domingo, 28 de septiembre de 2014

CHRÉTIEN DE TROYES


El porqué de este post en un blog de literatura griega sigue siendo el mismo de la entrada anterior. Para compensar algo más, esta le prestará atención especial a la formación clásica de Chrétien.


CHRÉTIEN DE TROYES, VIDA Y OBRA 

Chrétien de Troyes es un autor francés de finales del S. XII: podríamos decir, un “trovador” metido a novelista, autor de novelas en verso.

No conocemos con precisión las fechas en que vivió (¿hacia 1135 – hasta 1190?). Tampoco sabemos realmente dónde nació aunque debió de ser en Troyes, o al menos estaba especialmente vinculado con ese lugar (situado al norte de Francia, en lo que ahora es la región de Champaña-Ardenas).

Por lo demás, solo sabemos con certeza que, entre 1160 y 1172 estuvo al servicio de una hija de Leonor de Aquitania: María de Champaña. Esta señora es también quien encargó a Andreas Capellanus que codificara los principios del amor cortés en su obra De Amore, escrita quizá después de 1184.

Importa indicar que Chrétien es el primer novelista francés de nombre conocido, pues otras novelas anteriores a él son anónimas: recuerdo los nombres del Romance de Tebas y Eneas (el Romance de Troya, de la misma época, es obra de Benoît de Sainte-Maure).

La obra de Chrétien de Troyes está compuesta en pareados de ocho sílabas. Ésta es la forma métrica que escogió para componer sus cinco grandes novelas; cuatro de éstas se hallan acabadas:
  • Erec y Enid (hacia 1170), 
  • Cligés (hacia 1176), 
  • El caballero del león (Yvain) (entre 1177 y 1181) y 
  • El caballero de la carreta (Lancelot) (entre 1177 y 1181). 
Junto a éstas dejó inacabada una quinta novela, El cuento del Grial (Perceval), escrita entre 1181 y 1190. Chrétien solo escribió 9000 versos de esta obra: ahora bien, en la obra inacabada de Chrétien trabajaron después hasta cuatro continuadores que añadieron el original 54000 versos. Uno de estos continuadores dice que fue la muerte lo que le impidió a Chrétien terminar su obra.


Aunque fuera por otros motivos, Chrétien también dejó inconclusa una obra de las antes citadas: los mil últimos versos de El caballero de la carreta los escribió otro autor (Godofredo de Leigni), con quien había llegado a un acuerdo Chrétien.
Quizá (no es algo seguro) Chrétien no se sentía cómodo narrando por encargo de María de Champaña la historia del adulterio de Lancelot y Ginebra después de todo lo escrito por él en sus otras obras sobre el amor matrimonial: supuestamente ésa sería la razón de que, al final, le hubiese pedido a otro que terminara la obra. 
Aparte de estas novelas largas Chrétien escribió también
  • Filomela, obra en la que reelaboraba un episodio de las Metamorfosis de Ovidio (interesante por lo que nos informa sobre sus lecturas y fuentes). 
  • Bajo su nombre hemos conservado también una novela piadosa, Guillermo de Inglaterra: hoy hay consenso a la hora de decir que esta obra no puede ser suya. 
  • En la introducción a Cligés habla además de otras obras suyas que no se conservan: es especialmente interesante que entre éstas mencione una Isolda, evidentemente una obra sobre el tema de Tristán e Iseo / Isolda, que gozó de gran éxito en la Edad Media y pervivió en épocas posteriores. 


CHRÉTIEN DE TROYES Y LA MATERIA ARTÚRICA: UN MUNDO DE CABALLEROS 

Sin embargo, el tema central en su obra es el del ciclo artúrico: este tema lo trata en todas sus obras, aunque en Cligés solo de forma tangencial pues lo esencial en esta novela es el mundo bizantino, al que había puesto de moda la temática de Alejandro, que es materia de Roma.

- Erec y Enid: Erec, caballero de Arturo, conoce a la joven Enid, con la que se casa; pero, al recibir la acusación de que tras casarse ha caído en la indolencia (recreantise), debe demostrar que sigue siendo un perfecto caballero y que también en el trato con su esposa puede cumplir las normas del amor cortés.

- El caballero del león (Yvain): Yvain, también caballero de Arturo, emprende una aventura que le lleva a casarse; pero Galván le convence de que el matrimonio es malo para un caballero, así que Yvain deja a su esposa y se va tras nuevas aventuras. Después Yvain se sentirá desesperado por haber perdido a su amor. Una nueva serie de aventuras le hará comprender el sentido verdadero del honor y del amor hasta que, finalmente, reconquista a su amada.

- El caballero de la carreta (Lancelot): Lancelot, otro caballero de Arturo, enamorado de la reina Ginebra, debe ir a rescatarla pues ha sido secuestrada. Solo puede hacerlo superando antes una serie de pruebas, como la que da nombre al poema: Lancelot debe subirse a una carreta, lo cual se consideraba en la época como un signo de oprobio y algo indigno de un caballero (para entenderlo nótese que a los presos se los llevaba al patíbulo en una carreta como la que debe usar Lancelot).

- El cuento del Grial (Perceval): Perceval, un joven inexperto, es armado caballero por Arturo; va a dar al castillo de un señor enfermo, el Rey Pescador, donde contempla el Grial. Por un exceso de discreción no pregunta lo que es; de haberlo hecho habría curado al Rey. Los esfuerzos posteriores por volver a encontrar el misterioso castillo son infructuosos, o al menos no dan fruto en lo que conservamos de la novela original, pues está inacabada. En la segunda parte de la novela, el protagonismo se desplaza de Perceval a Galván, prototipo de caballero perfectamente adiestrado, en contraposición a Perceval.

Una cuestión que ha despertado gran interés por el motivo que ahora se verá (la cuestión celta) es la de las fuentes de Chrétien. Pero ignoramos cuáles fueron pues alude a ellas sin precisarlas. Es cierto que podemos detectar elementos celtas en las novelas. Pero no es posible reconstruir con certeza fuentes celtas concretas para la materia que narra Chrétien.
  • Por ejemplo: ¿hablaban esas supuestas fuentes celtas de Erec o, sobre todo, de Lancelot? 
  • Es curioso que, en ambos casos, se trata de personajes desconocidos por G. de Monmouth y su Historia rerum Britanniae, fuente fundamental para la historia de Arturo, según se comentó en la entrada anterior
Es preferible suponer que las fuentes de Chrétien fueron textos en latín o textos franceses anteriores, que a su vez podían depender de textos o leyendas celtas. Por tanto, Chrétien no habría accedido directamente a esas fuentes y resulta excesivo intentar reconstruirlas a partir de sus novelas.

Y, por cierto, a Chrétien le corresponde el honor de ser el primero en mencionar dos elementos claves en la materia de Arturo: los amores adúlteros de Lancelot y Ginebra y el Grial (que Chrétien no llama nunca “santo”).


LANCELOT Y GINEBRA: Lancelot es un personaje de gran importancia en la corte de Arturo. Es quizá su mejor caballero aunque, al tiempo, es también quien acaba destruyendo la corte a causa de sus amores adúlteros con la reina Ginebra.

El primero que cuenta su historia es Chrétien en El caballero de la carreta. Después se trata muy en detalle el tema en el Lanzarote en prosa (algunas partes ya estaban escritas a principios del S. XIII) y en La Muerte de Arturo de Thomas Malory (hacia 1470).

EL GRIAL: El Grial es el cáliz empleado por Jesús en la Última Cena. La leyenda cuenta que había sido usado para recoger su sangre en la cruz. Se supuso además que había sido custodiado por José de Arimatea, quien lo llevó a Bretaña. Los textos relativos al Grial han tratado dos asuntos, diferentes pero entrelazados:
  • El que se refiere a la propia historia del Grial, desde los tiempos de José de Arimatea. 
  • El otro asunto es el relativo a la búsqueda del Grial, empresa (quest, “búsqueda”) que acometieron los caballeros del Rey Arturo. 
Una cuestión clave por lo que se refiere al uso que Chrétien hace de la materia artúrica es reconocer que quizá Chrétien no captó por completo todas las implicaciones que debían de tener las leyendas celtas originales relativas a Arturo.

Con todo, lo interesante de verdad es que Chrétien se sirve de ese mundo para construir una imagen ideal del mundo de la caballería, que él ve realizado solo de manera incompleta en la sociedad de su época. En el mundo ideal de Chrétien, el caballero ha de demostrar su competencia en un doble sentido: como guerrero y, al tiempo, como vasallo del rey (Arturo).

Como guerrero, el caballero emprende solo el camino y encara empresas (quests, “búsquedas”); al intentar realizarlas, afronta diversas aventuras. Dentro de esta novelística, superar esas pruebas es tanto como superar “una prueba decisiva y necesaria para el hombre ideal” (M. de Riquer).


Y, para el caballero, el peligro no consiste solo en que no venza en sus aventuras y no supere las pruebas: el peligro al que ha de resistir es, además, el de caer en la indolencia o recreantise. Un buen ejemplo de ello se halla en Erec y Enid, como ya se ha apuntado:
Los amigos de Erec lo acusan de recreant porque se debería ocupar de hacer hazañas en lugar de estar pendiente de su mujer; al no hacerlo se aleja del amor puro y su amor se convierte en amor vil. Las aventuras que vuelve a emprender a partir de este momento intentan devolver las cosas a la situación normal. 
La recreantise es el abandono de los hechos de armas. En el roman courtois la recreantise se carga de valores éticos y de notas peyorativas: el abandono de los hechos de armas es ociosidad. Y Enid se siente culpable pues entiende que la razón de la recreantise de Erec es su matrimonio. Cfr. Erec y Enid, 2462-3 (trad. Alianza):
Tan vituperado fue por todas las gentes, por caballeros y servidores, que Enid oyó decir que su señor estaba hastiado de armas y caballería: mucho había cambiado su vida. A ella le pesó esto. 
Una idea que recurre en otras novelas, como por ejemplo Cligés, es la de que el caballero debe renunciar a la ociosidad y ejecutar hazañas:
Según me parece, holganza y fama de ningún modo pueden ir juntas. Para conseguir gloria, en nada beneficia al hombre rico que esté todo el día descansando, pues son cosas contrarias y opuestas. Es esclavo de sus riquezas quien siempre las amasa y acrecienta (Cligés, trad. Alianza, pág. 60).


CHRÉTIEN DE TROYES Y EL COMPONENTE CLÁSICO 

Al tiempo que se identifica la deuda del autor respecto de las leyendas celtas y la materia artúrica, se debe valorar también que en Chrétien hay una presencia clara de fuentes clásicas. Nótese que
  • hacia 1150 había ya traducciones francesas de la Eneida y las Metamorfosis, a las que Chrétien podría haber acudido de no haber tenido suficiente conocimiento de las lenguas clásicas; 
  • pero Chrétien conocía bien el latín: recuérdese que entre su obra conservada figura Filomela, texto que prueba su familiaridad con las Metamorfosis de Ovidio. 
Concretamente se ha defendido que El caballero del león (Yvain) presenta un influjo claro de Ovidio, y que en esa novela el protagonista, Yvain, habla de la pena de amor que siente en términos semejantes a los usados por Leandro en la Heroida XVII: ¿un intertexto manifiesto?

Además hay que contar con que Chrétien esté en deuda con la poesía amorosa latina por su forma de tratar el amor cortés. Al hablar de “poesía amorosa latina” nos referimos a autores como Tibulo / Propercio / Ovidio: a éste, como queda ya dicho, Chrétien lo conocía bien.

Interesa señalar que Chrétien tiene una deuda con la poesía amorosa latina en la presentación de la psicología de sus personajes enamorados: muy en especial la tiene con Ovidio y sus obras teóricas sobre el amor.


CHRÉTIEN DE TROYES Y EL AMOR CORTÉS: ENAMORADO Y CABALLERO 

Para caracterizar a Chrétien es igualmente preciso detenernos a examinar el concepto del amor cortés, que juega un papel importante en sus novelas al igual que lo hace en la poesía trovadoresca de la época.

Nótese que el sur de Francia ya era, en el S. XI, el hogar de la lírica trovadoresca: ésta fue la primera en desarrollar (antes incluso que la novela) la teoría del amor cortés o fin’amor (éste es el término de la época, “amor cortés” es un término que se desarrolla en el S. XIX):
  • El enamorado está sometido totalmente a la dama, es su vasallo: de hecho, su amor se expresa mediante expresiones de carácter feudal. 
  • La amada aparece siempre como un ser distante y digno de admiración, suma de todas las perfecciones; llegar hasta ella se presenta como algo imposible. 
  • Los enamorados son siempre de condición aristocrática: el enamorarse de alguien de alto linaje implica nobleza de ánimo. Por ello se debe decir que el amor courtois no es solo “amor cortés”: es AMOR CORTESANO. Se consideraba que no era algo que pudiera apreciar un público vulgar como era, en ocasiones, el público de la épica: el ambiente del amor courtois es el ambiente de la corte. De ahí que la novela cortés rechace al pueblo llano, que no sale muy bien parado cuando aparece en sus tramas. Más aún, se entendía que enamorarse de personas de baja condición social equivalía a rebajarse. 
  • Es habitual en el amor cortés, tal y como lo encontramos reflejado en la lírica, que sea un amor adúltero, lo cual lleva al poeta a ocultar el nombre de su amada. 
En el caso de esta última característica encontramos una diferencia muy significativa con respecto al concepto de amor que descubrimos en Chrétien, el cual habla del amor matrimonial, no del amor adúltero. Nótese este verso del Erec y Enid (2435): “hizo de ella amiga y amante”. Se trata de un verso sorprendente:
La doctrina del amor cortés entiende que el amor no se puede dar en el matrimonio. Pero Chrétien no es de esta opinión, y su personaje (Erec) tampoco. Por tanto, está innovando y transciende el concepto de amor cortés que le venía dado por la tradición. 

Se puede decir que en su obra hay “amor cortés” en sentido estricto en El caballero de la carreta (Lancelot). Ahora bien, también hemos dicho ya que esta novela la escribió por encargo y que ésa debió de ser la razón de que no la concluyera y contratase a otro para que terminara en su lugar el trabajo.

Es interesante la idea de que el amor es inseparable del sufrimiento: esto forma parte del concepto del amor de Chrétien, según se advierte en estos textos del Cligés:
Ahora Amor la hará sufrir [a Soredamor] y se encargará bien de vengarse del orgullo y del desprecio con que siempre le ha tratado. Amor ha apuntado bien hacia ella: y con su dardo la ha herido en el corazón (trad. de Alianza, pág. 66). 
“Tal vez mi deseo es sufrir, pero encuentro tanto placer en mi deseo, que me hace sufrir dulcemente, y tanta alegría en mi pesadumbre, que estoy deliciosamente enferma” (trad. de Alianza, pág. 121). 
Quien amar quiere, tiene que sentir temor, de otro modo no puede amar; pero solo aquel que ama, teme, y por ello es atrevido en todas las cosas. Así pues, Cligés no se equivoca ni confunde si teme a su amiga (trad. de Alianza, pág. 138). 
Y, porque parece anticipar un motivo famoso de La Celestina ("Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo"), también resulta interesante este otro pasaje del Cligés sobre el amor: 
El emperador [de Constantinopla] siente pena cuando la oye decir [a Fenice] que no habrá nadie, salvo un médico, que sepa devolverle fácilmente la salud cuando él quiera hacerlo. Éste le hará vivir o morir y a él confía su salud y su vida. Cree que ella habla de Dios, pero muy mal se entiende su pensamiento, pues no está pensando sino en Cligés. Él es su Dios, él la puede curar y puede hacerla morir (trad. de Alianza, pág. 172).

LA VALORACIÓN DE CHRÉTIEN

Antes decíamos que Chrétien es el primer novelista francés de nombre conocido. Retomamos ahora esa cuestión y hacemos observar que Chrétien posee una conciencia de autor muy clara: su postura ante su obra es muy distinta de la de los autores anónimos de los cantares de gesta. Mira el principio de El caballero de la carreta:
Ya que mi señora de Champaña quiere que emprenda una narración novelesca, lo intentaré con mucho gusto; como quien es enteramente suyo para cuanto pueda hacer en este mundo. Sin que esto sea un pretexto de adulación (…). Empieza Chrétien su libro sobre El Caballero de la Carreta. Temática y sentido se los brinda y ofrece la condesa; y él cuida de exponerlos, que no pone otra cosa más que su trabajo y su atención. 
Chrétien es un novelista con personalidad definida y él es consciente de ello. Más aún, se ha dicho que Chrétien es, en realidad, el inventor de la novela moderna – con independencia de los orígenes griegos del género, claro.

Pasando por alto esos orígenes (con demasiada alegría, parece), la crítica suele destacar el avance que suponen las novelas de Chrétien frente a las “historias” previas, caracterizadas por su aspecto incompleto. En cambio, Chrétien construye novelas con un planteamiento, un nudo y un desenlace claros. Esta elaboración consecuente, se ha dicho, está especialmente lograda en el caso del Yvain.

Por ello se ha dicho igualmente que Chrétien ha de ser considerado como escritor de novelas, seis siglos antes de que existieran las novelas – pasando, claro está, por alto el hecho de que el género de la novela existía ya en Grecia doce siglos antes de que naciera Chrétien.



viernes, 26 de septiembre de 2014

NOVELA DE ORIENTE, NOVELA DE OCCIDENTE


¿Otra entrada de Edad Media en un blog sobre la literatura griega antigua? Prefiero decir que esta es otra entrada sobre Tradición, sobre la tradición de un género griego cultivado en la Edad Media tanto en Occidente como en Oriente.


La novela es el género que lee hoy más gente. Es fácil encontrarse en el día a día con personas que no saben cuándo nació esta forma de presentación literaria o tienen ideas equivocadas al respecto: ¿inventó Cervantes la novela?; ¿es El Lazarillo de Tormes la primera novela? 

Partamos (por ahora) de que la novela es una narración extensa y ficticia en prosa: ese tipo de narración no ha existido desde siempre, no es algo automático y natural ponerse a escribir novelas. 

Ahora bien, los relatos extensos en prosa con argumento ficticio ya fueron inventados en la Antigüedad, según se explica en esta entrada y en esta otra del blog. Después el género de la novela se siguió cultivando en la Edad Media, tanto en Occidente como en Oriente, es decir: en Bizancio. 

En la Edad Media hubo, por tanto, una novela bizantina, que no ha de ser confundida con la novela griega de la Antigüedad (Dafnis y Cloe, p. ej.) según sucede a veces y según se explica en esta otra entrada

Pero, si se ha de hablar de la novela en la Edad Media, de lo que interesa hablar es, ante todo, de la novela caballeresca francesa, porque es la que ha dejado realmente huella en la tradición. 

Antes de entrar en materia conviene hacer unas aclaraciones terminológicas; hemos de distinguir dos tipos dentro del género: 
  • Las novelas largas: en francés medieval recibían el nombre de roman por estar escritas en lengua romance; en muchas lenguas procede de esa palabra el término usado para hablar de lo que nosotros llamamos sin más “novelas”: cfr. alemán, “Roman” / francés, “roman” / italiano, “romanzo”. 
  • Las novelas cortas: en esas mismas lenguas se reserva para éstas el nombre de “novelas”: cfr. alemán, “Novelle” / francés, “nouvelle” / italiano, “novella”. 
Nótese que en castellano también se usó el término “novela” para referirse a las “novelas cortas”, según muestra el caso de las Novelas ejemplares de Cervantes. 
(Por otra parte, Cervantes no llama “novela” al Quijote). 
De lo que se hablará en esta entrada es de las novelas largas. Un post futuro se referirá en detalle al caso concreto de un autor de novelas largas: Chrétien de Troyes. 

A propósito de las novelas largas medievales hay una primera cuestión que puede sorprendernos desde la perspectiva contemporánea: aunque hemos partido de la idea de que la novela es el género de la narración extensa y ficticia en prosa, lo cierto es que las novelas de la Edad Media
  • se escribieron, en buena parte, en verso; 
  • trataban materias tradicionales, adscritas a ciclos determinados: entonces, ¿qué puesto le corresponde entonces a la ficción? 

A propósito de la primera cuestión, la cuestión verso frente a prosa, se ha de comentar lo siguiente:
  • En verso se escribieron las primeras novelas de la Edad Media, entre los años 1150-1160: Romance de Tebas, Eneas, Romance de Troya
  • En verso escribió sus obras, a finales del S. XII, Chrétien de Troyes. 
  • En verso se redactaron, además, algunas de las obras más significativas del género, como el Roman de la Rose, del que debemos comentar algo: 
Guillaume de Lorris (de quien no sabemos nada) escribió la primera parte del Roman de la Rose hacia el 1230. En esta parte (la mejor y más interesante) se narra un sueño alegórico. El protagonista (Guillaume) sueña que entra en un jardín fantástico; en ese jardín se enamora de la Rosa, alegoría de la “Amada”. De hecho los personajes con los que se encuentra en el jardín llevan nombres alegóricos y toda la experiencia es una alegoría clara del proceso amoroso.
En el jardín fantástico Guillaume aprende las reglas del amor cortés, concepto capital en la cultura y literatura medievales. Igual de importante es en la época el Alegorismo, de importancia básica para la comprensión de la Divina Comedia
El gusto por la alegoría nos puede resultar extraño. Ahora bien, la Edad Media fue muy receptiva a las lecturas alegóricas, y por ello el Roman de la Rose tuvo un éxito enorme entre los SS. XIII y XV. Así lo comenta Martín de Riquer:
El éxito del Roman de la Rose halla explicaciones en determinada predisposición del hombre medieval hacia la alegoría y las abstracciones como vehículo de enseñanzas y de conocimiento. 
Retomando la cuestión verso frente a prosa, se ha de indicar que el abandono del verso a favor de la prosa empezó a producirse ya en fecha tan temprana como principios del S. XIII: hay pasajes de esa cronología en el Lanzarote en prosa, también llamado ciclo de la Vulgata (en tanto que versión “divulgada” del ciclo artúrico) o Pseudo-Map (por el nombre de su supuesto autor, Gautier Map).

Pero, ¿por qué se produjo el paso del verso a la prosa? Quizá porque los autores quisieron aproximarse a un público nuevo, que debía de tener menor formación cultural y se podía sentir más a gusto con el “estilo bajo” de la prosa.
  • Nótese que los consumidores de novelas en la Edad Media han debido de ser fundamentalmente mujeres, quienes no debían de gozar de las mejores oportunidades para desarrollar su cultura. 
  • Es significativo el testimonio de las representaciones de la escena de la Anunciación en los SS. XIV-XV: la Anunciación se representa en interiores burgueses, con la Virgen leyendo un libro.
El “estilo bajo” es continuador, además, del estilo empleado en las obras históricas de la época, compuestas en prosa: y sucede que, por su temática, la novela medieval se relaciona directamente con esas obras históricas, de tal manera que Martín de Riquer puede decir “la novela moderna nace, pues, disfrazada de historia”.


Tomando pie de esta referencia a la temática de la novela pasamos a hablar de la otra cuestión pendiente, la que se refiere al problema de la temática del género. Retomamos la afirmación previa: las novelas medievales trataban materias tradicionales, adscritas a ciclos determinados.

Ahora bien, que la materia fuese tradicional no quiere decir que se renunciara radicalmente a la ficción, porque era habitual que la conexión con el ciclo legendario tradicional apareciera solo como marco de la historia narrada en la novela:
  • ese marco que se plantea al principio de la obra la conecta con los ciclos tradicionales; 
  • pero el desarrollo posterior es ficticio: el autor puede dar rienda suelta a su imaginación; 
  • en este sentido hay, además, una diferencia importante con respecto a lo habitual en la épica, en la cual el autor gozaba de poca libertad para entregarse a la ficción. 
Las materias tratadas básicamente en las novelas de la época fueron tres: la materia de Roma, la materia de Francia y la materia de Bretaña, según decía explícitamente Jean Bodel (poeta francés de finales del S. XII), en estos tres ciclos se condensaban las materias de todas las novelas caballerescas francesas:
Hay tres ciclos literarios que nadie debería ignorar: 
La materia de Francia, de Bretaña, y de Roma la grande. 
La MATERIA DE ROMA “la grande” se refiere a la Antigüedad en general: tanto a temas de la historia romana como a temas de la historia de Grecia o de la mitología grecorromana. En las creaciones de este ciclo se le prestó una atención muy especial a la vida y obras de héroes militares como Julio César o Alejandro Magno.

Es muy llamativa y significativa la aproximación anacrónica de estas obras a la materia; por ejemplo, en el Roman de Alexandre (de aquí deriva el Libro de Alexandre en la literatura en lengua castellana) se presenta a Alejandro Magno como caballero medieval; y se hace lo propio con Aquiles en el Roman de Troie, escrito en verso como  el Roman de Alexandre.

Consecuentemente, estas obras multiplican los episodios militares, acogen en sus páginas la figura del caballero errante y también reservan un lugar para los torneos.

También es anacrónica la introducción en estas novelas del código del amor cortés, según ocurre en el caso del Romance de Tebas, donde se habla de una relación romántica insólita entre Partenopeo (uno de los atacantes de Tebas) y Antígona.

La MATERIA DE FRANCIA o Ciclo Carolingio trataba de Carlomagno y Roldán. Nótese la coincidencia con la materia de los cantares de gesta franceses: de hecho, la novela de este ciclo es su continuadora natural, que sigue viva cuando los poemas épicos sobre el tema ya han perdido vigencia.
La diferencia entre unas obras y otras es diferencia de género, por ejemplo en lo que se refiere al narrador. Es también un elemento diferenciador la presencia en estas novelas del concepto de amor cortés. 
Como se ha indicado, son figuras básicas del Ciclo Carolingio Carlomagno y Roldán. En origen al menos, la Materia de Francia giraba básicamente en torno al conflicto entre los franceses y los musulmanes en las épocas de Carlomagno y Carlos Martel. Según fue madurando el género, aumentaron los elementos fantásticos y mágicos de estas novelas.

La MATERIA DE BRETAÑA trataba en esencia acerca del Rey Arturo, los Caballeros de la Tabla Redonda y la búsqueda del Santo Grial. De la materia artúrica se hablará más en detalle en la entrada sobre Chrétien de Troyes: ahí hablaremos de sus novelas sobre la materia de Bretaña.

Ahora bien, se ha de tener en cuenta que a la materia de Bretaña pertenecen también otras obras relativas a la historia de los reyes legendarios de los bretones. A este tipo pertenecen los textos que tienen como protagonistas a personajes del estilo de Brutus, príncipe troyano desterrado, supuesto primer rey de Bretaña.

Brutus es uno de los nombres de la lista de reyes legendarios de Bretaña que propuso Godofredo de Monmouth en su fantasiosa Historia Regum Britanniae (de hacia 1136), crónica pseudohistórica.
  • Esta obra cuenta también por vez primera la historia del rey Leir [Lear] y sus tres hijas. 
  • Y, por supuesto, recoge la historia legendaria del rey Arturo, figura bajo la cual late el recuerdo de un personaje histórico, el prefecto romano Lucius Artorius Castus, quien capitaneó a los bretones cuando éstos se enfrentaron a los armoricanos.



lunes, 22 de septiembre de 2014

¿DÓNDE ESTÁ PROMETEO? DE GRECIA A LOS ANGELES 2019


Este es el texto de una conferencia pronunciada el 22 de septiembre de 2014 en el Ateneo Navarro de Pamplona. 

En este sentido tiene, hoy por hoy, mucho de novedad. Pero es una novedad abierta, como siempre, a la discusión. Todas las sugerencias serán bien recibidas.

Empiezo explicando algunas ideas básicas en relación con el concepto de mito que manejo. Quizá no voy a expresar nada más que lo obvio, porque supongo que nos podemos poner de acuerdo con facilidad a la hora de decir que un mito es un
  • relato
  • tradicional
  • protagonizado por personajes extraordinarios
  • que se desarrolla en un tiempo primordial
  • y que cumple una función especulativa. 
Estas son las ideas básicas que se suelen destacar en relación con el concepto de mito, al menos desde un punto de vista antropológico. ¿Por qué hablo de lo “antropológico”?
Me interesa destacar que el mito intenta explicar algún aspecto de la realidad, y que además es el tipo de explicación de la realidad que se atestigua en muchas culturas tradicionales a lo largo de todo el mundo, en épocas muy distintas. 
Prometeo es un nombre parlante que en griego significa “previsor”. Él es el protagonista de una historia de la que habla por vez primera un autor griego, Hesíodo, que debió de hacer poesía algo después del año 700 a. C. Homero, que se supone anterior, no menciona a este dios.

Lo que Hesíodo cuenta sobre Prometeo se atiene a esos parámetros del mito que acabo de plantear.

Nótese que Hesíodo, en la Teogonía, y también en Trabajos y Días, narra, cuenta acontecimientos tradicionales de los que habla también una larga tradición griega, latina, medieval, y también moderna y contemporánea.

El protagonista de esos acontecimientos es la figura de la que hablamos, Prometeo, un personaje extraordinario desde nuestro punto de vista y desde el punto de vista de un hombre del año 700 a. C., porque sin duda alguien del que se dice que es un dios era y es un personaje extraordinario.

El tiempo de este ser singular, Prometeo, debió de ser, además, muy distinto del nuestro. En ese sentido decimos que vivió en un tiempo primordial o primigenio, en el que sucedían cosas tan extrañas como que no se conocía el fuego. Más raro: en esa época existían los hombres pero no las mujeres.

Es básico tener presente que lo que le ocurrió a Prometeo en el tiempo primigenio es importante porque intenta explicar aspectos esenciales de nuestra vida. ¿Por qué tiene hoy el hombre fuego?
Esta es una cuestión que en nuestro ‘hoy’ es irrelevante pero que era fundamental en el ‘hoy’ de Hesíodo: ¿por qué tiene el hombre fuego que le sirve para cocinar los alimentos, para cocer cerámica, para trabajar metales? 
Nosotros lo explicaríamos de otra forma. Pero el mito dice que, en un tiempo muy lejano, el dios Prometeo le robó el fuego al dios supremo, a Zeus, y se lo entregó a los humanos. Así lo cuenta Hesíodo en la Teogonía y en este texto de Trabajos y Días (49-52):
Zeus tramó contra los hombres penas luctuosas.  
Y ocultó el fuego. A este a su vez el buen hijo de Jápeto  
se lo robó para los hombres a Zeus industrioso,  
en una caña hueca, a escondidas de Zeus que se goza con el rayo. 
El mito de Prometeo cumple una función especulativa porque explica cómo es posible que los hombres vivan en sociedad con la ayuda del fuego. Más aún, el mito de Prometeo también es consciente de que no puede existir la vida humana si al hombre no lo acompaña la mujer. 

Tanto la Teogonía como Trabajos y Días hablan de que el hombre existía desde antes y de que, tras él, nació la mujer, a la que el segundo poema llama Pandora.

Se ha de reconocer, por cierto que Hesíodo no suele hablar bien de las mujeres, por motivos que no es posible comentar ahora. Lo que dice sobre la primera mujer (en la Teogonía 570-572) es representativo:
Al punto a cambio del fuego un mal preparó para los hombres: 
pues de tierra formó el ilustre Patizambo 
un ser con aspecto de doncella pudorosa por voluntad del Crónida. 
Lo más importante es que tomemos conciencia de que, siendo dioses los dos, Zeus y Prometeo tienen actitudes muy distintas hacia los seres humanos:
  • Zeus nos quiere perjudicar, primero privándonos del fuego y después entregándonos como contrapartida lo que es un mal en sí mismo (o eso dice Hesíodo): la mujer. 
  • En cambio, Prometeo quiere beneficiar a los hombres. Hasta tal punto es así, que no le importa enfrentarse al dios más poderoso, a Zeus, aunque lleve las de perder y deba recibir un castigo por ayudarnos.
  • Acabará, de hecho, atado a una montaña, con un águila que acude todos los días para devorarle el hígado. 
La gran duda con la que nos quedamos es esta: si Prometeo es un dios, ¿por qué se pone del lado de los hombres? ¿Cuál es la razón de este compromiso?


Si tenemos conocimientos generales de la mitología de la Antigüedad, a lo mejor podemos responder: Prometeo está tan comprometido con los hombres porque él es el creador de los hombres, nosotros somos sus criaturas (por cierto: Las criaturas de Prometeo es el título de una obertura de Beethoven).

Lo curioso es que la historia de Prometeo, creador de los hombres, no aparece en Hesíodo, ni en Esquilo, ni en Platón, y es prácticamente inaudita en los autores griegos o romanos que hablaron de este mito en el primer milenio antes de Cristo.

De hecho, en un texto que también cuenta el mito de Prometeo, el Protágoras de Platón (320 d), se dice que fueron los dioses en general (y no solo Prometeo) quienes crearon a los hombres:
Érase una vez un tiempo en el que había dioses mas no seres mortales. Cuando llegó el momento decretado para que también éstos nacieran, los dioses los modelaron dentro de la tierra haciendo una mezcla con tierra y fuego, y con cuantos elementos se componen de ellos. 
Entonces, ¿los textos antiguos no hablaron de Prometeo como creador de los hombres? Sí, pero lo hacen sobre todo en textos romanos, a partir de una fecha relativamente tardía: el S. I después de Cristo.

En la literatura griega y romana que conservamos, el primer autor que se refiere de manera pormenorizada a que Prometeo creó a los hombres es el poeta romano Ovidio, en las Metamorfosis (1,82 ss.). Esta obra alcanzó una gran difusión y fue utilizada durante siglos casi como un manual de mitología.
Ello quizá explique la gran difusión de este aspecto de la historia que, como se ha dicho, no está documentado en textos anteriores. 
No voy a citar a Ovidio. En su lugar citaré un texto más breve, lo que cuenta sobre Prometeo otro autor romano, poco posterior, que tiene la peculiaridad de haber escrito en griego: es Aneo Cornuto, nacido en Libia, autor de un Compendio de Mitología Griega. En su capítulo 18 (31), dice así:
En efecto, dado que se ha transmitido desde el pasado que Prometeo formó a partir de tierra la raza de los hombres (…). De conformidad con ésta [la providencia], además de nacer los otros seres, surgieron también de la tierra los hombres, pues en los principios la disposición del cosmos se hallaba adecuada a ello. 
Cuando cuenta la historia de Prometeo, Cornuto sigue hablando, por supuesto, de que este robó el fuego para los hombres, y de que gracias al fuego los hombres adquirimos las artes y las aptitudes técnicas. También habla del castigo que recibió Prometeo por haber robado el fuego.
Solo introduce como novedad la noción de que este dios nos creó a nosotros los hombres a partir de tierra. 

A lo mejor nos estamos preguntando: ¿por qué estoy aquí leyendo esta historia disparatada? ¿Qué me importa a mí que los griegos o los romanos se creyeran que el hombre le debe al dios Prometeo el conocer el fuego?

En realidad este es el quid de la cuestión: que la historia de Prometeo sí tiene o puede tener un significado para nosotros.

Sucede que los mitos son historias tradicionales. Sí, pero son historias tradicionales en renovación constante, capaces de adquirir nuevos significados en cada recreación, sea una recreación literaria, pictórica, escultórica, o bien se sirva de otros lenguajes posibles como el cine.

Se debe entender en ese sentido el título que propuse para esta exposición: “¿Dónde está Prometeo? ¿Con qué recreación nueva de su mito nos vamos a encontrar?”. Así se puede entender que historias como la de Prometeo no son historias muertas, sin significado:
Son historias que pueden llegar a ser válidas en todas las épocas porque en cada época pueden cobrar una vida nueva: se emplean como vehículo para transmitir un significado nuevo, también en nuestra época. 
En el caso del mito de Prometeo sucede una cosa curiosa. Esta narración conocida desde hace 2700 años ha atraído desde finales del S. XVIII, desde el Romanticismo, a muchos creadores. Y estos autores (escritores, también cineastas) se han fijado ante todo en dos aspectos de Prometeo:
  • El dios como modelo del rebelde, del genio libre que está por encima de las reglas, que no se somete a ellas y se da a sí mismo sus reglas.
  • Y Prometeo como el creador; el creador que genera realidades nuevas, a su imagen y semejanza. 
Las dos ideas (Prometeo rebelde / Prometeo creador) han ido muchas veces de la mano, según se ve en el ejemplo de Goethe (1749-1832) y su poema “Prometeo”, escrito cuando tenía solo veinticinco años:
Cubre tu cielo, Zeus, 
con un velo de nubes,  
y, semejante al joven  
que descabeza abrojos,
huélgate con los robles y las alturas. 
Déjame a mí esta tierra,  
la cabaña que tú no has construido  
y el calor del hogar
que tanto envidias. 
(Por supuesto, en estos versos solo se hace presente la primera de las ideas: Prometeo, modelo del rebelde; después el poema de Goethe presenta al propio hombre como creador del hombre).

Las dos ideas también están unidas en el caso de Mary Shelley y su novela gótica, Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).
“El moderno Prometeo”, por cierto, no es el monstruo sino el doctor Frankenstein, el médico genial que crea sus propias reglas y quiere crear una vida nueva a partir de la vida muerta, de cadáveres – y así lo hace, para su desgracia y la de su criatura.
Nos volvemos ahora al director de cine Ridley Scott y su Blade Runner (1982), película que se desarrolla en Los Angeles en 2019 y que no tuvo buena acogida cuando se estrenó en EEUU. Después se convirtió en película de culto de la que hay hasta siete versiones distintas.

Blade Runner representa un caso especial frente a las recreaciones modernas del mito de Prometeo elaboradas por Goethe o Mary Shelley. En este caso no hay ninguna referencia expresa a ese mito. Sin embargo, la relación es cierta, según se ha observado en muchas ocasiones.
Así lo hizo, p. ej., el filósofo catalán Rafael Argullol, cuyos textos al respecto se encuentran con facilidad en internet (míralo aquí). 
De pasada recuerdo, por cierto, que en 2012 Ridley Scott estrenó una película de ciencia ficción titulada Prometheus, lo cual puede ser significativo aunque esta segunda película no guarde relación directa con el argumento de Blade Runner.

Pienso que se podría decir que Blade Runner es una película sobre las criaturas de Prometeo, no sobre Prometeo: que en ella la atención se desplaza del creador al ser creado.

Las criaturas de Prometeo son, en la película, los llamados “replicantes”, androides fabricados por la compañía Tyrell que casi no se pueden diferenciar de los humanos, que hacen trabajos indeseables y que nacen, que son creados, con fecha de caducidad: cuatro años. El conflicto con el que arranca la trama de la película es el siguiente: 
Un grupo de replicantes se rebela porque quieren seguir viviendo más allá del límite de cuatro años. La policía, por su lado, intenta ‘retirarlos’, y le encarga este trabajo al protagonista, Deckard (Harrison Ford), caracterizado como un personaje ambiguo. 
A todo esto, Deckard, el hombre encargado de eliminar a los androides, se enamora de una replicante especialmente perfecta que no tiene fecha de caducidad, Rachel, la secretaria de Tyrell.

Ahora bien, queda en el aire una cuestión incierta: ¿podrían ser dos los replicantes perfectos?; ¿es Deckard, el protagonista, en realidad otro replicante? Esa es la cuestión sin respuesta que se plantea el espectador a partir de la versión de 1992 (“el montaje del director”):
  • En la primera versión (1982), se oía la voz en off de Deckard, la voz de su conciencia. 
  • Pero esa voz en off desapareció en la versión de 1992. Y, además, se introdujo una escena clave en la que se da a entender que los supervisores del policía Deckard conocen y controlan lo más íntimo e inaprensible de este: sus sueños. 
Sin duda la película, al verla en el cine o el salón de casa, nos lleva a reflexionar sobre los límites de lo humano y a preguntarnos:
¿En qué medida y por qué somos los hombres más humanos que los replicantes? 
Pero, dado que los replicantes, como los Reyes Magos, no existen, la segunda pregunta que nos debe plantear el mito de Prometeo en la versión de Blade Runner es esta otra:
¿Qué es lo que nos hace ser realmente hombres o mujeres y qué es lo que hemos de cuidar y potenciar en nosotros si no queremos deshumanizarnos?