domingo, 18 de marzo de 2012

AUTOBIOGRAFÍA EN LA ANTIGÜEDAD: GREGORIO NACIANCENO Y AGUSTÍN



GREGORIO NACIANCENO 

Antes de entrar en el tema de San Agustín podemos revisar el caso de otro cristiano, San Gregorio Nacianceno, en cuya obra (escrita en griego) hay también un ejemplo de escritura autobiográfica: además con presencia de la introspección, como en el caso de San Agustín. 

Sus datos: 329/330 – 390/391. Oriundo de Capadocia como San Basilio y San Gregorio de Nicea. Como éstos procedía de una familia cristiana, estaba formado en la literatura pagana y había sido monje para terminar llegando al episcopado. 

Escribió obra de tipo diverso: aparte de los escritos pastorales, epístolas (249 cartas conservadas) y poesía que en ocasiones adquiere un carácter fuertemente personal. Conservamos 17000 versos de métrica tradicional (dísticos y yambos). Los temas son variados. 
  • Trata, p. ej., temas bíblicos, como los diez mandamientos o las parábolas de Jesús. 
  • Trata también temas teológicos, como el de la virtud, y al hacerlo evidencia además su conocimiento de la literatura pagana (Plutarco). 
  • En unos noventa poemas Gregorio se sitúa en primer plano, a veces presentando sus reflexiones personales (a la manera de Marco Aurelio en las Meditaciones), a veces en actitud de defensa. 

Éste es especialmente el caso en su llamada “Autobiografía” (Carm. II 1, 11), casi 2000 versos yámbicos. La obra la compuso después de que, por las tensiones con los arrianos, se viera obligado a abandonar la sede de Constantinopla (381), que había ocupado durante sólo dieciocho meses. Su intención al escribir el texto fue la de justificarse ante sus contemporáneos y la posteridad: 
“He querido escribir cuanto sigue para que todos lo escuchen, contemporáneos y venideros” (vv. 40-41). 
Nótese la peculiaridad del texto en cuanto primera autobiografía poética, un tipo de autobiografía que los estudiosos contemporáneos (cfr. lo que se dice en el Diccionario de términos literarios de Estébanez Calderón) tienden a distinguir de la autobiografía propiamente dicha. 

Para traducción de la autobiografía de San Gregorio, cfr. S. García Jalón (trad.), Gregorio Nacianceno. Fuga y autobiografía, Madrid, Ciudad Nueva, 1996. 


AGUSTÍN DE HIPONA 

SOBRE SU VIDA: 

San Agustín, 13 XI 354 – 28 VIII 430, es el primer autor latino que examinamos en detalle en estas entradas sobre Autobiografía en la Antigüedad. Se llamaba Aurelio Agustín, y era natural de Tagaste, Numidia, hijo de padre pagano (Patricio) y madre cristiana (Santa Mónica); la familia era de clase media. 

Se formó en retórica y fue profesor de esta materia en su ciudad y en Cartago: su formación retórica se hace evidente también en las Confesiones, lo cual suele implicar que muchos alumnos encuentren dificultades al leer la obra. 
MI RECOMENDACIÓN: no hay que acercarse a las Confesiones pensando que vamos a leer una novela, hay que ser consciente de que las Confesiones son otra cosa: un libro de espiritualidad. 
Con el interés por la retórica combinó también el interés por la filosofía, interés al que le movió la lectura del Hortensio de Cicerón: este autor siempre es citado en tono positivo dentro de las Confesiones

Desde fecha temprana tuvo también inquietudes espirituales, que lo llevaron primero al maniqueísmo. Después desechó las ideas de esta corriente por encontrarlas absurdas; hacia 382 sustituyó el maniqueísmo por el escepticismo y por el neoplatonismo después. Mientras residía en Italia (en 383 se había trasladado a Roma), a través de la lectura de la Biblia y el consejo de San Ambrosio de Milán, acabó por convertirse al cristianismo (386), según narra él mismo en su obra. 

Después de bautizarse junto con su hijo Adeodato (387, en Milán), regresó a su patria (388), fue ordenado sacerdote (391) y, más tarde (396), obispo de Hipona, donde murió en el 430, mientras la ciudad era asediada por los vándalos. 

Su obra es muy abundante. Aquí me refiero sólo a las obras con interés para la historia de la escritura autobiográfica. Al actuar así hemos de dejar de lado la obra pastoral y filosófica y la que quizá es la obra capital de San Agustín, De ciuitate Dei. 

SOLILOQUIA: 

San Agustín realizó una primera obra de carácter “autobiográfico” (aunque bien distinta de las Confesiones) en sus Soliloquia, diálogo escrito en 386. Escribió esta obra tras convertirse y antes de ser bautizado, mientras se hallaba retirado en Casiciaco, cerca de Milán. 

En aquel lugar se hallaba rodeado de un grupo de amigos junto a los que intentaba encontrar un fundamento filosófico y racional para su nueva fe. Como resultado de las conversaciones con ese grupo escribió una serie de diálogos según el modelo ciceroniano: Contra los Académicos (sobre lógica), De uita beata, Del orden (sobre física) y los Soliloquios

Esta obra se compone de dos libros y trata sobre las aspiraciones metafísicas del hombre. Se estructura como un debate entre Agustín y Razón. Es, ante todo, un ejercicio de dialéctica, que se halla todavía lejos del tono que adopta el autor en las Confesiones. El elemento neoplatónico es aún muy fuerte en esta obra, escrita antes del bautismo sacramental de Agustín. 

Para traducción de los Soliloquios, cfr. p. ej. San Agustín, Soliloquios. Meditaciones. Manual. Suspiros. Preparación y prólogo del P. Lorenzo Riber, Madrid, M. Aguilar, 1945. 

CONFESIONES:
Cf. H. Chadwick, Agustín, Madrid, Cristiandad, 2001, pp. 111 - 124. Para traducciones de la obra, cfr. J. Cosgaya (trad.), San Agustín. Confesiones, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997 (4ª ed.). 
San Agustín volvió a tratar el tema de la “historia de su alma”, desde una perspectiva menos racionalista y más afectiva, en sus Confesiones (397 / 398), que pueden ser consideradas como un monólogo que el autor dirige a Dios, a quien se vuelve constantemente empleando la segunda persona.

La dimensión bíblica de las Confesiones es también otra de sus constantes: las citas, referencias y ecos de Antiguo y Nuevo Testamento llenan la obra y dejan claro que el monólogo de Agustín se establece con un Dios cristiano, no un Dios filosófico (neoplatónico).

A diferencia de lo observado en el caso de los Soliloquios, en esta segunda obra San Agustín sustituye la dialéctica por la penetración psicológica, lo cual le lleva a tratar con detalle la paulatina comprensión de su naturaleza y de su puesto en el mundo. Bayet dice que la vida de Agustín fue, a tenor de las Confesiones, una “lenta y dolorosa ascensión hacia la fe católica”.

La obra se compone de trece libros, de acuerdo con el siguiente esquema tripartito: I-IX (vida del autor hasta 387); X (tratado sobre la memoria); XI-XIII (comentario espiritual al principio del Génesis). 

I-IX: narran la vida del autor hasta la muerte de su madre Mónica (387). Hay ciertamente narración de acontecimientos, pero lo fundamental no es la narración de esos acontecimientos sino su interpretación sobrenatural: un ejemplo notable es la punta espiritual que le saca el autor al robo de las peras en II 9. Leitmotiv es la idea de confessio: confessio peccati (confesión de la propia vida), confessio laudis (confesión, canto de alabanza), confessio fidei (confesión, profesión de fe).

San Agustín empieza narrando su infancia (I); habla después de su adolescencia (II); de sus años de primera juventud en Cartago, del efecto positivo del Hortensio de Cicerón y de su adicción a la secta maniquea (III); San Agustín narra luego sus descarríos de juventud (IV); la pérdida de la fe en el maniqueísmo y su traslado a Italia: Roma, Milán (V); el influjo de San Ambrosio sobre Agustín, catecúmeno, y su amistad con Alipio y Nebridio (VI); tribulaciones de San Agustín, el encuentro con el neoplatonismo (VII); resistencia de Agustín a un compromiso total (monacato) y conversión definitiva en el jardín de Casiciaco: tolle, lege (VIII); abandono de la cátedra de retórica, retiro en Casiciaco, bautismo de Agustín y muerte de Mónica en Ostia (IX).

X: éste es el libro más extenso. Trata de la ingens aula memoriae, la memoria, el centro de la conciencia del hombre; en los párrafos 12 – 15, según Cosgaya, se habla de “los amplios salones de la memoria”. Agustín declara que en este libro ya no va a hablar de lo que ha sido sino de lo que es. Según las Retractationes, el libro X también habla del autor.

En realidad podríamos decir que el libro X es un tratado sobre la memoria y sobre la búsqueda de Dios a partir de la memoria, a través de la exploración en los “amplios salones de la memoria”, porque in interiori homine habitat ueritas.

XI-XIII: exponen la historia de la Creación a partir de Génesis I. O más en concreto:

  • El libro XI es una exploración en la naturaleza del tiempo (filosofía del tiempo). 
  • El libro XII y el XIII tratan propiamente de la Creación e interpretan el Génesis. 

Pero, en todos los casos, prima la lectura espiritual: p. ej., en XII y XIII, San Agustín no quiere escribir una cosmogonía sino establecer relaciones entre el mundo y el espíritu del hombre: por ello hace una lectura espiritual del principio del Génesis.

Es evidente que tales contenidos sorprenden si partimos de la idea de que la autobiografía sea exploración en la propia conciencia o toma de conciencia de la personalidad, de acuerdo con Misch (I.1 XI): en tal caso no se entiende la razón de ser de los libros X, XI-XIII.

Otra cuestión es que, con Chadwick, entendamos que la autobiografía de San Agustín tiene una doble dimensión, microcósmica y macrocósmica; eso le proporciona a la autobiografía del autor un valor ejemplar. De hecho, las Confesiones se inician con una referencia a ese ámbito externo, el (macro)cosmos, para centrarse después en el microcosmos de Agustín y terminar, de nuevo en el otro nivel, el superior.

Debe destacarse la ausencia de precedentes en la literatura latina para las Confesiones: “Nie hat bis dahin ein lateinischer Autor in so breiter Form und mikroskopisch detaillierter Psychologie seine seelische Befindlichkeit im Hinblick auf Gott reflektiert” (Berschin 352).
Sobre el tema de los antecedentes autobiográficos de la obra, cfr. P. Courcelle, “Antécédents autobiographiques des Confessions de Saint Augustin”, Revue de Philologie 31, 1957, 23-51. 
En este sentido es interesante leer este pasaje, IX 23 – 26: última conversación con Mónica en Ostia, por la revelación de la psicología de los personajes, en este caso no a través del monólogo con Dios sino del diálogo entre Mónica y Agustín.

Es oportuno que no olvidemos que, ciertamente, las Confesiones no son una historia en la que “todos fueron felices y comieron perdices”: para el creyente la conversión es un proceso en marcha que sólo culmina en la unión con Dios – tras la muerte. Quizá por no entender este aspecto de la cuestión, cierta crítica se ha mostrado poco favorable al mensaje de Agustín. Cfr. p. ej. estos dos párrafos procedentes de la Cambridge History of Ancient Literature (pp. 790-791, versión española):
[La obra de las Confesiones] no es, ciertamente, una historia con final feliz, como eran en cierto sentido las vidas de los mártires. Al final, todo lo que reconoce [San Agustín] es que ha avanzado, pero su nuevo estado trae consigo más problemas incluso que su inocencia original. La comprensión produce una visión de la humanidad descorazonadora y nada prometedora, y poca cosa en cuestión de comodidad. Para el lector sensible a tales cuestiones [la vida interior], es una obra que todavía llega al corazón y la mente con asombrosa fuerza. Otros encuentran la omnipresencia retórica empalagosa y disuasoria. 
Sobre el rápido influjo ejercido por las Confesiones de San Agustín recuerdo lo que ya fue dicho antes sobre la huella que ejerció en

  • Próspero de Aquitania (texto espurio; comienza diciendo nato mihi quondam sub lege peccati);
  • Paulino de Pela: ca. 459 compuso 616 hexámetros, un escrito de agradecimiento sub ephemeridis meae textu;
  • San Patricio, apóstol de Irlanda: su Confessio ha recibido especial atención en la bibliografía más reciente;
  • Valerio del Bierzo: gallego según Berschin, muerto en 695, autor de unas Narrationes

Por su importancia para la cultura de Occidente se ha de recordar además que las Confesiones de San Agustín influyeron, de una manera u otra, en Petrarca o Rousseau:

  • Para el caso de Petrarca, lo que comenta Highet (I 140, 142) es que el poeta medieval concedía al de Hipona la mayor de sus admiraciones después de Cicerón. Además, la presencia de San Agustín se hace especialmente presente en una de sus obras latinas, Secreto, escrita entre 1353 y 1358; el término latino secreto debe de ser interpretado como “a solas”: a solas conmigo mismo, a solas con Dios. Esta obra es un diálogo que mantiene Petrarca con San Agustín en presencia de la personificación de la Verdad (motivo procedente a su vez de la obra de Boecio). Petrarca habla sobre su carácter con el santo, quien por ejemplo le reprocha su amor desmedido por Laura. El tono general de la obra, de profundo espíritu cristiano, es de examen e introspección psicológica. El texto de Petrarca se puede consultar en F. Petrarca, Obras I. Prosa, Madrid, Alfaguara, 1978.
  • J.-J. Rousseau, por su parte, es autor de una obra que lleva el significativo título de Las confesiones (publicadas, en dos partes, en 1782 y 1789). En la obra de Rousseau, como en la de San Agustín, se trata el tema de los conflictos íntimos del autor. El papel concedido en la obra al autoexamen y al sentimentalismo es muy notable; por esta vía debió de influir en el desarrollo de la literatura psicológica del siglo XIX. Para Las confesiones de Rousseau propongo esta versión: Jean-Jacques Rousseau, Las confesiones [traducción, prólogo y notas de Mauro Armiño], Madrid, Alianza, 1997. 

RETRACTATIONES: 

De la tercera obra escrita sobre su vida por San Agustín, las Retractationes, puede recordarse que fue compuesta en 428; son una revisión de la propia obra, siguiendo criterios cronológicos y dogmáticos: cfr. los casos similares de algunas de las obras de Galeno, ya mencionadas, Sobre el orden de mis libros o Sobre mis libros. Al llegar dentro de las Retractationes a las Confesiones, comenta: 
“Todavía me emocionan cuando las leo ahora como me emocionaban cuando las escribía” (II 32).




sábado, 10 de marzo de 2012

AUTOBIOGRAFÍA EN LA ANTIGÜEDAD: GALENO


De Galeno se habla en este blog dentro de la entrada dedicada a la ciencia y su contrario, la superstición, en época imperial. Este post pertenece a la serie dedicada a la Autobiografía en la Antigüedad. Después de los preliminares, la presentación del corpus, Jenofonte, Platón e Isócrates, le toca ahora el turno a Galeno, médico, filólogo, y también autor de escritura autobiográfica.

Retoco el post publicado en 2012 y añado ahora, ante todo, una bibliografía actualizada.


Galeno (129 – ca. 199), natural de Pérgamo (sede de un importante culto al dios de la medicina, Asclepio) y afincado en Roma (donde fue médico de la familia imperial), es, junto a Hipócrates, uno de los médicos más importantes de la Antigüedad. Como profesional de la medicina siguió a Hipócrates y su teoría de los humores, aunque aceptó también las ideas de otros; su postura médica puede ser considerada como ecléctica.
Pero, más allá de sus dotes indiscutibles como científico, Galeno es un auténtico polígrafo que ocupa también un puesto en la historia de la literatura griega imperial. Los temas de su extensísimo corpus (en el que se incluyen algunos trabajos espurios) son muy variados: junto a los temas médicos, Galeno trató también los filosóficos y los filológicos.
Téngase en cuenta que, según la tradición, el padre de Galeno recibió en un sueño el consejo de que educara a su hijo tanto en medicina como en filosofía, y que El mejor médico es también filósofo es, significativamente, el título de una de sus obras. Sobre el sueño de su padre se expresa así Galeno en Sobre el orden de mis libros (4):
“Cuando llegué a los diecisiete años, [mi padre], movido por unos sueños clarividentes, me hizo emprender el estudio de la medicina al tiempo que el de la filosofía”. 
Y en Sobre el pronóstico (2):
“Cuando mi padre me introdujo en la filosofía, recibió a través de ciertos sueños clarividentes la orden de instruirme también en la medicina, pero no como una enseñanza a modo de pasatiempo”. 
Como filósofo adoptó una actitud ecléctica, acorde con la formación que había recibido en Pérgamo, donde se le instruyó en cuatro corrientes filosóficas del momento: platonismo, aristotelismo, estoicismo y epicureismo. De las escuelas de su época sólo rechaza el epicureismo y el escepticismo. Como filólogo escribió p. ej. estudios (hoy perdidos) sobre el vocabulario de Eurípides y Aristófanes. Su interés por la dicción le llevó además a cuidar el estilo en toda su obra, también en la médica, donde entendía que era tanto más necesaria la precisión en el uso del lenguaje. Con todo, la bibliografía suele indicar los defectos de su estilo: para el caso de Sobre el pronóstico, Martínez Manzano (Martínez Manzano, T. (trad.), Galeno. Tratados filosóficos y autobiográficos, Madrid, Gredos, 2002, p. 226) comenta p. ej. que
“las reminiscencias literarias y los adornos retóricos oscurecen a menudo el fondo de los casos descritos”. 
A través de traducciones árabes conocemos también en parte lo que escribió Galeno a propósito de dos literatos de su época: Elio Aristides y Luciano. La preferencia de Galeno por aquél frente a éste nos indica cuál es la manera correcta en que deberíamos acercarnos a la literatura griega de época imperial.

Pero si Galeno merece un puesto en una historia de la autobiografía es por los tratados en los que habla de sus logros y su obra. En este sentido es importante, junto a los escritos Sobre el orden de mis libros y Sobre mis libros, el tratado Sobre el pronóstico. También tiene cierta importancia el estudio Sobre la distinción de las pulsaciones. E igualmente sería interesante conocer lo que decía Galeno en su obra perdida Sobre la calumnia y sobre su propia vida. Nótese que, en la vida de Galeno, se presenta como una constante la necesidad de defenderse de quienes atacaban su obra y sus éxitos, según él por envidia.`

P. ej., dentro de Sobre el pronóstico, cfr. este pasaje (3):
“Yo sé que tú, mi querido Epígenes, no cesaste de anunciar mis sucesivas predicciones en este caso y la terapia que aconsejé, pero para mí, que hasta entonces había sido admirado por mi vida irreprochable y por mis actuaciones profesionales, aquello supuso la primera experiencia del comienzo de la envidia”
(otros médicos llamados a consulta se alegran esperando que el pronóstico de Galeno falle y el enfermo muera). 
Para valorar el sentido de estas rivalidades ha de recordarse que, aunque Galeno se enorgullecía de contar con una formación profunda en medicina, en su época no debía ser lo normal ese tipo de formación: no existía ninguna formación reglada para médicos ni requisitos mínimos para quienes ejercían la medicina. Es contra estos falsos profesionales contra quienes combate Galeno, con una dosis enorme de vanidad:
“Es a vosotros, que sois mis amigos y que habéis condenado el arte médica a causa de la ignorancia de tales hombres, a quienes quiero demostrar que la medicina es digna de Apolo y de Asclepio y que lo que hacen esta clase de médicos es injuriarla, del mismo que injurian a la filosofía aquellos filósofos que sin llevar una vida mejor que la de cualquier hombre normal se llaman a sí mismos con el venerable nombre de la filosofía” 
En relación con los escritos autobiográficos, las cuestiones que parecen interesar ahora más a la crítica son dos:
  1. La verosimilitud de las informaciones de Galeno (hasta qué punto es fiel la imagen que el autor da de sí mismo). 
  2. Lo que los escritos nos permiten conocer sobre la relación de Galeno con la corriente de la Segunda Sofística. 
En este sentido recuerdo que el tratado sobre el que vamos a hablar de manera específica, Sobre el pronóstico, es el que presenta mayores vínculos con otras obras de la Segunda Sofística.


SOBRE EL PRONÓSTICO: 

Se compuso en 178. Galeno no lo incluyó en el catálogo de sus libros (Sobre mis libros), posiblemente porque, después del incendio del Templo de la Paz (192), donde se hallaba el ejemplar, daba la obra por perdida. Con todo, el texto debió de preservarse a través de una copia distinta conservada en algún otro lugar.
Sobre el pronóstico aparece dedicado a un Epígenes sobre cuya identidad no tenemos certeza; suponemos que debía de ser otro médico: Galeno se refiere repetidamente a él como testigo para corroborar sus afirmaciones.
A pesar de lo que parece indicar su título, es una obra de carácter autobiográfico, no técnico. De hecho, donde Galeno expone sus teorías sobre el pronóstico es en otras obras, como
  • Sobre las crisis 
  • Sobre los días críticos 
  • Sobre los pulsos 
  • Sobre el pronóstico según los pulsos 
  • Comentario al Pronóstico de Hipócrates. 
Ha de valorarse que la cuestión del pronóstico era fundamental en la medicina antigua, asentada en bases distintas de las actuales: de algún modo, la capacidad de formular un pronóstico era la prueba de fuego que permitía comprobar la valía de un médico. Más aún, la capacidad de formular pronósticos adecuados era fundamental para el éxito profesional y personal del médico: en función de ello habla Galeno en este tratado de su capacidad para formularlos, y no lo hace para exponer una teoría sino para hacer una defensa de sus éxitos personales; en este sentido puede ser autobiográfica una obra médica con este título.
Todo lo más, por lo que se refiere a la teoría de Galeno sobre el pronóstico, puede indicarse (como también dice él en varios lugares de la obra) que, para el autor, la habilidad de pronosticar no es algo sobrenatural o un don divino: es algo racional que puede aprenderse y enseñarse con facilidad; en este punto conecta además Galeno con ideas de Hipócrates e intenta marcar distancias respecto a la práctica de los médicos de su época.
El género de este tratado no es fácil de definir. Combina elementos de la diatriba, la anécdota personal y la demostración médica. Está constituido por una serie de casos clínicos, procedimiento en el cual Galeno sigue el modelo de las Epidemias de Hipócrates. Ahora bien, sigue este modelo sólo hasta cierto punto, porque los casos clínicos no se escogen en función de ilustrar las enfermedades y sus tratamientos sino en función de ilustrar la vida del autor. Según Martínez Manzano (221), 
“su propósito es el de dar lugar a la polémica [al mostrar la superioridad de Galeno sobre los otros médicos] más que contribuir al progreso de la medicina”. 
Otro género presente en este tratado es el de la diatriba, género que se considera inaugurado por la colección de Epicteto, filósofo estoico que compuso sermones de tema moral; la forma, que fue utilizada para la expresión filosófica por otros autores estoicos, intentaba (se ha dicho) poner la filosofía al alcance del gran público. La deuda de Sobre el pronóstico con la diatriba moral se aprecia sobre todo en los capítulos 1 y 4: 
  • CAPÍTULO 1: sobre la decadencia en que viven todas las artes dentro de una sociedad entregada a los placeres, el vicio y el lujo; Galeno se refiere en especial a las artes que más le interesan, filosofía y medicina. Adopta un tono pesimista (la crítica moral predomina sobre las cuestiones propiamente médicas, especialmente al principio del capítulo) y, posiblemente, no hace enteramente honor a la verdad de su momento histórico. 
  • CAPÍTULO 4: diálogo entre Galeno y Eudemo (filósofo), en el cual se denuncia la maldad de los médicos de Roma. 
Todos los géneros anteriores que se dan cita en Sobre el pronóstico no bastan para explicar la originalidad del tratado. En él hay una mezcla de propósito instructivo (médico), homilía moral y autobiografía (consistente en la exposición de casos ordenados cronológicamente): esa mezcla no se da en obras griegas anteriores o posteriores. 

¿Por qué escoge Galeno este carácter original para la exposición de sus contenidos?
  • posiblemente, en la fecha de composición del tratado debía de hallarse amenazado su puesto como médico de la casa imperial; 
  • por ello decide replicar a sus médicos rivales con un tratado en el que hace ver cómo se fue fraguando su fama de médico a partir de la exposición de casos clínicos destacados, en los que logró curar a pacientes importantes gracias a su habilidad en el arte del pronóstico; 
  • en la exposición de los casos aprovecha para establecer contrastes con las formas de actuar de otros médicos; 
  • por supuesto silencia aquellos casos en los que no acertó a curar al paciente, o aquellos otros en los que parece haber falseado los datos ad maiorem nominis sui gloriam

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viernes, 2 de marzo de 2012

ARISTÓTELES: POÉTICA 5


Este capítulo quinto, el último de la sección introductoria, consta de dos partes diferenciadas. La primera se refiere a la comedia. En tanto que no recuperemos gracias a algún deus ex machina el libro segundo de la Poética, sólo podemos conocer algo de lo que pensaba Aristóteles sobre el género a través de estas alusiones incompletas. Después la atención del Estagirita se centra en las relaciones entre los géneros de la epopeya y la tragedia.


La comedia es, según dijimos, una imitación de personas viles aunque sin llegar al colmo de la maldad, sino que se centra en la parte risible de lo vergonzoso. Es que lo que produce risa es un error y un acto vergonzoso que no entraña dolor ni perjuicio, como, por ejemplo, la máscara que produce risa es una cosa fea y distorsionada, sin que ello entrañe dolor. 

Así pues, no han caído en el olvido los cambios que experimentó la tragedia ni cómo se produjeron, pero sí ha sucedido esto en el caso de la comedia dado que no [1449 b] se la tomó en serio desde un principio. Pues también el arconte otorgó tarde un coro de comediantes; al contrario, eran espontáneos. Se recuerdan los nombres de los poetas de comedia desde que ésta ya tenía unas formas. Pero se ignora quién introdujo las máscaras o los prólogos o el número de los actores y cuantas cosas son de este tipo. El hacer historias llegó en un principio de Sicilia [Epicarmo y Formis]; y, entre los atenienses, Crates fue el primero que empezó a hacer argumentos e historias de carácter general tras abandonar el tono yámbico. 

Así pues, la tragedia se adecuó a la epopeya hasta lo de ser imitación de asuntos serios por medio de la palabra, con metro. Pero difieren en que la epopeya tiene una métrica simple y es narración. Además difieren por la extensión. La una intenta, como mucho, desarrollarse en lo que el Sol tarda en dar una vuelta o excederse en poco; pero la epopeya no tiene límite temporal y se diferencia en esto (con todo, al principio esto lo hacían de forma semejante en las tragedias y las epopeyas). 

De las partes de la epopeya y la tragedia unas son idénticas pero otras son propias de la tragedia: por ello, todo aquel que entiende si una tragedia es buena o mala entiende también de épica; en efecto, las partes que posee la epopeya existen también en la tragedia, pero las que ésta posee no están todas en la epopeya.