jueves, 6 de octubre de 2011

AUTOBIOGRAFÍA EN LA ANTIGÜEDAD: PRELIMINARES


Quiero iniciar una nueva serie de entradas (esta, esta, esta, esta, esta y esta otra) relativas a un tema sobre el que vengo trabajando de manera colateral desde hace bastantes años: la autobiografía de la Antigüedad. Quizá el marco adecuado para este asunto fuera una monografía pero, de momento, esto es lo que hay.

No sé si hablar de Autobiografía en la Antigüedad es algo impropio como piensan los colegas de otras disciplinas, yo no lo creo. Que hubo escritura autobiográfica en Grecia y Roma es innegable y a esa verdad me atengo.



Autobiografía es un compuesto de origen griego: auto-bio-graphía. Podemos interpretarlo como “acto de escribir la propia vida”. Sin embargo, la palabra autobiographía no se documenta en griego antiguo (en realidad la palabra no empezó a utilizarse hasta principios del S. XIX).
Esto nos permite recordar que en la Antigüedad no se le reconoció entidad propia a la autobiografía, y mucho menos se la identificó como género independiente (a diferencia de lo que sí sucedió con la biografía). 
Intento exponer que, aun sin tener el concepto moderno de autobiografía, griegos y romanos sí practicaron la escritura autobiográfica, obviamente con sus características peculiares. Porque el concepto de autobiografía aplicado a la Antigüedad a lo mejor no tiene por qué coincidir exactamente con el concepto manejado para épocas posteriores.

Más en concreto: parece preferible que, al menos de entrada, no consideremos en este caso como característica esencial de la autobiografía la introspección del autor, a la manera de lo que hace p. ej. Rousseau en Las confesiones.
Esa actividad se documenta en la Antigüedad, pero de manera escasa y en fecha relativamente tardía: en San Gregorio Nacianceno (329/330 – 390/391) o en San Agustín (354 – 430). 
El que en Grecia o Roma no abunde esa introspección puede deberse a razones que, en todo caso, podremos explorar más adelante. Por tanto, partiremos de un concepto más amplio de la escritura autobiográfica, concepto que luego habremos de acotar para evitar que nuestro estudio se diluya en exceso.

En este sentido parece que, a lo que debemos atender, y lo que yo voy a considerar en principio (pero ya adelanto que no al final) como autobiografía, son aquellos casos en los que el autor o narrador habla de su propia vida, habitualmente en primera persona.

Nótese que hablo tanto de autor como de narrador. Con ello parece que dejo en suspenso la distinción entre autobiografía real (es el autor quien habla de su vida) y ficticia, entendiendo por ésta la pseudoautobiografía (cfr. p. ej. M. Proust, En busca del tiempo perdido; L. Tólstoi, Infancia, adolescencia, juventud) o la novela autobiográfica (cfr. p. ej. A. Powell, Una danza para la música del tiempo):
  • La distinción, por supuesto, es básica si se considera el texto autobiográfico como documento histórico. 
  • Pero la distinción a lo mejor no es tan relevante cuando nos aproximamos al texto en tanto que texto (literario), y ése es el enfoque que yo persigo. 
Sea de ello lo que fuere, intentaremos aproximarnos a la autobiografía de la Antigüedad con un concepto abierto del género, que luego deberemos cerrar.

Los ejemplos de escritura autobiográfica lato sensu en el corpus literario de Grecia y Roma son abundantes y de tipos distintos. En lo que sigue me referiré a
  • los primeros ejemplos de introducción del “yo” del autor-narrador en la literatura griega; 
  • presentaré una síntesis histórica de la autobiografía antigua siguiendo a Görgemanns y Berschin (mira al final las referencias); 
  • propondré los textos a los que nos vamos a referir en las entradas siguientes y de los que intentaremos sacar conclusiones sobre la autobiografía en la Antigüedad. 


ALGUNAS REFERENCIAS:


* Una panorámica actual (1997) del tema se puede encontrar en

K. Jansen-Winkeln, H. Görgemanns y W. Berschin, “Autobiographie”, Der neue Pauly: Enzyklopädie der Antike 2, 1997, 348-353.

El artículo abarca cuatro campos: Oriente, Grecia, Roma y Tardoantigüedad romana; se cierra con algunas consideraciones sobre el influjo en la posteridad de los escritos autobiográficos antiguos.

* La obra fundamental sobre la autobiografía de la Antigüedad es la sección correspondiente (setecientas páginas) en G. Misch, Geschichte der Autobiographie.

La obra, publicada a lo largo de bastantes años, abarca en ocho tomos desde la Antigüedad hasta los escritos autobiográficos de los siglos XVIII y XIX. Los dos últimos tomos publicados (1967 y 1969) aparecieron después de la muerte de Misch (1878-1965). Los dos primeros tomos, referidos a la autobiografía de la Antigüedad son asequibles en inglés: G. Misch, A History of Autobiography in Antiquity, Westport, Conn., Greenwood Press, 1973 (2 volúmenes).

* Una obra de conjunto en la que se recogen diversas aportaciones sobre el género literario de la autobiografía es

G. Niggl (ed.), Die Autobiographie: zu Form und Geschichte einer literarischen Gattung, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1989.

* Importa también, aunque su tema sea propiamente la biografía y no la autobiografía, este libro de Momigliano:

A. Momigliano, Génesis y desarrollo de la biografía en Grecia, México, 1986 (The Development of Greek Biography, Cambridge Mass., 1971).


* Para aspectos más específicos se pueden consultar también estos trabajos que, creo, han de ser considerados referencias bibliográficas básicas:

H. Chadwick, Agustín, Madrid, Cristiandad, 2001.
P. Courcelle, “Antécédents autobiographiques des Confessions de Saint Augustin”, Revue de Philologie 31, 1957, 23-51.
L. Edelstein, Plato’s Seventh Letter, Leiden, Brill, 1966.
R. G. Lewis, “Imperial Autobiography, Augustus to Hadrian”, Aufstieg und Niedergang der römischen Welt II 34.1, 1993, 629-706.

* Es importante también, para comprender el influjo de la autobiografía antigua en el Renacimiento,

T. C. Price Zimmermann, “Bekenntnis und Autobiographie in der Renaissance”, en G. Niggl (ed.), Die Autobiographie: zu Form und Geschichte einer literarischen Gattung, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1989.

* Cf. también el libro colectivo de Michael Reichel:

M. Reichel (ed.), Antike Autobiographien. Werke - Epochen – Gattungen, Colonia-Weimar-Viena, Böhlau, 2005.
Es especialmente interesante M. Erler, “Philosophische Autobiographie am Beispiel des 7. Briefes Platons“, pp. 75-92.





viernes, 30 de septiembre de 2011

NOVELA BIZANTINA: NOVELA DE BIZANCIO


Incluyo una entrada sobre literatura bizantina con la pretensión de aclarar una confusión terminológica y por completar las explicaciones que les he dado en clase en estos últimos días a los alumnos de Literatura Universal. Explicaciones siempre mínimas porque Bolonia obliga a hacer Literatura-Express: por la cuenta que nos trae, ¡ojalá no haga Medicina-Express!

PD. Sobre el concepto de "novela bizantina" escribí un artículo que podéis encontrar aquí.


El género de la novela se siguió cultivando en la Edad Media, tanto en Occidente (sobre todo en Francia) como en Oriente, es decir: en Bizancio. En la Edad Media hubo, por tanto, una novela bizantina, y aprovecho este hecho para hacer una aclaración terminológica:
  • En ocasiones se llama “novela bizantina” a la novela griega de la Antigüedad (Dafnis y Cloe, p. ej.). 
  • Ahora bien, esas novelas no se escribieron en el período bizantino, que comienza, si acaso, en el S. IV d. C. (a esa cronología sólo puede pertenecer, si fuera cierta su cronología más alta, la novela de Heliodoro). 
  • Aquí interviene un error de datación del que somos culpables los filólogos clásicos, no los hispanistas: en el S. XIX los filólogos clásicos alemanes (Erwin Rohde) pensaban que las novelas griegas habían sido escritas bajo el influjo del movimiento conocido como Segunda Sofística: así pues, se las databa entre dos extremos, los siglos II d. C. (época de Jámblico) y VI (época de Caritón). 
  • Esta teoría fue desmentida hace un siglo por los descubrimientos de papiros: éstos han obligado a separar de la época bizantina las novelas griegas conservadas. 
  • Hoy en día los filólogos clásicos saben cuál es la cronología real de la novela griega de la Antigüedad pero otros especialistas siguen cautivos del error provocado por Rohde y consagrado en España por Menéndez y Pelayo. 
  • En definitiva: la novela griega de la Antigüedad no es “novela bizantina”, y además lo lógico es reservar ese nombre para las novelas que se escribieron en Oriente durante la Edad Media. 
De esas novelas, las auténticas novelas bizantinas, hemos de comentar algo ahora. Tras el ocaso que experimentó al final de la Antigüedad, el género de la novela resurgió con fuerza en Constantinopla durante el S. XII
  • bajo el influjo de la novela de la Antigüedad, 
  • con independencia de modelos occidentales como el representado por Chrétien de Troyes. 
Esas primeras novelas bizantinas se compusieron a la luz del modelo de las novelas griegas de la Antigüedad: así sucedió por ejemplo en el caso de Hismine e Hisminias de Eustacio Macrembolites, claramente influida por la Leucipa y Clitofonte de Aquiles Tacio.


De la época conservamos cuatro textos de los que el único en prosa es la obra citada de Eustacio Macrembolites, Hismine e Hisminias. Junto a ésta se han de mencionar otras tres novelas escritas en dodecasílabos:
  • Teodoro Pródromo, escritor del S. XII, compuso Rodante y Dosicles; 
  • Nicetas Eugeniano (SS. XII–XIII) es autor de Drosila y Caricles; 
  • por último, de Constantino Manases (S. XII) conservamos los fragmentos de su Aristandro y Calítea. 
A un período posterior (SS. XIII–XIV) pertenece una serie de novelas anónimas (Beltandro y Crisanza, Calímaco y Crisórroe, Lívistro y Rodamna) con características diferenciadas:
En ellas se hace ya patente el influjo de la novela caballeresca francesa, influjo que desplaza al de la novela griega antigua. 
Es de esa novela (la novela caballeresca francesa) de la que realmente interesa hablar cuando se habla de novela medieval europea:
  • mientras que la novela de Bizancio, la auténtica novela bizantina, no ha dejado huella en la tradición, 
  • sí lo ha hecho la novela medieval de Occidente; 
  • la novela griega de la Antigüedad volvió a su vez a influir en la novela del S. XVI, una vez que se empezó a traducirla e imprimirla. 



ALGUNAS REFERENCIAS:

BEATON, R., The Medieval Greek Romance, Londres-Nueva York, 1996 (2ª ed).
Calímaco y Crisórroe, ed. C. García Gual, Madrid, 1982.
Historia extraordinaria de Beltandro y Crisanza, ed. J. M.ª Egea, Granada, 1998.
Lívistro y Rodamna, ed. Moreno Jurado, Sevilla, 1994.
MENÉNDEZ Y PELAYO, M., Orígenes de la novela, vol. 1, Santander, 1943 (= 1905).
POLITIS, L., Historia de la literatura griega moderna, trad. G. Núñez, Madrid, 1994.
ROHDE, E., Der griechische Roman und seine Vorläufer, Leipzig, 1914 (3ª ed.).
TEODORO PRÓDROMOS, Rodante y Dosicles, trad. J. A. Moreno Jurado, Madrid, 1996.
TORRES GUERRA, J. B., “¿Novela bizantina o novela helenizante? A propósito de un término consagrado”, en I. Arellano, V. García Ruiz y C. Saralegui (eds.), Ars bene docendi: Homenaje al Profesor K. Spang, Pamplona, 2009, pp. 567-574.



miércoles, 21 de septiembre de 2011

DE MENANDRO A TERENCIO Y MÁS ALLÁ



Esta entrada se relaciona directamente con un tema de la parte que me corresponde en esta asignatura de Literatura Universal. Es verdad que en este blog ya hay entradas sobre los orígenes de la comedia, sobre Aristófanes o Menandro. Con todo, lo nuevo de este post es la panorámica general que ofrece del género y lo que aquí se expone sobre la comedia romana, Plauto y Terencio.



Aunque el poeta de comedia más famoso de Grecia es Aristófanes y las representaciones de sus obras siguen provocando la risa después de 2400 años, en esta entrada no voy a hablar de él. ¿Por qué?
Porque la comedia de Aristófanes es la comedia de la Atenas del S. V a. C.; cuando se acabó ese siglo, perdió interés. Ocurre que era una comedia que atendía a la ridiculización de personas concretas, tomadas de la vida pública; estaba muy anclada a sus circunstancias. Y, al cambiar esas circunstancias, la Comedia Antigua (la comedia de Aristófanes) perdió actualidad.
En cambio, la comedia que sí definió la forma clásica del género de la comedia fue la de Menandro (S. III a. C.):
  • ésta no estaba vinculada a circunstancias tan concretas;
  • lo que le interesaba era la crítica de costumbres y situaciones genéricas. 

Menandro desarrolla en sus obras argumentos ficticios, y esto es muy importante en la historia de la evolución de los géneros y de la literatura: Es que, aunque nos parezca insólito, con la comedia de Menandro es cuando se abandonan por primera vez los argumentos tradicionales para crear, partiendo de cero, argumentos ficticios.
  • Estos argumentos ficticios son argumentos con final feliz que implican habitualmente la resolución de conflictos entablados, por ignorancia o error, entre padres e hijos, amantes o esposos.
  • En esta comedia no hay argumentos tomados del mito. 
  • Tampoco hay prácticamente elementos fantásticos: lo único fantástico en Menandro es la presencia de coincidencias y la actuación de la casualidad, la τύχη.
Un ejemplo modélico de este tipo de argumento de Comedia Nueva lo encontramos en la trama de La Samia: 
Un padre (Démeas) cree que su hijo adoptivo (Mosquión) ha seducido a su concubina (Críside) en su ausencia y que el niño que ella custodia es consecuencia de ello; está en lo cierto al pensar que su hijo adoptivo es el padre de la criatura pero su madre es una joven (Plangón), hija soltera de su vecino (Nicérato) – por supuesto, en la comedia se acabará acordando el matrimonio entre Mosquión y Plangón.
El happy end es uno de los elementos característicos y fundamentales de la comedia de Menandro. Es algo con lo que ya cuenta el espectador pues pertenece a su horizonte de expectativas: por tanto, la intriga de estas comedias no se halla
  • en cuál será el desenlace
  • sino en cómo se llegará a ese desenlace feliz. 
La comedia de Menandro influyó en otros géneros de la literatura antigua:
  • en la novela en Grecia
  • y en el teatro de Roma, que es de lo que voy a hablar ahora. 
Pero antes indico: en último extremo, y aunque tantas veces no lo advirtamos, Menandro y la comedia grecolatina son el origen de toda la tradición europea de la comedia de caracteres y costumbres. Y no sólo de la comedia literaria: también de la comedia cinematográfica.


El teatro en Roma contaba con antecedentes autóctonos que procedían del ámbito del culto y de las tradiciones populares. Sin embargo, para el desarrollo del teatro latino ha sido fundamental, una vez más, el influjo griego, que operó primero a través de Etruria y después a través de los griegos de la Italia meridional.

Las ocasiones que encontraron los romanos para celebrar representaciones teatrales fueron los distintos juegos que se organizaban en la ciudad:
  • entre el cuatro y el diecinueve de septiembre tenían lugar los Juegos Romanos, en honor de Júpiter,
  • y entre el cuatro y el diecisiete de noviembre los Juegos Plebeyos;
  • a estas celebraciones se añadieron en el transcurso del tiempo los Juegos Apolinares (seis al trece de junio)
  • y los Megalesios, en honor de Cibeles (cuatro al diez de abril). 
La forma dramática que parece haber gozado de más éxito popular entre los romanos, a juzgar por lo que conservamos de su teatro, es la comedia, sin que debamos olvidar que los primeros autores compusieron por igual comedias y tragedias.
Esta versatilidad, que no se da entre los griegos, es, sin embargo, muy característica de los romanos, que mostraron gran facilidad para la combinación de géneros o subgéneros literarios. 
En un principio, las obras que se representaban tenían siempre un tema griego:
  • estas obras (da igual que fueran tragedias o comedias) recibían el nombre de fabulae palliatae, por cuanto sus personajes iban ataviados con el pallium característico de los griegos;
  • ahora bien, pronto surgió un tipo de tragedia con tema romano, a la cual se denominó fabula praetexta por ir sus protagonistas vestidos con la toga praetexta característica de los magistrados en Roma. 
El primer autor dramático latino que para nosotros es una personalidad definida es Livio Andronico, del cual conservamos fragmentos y títulos de varias tragedias y de algunas comedias.

El escritor que sucedió a Livio Andronico fue Nevio, compositor tanto de tragedias como de comedias; la obra de Nevio es mejor conocida que la de Livio Andronico, y sin embargo lo único que poseemos de él son fragmentos.


El primer autor del que conservamos obras dramáticas íntegras es Plauto, el comediógrafo latino por excelencia. De Plauto (254-184 a.C.) tenemos un total de veintiuna comedias; aunque no puedo citar aquí los títulos de todas ellas recordaré al menos algunas de las más características:
El Anfitrión, la Aulularia o Comedia de la Olla, las Báquides, el Gorgojo, los Menecmos y el Miles Gloriosus o Soldado fanfarrón. 
Los modelos de Plauto se hallaban en originales griegos perdidos; este origen griego se palpa en los escenarios y las situaciones, que pretenden pasar por griegas aunque son inequívocamente romanas (Plauto inserta elementos romanos en situaciones griegas, lo cual mueve, por supuesto a la risa).

En general Plauto ha debido de tomar de sus modelos griegos numerosos elementos que luego él maneja a su gusto y supeditándolos a una intención fundamental: la búsqueda de la comicidad y de la sátira. La comicidad de Plauto nos sigue saltando a la vista a pesar del paso de los siglos.

Ahora bien, para valorar literariamente la forma de escribir de Plauto hemos de tener en cuenta que este autor trabaja a base de elementos convencionales en diversos niveles.
  • Hay, en primer lugar, una convencionalidad de los argumentos, historias de embrollo en las que es recurrente la ostentación de acciones más o menos turbias o picantes.
  • En un segundo nivel son también convencionales los personajes, habitualmente personajes-tipo con un fuerte sesgo caricaturesco. 
Es constante, por ejemplo, la figura del joven enamorado (adulescens amans) al cual asiste un siervo astuto (seruus callidus) que posee una visión de la vida realista y pragmática, opuesta a la de su señor.
Al adulescens se contraponen también, pero en otro orden, los personajes ancianos en sus distintas variedades: el padre (a veces, un senex amans) o el propietario del prostíbulo, el leno.
Del lado femenino los actores (que, no lo olvidemos, eran siempre hombres) pueden representar papeles de jovencitas (las uirgines) que dan la réplica al adulescens, o de prostitutas (meretrices), correlatos en el otro sexo del seruus callidus. 
En la comedia de Plauto, construida sobre la base de estos elementos convencionales, el tema general de la obra, el núcleo cómico, es más importante que su desarrollo en la forma de un argumento coherente como el que encontraremos ahora después en Terencio.

Los recursos que emplea Plauto para lograr ese efecto cómico que lo convirtió en el favorito del público son variados.
  • La comicidad se logra, para empezar, por medio del embrollo y las situaciones dominadas por el equívoco. A título de ejemplo podemos decir que un buen sistema para conseguir el equívoco era la presentación en escena de parejas de gemelos, según sucede en los Menecmos.
  • Otro método para arrancar la risa en los espectadores es la confrontación entre los distintos personajes-tipo que he enumerado antes: en esa confrontación se hacen tanto más evidentes los rasgos caricaturescos de unos y de otros.
  • Y, por supuesto, Plauto, como los autores de comedias de tantas otras épocas, también utiliza como recurso cómico fundamental los juegos de palabras y los dobles sentidos.


El otro poeta cómico latino del que conservamos obras completas es Terencio. Este autor fue posterior a Plauto y debió de vivir entre los años 201 y 159 a. C. De Terencio conservamos muchas menos obras que de Plauto, tan sólo seis:  
Andria, Hecyra (La suegra), Heautòn timorúmenos (El verdugo de sí mismo), Phormio, Eunuchus y Adelphoe (Los hermanos). 
Se trata siempre de fabulae palliatae en las que ya no se admite la inserción de los elementos culturales latinos con los que jugaba Plauto. Porque la manera que Terencio tiene de entender la comedia es claramente distinta de la de su antecesor.

Terencio, frente a Plauto, no busca la farsa y la comicidad por encima de todo sino el realismo. En este carácter realista de su producción Terencio se halla muy próximo a Menandro, y éste es precisamente otro de los rasgos que distinguen al teatro de Terencio del teatro plautino: en el autor más joven hay una vocación de fidelidad a los modelos griegos extraña a Plauto.

Sin embargo, esa vocación de fidelidad es compatible con el recurso a la contaminatio, esto es, con la intrusión en la trama del modelo de elementos tomados de una comedia diferente. Sabemos que este procedimiento le trajo a Terencio (que no fue nunca un autor tan popular como Plauto) algunos problemas con el público. De esos problemas nos habla el propio Terencio en los prólogos de sus obras, que no tienen por objeto presentar la trama (como en Plauto) sino defender al autor y sus concepciones escénicas.

He comentado que en el núcleo de esa nueva concepción de la comedia se halla la aspiración a un teatro realista. Esa aspiración, que prima sobre la búsqueda de la comicidad, obliga a Terencio a cuidar la estructura de sus comedias y el argumento hasta unos niveles que, como he dicho antes, resultan inusitados en Plauto; por supuesto, la búsqueda de la coherencia en el argumento implica renunciar al embrollo plautino.

En otro orden de cosas Terencio desecha los tipos caricaturescos y los sustituye por personajes realistas de psicología más profunda que los protagonistas del otro cómico. En su forma de tratar a estos personajes Terencio demuestra también una actitud nueva, pues
  • los personajes de Terencio no son, como los de Plauto, títeres de una farsa;
  • el autor intenta al menos presentárselos a los espectadores como hombres iguales a ellos con los que pueden y deben sentirse identificados. 
Un último aspecto del teatro de Terencio que evidencia su aspiración a un realismo dramático es el realismo en el lenguaje:
  • Terencio no recurre al juego de palabras y no utiliza la música, el canto y el baile como lo hacía Plauto, cuya comedia ha sido caracterizada a veces como “comedia-ballet”.
  • El estilo de Terencio es el propio de una conversación normal; se trata de un estilo llano y plano.
  • Ciertamente, el tono conversacional se logra en detrimento del tono cómico, y esto puede parecernos a nosotros un defecto; pero no debemos olvidar que la aspiración de Terencio no es provocar la risa sino crear un teatro de la vida. 
Para terminar con la figura de este autor diré que todas sus comedias no testimonian por igual el ideal dramático de Terencio.
  • Las dos primeras (Andria, La suegra) son las más consecuentes con su ideal de realismo y decoro.
  • No obstante, Terencio tuvo después que acomodar sus gustos minoritarios (compartidos por la élite intelectual romana de la época) a los gustos cómicos de la mayoría de su público.
  • Por ello, las obras posteriores dan cabida a ciertos elementos de la farsa y a personajes-tipo más propios de ésta, como por ejemplo el soldado fanfarrón del Eunuco
Posiblemente el teatro de este poeta cómico habría experimentado aún otras evoluciones; pero, por desgracia, Terencio murió prematuramente en un naufragio, después de adquirir en Grecia una colección de comedias con la intención de adaptarlas a la escena latina.