Después del capítulo ocho viene el nueve, y este tiene, sin duda, una importancia clave. Trata de la necesidad de que el poeta de tragedia (o el escritor, en general) hable de lo verosímil que tiene valor universal y no de los sucesos individuales que (según Aristóteles) se agotan en sí mismos. Para la polémica: aquí se dice aquello de que la poesía es más filosófica que la historia.
Y pronto vendrá el capítulo diez.
En el caso de la comedia esto está ya claro, pues, tras componer la historia por medio de elementos verosímiles, les ponen sin más los nombres al azar y no escriben acerca del caso individual tal y como los yambógrafos. En el caso de la tragedia se atienen a los nombres dados. Y la causa es que lo posible es convincente; así pues, las cosas que no han sucedido aún no creemos que sean posibles, mientras que las sucedidas es evidente que son posibles, pues no habrían sucedido si fueran imposibles. No solo eso sino que, además, en algunas de las tragedias uno o dos nombres son de los conocidos y los demás inventados, mientras que en otras ningún nombre es tradicional, como en el Anteo de Agatón; sucede que en esta obra están inventados igualmente los hechos y los nombres, sin agradar menos en absoluto. De modo que no hay que buscar de manera absoluta el atenerse a las historias tradicionales acerca de las cuales tratan las tragedias. Es que también es risible empeñarse en esto cuando también lo conocido les es conocido a pocos, a pesar de lo cual les agrada a todos.
Así pues, resulta claro a partir de esto que el poeta debe ser más poeta de las historias que de los metros en cuanto que es poeta según la imitación e imita las acciones. Y, en el caso de que suceda que compone sobre cosas sucedidas, de ninguna manera es menos poeta, pues nada impide que algunas de las cosas acontecidas sean tales como era verosímil que fueran y resultaran posibles, según lo cual él es poeta de ellas.Entre las historias y acciones simples las episódicas son las peores; llamo episódica a una historia en la que ni es verosímil ni necesario que los episodios vayan unos después de otros. Las historias de este tipo las hacen los malos poetas por sí mismos, mientras que en el caso de los buenos se dan por culpa de los actores. Es que, por querer rivalizar y extender la historia más allá de sus posibilidades, muchas veces se ven forzados a distorsionar la secuencia.
[1452a] Dado que la imitación no lo es solo de una acción completa sino también de lo que es pavoroso y despierta compasión; y estas cosas suceden también sobre todo [y tanto más] siempre que suceden contra lo que parecía, las unas por causa de las otras. Es que así provocarán asombro en mayor medida que si se producen por accidente y azar, pues también parecen los más asombrosos entre los acontecimientos que suceden por azar cuantos da la impresión de que han acontecido como si fuera adrede, como por ejemplo que la estatua de Mitis matara en Argos al culpable de la muerte de Mitis cayéndole encima mientras la contemplaba. Es que parece que los sucesos de este tipo no ocurren por las buenas. De modo que por fuerza tales historias son más hermosas.