sábado, 26 de mayo de 2012

INTERPRETANDO A ORÍGENES





En la última entrada hablé sobre el Alegorismo, método de interpretación del mito que nació, a la par que la filosofía, en el S. VI a. C. Dentro de la mitografía alegórica constituyen un hito Aneo Cornuto y su manual.

Dice Eusebio de Cesarea, en su Historia de la Iglesia (6.19.8), que, según Porfirio, el teólogo cristiano Orígenes desarrolló su  método de interpretación de la Sagrada Escritura a partir del modelo de Cornuto y su forma de interpretar los mitos paganos. Desde luego Porfirio no hace esta observación en tono elogioso, o mejor dicho: lo que comenta sobre Orígenes, si no implica una crítica a éste, no supone, por lo menos, ningún comentario positivo acerca de los cristianos y sus métodos intelectuales.

De Cornuto llegué a Orígenes, decía en la entrada anterior: a Orígenes y su Perì archôn, que tantas veces se cita como De principiis porque sólo lo conservamos íntegro en la versión latina de Rufino. Pero sí tenemos en griego (y en latín) el texto de IV 2 por el que empecé mi traducción de la obra. El título de esa sección es: "Cómo hay que leer e interpretar la escritura divina". 

Para defender el interés laico de este texto (del que sólo publico, de momento, los tres primeros capítulos) hago observar que se trata de un documento básico para la hermenéutica. El texto tendrá siempre interés para quien sea sensible a la aventura intelectual del Alegorismo, usado en la Antigüedad y la Edad Media como clave para interpretar (y reinterpretar) los textos, descubriendo en ellos otros sentidos más allá del literal.



PERÌ ARCHÔN IV 2

 Cómo hay que leer e interpretar la escritura divina 


1 (8). Hemos hablado como en síntesis acerca de que las escrituras divinas han sido inspiradas por Dios. Después de ello es preciso tratar la forma de su lectura e interpretación dado que se han producido muchos errores a raíz de que la mayoría no ha descubierto el camino adecuado relativo a cómo se han de abordar las lecturas sagradas. 
Es que los duros de corazón y los necios entre los circuncisos no tienen fe en nuestro Salvador, pues piensan que han de seguir la literalidad de las profecías que se refieren a Él. Y no vieron de manera sensible que Él anunciara el perdón a los cautivos [Isaías LXI 1 (Lucas IV 18)], ni que edificara la que consideran verdaderamente como ciudad de Dios [Salmos XLV (XLVI) 5], ni que destruyera los carros de Efraín y el caballo de Jerusalén [Zacarías IX 10], ni que comiera nata y miel y que, antes de conocer o preferir la maldad, escogiera el bien [Isaías VII 15]. Más aún, creían que, según las profecías, el lobo, el animal de cuatro patas, iba a pacer con el cordero, la pantera reposaría junto al cabrito, el ternero, el toro y el león pacerían juntos y serían guiados por un niño pequeño; que la vaca y el oso serían apacentados juntos, siendo criadas las crías de los unos con las de los otros, y que el león, como el buey, comería pasto [Isaías XI 6-7]. Al no haber visto que sucediera nada de esto de manera sensible durante la vida en este mundo de quien nosotros creemos que es el Cristo, no admitieron a nuestro señor Jesús sino que lo crucificaron pensando que se había proclamado indebidamente como el Cristo. 
Y los herejes leyeron lo de que “un fuego ha brotado de mi ánimo” [Jeremías XV 14]; y “yo soy un Dios celoso que hace recaer los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación” [Éxodo XX 5]; y “estoy arrepentido de haber ungido rey a Saúl” [1 Samuel XV 11]; y “yo soy un Dios que crea la paz y provoca desgracias” [Isaías XLV 7], y en otro lugar “no hay desgracia en la ciudad que no haya provocado el Señor” [Amós III 6]. Más aún, leyeron lo de que “las desgracias descendieron de junto al Señor contra las puertas de Jerusalén” [Miqueas I 12], y que “un aire malsano procedente de Dios ahogó a Saúl” [1 Samuel XVIII 10], e infinidad de cosas semejantes a éstas. Y no han tenido el atrevimiento de desconfiar de que las escrituras sean obra de Dios; pero, creyendo que son obra del Demiurgo, al que adoran los judíos, pensaron que, como el Demiurgo resulta ser imperfecto y no es bueno, nuestro Salvador vivió entre nosotros anunciando a un Dios más perfecto, el cual afirman que no es el Demiurgo; en relación con esto adoptan distintas posturas. Y, tras apartarse una sola vez del Demiurgo, que es el Dios único y no engendrado, se han entregado a ficciones, fabricándose mitos y teorías de acuerdo con las cuales piensan que han surgido las cosas que se ven y otras que no se ven, a las cuales su alma idolatró. 
En verdad también los más simples entre los que se enorgullecen de pertenecer a la iglesia han supuesto que no hay nadie mayor que el Demiurgo, obrando así de forma sana; pero acerca de Él asumen cosas tales como no las habrían admitido en el caso del hombre más cruel e injusto. 

2 (9). La causa de las falsas opiniones e impiedades o de los argumentos necios referidos a Dios de todos los antes mencionados parece no ser otra que el hecho de que la escritura no haya sido interpretada en clave espiritual sino que ha sido entendida, por así decirlo, al pie de la letra. Por ello, a quienes están convencidos de que los libros sagrados no son obra de hombres sino que han sido escritos a partir de la inspiración del Espíritu Santo, por voluntad del Padre del Universo, siendo mediador Cristo Jesús, y que así han llegado a nosotros, a éstos se les han de mostrar las vías de interpretación que se vislumbran, ateniéndonos a la norma de la iglesia celeste de Cristo Jesús según la sucesión de los apóstoles. 
Todos, aun los más simples entre los que siguen la palabra, tienen fe en que hay unas economías místicas que se hacen patentes a través de las divinas escrituras. Pero los de buen entendimiento y sencillos confiesan que no saben cuáles son éstas. Si se da el caso de que alguno declara su perplejidad acerca de la unión de Lot con sus hijas [Génesis XIX, 30-38], las dos mujeres de Abraham [Génesis XVI], o acerca de que Jacob se casara con dos hermanas [Génesis XXIX 15-30; cfr. Levítico XVIII 18] y dos esclavas le dieran hijos [Génesis XXX 3-12], no dirán ninguna otra cosa sino que estos acontecimientos vienen a ser misterios que nosotros no entendemos. Ahora bien, también cuando se lee acerca de la construcción de la tienda [Éxodo XXVI-XXXI, XXXV-XL], convencidos de que lo escrito son tipos, indagan a qué podrán aplicar cada una de las cosas de las que se habla en relación con la tienda. Por lo que se refiere a estar convencidos de que la tienda es tipo de algo no se equivocan; pero, por lo que se refiere a aplicar el texto de manera digna de la escritura a este particular concreto del cual es tipo la tienda, a veces fallan. Y todo relato que se piense que habla acerca de matrimonios, procreación de niños, guerras o de cualquier otra cosa que los demás aceptarán como historias, declaran que son tipos. Pero, referente a de qué son tipos, lo que se dice acerca de cada una de estas cosas no queda bien claro, sea porque su disposición personal no está bien disciplinada, sea por precipitación, a veces porque, aunque uno sea disciplinado y en absoluto precipitado, el hallar las Verdades les resulta a los hombres dificilísimo en grado máximo. 

3 (10). Y ¿qué se debe decir acerca de las profecías, que todos sabemos que están llenas de “enigmas” y “oscuras palabras” [Proverbios I 6]? Y, si pasamos a los Evangelios, también para comprender su sentido preciso, pues es sentido y entendimiento de Cristo, se precisa de la gracia que se le dio al que ha dicho: “Nosotros tenemos el entendimiento de Cristo para que conozcamos lo que nos ha sido otorgado por Dios. Esto es también lo que decimos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana sino con palabras enseñadas por el Espíritu” [1 Corintios II 16, 12-13]. Y, al leer lo que le fue revelado a Juan, ¿quién no se sentiría conmocionado ante los misterios inefables que oculta, revelados incluso a quien no entiende lo escrito? Y las epístolas de los apóstoles, ¿a quién de los que entienden de poner a prueba discursos le parecería que son claras y tienen un sentido sencillo, siendo innumerables los pasajes que también en ellas proporcionan, como a través de un agujero, un mínimo punto de acceso a grandísimos y abundantísimos conceptos? 
Por lo cual, siendo ésta la situación y siendo innumerables los que se extravían, es arriesgado que uno declare que, al leer, entiende con facilidad lo que precisa de “la llave del conocimiento”, la cual el Salvador afirma que se encuentra entre “los entendidos en la ley”. Y que expliquen los que no quieren que se halle la verdad entre los hombres anteriores a la venida de Cristo cómo es que nuestro Señor Jesucristo dice que “la llave del conocimiento” se halla entre aquéllos que, según ellos mismos dicen, no tienen libros que contengan los inefables y perfectos misterios del conocimiento. Es que el texto [Lucas XI 52] dice así: “¡Ay de vosotros, entendidos en la ley, que retirasteis la llave del conocimiento! Vosotros no entrasteis y a los que entraban se lo impedisteis”.