domingo, 29 de enero de 2012

EL CIERVO Y LA CRUZ



Me llamaba la atención el ciervo que aparece en las botellas de Jägermeister enmarcando con sus cuernos una cruz resplandeciente. Esta mañana he descubierto por casualidad el porqué de esa imagen.

Traducía a un autor bizantino, Juan de Damasco (676-749), cuando llegué a un pasaje en el que reproduce el texto del Martirio de San Eustacio que aparece más abajo. 

La leyenda piadosa del hombre de mundo al que se le revela Jesús bajo la apariencia de un ciervo que intentaba cazar tiene por protagonista a Plácido (después Eustacio o Eustaquio) en la tradición oriental a la que pertenece Juan Damasceno.

En Occidente protagoniza la misma historia Huberto de Lieja, santo patrono de los cazadores y de la bebida espirituosa producida en Alemania bajo el nombre de Jägermeister, “maestro cazador”


Un día que, según su costumbre, salió Plácido a cazar al monte con el ejército y todos los escuderos, vio una manada de ciervos que pacía. Y, tras disponer la tropa según su costumbre, se lanzó en su persecución. Mientras todos los soldados estaban ocupados capturando los ciervos, el más inmenso y de mejor aspecto de toda la manada se apartó de ella y se lanzó hacia el boscaje, en la parte más tupida de la selva y los sitios de más difícil paso. Cuando Plácido lo vio, sintió el deseo de capturarlo, abandonó a todos y salió en su persecución con unos pocos soldados. Los que estaban con él desfallecieron y él fue el único que perseveró en la persecución. Por providencia divina no desfalleció su caballo ni él se amilanó ante la dificultad del terreno; y, por lo prolongado de la persecución, se encontró a gran distancia de su tropa. Aquel ciervo, ocupando la cima de una roca elevadísima, se quedó parado sobre ella. Habiéndose acercado más el comandante, sin la compañía de nadie, se quedó de pie mirando al ciervo desde todas partes y reflexionando de qué forma podría atraparlo. 


Mas el sapientísimo y misericordioso Dios, que medita caminos de todo tipo pensando en la salvación de los hombres, cazó a su vez a éste en la cacería, no como a Cornelio a través de Pedro, sino como a Pablo, su perseguidor, por medio de la manifestación de sí mismo. Cuando Plácido llevaba detenido un largo tiempo dirigiendo su mirada al ciervo, admirándose de su tamaño sin saber cómo capturarlo, el Señor le mostró un prodigio del tipo siguiente, no inverosímil ni que excediera la grandeza de su poder. Igual que, en el caso de Balaán, al dotar de palabra a su burra puso a prueba su raciocinio, así también en este caso le muestra a éste sobre los cuernos del ciervo la figura de la santa cruz, que brillaba con más intensidad que la luz del Sol, y en medio de los cuernos la imagen del cuerpo que portó a Dios, el cual aceptó asumir por nuestra salvación. Y, prestándole voz humana al ciervo, llama a Plácido diciéndole: 


‘Plácido, ¿por qué me persigues? Mira, por ti me hallo aquí y tú me has visto en la figura de este animal. Yo soy Jesucristo, al que veneras sin saberlo. Pues tus buenas obras, las que haces con los necesitados, han sido acogidas en mi presencia. Y he venido para manifestarme a ti por medio de este ciervo, para cazarte a ti a mi vez y atraparte con las redes de mi amor por los hombres. Es que no es justo que, quien me es querido por sus buenas obras, sea esclavo de espíritus impuros y de ídolos inertes y mudos. Por esto he venido a la tierra con este aspecto que ahora ves, porque quería salvar al género humano’.