martes, 30 de diciembre de 2008

DE LA POESÍA DIDÁCTICA AL YAMBO Y EL EPIGRAMA EN ÉPOCA HELENÍSTICA



1. POESÍA DIDÁCTICA: ARATO
2. POESÍA YÁMBICA: CALÍMACO; HERODAS
3. EL EPIGRAMA HELENÍSTICO


Ésta es la última de nuestras entradas que tratará de poesía helenística. Algún manual llama “figuras menores” a los autores de que hablamos aquí.
Pero yo he preferido no actuar así y no hablar de “poesía helenística menor”.
Es cierto que hablaremos de figuras que no poseen obras de tanta trascendencia como las de Calímaco, Teócrito o Apolonio.
Ahora bien, la cuestión de la importancia de estos autores es relativa, como veremos, muy en especial en los casos de Arato de Solos o el epigrama helenístico.


1. POESÍA DIDÁCTICA: ARATO

Con Trabajos y Días de Hesíodo (S. VII a. C.) se inauguró en Grecia el género del poema didáctico: un poema hexamétrico que no renuncia a las características formales de la poesía homérica.
Esto (la afinidad con la poesía homérica) es muy evidente en el caso hesiódico: pero también lo seguirá siendo en otros representantes posteriores.
En época arcaica (y clásica), el poema didáctico siguió siendo el género empleado por buena parte de los filósofos para transmitir sus ideas, aun cuando en la época ya se estaba desarrollando la primera prosa griega:
  • Recuérdese p. ej. el caso de Parménides (floruit 1ª mitad S. V), de cuyo perì phýseos conservamos 154 versos.
  • Recuérdese asimismo el caso de Empédocles, quien compuso dos poemas didácticos en hexámetros, los Katharmoí y su escrito Sobre la naturaleza.
  • De esta obra recuperamos partes extensas en los años noventa del S. XX gracias a un importante hallazgo papiráceo (Martin-Primavesi 1999).
El representante más destacado de la poesía didáctica de época helenística es, con diferencia, Arato de Solos (Cilicia).
Arato (en torno a 310 – 240 a. C.) se singulariza, primeramente, por no haber desarrollado su quehacer poético en Alejandría sino en la corte del rey de Macedonia, Antígono Gonatas: allí debió de llegar después de haber estudiado en Atenas filosofía.
(Más tarde estuvo también en la corte de Antíoco I de Siria).
Nótese que, en la época, las otras cortes helenísticas, aun siendo también centros de mecenazgo, palidecieron ante el poder cultural de Alejandría: en este sentido, el caso de Arato es peculiar.
Se ha dicho también que Arato pudo entrar en contacto con Teócrito (dentro o fuera de Alejandría), y de hecho se ha supuesto que el Arato del Idilio VII sería un trasunto del poeta de los Fenómenos.
Pero la cuestión es incierta, como también es incierto que Arato estuviese nunca en Alejandría.
Arato es autor de diversas obras no conservadas o conservadas fragmentariamente, como
  • trabajos filológicos (sobre la Odisea);
  • trabajos sobre distintas materias científicas (p. ej., Virtudes de la medicina);
  • himnos (A Pan);
  • colecciones de poesía: p. ej., Catalepton (que Virgilio debió de tomar como modelo para componer su propio Catalepton).
Pero por lo que es conocido en su época y en la posteridad es por haber compuesto los Fenómenos (traducción en Calderón Dorda 1993), poema didáctico de 1154 versos sobre astronomía y meteorología .
Según la tradición, fue el propio Antígono Gonatas quien animó a Arato a componer el poema a partir de los Fenómenos de Eudoxo de Cnido (en torno a 391-338).
Según las mismas fuentes, el rey habría tenido esta idea tras oírle recitar su Himno a Pan, que interpretaba la figura de este dios en clave estoica.
Tradicionalmente se ha entendido que en la obra hay dos partes diferentes:

  • los Fenómenos propiamente dichos (versos 1 – 732), que estudian las constelaciones,
  • y los Pronósticos (versos 733 – 1154), dedicados a la meteorología.
Pero esta división, en su forma más radical, ha llevado a no apreciar la unidad de la obra y a considerar, incluso, que la parte de los Pronósticos sería, en realidad, una obra distinta del mismo autor.
La obra manifiesta su deuda con Hesíodo (Trabajos y Días), lo cual equivale a decir que tiene deudas con el formato tradicional del poema didáctico griego. La deuda con Hesíodo es p. ej. deuda temática, cuando en vv. 100 ss. retoma el tema de las Edades.
La deuda de Arato con Hesíodo la reconoce Calímaco en uno de sus epigramas (27):
Son de Hesíodo el carácter y estilo: no sigue el de Solos, por
tanto, al peor poeta, y aun estimo
que ha imitado sus más dulces trozos. ¡Salud, finos versos
que sois testimonio del insomnio de Arato!
Con ello y con todo, los Fenómenos se inscriben claramente en la tradición helenística (Ludwig 1963):
  • Los Fenómenos son pura poesía helenística, en tanto que escribir un poema con un tema científico como éste representa un tour de force, un reto y un experimento poético.
  • El epigrama de Calímaco antes citado alaba el mérito poético de Arato, y al hacerlo reconoce su acuerdo con la poética del Helenismo.
  • Este acuerdo se reconoce de manera explícita, según indica la mención de los “finos versos” de Arato y la evocación de su trabajo meticuloso, que le lleva a robarle horas a la noche y al sueño.
  • En el mismo sentido se podrían comentar además (como en el caso de Calímaco) los numerosos intertextos homéricos y hesiódicos que Arato reinterpreta para darles un sentido nuevo y distinto del que tenían en su contexto original.
Por otro lado, el poema no se puede valorar sin tener en cuenta que responde a una clara inspiración estoica: es un poema filosófico y religioso, no es simplemente un tratado de astronomía en verso.
La cosmogonía de los Fenómenos es estoica, según resulta evidente ya desde el proemio (versos 1-18), un himno a Zeus inspirado por el compuesto por Cleantes, también filósofo estoico:
Empecemos por Zeus, a quien los mortales nunca
olvidamos mencionar
.
La inspiración estoica del poema se trasluce en el hecho de que en él se considera
  • que los hombres estamos sometidos a la precariedad y la contingencia;
  • y que, en cambio, sólo podemos encontrar puntos de referencia en los signos que proporciona la Providencia benevolente de Zeus, su Prónoia;
  • esta Prónoia es quien ha colocado en el cielo las constelaciones que pueden ofrecernos una guía en nuestra vida;
  • esas constelaciones son lo que constituye la materia de los Fenómenos de Arato.
En la visión de Zeus y su papel que tiene la obra hay evidentes diferencias respecto a su modelo último, su modelo formal: Trabajos y Días.
Los Fenómenos gozaron desde muy pronto de un enorme éxito entre su público. Entre otros muchos testimonios del prestigio de los Fenómenos podemos recordar:
  • Como ya he dicho, Calímaco alabó los Fenómenos en un epigrama.
  • También testimonian este prestigio las dos traducciones latinas conservadas, obras de Germánico y Avieno.
  • Contamos, además, con los fragmentos de otra traducción preparada por Cicerón.
  • En realidad, sabemos que la obra de Arato fue la obra griega más veces traducida al latín.
  • Los Fenómenos influyeron asimismo en la concepción de las Geórgicas de Virgilio.
  • También se podrían poner ejemplos del eco y resonancia que encontró entre los árabes.
Al nombre de Arato se pueden asociar también los de otros poetas didácticos.
De ellos mencionaremos tan sólo a Nicandro, no tanto por sus méritos poéticos (cfr. cómo lo vitupera Galiano 1988, o en realidad cualquier manual de la materia) como por el hecho de que conservamos a través de los códices dos de las muchas obras que compuso:
  • Teríacas y Alexifármacas: 958 y 630 versos respectivamente (cfr. Effe 1974, para Teríacas).
  • Nicandro (de Colofón) pudo ser contemporáneo de Arato (S. III, por tanto), pero la cuestión es incierta y, de hecho, se ha postulado la existencia de dos Nicandros distintos.


2. POESÍA YÁMBICA: CALÍMACO; HERODAS

Al oír hablar de “poesía yámbica” en una entrada de poesía helenística nos podemos imaginar que se nos va a hablar, ante todo, de los Yambos compuestos por Calímaco (320 / 303 – post 245).
Ahora bien, el lugar propio para tratar de estas composiciones se encuentra en la entrada reservada al autor de Cirene (mira ).
De lo que aquí se ha de hablar no es del yambo de Calímaco sino de otro representante de la poesía yámbica helenística, Herodas, y del género que presupone en sus Mimiambos: el mimo.
Sobre el género, recuérdense las dos referencias básicas de Melero (1981-1983) y Wiemken (1972).

El mimo se puede caracterizar en esencia como un género dramático subliterario (sin grandes pretensiones) que escenifica motivos de la vida ordinaria de personas corrientes.
Sobre él hablaron en la Antigüedad, desde un punto de vista teórico, figuras como Plutarco o Ateneo.
El mimo debió de ir creciendo en popularidad en la medida en que decaían las formas dramáticas canónicas, tragedia y comedia.
En sus primeros estadios, está representado por Sofrón de Siracusa, S. V, quien por cierto llegó a influir en la forma dramática de los diálogos platónicos (según testimonios antiguos).
Sofrón escribió sus mimos en prosa.
Posterior, y perteneciente ya a época helenística, es Rintón, también de Siracusa, de la época de Ptolomeo I Soter.
Teócrito es quien le da auténtica categoría literaria al mimo al transplantarlo a la forma del hexámetro dactílico en sus “idilios ciudadanos”, p. e.
  • en las Pharmakeútria (nr. 2)
  • o en las Adoniázousai (nr. 15).
Se ha de recordar, además, que tres de los himnos de Calímaco tienen carácter de mimo sacro (II, V, VI): son sus llamados “himnos miméticos” o “dramáticos”.
Hoy por hoy, los representantes mejor conocidos del antiguo género del mimo son los ocho Mimiambos de Herodas (traducción en Navarro y Melero 1981): esto es así gracias a un papiro adquirido en 1892 por el British Museum (PB.M. inv. 135).
No obstante, Herodas no debió de ser un personaje especialmente conocido en su propia época: sólo lo citan escritores de gran erudición como Ateneo, Juan Estobeo o, entre los romanos, Plinio.
Herodas era, quizá, oriundo de Cos, escenario de dos de sus mimos (II y IV). En cualquier caso, la forma de su nombre (¡no es Herodes!) delata origen dórico.
Debió de vivir por la época de Teócrito (S. III a. C., en cualquier caso), aunque tampoco tenemos demasiadas certezas en cuestión de fechas.
Mimiambos es el término empleado por Estobeo para referirse a sus composiciones, “yambos mímicos”.
Estos textos son pequeñas piezas dramáticas compuestas en yambos escazontes siguiendo el modelo lingüístico y métrico de Hiponacte, a quien por cierto se hace referencia en el mimiambo VIII (muy fragmentario).
Ha de indicarse, además, que también era voluntad de Herodas imitar el tono provocativo de su modelo: aunque se queda muy lejos del modelo, al igual que las Anacreónticas no están a la altura de Anacreonte.
Con todo, en los mimos de Herodas es especialmente destacable, al menos desde nuestra perspectiva, la frescura en el retrato de la vida cotidiana.
Sus personajes pueden resultar ciertamente estereotipados (igual que puede ocurrir con los Caracteres de Teofrasto, o en la Comedia Nueva de Menandro): con todo, son personajes que resultan psicológicamente muy eficaces.
Como ejemplo de ello podemos recordar
  • la alcahueta que se esfuerza por seducir a una joven casada en I, y que, como tipo, se puede relacionar con la nodriza del Hipólito de Eurípides;
  • la madre que se presenta ante el maestro de su hijo para pedirle que sea duro con el niño (en III);
  • o las dos comadres que visitan el templo de Asclepio en Cos (en IV) y que, inevitablemente nos hacen recordar a las protagonistas del idilio XV de Teócrito.



3. EL EPIGRAMA HELENÍSTICO

Por su origen y su etimología, el epígramma o epigraphé es una inscripción grabada en un monumento. En la época de la que hablamos (Helenismo), la voz “epigrama” se refiere a un poema breve compuesto en dísticos elegíacos.
Nótese que el rasgo de la brevedad es un primer dato que permite diferenciar epigramas de elegías, que también emplean la misma forma métrica.
En cambio, en la Antigüedad (al menos hasta llegar a Marcial), la noción de epigrama no implica agudeza, golpe final de ingenio como es habitual hoy en día cuando hablamos de “poesía epigramática”.
Los orígenes del epigrama (de la inscripción versificada) se remontan, por lo menos, al S. VII a.C., al VIII si consideramos como epigrama la inscripción que aparece en un vaso del Dipilón, una enócoe de ca. 740.
Conservamos muchos más epigramas de los siglos siguientes: en el VI, empezó a imponerse el dístico elegíaco como forma preferida de estas inscripciones, que por sus temas son, por aquel entonces, habitualmente epitafios y dedicatorias (exvotos).
En principio carecen de intención literaria y se escriben, simplemente, con voluntad testimonial.
Pero parece que, poco a poco, los textos de los epigramas se afanan por despertar la simpatía del caminante que pasa al lado de los monumentos en que están inscritos (esto sucede muy claramente en Atenas).
El epigrama busca conectar con sus receptores y empieza a mostrar una mayor elaboración, un principio de conciencia literaria.
El cultivo posterior del epigrama avanza en el sentido de un refinamiento cada vez mayor. En relación con su historia en la época clásica (S. V) podemos recordar dos hechos:
  • Los epigramas se hacen más abundantes y largos después de las Guerras Médicas: es una situación condicionada por la abundancia de trofeos que se erigen en este momento, con sus consiguientes epitafios. Cfr. el ejemplo quizá más famoso:
Caminante, anuncia a los lacedemonios que aquí
yacemos, sus órdenes obedeciendo (trad. J. B. Torres).
  • El S. V es también el siglo en que trabaja Simónides, quien pasa por ser el autor por excelencia de epigramas: aunque sabemos que no compuso prácticamente ninguno de los que se le atribuyen.
De hecho, la adscripción ficticia de epigramas a grandes figuras literarias del pasado se convirtió en práctica habitual: es de notar que, en la Antología Palatina (sobre la cual, cfr. más adelante), aparecen bastantes epigramas atribuidos falsamente a
  • Simónides
  • Anacreonte
  • Platón.
A Platón se atribuye p. ej. éste:
A las estrellas mira, astro mío: ojalá me convirtiera
en cielo para contemplarte con muchos ojos
(trad. J. B. Torres).
De cara a la constitución del epigrama como género literario en época helenística es fundamental la aportación de dos subgéneros:

  • Por una parte, los citados poemas inscripcionales (cfr. Díaz de Cerio 1999).
  • Pero, de otro lado, es también fundamental la aportación de las composiciones en dísticos elegíacos ejecutadas en el simposio, que ahora convergen con la “literatura de inscripciones”.

En el Helenismo el epigrama se desliga de esos dos ámbitos que constituyeron en origen su “lugar en la vida”.
Por ello el poeta puede, a partir de ahora, componer epigramas que fingen ser una inscripción, o bien fingen que están siendo ejecutados dentro del banquete.
Al primer tipo (inscripción ficticia) responde p. ej. este texto de Calímaco (12):
Si es que a Cícico llegas, no será gran esfuerzo dar con Hípaco
y con Dídima, que no es oscuro su linaje.
A ellos les darás un duro mensaje; en una palabra, diles
esto: que aquí acojo a su Critias
(trad. J. B. Torres).
Entre las falsas inscripciones funerarias de Calímaco podemos recordar también esta otra, (nº 11) en clave humorística:
Tan pequeño era el forastero que hasta este verso de modestas pretensiones
(“Teris, hijo de Aristeo, cretense”), grabado en mí, resulta largo
(trad. J. B. Torres).
Lo curioso es observar que, a la par que se desarrolla el epigrama literario, el auténtico epigrama-inscripción pierde valor literario a lo largo del S. IV a. C. para convertirse simplemente en documento histórico.
Por eso, del S. IV en adelante, los epigramas que interesan no son, habitualmente, los que nos da a conocer la epigrafía sino los transmitidos a través de los papiros o de los códices: citados en obras de otros autores o en colecciones como la Antología Palatina.
El epigrama se convirtió en el Helenismo en un juguete poético muy del gusto de los autores de la época, que reelaboraron la forma de la antigua inscripción desde sus postulados poéticos.
El epigrama (poema breve, trabajado en detalle) se ajustaba perfectamente a esos postulados.
Por ello no es casual el éxito del epigrama en el Helenismo, ni que conservemos más de 900 epigramas de la época, según las cifras de Galiano (1988).
  • Los grandes poetas del Helenismo cultivaron el epigrama. Éste es el caso de Calímaco, Apolonio, Teócrito. Al mismo grupo pertenecen también los epigramas de autores como:
  • Riano, Euforión, Arato, Nicandro... (estos dos, ya mencionados en este mismo tema a propósito de su poesía didáctica).
  • Las colecciones recogen también epigramas de escritores que los compusieron sin ser poetas profesionales, lo cual vuelve a testimoniar la popularidad del género en la época. Así tenemos epigramas de
  • Espeusipo, Aristóteles, Demóstenes, Menandro...
  • A la vez, en la época hubo auténticos especialistas del género, dedicados únicamente a la composición de epigramas.
Page propuso clasificar a los autores de epigramas del Helenismo en atención a factores cronológicos y distinguió los siguientes grupos:
  • Autores que florecen entre 310 – 290: Ánite (principios S. III), Nóside.
  • Autores que florecen en torno a 275: Asclepiades, Posidipo.
  • Autores que florecen en torno a 250: Leónidas.
  • Autores que florecen entre 250 – 200: Dioscórides.
  • Autores que florecen entre 200 – 180: Alceo.
Podemos entender que el término último en la historia del epigrama del Helenismo lo representa Meleagro (140 / 130 – 70 / 60), el autor que compuso la Corona de Meleagro de la que depende, en último término, nuestro conocimiento del epigrama de la época (cfr. más adelante).
Por otra parte, se ha propuesto también distinguir tres escuelas de epigramatistas en el Helenismo:
  • Escuela dórica-peloponesia: integrada por escritores de la Península, como Ánite de Tegea; de la Magna Grecia proceden también otras figuras de esta escuela como Nóside de Locros y Leónidas de Tarento.
  • Este último autor, muy popular, escribía sobre temas de la vida sencilla, que además es, en muchos casos, vida rústica, como en este ejemplo cuyo tema está presente también en la colección de Esopo (404 H):
Comióse en la viña el voraz y barbudo marido
de la cabra todos los tiernos sarmientos
y surgió de la tierra esta voz: “Sí, devora, malvado,
con tus fauces mis vástagos productores de frutos;
la raíz queda en pie y ha de dar otra vez dulce néctar
para las libaciones cuando te sacrifiquen”.
  • Escuela jónico-helenística (jónico-egipcia): a esta escuela pertenece Posidipo de Pela, macedonio, que recaló en Egipto (cfr. E. Fernández-Galiano 1987, Di Marco et alii 2005); también Calímaco, claro.
  • Hay una especial presencia en esta escuela de los juegos intertextuales; y, según Galiano (1988), también es característico de estos epigramatistas el hedonismo o epicureísmo, en contraste con el supuesto estoicismo de la escuela dórica-peloponesia.
  • Escuela sirofenicia: su representante por antonomasia es Meleagro de Gádara, el compositor de la Corona (“guirnalda”) en cuyo exordio compara a los poetas con distintas flores: tenemos adscritos a él 132 poemas.
Los epigramas de época helenística e imperial son conocidos a través de una colección conservada en un manuscrito que recibió su nombre del lugar donde fue conservado en origen: la Bibliotheca Palatina de Heidelberg.
El manuscrito en cuestión conserva 3700 epigramas, conocidos, por el motivo mencionado, como Antología Palatina.
Su compilador partió del trabajo de un clérigo de la corte bizantina, Constantino Cefalas, quien había compilado, en torno a 900, una gran antología de epigramas a partir de colecciones anteriores.
Sobre la base de la Antología Palatina, en torno al año 1300, Máximo Planudes preparó una versión abreviada, conocida por el nombre de Anthologia Planudea.
Como se ha indicado, la Antología Palatina se constituyó a partir de colecciones anteriores. Lo que aquí nos interesa comentar, para concluir esta entrada, es que en la base de la Antología Palatina se hallan precisamente los trabajos de dos poetas de la escuela sirofenicia:

  • la Corona de Meleagro (hacia 100 a. C.);
  • la Corona de Filipo (hacia 40 d. C.: Filipo de Tesalónica), que recopiló la poesía epigramática compuesta desde la época de Meleagro.
  • el Ciclo de Agatias (568).
A partir de estos materiales, en torno al año 900, compiló una gran antología de epigramas un clérigo de la corte bizantina, Constantino Cefalas.
De ella extrajo el compilador de la Antología Palatina su propia colección, distribuida en 14 libros. Al menos en una parte de esos libros existe una unidad clara:
  • Libro I: inscripciones métricas cristianas.
  • Libro II: descripciones de estatuas de Constantinopla, compuestas en torno al año 500 por Cristodoro de Coptos.
  • Libro III: inscripciones de un templo de Cízico.
  • Libro VIII: poemas de San Gregorio Nacianceno.
  • Libros XIII y XIV: epigramas que Cefalas no había incluido en su antología.
La suerte posterior del epigrama se trata en la entrada .

José B. Torres Guerra



ALGUNAS REFERENCIAS:

* Sobre aspectos generales:
FERNÁNDEZ GALIANO, M., “Poesía helenística menor”, en J. A. López Férez (ed.), Historia de la Literatura Griega, Madrid, 1988, pp. 831-877.
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* Sobre el género del mimo y Herodas:
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