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domingo, 3 de febrero de 2013

EURÍPIDES, BACANTES: ENTRA EL CORO



Esta es la primera entrada del blog desde noviembre pasado, dos meses completos sin post. Han sido semanas de mucho trabajo y de escribir mucho, sí: para otros lugares. Semanas dedicado a los Himnos Homéricos, para cumplir los compromisos que tengo con Andrew y con Jordi. Para terminar la traducción del amigo Juan, se la tengo que mandar a otro Andrew
In šāʾ Allāh. 

Los meses próximos no se presentan mucho más tranquilos pero espero hacer de la necesidad virtud: si tengo que hablar de la Poética en Madrid, ¿por qué no aprovechar y reescribir lo que se dice en el blog sobre esa obra? Luego está lo de Colombia... no, no puedo ir por razones de salud que algunos conocéis bien. Pero, si finalmente lo resolvemos por videoconferencias, ahí habrá materia para una serie de entradas - ¿y para un libro?

Hoy no es un día adecuado para retomar a Aristóteles. Mientras llega el momento cuelgo, de la traducción inédita de las Bacantes, el texto de la Párodos; por si no nos entendemos: la entrada del coro.



La tierra de Asia 
y el sacro Tmolo tras trocar, me afano
por Bromio en un dulce trabajo 
y en un esfuerzo bien esforzado, al Baquio entre “¡evohés!” celebrando. 
¿Quién anda por el camino? ¿Quién anda por el camino, quién 
por casa? Que deje sitio 
y que todo el mundo su boca con el silencio reverencial purifique.
Pues, según lo que es costumbre, siempre 
a Dioniso celebraré entre himnos. 

 Dichoso aquel que,
bienaventurado, los misterios de los dioses
conociendo, su vida santifica
e inicia en la congregación su alma,
en los montes celebrando a Baco
entre pías purificaciones
y, cumpliendo según norma los ritos
de la Gran Madre Cibele
y en lo alto el tirso agitando,
de yedra coronado,
 a Dioniso sirve.
¡Id, bacantes! ¡Id, bacantes,
a Bromio, dios hijo de un dios,
a Dioniso, de vuelta trayendo
de los montes frigios a las calles
de amplio espacio de Hélade, al Bromio!

 De este otrora embarazada su madre,
entre los dolores inevitables del parto,
al vuelo del trueno de Zeus
lo dio a luz, fruto de su vientre,
y la vida abandonó
herida por el rayo.
Al punto lo acogió
en la cavidad del parto el Crónida Zeus
y, ocultándolo en el muslo,
con dorados broches
lo prende a escondidas de Hera.

Y parió cuando las Moiras
lo llevaron a término,
al dios de cuernos de toro,
y lo coronó con coronas
de serpientes, por lo cual las ménades
adornan sus cabellos con el fruto de su bestial cacería.

 ¡Oh, Tebas, nodriza de Sémele, 
corónate de yedra! 
Cúbrete, cúbrete de verde 
zarzamora de hermoso fruto, 
y entrégate al éxtasis báquico 
con ramos de encina o abeto, 
 y las vestes de variegados cervatillos 
rodead con vellones 
de trenzada lana. Y las cañas transgresoras 
santamente tratad. Al punto toda esta tierra bailará 
cuando Bromio guíe los tíasos 
al monte, ¡al monte!, donde aguarda 
la femenil multitud, 
de telares y lanzaderas 
apartada por el aguijón de Dioniso. 

¡Oh, espelunca de los Curetes,
y divinales moradas de Creta 
en que Zeus nació, 
gruta donde los Curetes 
 de triple penacho inventaron para mí 
este timbal de tensa piel!
A la hora del báquico frenesí, intenso, 
 lo mezclaron con el soplo de dulce son 
de las flautas frigias, y de la madre Rea 
en la mano lo pusieron, estrépito que acompaña
al “¡evohé!” de las bacantes. 
Y los enfebrecidos sátiros
lo lograron de la diosa Madre 
y lo unieron 
a los bailes de sus fiestas trienales 
en que Dioniso se complace. 

Dulce es cuando, en los montes,
separándose de los tíasos corretones
cae al suelo, llevando del cervatillo
la sacra veste, persiguiendo
la sangre del cabrito inmolado, gracioso festín de cruda carne,
lanzándose a los montes frigios, lidios:
† quien dirige la comitiva es Bromio.
¡Evohé!

Mana leche el suelo, mana vino,
mana néctar de abejas.
Y, como humo de incienso
 de Siria, el Baquio, alzando
la ígnea llama de una tea
con la cañaheja, se apresura
a correr y bailar,
a las que vagan excitando,
con sus gritos agitando
y sus delicados cabellos al éter arrojando.
† Al tiempo brama de tal forma por efecto de sus gritos: †
“¡Marchad, bacantes,
marchad bacantes,
boato del Tmolo de doradas corrientes,
celebrad a Dioniso
al compás de los tímpanos de grave sonar,
glorificando entre ‘¡evohés!’ al dios del evohé,
con voces y gritos frigios,
cuando la melodiosa flauta
sagrada sagrados tonos deja oír que acompañan
a quienes acuden al monte, ¡al monte!”. Y, complacida,
como una potranca junto a su montaraz
madre, los veloces miembros de sus pies mueve entre brincos la bacante.





viernes, 6 de julio de 2012

UN HOMBRE (O MUJER) QUE SE PARECÍA A TIRESIAS



Un profesor griego me invitó hace tres años a colaborar con él en algo y acepté. Después me invitó a una segunda cosa y volví a aceptar. Está claro que no hay dos sin tres, y por eso Christos Tsagalis ha debido de proponerme hace dos días que participe en un libro sobre Tebas y Homero. Yo le he respondido que me gustaría escribir algo sobre el adivino Tiresias en la Odisea.

Tiresias es ese individuo singular que fue tanto hombre como mujer en distintos momentos de su vida, punto sugerente (o sea: morboso para algunos gustos que quizá no captaron el sentido último de la transformación) al que se refieren tantos textos de la Antigüedad. 

De él se ha hablado ya en este blog, o mejor dicho: se ha incluido la traducción de El baño de Palas de Calímaco, texto en el que se recoge una versión poco habitual sobre el motivo de su ceguera y la obtención del don mántico, todo ello (como siempre en su leyenda) por intervención divina.

Tiresias también es un personaje destacado en una tragedia de la que ya he presentado en este blog una parte de una traducción incompleta. Son las Bacantes de Eurípides, de las que he publicado aquí el prólogo, todo por evitar que algunos trabajos se queden olvidados en un archivo sin servir a nadie. Añado ahora la traducción de la escena en que se presentan ante el público Cadmo y Tiresias (vv. 170-214), escena peculiar en la tragedia por sus aires de comedia.




TIRESIAS:
¿Quién anda en la puerta? A Cadmo llama fuera de la casa,
al hijo de Agénor, el que la ciudad sidonia
dejó y amuralló esta plaza de los tebanos.
Que alguien vaya, anúnciale que Tiresias
lo busca: él sabe por qué he venido
y lo que acordé, siendo viejo, con otro aún mayor:
prender los tirsos, llevar pieles de cervatillo
y coronar las cabezas con brotes de yedra.

CADMO:
¡Viejo amigo! ¡Cómo he reconocido, tras oírla, tu voz,
voz sabia de un hombre sabio, mientras estaba en casa!
Aquí estoy, ya listo, con este aparato propio del dios.
Es que es preciso que, ya que él es hijo de mi hija,
[Dioniso, el que se ha revelado a los hombres como dios,]
lo engrandezca en cuanto me sea posible.
¿Dónde hay que bailar, dónde hay que poner el pie
y menear la gris cabeza? Guíame tú a mí,
el anciano al anciano, Tiresias, que tú eres sabio.
Porque no me cansaría de sacudir la tierra con el tirso,
ni de noche ni de día. Nos hemos olvidado con placer
de que somos ancianos.

TIRESIAS:
En esto, sí, te pasa lo mismo que a mí.
Pues también yo me siento joven y probaré a bailar en los coros.

CADMO:
¿No marcharemos al monte en carro?

TIRESIAS:
No, que no recibiría la misma honra el dios.

CADMO:
¿Yo, anciano, te guiaré a ti, anciano, como a un niño? 

TIRESIAS:
Sin esfuerzo allí el dios nos conducirá a los dos.

CADMO:
¿Somos los únicos de la ciudad que bailaremos para Baquio?

TIRESIAS:
Somos los únicos que pensamos sanamente, los demás no atinan.

CADMO:
Larga es la demora. Mas sujétate de mi mano.

TIRESIAS:
Mira, agárrate a mí y enlaza tu mano con la mía.


[CADMO:
No desdeño yo a los dioses, que nací mortal.

TIRESIAS:
Nada entendemos de sutilezas, a ojos de los dioses.
Las paternas tradiciones, que con la antigüedad del tiempo
poseemos, ningún razonamiento las tirará por tierra,
ni aunque agudas mentes hayan descubierto la sabiduría.]

CADMO: 
¿Dirá alguno que la vejez no respeto
pues a bailar voy con la cabeza cubierta de yedra?


TIRESIAS:
Es que el dios no ha hecho distingos de si el joven
no debe bailar o el de más edad,
que de todos quiere recibir honras
comunes, y desea ser ensalzado sin hacer cuenta aparte con nadie.

CADMO:
Ya que tú, Tiresias, esta luz no ves,
yo me convertiré para ti en profeta de palabra.
Este que a la casa se apresura es Penteo,
hijo de Equión, a quien he transmitido el dominio del país.
¡Qué alterado está! ¿Qué nuevas irá a decir?


viernes, 29 de abril de 2011

EURÍPIDES, BACANTES: EL PRÓLOGO


Durante este curso he trabajado las Bacantes de Eurípides con un alumno del primer año de Griego. No es que todos mis alumnos sean monstruos de la naturaleza (no, todos no) que entran en la universidad recitando coros de tragedia. Lo que ocurre es que, a Eugenio, su padre le enseñó griego cuando debía de tener catorce años.

Por supuesto era un desperdicio de tiempo y entusiasmo explicarle a este alumno que la beta viene después de la alfa. En lugar de eso decidimos dedicar el año a trabajar una tragedia de Eurípides; y la que le propuse fueron las Bacantes. La hemos leído y traducido a partir de la edición de Diggle. Lo que cuelgo ahora es mi versión del prólogo de la tragedia, pronunciado por Dioniso a su regreso a su patria, Tebas.

El plan especial de Eugenio le ha servido a él para familiarizarse con un género que no había leído nunca en el original griego, para aprender a cantar trímetros y para introducirse en el maravilloso mundo de la crítica textual. Yo me he beneficiado tanto como él de esta simbiosis. En los nuevos tiempos de Bolonia será un consuelo recordar que mis últimas clases de griego en la Facultad de Filosofía y Letras de mi Universidad las dediqué a hacer filología con un texto como las Bacantes de Eurípides.

Gracias, Eugenio.



DIONISO

Me presento, de Zeus hijo, en esta tierra tebana,
Dioniso, al que parió otrora la hija de Cadmo,
Sémele, a quien hizo alumbrar el fuego que el rayo porta.
Después de trocar mi forma de dios por una mortal,
me hallo junto a las fuentes del Dirce y el agua del Ismeno.
Y veo la tumba de mi madre, víctima del rayo,
esta es, cerca de la casa, y las ruinas del palacio
a las que hace humear la llama del fuego de Zeus, aún viva,
inmortal exceso de Hera contra mi madre dirigido.
Alabo a Cadmo, quien este terreno intransitable
ha hecho, de su hija recinto; de la vid yo
todo alrededor lo he cubierto con el follaje rico en racimos.

Tras abandonar las campiñas de abundante oro de los lidios
y de los frigios, las planicies batidas por el sol de los persas,
las murallas bactrianas y la tierra de invierno inclemente
de los medos recorrí, y Arabia dichosa
y toda el Asia que junto al salado mar
se extiende, la que tiene sus ciudades de hermosas torres
llenas en mezcolanza de helenos y, juntamente, bárbaros;
esta es la primera ciudad de los griegos a la que he llegado
después de formar allí mis coros e instituir mis
misterios, para ser una divinidad conocida por los mortales.


Y a esta Tebas la primera de la tierra helena
excité entre clamores, prendiendo una piel de cervatillo a su cuerpo
y el tirso poniendo en su mano, proyectil de yedra.
Es que las hermanas de mi madre, las que menos convenía,
iban diciendo que yo, Dioniso, no había nacido de Zeus
y que Sémele, tras ser seducida por algún mortal,
a Zeus atribuía la deshonra de su lecho,
triquiñuelas de Cadmo, por lo cual la mató
Zeus, proclamaban, porque su matrimonio fingió.
Pues bien, a ellas mismas de palacio hice yo salir
enloquecidas, y el monte habitan con mente trastornada,
y a llevar la indumentaria de mis ritos las forcé.
Y a toda la femenil simiente, cuantas eran
mujeres de los cadmeos, las saqué, locas, de sus casas.
Juntamente mezcladas con las hijas de Cadmo
bajo los verdes abetos se asientan en peñas sin techo.
Pues es preciso que esta ciudad aprenda bien, aun sin quererlo,
que vive sin iniciarse en mis ritos báquicos,
y que yo salga en defensa de mi madre Sémele
mostrándome ante los mortales como divinidad engendrada por Zeus.


Es que Cadmo dignidad y tiranía
a Penteo ha transmitido, nacido de su hija,
el cual a los dioses combate al enfrentarse conmigo y de las libaciones
me aparta y en ningún punto de sus súplicas hace memoria de mí.
Por lo cual les demostraré que he nacido como dios a él
y a todos los tebanos. Y a otra tierra,
tras poner en orden lo de aquí, tornaré mi pie,
mostrando mi persona. Y, si es que la ciudad de los tebanos
con saña, con armas, del monte a las bacantes sacar
intenta, a las ménades me uniré en campaña militar.
Por lo cual he cambiado mi aspecto por el de un mortal
y mi forma transformé a la natural de un varón.

Mas, las que abandonasteis el Tmolo, baluarte de Lidia,
tíaso mío, mujeres a las que de entre los bárbaros
traje como mis asistentes y compañeras de camino:
alzad los tímpanos, que en ciudad de frigios
se hallan en suelo propio, invento mío y de la madre Rea,
y montad estrépito yendo a uno y otro lado de este palacio,
el de Penteo, que lo vea la ciudad de Cadmo.
Que yo, yendo a los pliegues del Citerón,
donde se hallan las bacantes, participaré con ellas en los coros.