Un profesor griego me invitó hace tres años a colaborar con él en algo y acepté. Después me invitó a una segunda cosa y volví a aceptar. Está claro que no hay dos sin tres, y por eso Christos Tsagalis ha debido de proponerme hace dos días que participe en un libro sobre Tebas y Homero. Yo le he respondido que me gustaría escribir algo sobre el adivino Tiresias en la Odisea.
Tiresias es ese individuo singular que fue tanto hombre como mujer en distintos momentos de su vida, punto sugerente (o sea: morboso para algunos gustos que quizá no captaron el sentido último de la transformación) al que se refieren tantos textos de la Antigüedad.
De él se ha hablado ya en este blog, o mejor dicho: se ha incluido la traducción de El baño de Palas de Calímaco, texto en el que se recoge una versión poco habitual sobre el motivo de su ceguera y la obtención del don mántico, todo ello (como siempre en su leyenda) por intervención divina.
Tiresias también es un personaje destacado en una tragedia de la que ya he presentado en este blog una parte de una traducción incompleta. Son las Bacantes de Eurípides, de las que he publicado aquí el prólogo, todo por evitar que algunos trabajos se queden olvidados en un archivo sin servir a nadie. Añado ahora la traducción de la escena en que se presentan ante el público Cadmo y Tiresias (vv. 170-214), escena peculiar en la tragedia por sus aires de comedia.
¿Quién anda en la puerta? A Cadmo llama fuera de la casa,
al hijo de Agénor, el que la ciudad sidonia
dejó y amuralló esta plaza de los tebanos.
Que alguien vaya, anúnciale que Tiresias
lo busca: él sabe por qué he venido
y lo que acordé, siendo viejo, con otro aún mayor:
prender los tirsos, llevar pieles de cervatillo
y coronar las cabezas con brotes de yedra.
CADMO:
¡Viejo amigo! ¡Cómo he reconocido, tras oírla, tu voz,
voz sabia de un hombre sabio, mientras estaba en casa!
Aquí estoy, ya listo, con este aparato propio del dios.
Es que es preciso que, ya que él es hijo de mi hija,
[Dioniso, el que se ha revelado a los hombres como dios,]
lo engrandezca en cuanto me sea posible.
¿Dónde hay que bailar, dónde hay que poner el pie
y menear la gris cabeza? Guíame tú a mí,
el anciano al anciano, Tiresias, que tú eres sabio.
Porque no me cansaría de sacudir la tierra con el tirso,
ni de noche ni de día. Nos hemos olvidado con placer
de que somos ancianos.
TIRESIAS:
En esto, sí, te pasa lo mismo que a mí.
Pues también yo me siento joven y probaré a bailar en los coros.
CADMO:
¿No marcharemos al monte en carro?
TIRESIAS:
No, que no recibiría la misma honra el dios.
CADMO:
¿Yo, anciano, te guiaré a ti, anciano, como a un niño?
TIRESIAS:
Sin esfuerzo allí el dios nos conducirá a los dos.
CADMO:
¿Somos los únicos de la ciudad que bailaremos para Baquio?
TIRESIAS:
Somos los únicos que pensamos sanamente, los demás no atinan.
CADMO:
Larga es la demora. Mas sujétate de mi mano.
TIRESIAS:
Mira, agárrate a mí y enlaza tu mano con la mía.
[CADMO:
No desdeño yo a los dioses, que nací mortal.
TIRESIAS:
Nada entendemos de sutilezas, a ojos de los dioses.
Las paternas tradiciones, que con la antigüedad del tiempo
poseemos, ningún razonamiento las tirará por tierra,
ni aunque agudas mentes hayan descubierto la sabiduría.]
CADMO:
¿Dirá alguno que la vejez no respeto
pues a bailar voy con la cabeza cubierta de yedra?
TIRESIAS:
Es que el dios no ha hecho distingos de si el joven
no debe bailar o el de más edad,
que de todos quiere recibir honras
comunes, y desea ser ensalzado sin hacer cuenta aparte con nadie.
CADMO:
Ya que tú, Tiresias, esta luz no ves,
yo me convertiré para ti en profeta de palabra.
Este que a la casa se apresura es Penteo,
hijo de Equión, a quien he transmitido el dominio del país.
¡Qué alterado está! ¿Qué nuevas irá a decir?