lunes, 13 de junio de 2016

ALEJANDRO MAGNO: DEL HÉROE GRIEGO AL SÍNDROME DE FAUSTO


Los héroes de la Antigüedad son, en su sentido más técnico, semidioses, según lo que declara  Hesíodo en Trabajos y Días. O, por lo menos, los héroes son personajes de la épica y la leyenda.

Pero el héroe, ese hombre extraordinario que supera a los hombres y está por debajo de los dioses, era en Grecia, en un sentido más general, todo aquel que recibía un culto heroico.
  • Ese culto heroico lo recibieron los grandes héroes, los protagonistas de la épica.
  • Lo recibieron también, de manera local, figuras menores de la leyenda.
  • Lo interesante es que los griegos, y después los romanos, también tributaron culto a hombres históricos como el boxeador Eutimo de Locros.
  • A esta categoría de hombres reales convertidos en héroes pertenecen también algunos reyes y gobernantes y, en concreto, Alejandro Magno. Recuerdo que, en el Diccionario de mitos de García Gual (1997), Alejandro figura como un mito más. 
Del Alejandro hombre real, personaje decisivo en la historia de la Antigüedad, se han de recordar al menos estos datos básicos:
  • Fue rey de Macedonia entre el 356 y el 323 a. C.: sometió a su poder a todas las ciudades griegas cuando solo tenía veintiún años, continuando la obra de su padre Filipo.
  • Después le hizo la guerra al imperio persa, al que derrotó.
  • En su afán de conquistas llegó hasta la India y solo se detuvo cuando sus soldados se negaron a ir más allá.
  • Murió por culpa de unas fiebres en Babilonia con solo treinta y tres años.
Es evidente que en esta figura real e histórica había madera de héroe o de tragedia: parece que está pidiendo a gritos que se le convierta en tema de una epopeya, de una novela, de una película... A manera de ejemplo cabe destacar los siguientes rasgos:
  • Alejandro empieza a combatir cuando es casi un niño, con 18 años gana su primera batalla (338 a. C.: Queronea).
  • Es un guerrero que no conoce la derrota.
  • Conquista un imperio.
  • Muere muy joven, con treinta y tres años.
  • Muere además lejos de su patria después de vivir en el destierro voluntario de Oriente sus once últimos años: nunca volvió ni a Grecia ni a Macedonia.
Curiosamente todas estas características, o casi todas, las comparte con su héroe favorito, Aquiles, cuya tumba fue a venerar en Troya. Este es un motivo más por el que no extraña la transformación de Alejandro en leyenda o mito.

Alejandro fue, de hecho, una leyenda viva: en torno a su figura se debieron de forjar leyendas muy pronto, incluso en su propia vida.
En relación con ello es fundamental recordar lo insólito de su empresa: Alejandro trasciende el margen político de la ciudad-estado para crear en un tiempo breve un imperio universal.
Probablemente el mismo Alejandro fomentó el desarrollo de esa fama legendaria: se sabe por Plutarco que su libro de cabecera era la Ilíada; se debía de ver a sí mismo como un nuevo Aquiles a la búsqueda de otro Homero que cantara sus hazañas.

Además, a la formación de esa fama novelesca debía colaborar activamente en vida de Alejandro su historiador de cámara, Calístenes: no se conserva su obra; pero hay base para afirmar que presentaba a Alejandro como una figura sobrehumana cuando aún estaba vivo.

Los elementos legendarios surgidos en vida del rey los recogió, en la literatura de Grecia, una parte de la historiografía sobre el mismo: a este tipo de obras se las conoce como “la Vulgata”, la versión divulgada de la historia de Alejandro.

Los elementos fantasiosos llegan a su máximo desarrollo en una obra novelesca y pseudohistórica concreta: la Novela de Alejandro (comienzos del S. III d. C.) del ‘falso Calístenes’, el Pseudo-Calístenes. Las siguientes palabras proceden de su prefacio:
El más extraordinario y más valeroso de los hombres fue, al parecer, Alejandro, rey de los macedonios, que realizó todas sus obras de manera singular y halló siempre la colaboración de la Providencia con sus virtudes. Pues en guerrear y batallar contra cada uno de los pueblos gastó menos tiempo del que necesitarían quienes quisieran describir con exactitud las ciudades de aquellos países. Las hazañas de Alejandro, sus excelencias de cuerpo y de alma, el éxito de sus empresas y su valor ahora contaremos, comenzando por su linaje y por decir quién fue su padre (trad. C. García Gual). 
  • La obra supone que Alejandro no es realmente hijo de Filipo sino de Nectanebo, el último faraón de Egipto: este se había unido a su madre Olimpíade disfrazado como el dios Amón.
Luego se despide de la reina Nectanebo y recoge unas plantas de un lugar solitario, de las que conocía por su aplicación a la producción de sueños. Y, después de exprimirles el jugo, modeló una figurilla femenina de cera y le inscribió encima el nombre de Olimpíade. Luego encendió unas lamparillas, y, mientras derramaba sobre ellas el jugo de las plantas, invocaba con conjuros a los dioses dedicados a tal oficio, para que Olimpíade recibiera la aparición. Y en aquella noche ella contempla al dios Amón que la tiene abrazada y que, al ponerse en pie para retirarse, le dice:
-Mujer, en tu vientre guardas un hijo varón que ha de ser tu vengador (trad. C. García Gual).
Por tanto, en la base de la tradición que inaugura esta novela se halla la ficción de que Alejandro tiene origen divino.
  • La Novela de Alejandro lo presenta como un guerrero fabuloso: es el mejor de los guerreros, como Aquiles era el mejor de los aqueos.
  • Más aún, es un guerrero generoso, humanitario, un héroe ideal: por eso, cuando vence a Darío, este le confía la custodia de su hija.
  • Cuando Alejandro llega a la India, se enfrenta según este texto con monstruos de todo tipo. Además busca la Fuente de la Inmortalidad, viaja por el aire en un carro tirado por grifos y desciende al fondo del mar en una burbuja de vidrio:
Tras haber realizado todos los preparativos, me introdujeron en la tina de cristal con el deseo de intentar lo imposible. En cuanto estuve metido dentro, la entrada fue cerrada con una tapadera de plomo. Cuando me habían bajado ciento veinte codos, un pez que pasaba me golpeó con su cola mi jaula, y me izaron porque sintieron el zarandeo de la cadena. La segunda vez que bajé me sucedió lo mismo. A la tercera descendí alrededor de trescientos ocho codos [¡142,604 m.!] y observaba a los peces de muy variadas especies pasar volteando en torno mío. Y mira que se me acerca un pez grandísimo que me cogió junto con mi jaula en su boca y me llevó hacia la tierra desde más de una milla de distancia. En nuestras barcazas estaban los hombres que me sostenían, unos trescientos sesenta, y a todos los remolcó junto con las cuatro barcazas. Mientras nadaba velozmente quebró con sus dientes la jaula y luego me arrojó sobre la tierra firme. Yo arribé exánime y muerto de terror.
Allí me eché de rodillas y me postré en acción de gracias a la Providencia de lo alto que me había salvado con vida del terrible monstruo. Y me dije a mí mismo: “Desiste, Alejandro, de intentar imposibles, no sea que por rastrear el abismo te prives de la vida”. Y en seguida ordené al ejército partir de allí y seguir la marcha hacia delante (trad. C. García Gual).
El último párrafo de este texto indica que Alejandro también tiene límites que no puede sobrepasar, igual que el mayor de los héroes griegos, su modelo Aquiles: es imposible que se hagan realidad todos sus deseos, como vencer su condición mortal.
  • Así lo descubre en la India, cuando se reúne con los gimnosofistas, los “sabios desnudos”, unos brahmanes que le hacen ver que es imposible que el hombre sea inmortal según desea el rey.
  • Más aún, en la India Alejandro también se encuentra con unos árboles parlantes que le profetizan su muerte.
Hay que señalar que, hablando en términos griegos, el Alejandro que intenta ir siempre “más allá” comete un acto de hýbris o soberbia que, como todo acto de hýbris, altera el orden del mundo y amenaza con atraerle un castigo. Lo interesante es que esta es una idea en la que abundaron las fuentes cristianas medievales, que presentan directamente la muerte del rey como un castigo de Dios:
  • Así lo hace Gautier de Chatillon (S. XII) en latín en la Alexandreis: Alejandro es castigado por su desmesurada ambición, que lo lleva a lamentarse de que no haya más mundos para conquistar.
  • En francés se ha de citar el Roman de Alexandre (S. XII), heredero también de la Novela de Alejandro de Pseudo-Calístenes.
  • Y en castellano el Libro de Alexandre (S. XIII), en el que confluyen la tradición grecolatina y la medieval francesa. En esta obra Dios castiga a Alejandro a raíz de su viaje submarino, por su curiosidad pecaminosa:
En las cosas secretas quiso él entender,
que nunca home bivo las pudo ant saber;
quísolas Alexandre por fuerça conoçer,
nunca mayor sobervia comidió Luçifer.

Haviéle Dïos dado regnos en su poder,
non se le podié fuerça ninguna defender,
querié saber los mares, los infiernos veer,
lo que non podié home nunca acabeçer.

Pesó al Crïador que crió la Natura,
ovo de Alexandre saña e grant rencura,
dixo: «Este lunático que non cata mesura,
yo·l tornaré el gozo todo en amargura».

El texto citado (Libro de Alexandre 2163-2165) destaca el afán que tiene Alejandro por conocer lo que está escondido al hombre: “querié saber los mares, los infiernos veer”. Además se dice que su soberbia es mayor que la de Lucifer a causa de ese afán por conocer lo oculto. Por ello mismo Dios decide castigarlo, por esa falta de “mesura”.


Llegados a este punto cabe quizá relacionar a Alejandro con otro héroe de raigambre cristiana: Fausto. Desde mi punto de vista al menos, el Alejandro de la Tradición y Fausto  (tengo en mente el de Goethe más que el de Marlowe o Th. Mann) comparten
  • el ansia sin medida de llegar siempre más allá (en el saber, en el poder), sin reconocer la existencia de límites
(por ello el Doktor Faustus declara en la primera parte del Fausto de Goethe, v. 1237: “En el principio era la acción”);
  • la imposibilidad de saciar esa ansia que, por tanto, les conduce a la inevitable insatisfacción.
Planteo como reflexión personal y propongo al tienpo como cuestión abierta: ¿se podría decir que Alejandro, como otras figuras de la Antigüedad (p. ej., César en la Farsalia de Lucano), es un héroe fáustico, siglos antes de que existiera la figura literaria de Fausto?

¿Quiere decir esto que ese tipo de héroe responde a algún tipo de universal humano, a la existencia de lo que se podría llamar un “síndrome de Fausto”?

Exista o no el síndrome, estos dos héroes se pueden analizar como ejemplos de un mismo motivo literario. En cualquier caso, Alejandro / Fausto nos recuerdan dos rasgos recurrentes de héroes como Aquiles:
Su propia Excelencia puede implicar Peligro, para sí mismo y para los demás.




5 comentarios:

Prof.Mónica B. Pérez Sosa dijo...

Muy bueno tu paralelismo. El afán de conocimiento expresado en conquista es tan antiguo como el hombre. Así parece testimoniarlo el NEC PLUS ULTRA de las legendarias columnas de Hércules que impedían el paso al océano. El tema daría para una extensa conversación. Saludos desde Uruguay.

José B. Torres Guerra dijo...

Mónica, muchas gracias por el comentario. Espero que haya ocasión de desarrollar alguna vez más en detalle ese paralelismo. Saludos cordiales desde Navarra.

davidhdelafuente@gmail.com dijo...

Gracias por el estupendo análisis de Alejandro. Una cosa: el otro día un alumno me hizo una de las (muchas) preguntas que forman parte del misterio de Alejandro. ¿Qué hubiera pensado Aristóteles de su gesta y hasta qué punto inspiró sus objetivos este sabio tutor que le enseñó de joven? Ahora más que nunca –hace poco un arqueólogo griego afirmó haber descubierto el mausoleo del estagirita en la propia Estagira– se ponen de relieve los paralelos entre el erudito maestro que revolucionó los saberes y el audaz discípulo que revolucionó la política y la guerra. ¿Qué piensas, tú que has trabajado también sobre Aristóteles?

José B. Torres Guerra dijo...

Cuando leí el último comentario me acordé de una obra de Antonio Gala, de cuando solo escribía teatro: Séneca o el beneficio de la duda (1987). Me parece que, desde un punto de vista teórico, la empresa de Alejandro no se avenía con lo que pensaba Aristóteles sobre política. Pero para muchas personas una cosa es la teoría y otra la práctica, y quizá esto pasó también en el caso de Aristóteles. Entiendo que siguió colaborando con Alejandro aunque su imperio universal no se adecuara a sus teorías: su sobrino Calístenes iba en la expedición, y seguramente otros miembros de su círculo que recogían observaciones, p. ej., de historia natural; al morir Alejandro dicen que se vio acosado por los enemigos del rey muerto... En todo caso, Aristóteles tiene a su favor el no haber participado activamente en una práctica política que se apartaba de su pensamiento, según decía Gala que sí hizo Séneca. Ah, y una última idea para tu alumno: quien inspiró a Alejandro para sus campañas debió de ser Aquiles, no Aristóteles.

m.nabielek dijo...

La relación Alejandro-Fausto está fertilísima de asociaciones literarias, filosóficas, psicológicas, aun teológicas. Un síndroma,..., no sé. (La psicología está de moda, psicopatología del individuo, de grupos, de pueblos, del arte, de literatura. Nuevos términos, nuevas enfermedades, de modo incierto creadas así que descubiertas. El médico de Marco Aurelio tiene la enfermedad física que quiere ganar. Y el psicólogo - ´vates´ de los tiempos contemporáneos? Quíen guarda a los guardianes?) Quizá nada más que un caso particular de hybris, para los griegos componente esencial y con muy pocas excepciones, insuperable de la condición humana. Alejandro, un caso de hybris que, por factores particulares, llegó a ser todavía más excesivo. Respecto de la ansia como su base frente a la acción en un vacío de posibilidades infinitas se recomienda la lectura, creo, de los seis primeros ensayitos en ´Tout n´est pas dit´ del poeta suizo-francés Philippe Jaccottet, también traductor sensibilísimo de la Odisea. En cuanto al aspecto romántico-maligno del tipo literario alejandrino-faustiano puede ser útil la lectura de ´La tentation de Saint Antoine´ de Gustave Flaubert, la verdadera obra maestra de Flaubert. Cabe de decir que no todos los búscadores y búsquedas atravesidos llevan peligro. Vease Francisco Umbral, ´El día que llegué al Café Guijón´.
El deseo de conquistar al mundo, no quiero comentarlo. Me da tristeza. Parece que también los griegos tenían que tener su Napoleón. La última parte de las Geórgicas de Vergilio dice todo sobre eso. No todo, porque ´tout n´est pas dit´ - jamais. En suma, una entrada muy estimuladora. Ortega y Gasset se pidió un Goethe y José B.Torres nos muestra porqué.

m.nabielek