domingo, 24 de agosto de 2014

ROMÁNTICO PROMETEO



El mito de Prometeo ha atraído a muchos escritores, sobre todo desde finales del S. XVIII, desde el Romanticismo. Estos autores se han fijado en dos aspectos de Prometeo:
  • Prometeo como modelo del rebelde, como el genio libre que está por encima de las reglas, que no se somete a ellas y se da a sí mismo sus reglas. 
  • Prometeo como creador, como el creador que genera realidades nuevas, a su imagen y semejanza. 
Solo comentaré dos ejemplos:


MARY SHELLEY, escritora romántica, esposa de P. B. Shelley, es autora de novela gótica y de una obra bien conocida: Frankenstein o el moderno Prometeo (1818). 
Hay una película de Kenneth Branagh que alude directamente a esta obra en su título: Frankenstein de Mary Shelley (1994). 
Contra lo que tendemos a pensar, Frankenstein no es el monstruo sino el doctor Victor Frankenstein, el médico que quiere crear vida a partir de personas muertas con la ayuda de la electricidad. Y tendrá éxito, pero su éxito traerá la desgracia a todos, a los suyos, a él mismo… y al monstruo.

En este caso me quiero fijar no en la desgracia del nuevo Prometeo (el doctor Frankenstein, que quiere “ser como Dios” y fracasa) sino en la desgracia de la criatura de Prometeo, el monstruo:
  • Intenta vivir en sociedad pero no puede: se encuentra en el bosque con una familia pero solo lo acepta el abuelo ciego; los miembros de la familia que ven se horrorizan cuando se revela y lo rechazan. 
  • Intenta tener una compañera y pide al doctor que le cree una versión femenina de sí mismo. El doctor al principio acepta pero luego destruye a la “monstrua”: le horroriza que los dos se reproduzcan y que el mundo se llene de una nueva “humanidad de monstruos”. 
  • Lo cual es paradójico: ello habría supuesto el triunfo de su aspiración pero se da cuenta de que ese triunfo sería un fracaso radical: ¿quizá quería decir, ya en el S. XIX, que no hay que saltarse ciertas barreras, que no es lícito que la ciencia se salte todas las barreras y haga todo lo que se puede hacer? 


Con J. W. von GOETHE y el poema que voy a citar vamos un poco atrás en el tiempo, hasta 1774. Es la época del primer Romanticismo y del movimiento conocido como Sturm und Drang, “tormenta e ímpetu”.

Goethe (1749-1832) tenía veinticinco años y escribe su poema “Prometeo”, en el que Prometeo se dirige al dios Zeus en actitud rebelde, independiente; rechaza las normas de Zeus y valora lo que tiene, aunque sea poco (su propia libertad, su independencia), por encima de lo que Zeus le puede ofrecer:
Cubre tu cielo, Zeus, / con un velo de nubes, / y, semejante al joven que descabeza abrojos, / huélgate con los robles y las alturas. / Déjame a mí esta tierra, / la cabaña que tú no has construido / y el calor del hogar que tanto envidias. 
El Prometeo de Goethe (por cierto: ¿es un dios o es un hombre?) se presenta a sí mismo como autor de su vida y su destino. Y está dispuesto a transmitir estos ideales a otros seres, a los hombres, una “raza según mi propia imagen” a la que ha empezado a dar forma según dice el final del poema:
Aquí estoy, dando forma / a una raza según mi propia imagen, / a unos hombres que, iguales a mí, sufran / y se alegren, conozcan los placeres y el llanto, / y, sobre todo, a ti no se sometan, / como yo. 
Hay que aclarar un punto interesante: Goethe era un gran rebelde a los veinticinco años como indica su poema. Era su etapa romántica.

Luego se convirtió al Clasicismo y se transformó en un hombre de la corte, en el ministro principal del duque de Sajonia-Weimar; y vivía cómodamente instalado en la ciudad de Weimar, a donde iba a visitarlo todo tipo de gente, como a la autoridad consagrada y asentada que ya era.



domingo, 17 de agosto de 2014

EL ARTE DE BIEN LEER


Curioso que algunas personas aún sientan prevención ante el autor de esta reflexión sobre la Filología. 

Quien escribió estas líneas pudo haber sido solo un gran filólogo clásico. Prefirió escribir sobre otros temas. 


La Filología es ese nobilísimo arte que exige de sus prosélitos una cosa ante todo: salirse de lo habitual, tomarse tiempo, guardar la calma, volverse pausado; la Filología no es sino el arte y la maestría de un orfebre de la Palabra, que sólo se preocupa por cumplir un trabajo cuidadoso y esmerado y que no logra nada si no lo logra con lentitud.

Precisamente por ello la necesitamos hoy más que nunca, precisamente gracias a ello nos atrae y nos encanta con todas sus fuerzas, en medio de una época de “trabajo”: de precipitación, de afán enojoso y agobiante por “despacharlo” todo, libros antiguos y nuevos incluidos.

Ella no despacha nada con tanta facilidad, porque ella nos enseña a leer bien, esto es, a leer despacio, profundizando, con respeto y con cuidado, reflexionando, dejando abiertas todas las puertas: la Filología nos enseña a leer con dedos y ojos delicados.

F. Nietzsche, Aurora


Philologie nämlich ist jene ehrwürdige Kunst, welche von ihrem Verehrer vor Allem Eins heischt, bei Seite gehn, sich Zeit lassen, still werden, langsam werden -, als eine Goldschmiedekunst und -kennerschaft des Wortes, die lauter feine Vorsichtige Arbeit abzuthun hat und Nichts erreicht, wenn sie es nicht lento erreicht.


Gerade damit aber ist sie heute nöthiger als je, gerade dadurch zieht sie und bezaubert sie uns am stärksten, mitten in einem Zeitalter der "Arbeit", will sagen: der Hast, der unanständigen und schwitzenden Eilfertigkeit, das mit Allem gleich "fertig werden" will, auch mit jedem alten und neuen Buche:

Sie selbst wird nicht so leicht irgend womit fertig, sie lehrt gut lesen, das heisst langsam, tief, rück- und vorsichtig, mit Hintergedanken, mit offen gelassenen Thüren, mit zarten Fingern und Augen lesen.

F. Nietzsche, Morgenröthe



miércoles, 6 de agosto de 2014

PROMETEO Y EL SOFISTA


Este texto del Protágoras (320 d - 323 a) recoge una versión del mito de Prometeo que Platón pone en boca del sofista de Abdera. Es una versión peculiar por varios motivos: no aparecen ni Pandora ni la 'caja', Zeus es el mayor benefactor del hombre (por encima de Prometeo), se propone una historia sintética de la humanidad y, sobre todo, una justificación mítica de la democracia.


Érase una vez un tiempo en el que había dioses mas no seres mortales. Cuando llegó el momento decretado para que también éstos nacieran, los dioses los modelaron dentro de la tierra haciendo una mezcla con tierra y fuego, y con cuantos elementos se componen de ellos. Y cuando iban a sacar a la luz a los mortales les ordenaron a Prometeo y a Epimeteo que los preparasen y distribuyeran entre ellos facultades según lo conveniente. Epimeteo le rogó a Prometeo que fuera él quien hiciese la distribución; “cuando la haya hecho”, dijo, “tú la supervisas”. Y de esta forma le convenció y distribuyó las facultades.

Hizo la distribución dotando a unos de fuerza pero no de velocidad y adornando a los más débiles con la rapidez; a los unos los armaba, y a los que les concedía una naturaleza desprovista de armamento les proporcionaba alguna otra facultad que pudiera salvarlos. En efecto, a los que dotó de tamaño pequeño les concedió poder huir volando o habitar bajo tierra; a los que hizo de gran tamaño, su propio volumen los salvaba; las restantes facultades las distribuía igualmente guardando este equilibrio. Todo esto lo ideaba al objeto de que ninguna raza fuese aniquilada; y una vez que les proveyó de medios para escapar de la muerte mutua, buscó defensa frente a las estaciones que provienen de Zeus: a unos los revistió de cabellos espesos y robustas pieles, capaces de rechazar tanto el frío como los calores, también con la idea de que, cuando fueran a acostarse, esto mismo les sirviera de lecho propio y connatural a cada uno; asimismo calzó a unos con cascos y a otros con pieles compactas y sólidas. A continuación les proporcionó regímenes diversos de alimentación: pasto del suelo para los unos, frutos de los árboles para los otros, raíces para un tercer grupo; y a algunos les concedió que fuese su alimento la carne de otros animales. A unos les dotó con una reproducción escasa, y a los que eran aniquilados por ellos que se reprodujeran en cantidad, logrando así la salvación de la raza.

Ahora bien, como Epimeteo no era especialmente sabio le pasó desapercibido que derrochaba las facultades en los seres irracionales: todavía le quedaba por preparar la raza humana y no sabía qué hacer. Mientras él se hallaba en estas tribulaciones se le acercó Prometeo para inspeccionar la distribución y vio que los demás animales estaban adecuadamente provistos de todo, mas el hombre se hallaba desnudo, sin calzar, carente de lecho y de armas: y ya había llegado el día decretado para que también el hombre saliera de la tierra a la luz. Así pues, como Prometeo se hallaba en la duda sobre qué medio de salvación podría encontrar para el hombre, les robó a Hefesto y Atenea la habilidad artística, junto con el fuego (pues era inviable que, sin el fuego, fuese asequible o útil para nadie), y de esta manera dotó al hombre. Por tanto, el hombre obtuvo de esta forma la sabiduría en torno a la vida, pero no la sabiduría política, pues ésta se hallaba junto a Zeus y Prometeo no podía entrar a la acrópolis donde se hallaba la morada de éste (además, la guardia de Zeus era de temer); pero se metió a escondidas en el recinto común de Atenea y Hefesto, donde practicaban sus artes, y tras robar el arte de Hefesto, que opera a través del fuego, y además el de Atenea, se los dio al hombre; a partir de ese momento el hombre posee medios de vida, mas sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego (según se cuenta) la pena del hurto.

Una vez que el hombre recibió una parte divina, fue primeramente el único de los animales que, por su parentesco con el dios, creyó en los dioses e intentó levantarles altares e imágenes; después descubrió rápidamente el arte de articular palabras y sonidos e inventó las edificaciones, los vestidos, los calzados, los lechos y la agricultura. Así pertrechados, al principio los hombres vivían aislados, sin que hubiera ciudades; por tanto, eran devorados por las fieras, pues eran más débiles en todos los sentidos, y el arte de los trabajadores manuales, que les servía de ayuda suficiente para alimentarse, resultaba ineficaz para hacerles la guerra a las fieras (es que aún no tenían el arte de la política, de la cual es parte el de la guerra); e intentaban agruparse y protegerse fundando ciudades, pero, cuando se agrupaban, se injuriaban unos a otros porque no tenían el arte de la política, de manera que volvían a dispersarse y eran aniquilados.

Por tanto, Zeus, como temía que pereciese toda nuestra raza, envió a Hermes para que les llevase a los hombres el Pudor y la Justicia, a fin de que fueran ornatos de las ciudades y lazos vinculantes de amistad. Así pues, Hermes le preguntó a Zeus de qué manera debía darles la justicia y el pudor a los hombres: “¿Qué hago, distribuyo esto de la misma forma que se han distribuido las artes?; pues éstas están distribuidas de la siguiente manera: con que uno tenga el arte de la medicina, les basta a muchos particulares, y lo mismo sucede con los restantes artesanos; ¿distribuyo así la justicia y el pudor entre los hombres, o los reparto entre todos?” “Entre todos”, dijo Zeus, “y que todos participen de ellos, pues no habría ciudades si sólo unos pocos los tuviesen, según sucede con las otras artes; y establece como norma sancionada por mí que acaben con el que no pueda tener parte en la justicia y el pudor, como si fuera una plaga para la ciudad”.

Así es, Sócrates, y por eso todos los pueblos, y muy especialmente los atenienses, consideran que, cuando hay un debate en torno a la virtud de la construcción o de alguna otra de tipo artesanal, sólo unos pocos pueden prestar consejo, y si uno lo presta sin pertenecer a ese número no le dejan, según tú dices (con toda la razón, afirmo yo); ahora bien, cuando van a aconsejarse sobre la virtud política, la cual debe desarrollarse por entero por medio de la justicia y la sensatez, aceptan con toda lógica a cualquier consejero, pues a cualquiera le compete tener parte en esta virtud o, si no, no habría ciudades. Ésta es, Sócrates, la causa de ello.