Ojalá mis manos
lo hubieran enterrado tras ser asaeteado por Apolo.
Ahora un apetito perverso, insaciable, acampa en su mirada.
Líbrale de esta terrible enfermedad, o bien tú mismo
aliméntalo, tomándolo a tu cargo, que mis mesas no dan para más.
Desiertos están mis rediles, mis establos vacíos ya
de rebaños, pues nada le negaron los cocineros.
Además, también a las mulas las desuncieron de los grandes carros,
y se comió la vaca que su madre criaba para Hestia,
y al caballo de carreras, y al de guerra,
y a la comadreja, ante la que temblaban las pequeñas bestezuelas.
Mientras en la casa de Tríopas riquezas quedaban,
sólo las domésticas estancias conocían la desgracia.
Mas cuando aquellos dientes hubieron secado las despensas de la casa,
entonces el hijo del rey se aposentó en las encrucijadas,
suplicando un bocado y los desperdicios, despreciados, del banquete.

Deméter, que no me sea grato aquel que a ti te sea odioso,
que no vivamos pared con pared: los vecinos malvados me producen odio.

(…) muchachas, y entonad el estribillo, las que habéis parido:
“¡Salve, salve, Deméter, que a muchos crías, rica en trigo!”
Y como las yeguas de radiantes crines portan la cesta
en número de cuatro, así a nosotras la gran diosa, poderosa soberana,
vendrá, trayendo la radiante primavera, el radiante verano, el invierno
y el otoño, y hasta otro año nos protegerá.
Y, como sin sandalias y con cabeza descubierta la ciudad recorremos,
así también pies y cabezas indemnes tendremos por siempre.
Y, como las portadoras de los capazos los llevan llenos de oro,
así nosotras oro sin tasa obtendremos.
Que sigan hasta el pritaneo de la ciudad las no iniciadas
y, las que lo estén, que marchen hasta la diosa,
las que se hallen por debajo de sesenta. Pero, las que tengan impedimento,
tanto la que tiende la mano a Ilitía como la que sufre dolores,
a ellas les basta con esto, lo que puedan sin forzar sus miembros. A éstas Deo
les dará todo con creces, como si a su templo hubieran llegado.

Salud, diosa, a esta ciudad mantén en la concordia
y la prosperidad, y produce en el campo todo en abundancia.
Haz medrar los bueyes, haz brotar frutos y espigas, haz que llegue la cosecha;
haz medrar también la paz, para que, quien are, sea también quien coseche.
Seme propicia, tú, a la que tres veces se suplica, soberana, poderosa entre las diosas.

sábado, 9 de enero de 2010

CALÍMACO, HIMNO A ZEUS


Hace algunos años preparé una traducción de los Himnos de Calímaco para una editorial española en la que he publicado algún otro trabajo como traductor. El acuerdo con esa editorial no cuajó, de manera que mi traducción de los Himnos (de parte de ellos: no llegué a escribir la del II ni la del III) permanece inédita desde entonces. Como no sé si llegaré a publicar esa versión, como no me gustan los "trabajos de filología perdidos", he pensado que una buena forma de iniciar esta sección de platos fuera de carta podría ser precisamente dar a conocer la traducción que hice del primero de los textos, el Himno a Zeus.
En El Festín de Homero hay, claro, una entrada dedicada a Calímaco (mira 37. Calímaco). De este autor se ha dicho que componía una "poesía de porcelana". Así es, seguramente, por el mimo con que emula (que no imita) a sus referentes literarios. Por ello, cuando me embebí en los
Himnos, me sorprendió descubrir que Calímaco hacía compatible la porcelana con el humor y lo grotesco.
De lo grotesco en Calímaco se podrá hablar en otra entrada porque no parece un elemento especialmente relevante en el
Himno a Zeus (¿salvo, quizá, por la referencia al ombligo del dios?). Ahora bien, sí es más fácil rastrear rasgos de humor sutil en este poema. Si tanta materia ofrece para el canto el padre de hombres y dioses, ¿por qué no lo celebra Calímaco como "el de de grave tronar" (barýktypos) sino como niño recién nacido? Si Zeus es el más grande de los dioses del Olimpo, ¿por qué le dedicó el poeta de Cirene el himno más breve de su corpus?


¿Puede haber algún otro más apto para ser cantado entre libaciones
que Zeus, que el Dios mismo, siempre inmenso, siempre soberano,
vencedor de los Pelagones, que justicia imparte a los Uránidas ?
¿Y cómo lo cantaremos, como dicteo o liceo ?
En gran duda se halla mi ánimo, pues su linaje es disputado.
Zeus, de ti afirman unos que en los montes ideos naciste;
otros, Zeus, que en Arcadia: ¿quiénes, oh padre, mintieron?
“Los cretenses son siempre mentirosos”, que también, soberano, tu tumba
los cretenses se inventaron. Mas tú no has muerto, que existes por siempre.
A ti en Parrasia te dio a luz Rea, donde más
espesa era la fronda del monte. Por eso el lugar
es sagrado, y en modo alguno en él se entromete
ni animal que requiera de Ilitía , ni mujer, sino que a este paraje
“antañón lecho de Rea” llaman los apidaneos .
Entonces, una vez que tu madre te sacó de sus profundas entrañas,
al punto buscaba una corriente de agua, en la que limpiase
las reliquias del parto, y por lavar en ella tu piel.
Sin embargo, el gran Ladón aún no manaba, ni el Erimanto,
el más diáfano de los ríos, y aún carecía de lluvias toda
la Acénida : pero iba a ser llamada riquísima en aguas
luego. Es que entonces, cuando Rea se soltó la cintura,
muchas encinas, sí, en su curso hacía brotar el voluptuoso
Yaón, muchos carruajes recorrían el Melas,
muchos animales terrestres donde la húmeda corriente
del Carión ponían sus guaridas, e iba un hombre
a pie cruzando el Cratis y la muy pedregosa Metopa
padeciendo sed, que el agua, en abundancia, se ocultaba bajo sus plantas.
Y, sintiéndose angustiada, dijo la venerable Rea:
“Gea querida, da a luz tú también, que tus dolores de parto son livianos”.
Dijo, y la diosa, tendiendo a lo alto su vasto brazo,
golpeó el monte con el cetro. Aquél se dividió en dos mitades distintas
y por allí manó una gran corriente. En el lugar, tras limpiar tu piel,
te fajó, soberano, y te entregó a Neda para que te llevara
a la gruta cretea (donde en secreto serías criado),
a Neda, la más anciana de las ninfas, que a su parto entonces asistieron,
pues era de la primera progenie, después de Éstige y Filira .
Y no pagó con ruindad la diosa este favor, sino que a la corriente
aquella “Neda” la llamó: ésta, en abundancia, por donde se halla la propia
ciudad de los caucones, que el nombre de Lepreo recibe,
se une a Nereo, y de ella, ancestral agua,
beben los descendientes de la osa licaonia .
Cuando Tenas abandonó la ninfa, ¡oh padre Zeus!,
trayéndote hasta Cnoso (Tenas estaba cerca de Cnoso) ,
se te cayó en este momento, divino, el ombligo: por eso a aquel
llano desde entonces “Onfalio” lo llaman los cidones.
Zeus, a ti las compañeras de los Coribantes te tuvieron en brazos,
las Melias dicteas, a ti te meció Adrastea
en cuna de oro, tú mamaste de la pingüe ubre
de la cabra Amaltea y con dulce miel te alimentaste.
Es que aparecieron de repente los trabajos de la abeja Panácride
en los montes ideos, a los que la fama llama Panacras .
Y los Curetes bailaron a buen ritmo en torno a ti una danza guerrera,
entre golpeteos de sus armas, para que a los oídos de Crono
llegara el estrépito de sus escudos y no el de tus llantos infantiles.
Con donaire crecías, con donaire te criaste, Zeus celeste,
presto llegaste a la juventud y presto te brotó el bozo.
Pero, cuando aún eras niño, todo lo que dijiste se cumplió;
por tanto, tus hermanos, aun nacidos antes,
no se opusieron a que te hicieras con el cielo, indivisa morada.
Y antaño no eran enteramente veraces los aedos,
pues dijeron que la suerte distribuyó entre los tres Crónidas sus mansiones.
Pero, ¿quién se habría jugado el Olimpo contra el Hades
sino un completo necio? Es que parece lógico echar suertes
sobre cosas iguales; mas, entre estos dos reinos, se da la mayor diferencia.
Ojalá me invente algo que persuada el oído del que escucha.
No te hicieron rey de los dioses las suertes sino las obras de tus manos,
tu poder y tu fuerza, a los que también asentaste cerca de tu trono.
Y convertiste el ave que con mucho destaca en mensajero
de tus portentos: ¡ojalá se los muestres favorables a mis amigos!
Escogiste, entre los hombres, a los mejores; lo que es tú, no te quedas
con el ducho en naves, con el que blande el escudo ni con el aedo.
Antes bien, para otros bienaventurados de menor valer dejaste
que se cuidaran de estas otras cosas, mientras tú te escogiste a los mismos
caudillos de las ciudades, bajo cuyo poder se halla el hacendado, el hábil lancero,
el remero, todo: ¿qué no está sometido a la fuerza del que manda?
Por ejemplo, de los herreros decimos que son de Hefesto,
de los guerreros que pertenecen a Ares, a Ártemis, que túnica viste,
los cazadores, y a Febo los entendidos en los caminos de la lira.
Pero “de Zeus proceden los reyes”, pues nada hay más divino que los soberanos,
hijos de Zeus. Por ello también te los escogiste como tu lote.
Les otorgaste guardar las ciudades, mientras tú ocupas tu puesto
en lo más alto de los burgos, como vigía de quienes con juicios torcidos
al pueblo oprimen y de quienes, a la contra, lo llevan por buen camino.
De opulencia los cubriste, de riqueza en abundancia:
a todos, sí, pero no de la misma manera. Parece oportuno concluirlo
del caso de nuestro soberano , que muy adelantado anda en excelencia.
Lo que es aquél, a la tarde culmina lo que por la mañana idea,
a la tarde, sí, las más grandes cosas, y las menores en cuanto las concibe.
Los otros unas cosas en un año, otras ni en uno; a otros, en fin,
tú mismo les impediste verlas realizadas y quebraste su afán.
Salud a ti en grado sumo, Crónida excelso, dador de bienes,
dador de dicha. Tus obras, ¿quién las cantaría?
Ni nació ni nacerá: las obras de Zeus, ¿quién las cantará?
Salud, padre, salud otra vez: concédenos virtud y opulencia.
Que la riqueza sin virtud no sabe elevar a los varones,
ni la virtud sin riqueza: concédenos a la par virtud y riqueza.