viernes, 5 de febrero de 2010

EL CANTÓN DE DIÓMEDES [SIC]


Según un sabio alemán del XIX o principios del XX (tanto da), viajeros griegos dieron, unos dos siglos antes de Cristo, con una población próspera en Galicia: Tude, a orillas del río Miño, a los pies de nuestro monte sagrado, el Aloia, que los habitantes del lugar, paganos o cristianos, concebimos como ómphalos mágico desde los tiempos más remotos.

Tude, el nombre indígena, supuso una tentación lingüística muy fuerte para aquellos viajeros desesperados que aliviaron su confusión al descubrir que aquella palabra nativa era la corrupción de Tydeús, Tideo, el héroe heleno que pereció atacando Tebas y perdió el don de la inmortalidad. Atenea se la quiso ofrecer, y sin embargo retiró su don al contemplar la crueldad de su comportamiento, la furia caníbal que llevó a Tideo a devorar los sesos del caído Melanipo.

La inmortalidad no fue para el padre impío sino para nuestro protagonista, Diomedes, uno de los siete caudillos que sí capturaron Tebas y que, después, logró también la victoria ante Troya. Pero, quien hirió a Afrodita en el combate según la Ilíada, atrajo sobre sí las furias de la diosa del amor, la cual contagió a su esposa Egialea de una pasión adúltera. Avergonzado por el comportamiento de su mujer, Diomedes hubo de abandonar Grecia y partir hacia Occidente.

Así llegó a los últimos confines de Iberia. Y, remontando el Miño desde su desembocadura, Diomedes vio amanecer en un paraje donde el río se ensanchaba. A los pies de una colina de granito, a la sombra de un vasto monte tras el cual ascendía el sol, Diomedes decidió varar sus buques. Qué lugar tan hermoso para descansar, qué homenaje pío fundar allí, en honor al padre muerto ante Tebas, una ciudad que llevara su nombre.

Por eso hay en Túi, allí donde estuvo Tude o Tyde, una plaza dedicada al hijo de Tideo, nuestro heroico fundador, Diomedes, Diómedes para los tudenses. Porque lo cierto es que, por motivos que aún no comprendo, aquel espacio cuadrado, anejo a la Corredera, se llama oficialmente "cantón de Diómedes". Digo "oficialmente" no porque cuestione la acentuación del nombre del héroe sino porque, cuando la Corredera estaba llena de niños, finales de los sesenta y principios de los setenta, nosotros no jugábamos al escondite en el cantón de nadie sino, más sencillo, "donde el palco".

Qué tentación las escaleras de metal que subían hasta la plataforma de los músicos, qué riesgo llegar, paso a paso, a la cancela cerrada que sólo podían traspasar en domingo unos pocos adultos míticos, sudorosos, armados de trombón y de platillos.

Pero nosotros no éramos ni músicos ni míticos, tan sólo niños sudorosos a los que sus madres convocaban con voz tonante cuando nos veían arriesgar nuestras vidas, cuatro peldaños por encima del suelo del cantón de Diómedes, digo, donde el palco de la música.

Aunque el hijo de Tideo no fundara mi ciudad (pero, ¿quién demostró que no lo hiciera?), lo cierto es que en Túi sí que hubo griegos, esos viajeros desesperados del siglo II antes de Cristo que descubrieron la relación entre Tude y Tydeús.

¿Me habré dedicado yo a la Filología Clásica porque, hace 2200 años, un griego de paso echó raíces estables en la colina de piedra?




viernes, 29 de enero de 2010

PSEUDO-JENOFONTE, LA REPÚBLICA DE LOS ATENIENSES


Para José Luis García Ramón, investigador, maestro, amigo


A mediados de diciembre, mientras estaba ingresado en la clínica de mi universidad, empecé a escribir, gratia artis, una traducción de
La República de los Atenienses, el texto con el que José Luis García Ramón nos enseñaba griego en 1983 en la Autónoma de Madrid.

Cuelgo esta versión provisional en el blog con nostalgia y con la esperanza de que pueda ser de utilidad a los estudiantes del presente
o del futuro.



PSEUDO-JENOFONTE
LA REPÚBLICA DE LOS ATENIENSES


I

A propósito del régimen político de los atenienses, el hecho de que escogieran tal tipo de régimen no lo alabo porque, al escogerlo, eligieron que a la chusma le fuera mejor que a la gente de bien. No, no lo alabo por lo dicho. Pero haré ver lo siguiente: que, una vez que esto les pareció así, preservan bien su régimen y adoptan en su propio interés las otras medidas que a los restantes griegos les parecen erradas.

(2) Así pues, diré lo siguiente en primer lugar: que es justo que allí los pobres, igual que el pueblo, tengan más peso que la gente noble y rica. Es que el pueblo es el que pone en movimiento los barcos y el que aporta el poder a la ciudad: los timoneles, los cómitres, los contramaestres, los proeles y los carpinteros, éstos son los que le aportan su poder a la ciudad, mucho más que los hoplitas, los nobles y la gente de bien. Pues bien, dado que la situación es tal, parece justo que todos participen en los cargos públicos, tanto en los designados por el actual sistema de sorteo como en los elegidos por votación a mano alzada, y que al ciudadano que quiera le sea permitido hablar. (3) Más aún: cuantas magistraturas comportan la supervivencia de todo el pueblo si están bien desempeñadas, o bien un peligro si no lo están, en estas magistraturas el pueblo no pide en absoluto participar, no creen que deban tener parte por sorteo ni en los cargos de general ni de comandante de la caballería (es que el pueblo sabe que saca más provecho si no está él al frente de estos cargos y deja que los desempeñen los más poderosos); pero, cuantas magistraturas comportan un sueldo y provecho para la casa, el pueblo busca desempeñar éstas. (4) Además está lo que algunos miran con asombro, que en cualquier ocasión son más generosos con la chusma, los pobres y la plebe que con la gente de bien: con estas mismas medidas garantizan a las claras la supervivencia de la democracia. Es que, si les va bien a los pobres, a la gente común, a los de peor condición, y aumenta el número de los tales, dan gran auge a la democracia. En cambio, como les vaya bien a los ricos y a la gente de bien, la plebe está fortaleciendo el elemento contrario a ella. (5) En cualquier tierra la parte mejor es contraria a la democracia, pues entre los mejores hay un mínimo de indisciplina e injusticia y un máximo de rectitud en lo que al bien se refiere; entre el pueblo son máximas la ignorancia, la indisciplina y la vileza. Es que la pobreza los conduce ante todo a los actos vergonzosos, y la falta de educación e ignorancia a la que se enfrentan algunos hombres por falta de recursos. (6) Habrá quien diga que sería necesario no dejar que todos hablasen y deliberaran en pie de igualdad, sino sólo los varones más diestros y mejores. Pero ellos también en este punto toman las mejores decisiones cuando permiten que también la chusma hable. Es que, si las gentes de bien hablaran y deliberaran entre ellos, a sus semejantes les iría bien pero no a la plebe; ahora, en cambio, al levantarse para hablar el que quiera, un hombre de la chusma, da con lo que es bueno para él y sus semejantes. (7) Habrá quien diga: “Un hombre de esta índole, ¿cómo podría saber lo que es bueno para él o para el pueblo?”. Ellos saben que la ignorancia, la vileza y el favoritismo de éste les beneficia más que la virtud del hombre de bien, su sabiduría y su animosidad. (8) Así pues, una ciudad no puede ser la mejor gracias a estas disposiciones, pero la democracia garantiza así su supervivencia de la mejor forma. Es que el pueblo no quiere vivir como siervo mientras la ciudad disfruta de un buen régimen, sino que quiere ser libre y mandar, y le importa poco la mala marcha de la política. Sucede que, lo que tú consideras que no es un buen régimen, de ello mismo saca su fuerza el pueblo y se torna libre. (9) Y si buscas un buen régimen político, en primer lugar verás a los más diestros dictándoles las leyes; luego la gente de bien castigará a la chusma, deliberarán acerca de la ciudad y no consentirán que hombres alocados deliberen ni hablen ni participen en la asamblea. Sí, gracias a estas buenas medidas el pueblo caería rápidamente en la servidumbre.

(10) Por otra parte, en Atenas hay una indisciplina enorme entre los esclavos y metecos, y allí ni es posible golpearlos ni el esclavo te cederá el paso. Yo explicaré por qué existe esta costumbre local. Si fuera legal que golpease el hombre libre al siervo, al meteco o al liberto, a menudo uno, creyendo que el ateniense era un siervo, le daría un golpe; es que, por su vestido, el pueblo no aventaja allí en nada a los esclavo y metecos, y su aspecto no es en absoluto mejor. (11) Y si alguno se admira también de esto, de que permitan que los esclavos vivan allí a sus anchas, y que algunos se den la gran vida, también esto se vería a las claras que lo hacen con intención. Ocurre que, donde hay un poder marino, por fuerza prestan su servicio los galeotes a cambio de dinero, de manera que su amo recibe las aportaciones de lo que trabajan y los libera. Y, donde hay esclavos ricos, allí ya no trae cuenta que mi siervo te tenga miedo. Pero en Lacedemonia mi siervo te teme. Y, en el caso de que tu siervo me tema, posiblemente pagará de su propio dinero con tal de no correr peligro en su persona. (12) Así pues, por esto les dimos también libertad de palabra a los siervos frente a los libres; y a los metecos frente a los ciudadanos porque la ciudad precisa de ellos tanto por la gran variedad de labores artesanas como por la flota. Por esto, pues, les concedimos también con lógica la libertad de palabra a los metecos.

(13) Allí el pueblo ha hundido a quienes se ejercitan en la educación gimnástica y practican las actividades musicales, pues piensa que esto no es bueno ya que sabe que no es capaz de ejercerlas. Por otra parte, en lo tocante a las coregías, la organización de certámenes gimnásticos y de trierarquías, saben que los ricos son quienes desempeñan la coregía mientras que el pueblo es quien se beneficia de ella, y que los ricos organizan los certámenes gimnásticos y las trierarquías a la vez que es el pueblo quien saca provecho de las trierarquías y los certámenes. Por tanto, el pueblo juzga justo pedir dinero por cantar, correr, bailar y bogar en los barcos, para que él tenga y los ricos, al tiempo, se vuelvan más pobres. Y en los tribunales no les importancia más la justicia que lo que sea conveniente para ellos.

(14) Por lo que se refiere a los aliados sucede lo siguiente: cuando los atenienses efectúan sus viajes delatan, según parece, y vuelven odiosa a la gente de bien, pues saben que, por fuerza, el que gobierna es odiado por el gobernado, y que, si los ricos y poderosos cobran fuerzas en sus ciudades, el mando del pueblo en Atenas durará poquísimo tiempo; así pues, por esto deshonran a la gente de bien, les arrebatan sus riquezas, los expulsan y los matan, mientras que exaltan a la chusma. Los atenienses de calidad prestan socorro a la gente de bien en las ciudades aliadas, pues saben que siempre es bueno para ellos socorrer en las ciudades a los mejores. (15) Alguno podría decir que esto supone fuerza para los atenienses, si los aliados son capaces de aportar riquezas. Pero a la gente del pueblo le parece que es un bien mayor que las riquezas de los aliados las guarde cada ateniense por su cuenta, y que aquéllos tengan lo necesario para vivir y que trabajen sin ser capaces de conspirar.

(16) El pueblo de Atenas también parece que toma una mala decisión en esto, en lo de que obligan a los aliados a navegar hasta Atenas para participar en los juicios. Pero ellos replican cuántos bienes aporta ello al pueblo de los atenienses. Primero, el recibir durante todo el año el sueldo que se saca de las costas. Después, administran las ciudades aliadas sentados en casa, sin sacar a la mar los barcos, y a los del pueblo los protegen mientras que a sus rivales los destruyen en los tribunales. Pero, si cada cual celebrara los juicios en su casa, hundirían a aquéllos de sus ciudadanos que fueran más afectos al pueblo de los atenienses por estar irritados con ellos. (17) Además de esto, el pueblo ateniense saca el siguiente provecho de que los aliados celebren sus juicios en Atenas. Primero, la centésima del Pireo que recibe la ciudad se incrementa; (18) después, si uno tiene una casa de huéspedes, le va mejor; luego, si uno tiene una yunta o un esclavo, le aportan un alquiler; además, los heraldos sacan ventaja de las estancias de los aliados. Junto a esto ocurre que, si los aliados no acudieran a los juicios, sólo honrarían a los atenienses que hicieran la travesía: estrategos, trierarcas y embajadores. Ahora, en cambio, cada uno de los aliados está en la obligación de adular al pueblo de los atenienses, pues sabe que es preciso que, llegado a Atenas, rinda y reciba cuentas no entre ningunas otras personas sino entre el pueblo, según es, en efecto, ley en Atenas; y se ve obligado a suplicar en los tribunales y, cuando entra alguno, a echarle mano. Por esto, pues, los aliados se han convertido más bien en siervos del pueblo de los atenienses.

(19) Además de ello, a causa de las posesiones de ultramar y las magistraturas relativas a esos territorios, han aprendido sin darse cuenta a manejar el remo, tanto ellos como sus acompañantes. Es que es necesario que un hombre que navega a menudo empuñe el remo, lo mismo él que su criado, y que aprenda los términos de la marinería. (20) Y se convierten en buenos timoneles merced a la experiencia de las travesías y la práctica. Los unos hicieron sus prácticas tripulando un barco sencillo, otros una nave de carga y, algunos, pasaron de aquí a bordo de las trirremes. La mayoría son capaces de ponerse manos a la obra nada más embarcar en las naves, pues han adquirido la práctica durante toda su vida.


II

La infantería pesada, lo que parece funcionar con menos propiedad en Atenas, la han configurado de la manera siguiente. Consideran que ellos son inferiores y menos numerosos que los enemigos; pero, por tierra, son también más poderosos que los aliados que aportan el tributo, y piensan que su infantería les basta así, con tal que sean más poderosos que los aliados. (2) Además, por azar, les ha ocurrido algo del siguiente tipo. Quienes están sojuzgados por un poder terrestre pueden formar una agrupación de pequeñas ciudades y luchar juntos; pero, quienes están sojuzgados por mar, cuantos habitan en islas, no pueden agrupar las ciudades reuniéndolas, pues el mar está en medio y, quienes los dominan, controlan el mar; y, si los isleños pueden reunirse sin que se note en una sola isla, se morirán de hambre. (3) De todas las ciudades del continente que controlan los atenienses, a las grandes las sojuzgan por miedo mientras que a las pequeñas lo hacen totalmente por la necesidad, pues no hay ninguna ciudad que no necesite importar o exportar algo; ahora bien, esto no le será posible a no ser que haga caso de quienes mandan en el mar. (4) Aparte, quienes son dueños del mar pueden hacer lo que sólo les es posible a veces a los poderes terrestres, asolar el terreno de quienes los superan, pues se puede costear hasta donde no haya ningún enemigo o pocos y, si es que se acercan, embarcar y partir; y, actuando de esta forma, se encuentran con menos dificultades que el acude a pie en socorro. (5) Más aún, los poderes marítimos pueden zarpar de su propia patria para una travesía tan larga como quieran, mientras que, a quienes ejercen su poder por tierra, no les es posible apartarse de su país para efectuar una campaña que dure muchos días: es que las marchas son lentas y, además, cuando se va a pie no se puede llevar alimento para mucho tiempo. Y el que va a pie debe ir por tierras amigas o luchar y vencer; el que navega, por su parte, puede desembarcar en esta tierra en la que sea más poderoso y, donde no lo sea, no desembarcar y proseguir la navegación hasta que llegue a un territorio amigo o de gentes inferiores a él. (6) Además, los poderes terrestres soportan peor las enfermedades de los cereales que proceden de Zeus; los marítimos, en cambio, mejor, pues toda la tierra no se halla enferma al mismo tiempo, de forma que el grano les llega a los dueños del mar desde el país que esté dando frutos.

(7) Y, si se ha de hacer memoria también de cosas más nimias, fue primariamente por el control del mar como descubrieron los modos de la buena vida, al mezclarse los unos con los otros. Es que, lo que hay de placentero en Sicilia, en Italia, en Chipre, en Egipto, en Lidia, en el Ponto, en el Peloponeso o en cualquier otro lugar, todo esto queda reunido en un solo punto gracias al control del mar. (8) Aparte, como oyen todo tipo de hablas, lo uno lo seleccionaron de una, lo otro de otra. Y así, los griegos emplean fundamentalmente su habla, su modo de vida y su indumentaria propias; pero los atenienses emplean una mezcla a partir de todas las de los griegos y bárbaros.

(9) Por lo que se refiere a sacrificios, templos, celebraciones y santuarios, el pueblo sabe que no es posible que cada uno de los pobres sacrifique, se agasaje, se erija templos y habite una ciudad hermosa y grande, y por ello descubrió el medio de tener estas cosas. Pues bien, la ciudad sacrifica de manera pública víctimas en abundancia, pero el pueblo es el que se agasaja y al que le tocan en suerte las víctimas. (10) Y, en cuanto a gimnasios, baños y vestuarios, algunos de los ricos los tienen de forma privada, pero el pueblo mismo se construye para sí [de forma privada] muchas palestras, vestuarios y lugares de baño; y el pueblo saca más provecho de esto que la elite y los afortunados.

(11) Son los únicos que son capaces de poseer la riqueza de los griegos y los bárbaros. Pues, si una ciudad es rica en madera para la construcción de barcos, ¿dónde la distribuirá, si no convence al dueño del mar? ¿Y qué? Si una ciudad es rica en hierro, cobre o lino, ¿dónde lo distribuirá, si no convence al dueño del mar? Bien, de estos mismos materiales también proceden ciertamente mis barcos, y de uno recibo madera, de otro hierro, de otro cobre, de otro lino, de otro cera. (12) Además de esto, no permitirán que lleven las mercancías a otros que sean rivales nuestros, o lo harán sin transportarlas por mar. Y yo, sin producir nada en mi tierra, tengo todo esto gracias al mar mientras que ninguna otra ciudad posee dos de estos productos, y la misma ciudad no posee madera y lino sino que, donde hay lino en gran cantidad, el país es llano y sin árboles. Tampoco salen el cobre y el hierro de la misma ciudad ni, por lo que se refiere a lo demás, hay dos o tres productos que los posea una sola ciudad sino que lo uno lo tiene y lo otro no.

(13) Y aún se añade a ello que a lo largo de todo el litoral hay o un cabo que destaca o una isla situada enfrente o algún estrecho, de modo que a quienes controlan el mar les es posible fondear allí y acosar a quienes habitan la costa. (14) Pero una sola cosa les falta: es que, si los atenienses fueran señores del mar viviendo en una isla, podrían obrar los males que quisieran sin padecer nada mientras controlaran el mar, ni que su tierra fuera asolada ni que tuvieran que esperar la llegada de los enemigos. Ahora, en cambio, los campesinos y los atenienses ricos tienden a complacer a los enemigos mientras que el pueblo vive despreocupado y sin adularlos porque sabe bien que no incendiarán ni arrasarán nada de lo suyo. (15) Más todavía, si habitaran una isla se verían libres de otro temor, el de que la ciudad no fuera entregada nunca a traición por la minoría ni se abrieran las puertas ni cayeran al asalto los enemigos: pues, ¿cómo sucedería esto, habitando una isla? Tampoco tendrían el temor de que hubiera ninguna rebelión contra el pueblo si habitaran una isla. Pues ahora, si se rebelaran, se rebelarían puesta su confianza en los enemigos, en la idea de atraerlos en su ayuda por tierra. Pero, si habitaran una isla, también carecerían de este temor. (16) Así pues, dado que, por principio, no les tocó la suerte de habitar una isla, ahora hacen lo siguiente: depositan su fortuna en las islas, fiados en el control que ejercen sobre el mar, y ven con indiferencia que sea devastada la tierra del Ática, pues saben que, si sienten lástima de ella, se verán privados de otros bienes mayores.

(17) Además, las ciudades con un régimen oligárquico tienen por fuerza que cumplir las alianzas y juramentos. Y, en el caso de que no se atengan a los acuerdos, o si recibes una injusticia por parte de alguien [...] nombres de la elite que estableció el acuerdo. Pero, cuanto acuerda el pueblo, éste puede, atribuyéndole la responsabilidad a uno solo, el que habla y el que lo somete a votación, negársela a los demás porque “No estaba presente y no me agrada”, en referencia a acuerdos que averiguan que se han establecido en presencia de todo el pueblo y, si esto no le pareciera bien, descubre excusas infinitas para no hacer cuanto no quieren. Y, en el caso de que derive algo malo de las decisiones que tomó el pueblo, éste le echa la culpa a que unos pocos hombres, obrando en su contra, lo echaron a perder; pero, si es algo bueno, se atribuyen la responsabilidad.

(18) Por otra parte, no permiten que se ridiculice al pueblo ni que se hable mal de él por no oír habladurías sobre ellos mismos. Pero, tratándose de particulares, exhortan a ello si alguien quiere hacerlo con alguien, pues saben bien que, en la mayoría de los casos, el ridiculizado no es del pueblo ni del montón sino un rico, un noble o un poderoso, y que se ridiculiza a pocos pobres o demócratas, y tampoco a éstos si no es por su entrometimiento y porque buscan tener algo más que el pueblo, de manera que tampoco se irritan cuando se ridiculiza a tales personas. (19) Así pues, yo afirmo que el pueblo de Atenas sabe qué ciudadanos son gente de bien y cuáles son viles; y, sabiéndolo, estiman a los que les son afectos y de utilidad, aunque sean ruines, mientras que a la gente de bien más bien la odian, pues no piensan que la virtud de éstos se dé naturalmente para su propio bien sino que representa un mal. Y, contrariamente a esto, algunos, siendo en realidad del pueblo, no son demócratas por naturaleza. (20) Yo comprendo el interés del propio pueblo por la democracia, pues todos sienten comprensión por el hacerse bien a uno mismo. Pero, el que sin ser del pueblo eligió vivir en una ciudad con régimen democrático antes que en una oligarquía, se dispuso a obrar injustamente pues se dio cuenta de que, al que es malvado, le resulta más fácil pasar desapercibido en una ciudad con régimen democrático que en una oligarquía.


III

Y, a propósito del régimen político de los atenienses, el sistema no lo alabo. Pero, dado que les pareció bien ser una democracia, me parece que la preservan bien usando este tipo de régimen que he expuesto.

Más aún, también veo que algunos censuran a los atenienses lo siguiente, que allí a veces no le es posible al consejo ni al pueblo resolver el asunto de un hombre que se quede esperando durante un año. Y esto ocurre en Atenas no por otro motivo sino porque, a causa de la cantidad de las causas, no son capaces de despachar a todos con sus asuntos resueltos. (2) Pues también, ¿cómo podrían si, primero, deben celebrar tantas fiestas como ninguna de las ciudades griegas (durante éstas es escasamente posible resolver algunos asuntos públicos), después han de juzgar causas privadas, causas públicas y rendiciones de cuentas en un número tal como no las juzgan todos los hombres juntos, y el consejo debe celebrar muchas deliberaciones bien acerca de la guerra, bien acerca del ingreso de riquezas y el establecimiento de leyes, y muchas acerca de los acontecimientos que se dan siempre en una ciudad, muchas que afectan a los aliados, y recibir el tributo y ocuparse de los muelles y los templos? ¿Es algo sorprendente si, al haber tantas causas, no son capaces de resolver los asuntos de todos las personas? Algunos dicen: (3) “Si uno se presenta ante el consejo o el pueblo con dinero, se resolverá su caso”. Yo estaría de acuerdo con éstos en que muchos asuntos se resuelven en Atenas pagando, y en que todavía se resolverían en mayor número si aún más gente diera dinero. Pero sé bien esto otro, que la ciudad no es capaz de resolverles sus asuntos a la totalidad de los que presentan peticiones, ni aunque les dieran la cantidad que fuese de oro y plata. (4) Y también es preciso someter a juicio casos como los siguientes, si uno no repara una nave o construye en terreno público, y dictar sentencia todos los años en lo que se refiere a los coregos que han de costear las Dionisias, las Targelias, las Panateneas, las Prometeas y las Hefestias; y cada año se nombra a cuatrocientos trierarcas, y hay que dictar sentencia todos los años en relación con los que quieren de éstos; además es preciso someter a prueba el desempeño de las magistraturas y dictar sentencia sobre ellas, y someter a prueba a los huérfanos y designar a los guardias de los presos. (5) Así pues, lo anterior hay que hacerlo todos los años. Y, de tiempo en tiempo, se deben juzgar las deserciones y cualquier otro delito que se presente de manera imprevista, sea que se comete un abuso que se sale de lo habitual, sea que se incurre en impiedades. Aún me dejo muchas cosas, pero lo más importante queda dicho, menos lo de la fijación del tributo; esto ocurre, de manera usual, cada cinco años. Venga, a ver, ¿no hay que creer que es necesario dictar sentencia sobre todas estas cosas? (6) Pues que diga alguno qué no sería necesario que se juzgara allí. Pero, por otra parte, si es preciso reconocer que se han de ser juzgar todos los casos, es imprescindible que se haga a lo largo del año, pues ni ahora, celebrando juicios durante todo el año, tienen la capacidad de acabar con los delincuentes por la cantidad de las personas. (7) Venga, pero habrá quien diga que es necesario juzgar, pero que juzguen menos. Ciertamente, a no ser que se hagan pocos tribunales, por necesidad habrá pocos en cada tribunal, de forma que, ante pocos jueces, será más fácil llegar a un acuerdo con ellos y sobornarlos para que juzguen de forma mucho menos justa. (8) Además de esto se ha de saber que los atenienses también tienen necesidad de celebrar fiestas durante las cuales no se puede juzgar. ¡Y celebran el doble de fiestas que los demás! Pero yo las estimo iguales a las de la ciudad que las celebrara en el menor número.

En efecto, al ser tal la situación, afirmo que no es posible que las cosas marchen en Atenas de forma distinta a como ahora van, a no ser que, poco a poco, quepa eliminar alguna disposición e introducir otra. Pero no es posible cambiar mucho sin eliminar algo de la democracia. (9) Es que se pueden adoptar muchas medidas a fin de que el régimen político marche mejor; pero no es fácil hacerlo de forma tal que la ciudad siga siendo una democracia y, a la par, se dé con lo que baste para que se gobiernen mejor, a no ser, como decía hace un momento, introduciendo alguna disposición y eliminando otra.

(10) Y me parece que tampoco es correcta esta otra decisión de los atenienses, lo de preferir a la gente más ruin en las ciudades que se levantan. Aunque ellos hacen esto a sabiendas. Es que, si prefirieran a la gente de más calidad, preferirían a los que no piensan lo mismo que ellos, pues en ninguna ciudad tiene el favor del pueblo la clase mejor sino que en cada ciudad lo tiene la peor, pues cada grupo siente afecto por sus semejantes. Así pues, por esto prefieren los atenienses lo que se corresponde con ellos. (11) Y cuantas veces intentaron elegir a la gente mejor, no les resultó provechoso [...] sino que el pueblo beocio cayó en la esclavitud en poco tiempo; y esto mismo pasó cuando eligieron a los mejores entre los milesios, en poco tiempo se apartaron del pueblo y lo sojuzgaron; y lo mismo cuando prefirieron a los lacedemonios en lugar de a los mesenios, al poco tiempo los lacedemonios habían sometido a los mesenios y hacían la guerra con los atenienses.

(12) Se podría argüir que nadie ha sido privado de sus derechos como ciudadano de manera injusta en Atenas. Pero yo afirmo que hay quienes han sido privados de sus derechos cívicos de manera injusta, si bien son pocos. (13) Ahora bien, no basta con unos pocos para atacar a la democracia de Atenas, dado que se da la situación de que la gente no piensa en absoluto en los que han sido privados de sus derechos justamente sino en los que lo han sido de manera injusta. ¿Cómo, pues, creería uno que se ha privado injustamente de sus derechos a la mayoría en Atenas, donde el pueblo es el que desempeña las magistraturas? Porque no se gobierna según justicia ni se dice ni hace lo justo es por lo que hay gente privada de sus derechos en Atenas. Es necesario reflexionar sobre ello y no pensar que representen algún riesgo los privados de sus derechos en Atenas.




sábado, 9 de enero de 2010

CALÍMACO, HIMNO A ZEUS


Hace algunos años preparé una traducción de los Himnos de Calímaco para una editorial española en la que he publicado algún otro trabajo como traductor. El acuerdo con esa editorial no cuajó, de manera que mi traducción de los Himnos (de parte de ellos: no llegué a escribir la del II ni la del III) permanece inédita desde entonces. Como no sé si llegaré a publicar esa versión, como no me gustan los "trabajos de filología perdidos", he pensado que una buena forma de iniciar esta sección de platos fuera de carta podría ser precisamente dar a conocer la traducción que hice del primero de los textos, el Himno a Zeus.
En El Festín de Homero hay, claro, una entrada dedicada a Calímaco (mira 37. Calímaco). De este autor se ha dicho que componía una "poesía de porcelana". Así es, seguramente, por el mimo con que emula (que no imita) a sus referentes literarios. Por ello, cuando me embebí en los
Himnos, me sorprendió descubrir que Calímaco hacía compatible la porcelana con el humor y lo grotesco.
De lo grotesco en Calímaco se podrá hablar en otra entrada porque no parece un elemento especialmente relevante en el
Himno a Zeus (¿salvo, quizá, por la referencia al ombligo del dios?). Ahora bien, sí es más fácil rastrear rasgos de humor sutil en este poema. Si tanta materia ofrece para el canto el padre de hombres y dioses, ¿por qué no lo celebra Calímaco como "el de de grave tronar" (barýktypos) sino como niño recién nacido? Si Zeus es el más grande de los dioses del Olimpo, ¿por qué le dedicó el poeta de Cirene el himno más breve de su corpus?


¿Puede haber algún otro más apto para ser cantado entre libaciones
que Zeus, que el Dios mismo, siempre inmenso, siempre soberano,
vencedor de los Pelagones, que justicia imparte a los Uránidas ?
¿Y cómo lo cantaremos, como dicteo o liceo ?
En gran duda se halla mi ánimo, pues su linaje es disputado.
Zeus, de ti afirman unos que en los montes ideos naciste;
otros, Zeus, que en Arcadia: ¿quiénes, oh padre, mintieron?
“Los cretenses son siempre mentirosos”, que también, soberano, tu tumba
los cretenses se inventaron. Mas tú no has muerto, que existes por siempre.
A ti en Parrasia te dio a luz Rea, donde más
espesa era la fronda del monte. Por eso el lugar
es sagrado, y en modo alguno en él se entromete
ni animal que requiera de Ilitía , ni mujer, sino que a este paraje
“antañón lecho de Rea” llaman los apidaneos .
Entonces, una vez que tu madre te sacó de sus profundas entrañas,
al punto buscaba una corriente de agua, en la que limpiase
las reliquias del parto, y por lavar en ella tu piel.
Sin embargo, el gran Ladón aún no manaba, ni el Erimanto,
el más diáfano de los ríos, y aún carecía de lluvias toda
la Acénida : pero iba a ser llamada riquísima en aguas
luego. Es que entonces, cuando Rea se soltó la cintura,
muchas encinas, sí, en su curso hacía brotar el voluptuoso
Yaón, muchos carruajes recorrían el Melas,
muchos animales terrestres donde la húmeda corriente
del Carión ponían sus guaridas, e iba un hombre
a pie cruzando el Cratis y la muy pedregosa Metopa
padeciendo sed, que el agua, en abundancia, se ocultaba bajo sus plantas.
Y, sintiéndose angustiada, dijo la venerable Rea:
“Gea querida, da a luz tú también, que tus dolores de parto son livianos”.
Dijo, y la diosa, tendiendo a lo alto su vasto brazo,
golpeó el monte con el cetro. Aquél se dividió en dos mitades distintas
y por allí manó una gran corriente. En el lugar, tras limpiar tu piel,
te fajó, soberano, y te entregó a Neda para que te llevara
a la gruta cretea (donde en secreto serías criado),
a Neda, la más anciana de las ninfas, que a su parto entonces asistieron,
pues era de la primera progenie, después de Éstige y Filira .
Y no pagó con ruindad la diosa este favor, sino que a la corriente
aquella “Neda” la llamó: ésta, en abundancia, por donde se halla la propia
ciudad de los caucones, que el nombre de Lepreo recibe,
se une a Nereo, y de ella, ancestral agua,
beben los descendientes de la osa licaonia .
Cuando Tenas abandonó la ninfa, ¡oh padre Zeus!,
trayéndote hasta Cnoso (Tenas estaba cerca de Cnoso) ,
se te cayó en este momento, divino, el ombligo: por eso a aquel
llano desde entonces “Onfalio” lo llaman los cidones.
Zeus, a ti las compañeras de los Coribantes te tuvieron en brazos,
las Melias dicteas, a ti te meció Adrastea
en cuna de oro, tú mamaste de la pingüe ubre
de la cabra Amaltea y con dulce miel te alimentaste.
Es que aparecieron de repente los trabajos de la abeja Panácride
en los montes ideos, a los que la fama llama Panacras .
Y los Curetes bailaron a buen ritmo en torno a ti una danza guerrera,
entre golpeteos de sus armas, para que a los oídos de Crono
llegara el estrépito de sus escudos y no el de tus llantos infantiles.
Con donaire crecías, con donaire te criaste, Zeus celeste,
presto llegaste a la juventud y presto te brotó el bozo.
Pero, cuando aún eras niño, todo lo que dijiste se cumplió;
por tanto, tus hermanos, aun nacidos antes,
no se opusieron a que te hicieras con el cielo, indivisa morada.
Y antaño no eran enteramente veraces los aedos,
pues dijeron que la suerte distribuyó entre los tres Crónidas sus mansiones.
Pero, ¿quién se habría jugado el Olimpo contra el Hades
sino un completo necio? Es que parece lógico echar suertes
sobre cosas iguales; mas, entre estos dos reinos, se da la mayor diferencia.
Ojalá me invente algo que persuada el oído del que escucha.
No te hicieron rey de los dioses las suertes sino las obras de tus manos,
tu poder y tu fuerza, a los que también asentaste cerca de tu trono.
Y convertiste el ave que con mucho destaca en mensajero
de tus portentos: ¡ojalá se los muestres favorables a mis amigos!
Escogiste, entre los hombres, a los mejores; lo que es tú, no te quedas
con el ducho en naves, con el que blande el escudo ni con el aedo.
Antes bien, para otros bienaventurados de menor valer dejaste
que se cuidaran de estas otras cosas, mientras tú te escogiste a los mismos
caudillos de las ciudades, bajo cuyo poder se halla el hacendado, el hábil lancero,
el remero, todo: ¿qué no está sometido a la fuerza del que manda?
Por ejemplo, de los herreros decimos que son de Hefesto,
de los guerreros que pertenecen a Ares, a Ártemis, que túnica viste,
los cazadores, y a Febo los entendidos en los caminos de la lira.
Pero “de Zeus proceden los reyes”, pues nada hay más divino que los soberanos,
hijos de Zeus. Por ello también te los escogiste como tu lote.
Les otorgaste guardar las ciudades, mientras tú ocupas tu puesto
en lo más alto de los burgos, como vigía de quienes con juicios torcidos
al pueblo oprimen y de quienes, a la contra, lo llevan por buen camino.
De opulencia los cubriste, de riqueza en abundancia:
a todos, sí, pero no de la misma manera. Parece oportuno concluirlo
del caso de nuestro soberano , que muy adelantado anda en excelencia.
Lo que es aquél, a la tarde culmina lo que por la mañana idea,
a la tarde, sí, las más grandes cosas, y las menores en cuanto las concibe.
Los otros unas cosas en un año, otras ni en uno; a otros, en fin,
tú mismo les impediste verlas realizadas y quebraste su afán.
Salud a ti en grado sumo, Crónida excelso, dador de bienes,
dador de dicha. Tus obras, ¿quién las cantaría?
Ni nació ni nacerá: las obras de Zeus, ¿quién las cantará?
Salud, padre, salud otra vez: concédenos virtud y opulencia.
Que la riqueza sin virtud no sabe elevar a los varones,
ni la virtud sin riqueza: concédenos a la par virtud y riqueza.