A un alumno que no termina su Trabajo de Fin de Grado por perfeccionismo.
Mientras Virgilio componía su Eneida, Propercio (2,34,66) decía: nescioquid maius nascitur Iliade, “nace un no sé qué más grande que la Ilíada”.
Muy grandes expectativas despertaba la obra del mantuano, quien sin duda no pretendía imitar a Homero sino emularlo ("Imitar las acciones de otro procurando igualarlas e incluso excederlas", dice el DRAE sub voce).
Quizá por ello mismo el autor, al verse sorprendido por la muerte en Bríndisi, dispuso que su epopeya, incompleta a su juicio, fuese, sin más, destruida.
¿Tan grande era el perfeccionismo de Virgilio? ¿O fueron tantas las revisiones introducidas por los editores a los que Augusto encargó preparar la Eneida para su edición póstuma? Lo cierto es que, si se descuentan unos pocos hexámetros inacabados que Vario Rufo y Plotio Tuca no corrigieron, el poema de Virgilio parece perfecto: aliquid maius Iliade, según el juicio histórico de tantos.
En 1980 pudo nacer otro nescioquid maius, tan grandes eran las expectativas que rodeaban el rodaje de la nueva película del oscarizado Michael Cimino, mundialmente famoso por El cazador (1978).
La nueva cinta de Cimino llevaba por título La puerta del cielo (Heaven's Gate) y contaba la historia grandiosa de un enfrentamiento entre emigrantes europeos y poderosos terratenientes en el mundo del Oeste, escenario primigenio de la épica norteamericana.
La puerta del cielo pudo ser y no fue: un gran proyecto no fue por una conjunción aciaga de razones:
- Porque Cimino, después del éxito de El cazador, se había convertido en un megalómano que planteaba exigencias grotescas y reventaba una vez y otra el presupuesto de la cinta.
- Porque la nueva epopeya americana, con sus 325 minutos originales, tenía un metraje excesivo que los directivos de la United Artists no querían ni podían admitir.
- Porque el director había predispuesto en su contra a la crítica con declaraciones jactanciosas.
- Porque, tras la victoria de Reagan, no corrían tiempos para historias ‘liberales’, en el sentido estadounidense del término.
Aunque no faltan quienes, al correr de los años, han emitido juicios más ponderados sobre La puerta del cielo, es difícil que la creación excesiva de Cimino llegue a cosechar nunca el reconocimiento que su director le auguraba; y que sin duda mereció, al menos en alguno de sus múltiples montajes.
La línea que separa lo sublime de lo hinchado es muy delgada, como ya sabía en la Antigüedad Pseudo-Longino. Aunque seamos otro Virgilio, probablemente es preferible partir de que no lo somos, de que no vamos a revolucionar la épica, de que nuestra película no hará historia.
Ni Cimino ni Virgilio. Este Trabajo de Fin de Grado no será la Eneida ni La puerta del cielo. Pero puede ser un Trabajo.
PS. Después de terminar esta entrada me di cuenta de que aquí hablo, en realidad, de un maridaje literario. Aunque distinto del que descubrí hace un mes al leer, por casualidad, primero 1984 y después Vida y Destino. Creo que es interesante hacer el experimento y ver La puerta del cielo a la luz de la Eneida, y no solo por aquello tan repetido (y tan poco estudiado en serio) de que el western es la épica del siglo XX. Ahí quedan también para el análisis las distintas actitudes que tuvieron hacia las dos obras Ronald Reagan y Octavio Augusto.
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