sábado, 11 de diciembre de 2010

ALEJANDRO MAGNO: HOMBRE, REY, HÉROE (II)


TEXTOS ANTIGUOS EN GRIEGO SOBRE ALEJANDRO

Nada más morir Alejandro surgió una especie de “historiografía de urgencia”, representada por los llamados “historiadores de Alejandro”, a los que sólo hemos conservado en forma de fragmentos; se trata de autores que escriben a caballo entre los SS. IV-III a. C.

1. El primero de ellos es Tolomeo Lago, compañero directo de Alejandro (fue su escudero, su σωματοφύλαξ), el fundador de la dinastía Tolemaica o Lágida: fue faraón de Egipto con el nombre de Tolomeo I y escribió para corregir a otros autores anteriores, a partir de sus conocimientos, obtenidos de primera mano.
  • Podemos conocer algo de la obra de Tolomeo a través de Arriano. Éste, en el S. II d. C., lo utilizó como fuente principal para su Anábasis de Alejandro, contraponiendo lo dicho por Tolomeo con las informaciones de la llamada “Vulgata” (τὰ λεγόμενα).
  • A tenor de lo que dice Arriano, parece que Tolomeo se interesaba en su obra, sobre todo, por lo militar y político, y mucho menos por lo geográfico y etnográfico.
  • Además, Tolomeo utilizó el diario del cuartel de Alejandro, las Efemérides escritas bajo la dirección de Eumenes de Cardia y Diódoto de Eritras.

2. Calístenes de Olinto es otra figura importante de este grupo de historiadores. Era sobrino-nieto de Aristóteles. Debió de nacer hacia el 370 a. C. Acompañó a su tío a la corte de Macedonia.
  • Trabajó como escritor al servicio de Macedonia; de este modo celebró las hazañas de Alejandro, al que acompañaba en sus expediciones, en sus Ἀλεξάνδρου πράξεις.
  • Pero cayó en desgracia por la cuestión de la proskýnesis, el ritual de adoración, prosternación ante el soberano, que Alejandro copió de los persas. Por ello, fue ejecutado en el 327 a. C.
  • De Calístenes debe retenerse ante todo que a él se le atribuyó la muy influyente Novela de Alejandro (cfr. infra). Y se le atribuyó porque los elementos fantasiosos presentes en esa obra ya debían de hallarse en sus escritos auténticos.
  • Es decir, en la obra auténtica de Calístenes ya se debía de presentar a Alejandro como algo más que un hombre.

3. Clitarco escribió hacia el 310 a. C., rhetorice et tragice, según Cicerón.
  • Narraba la vida de Alejandro desde el ascenso al trono hasta su muerte.
  • Es una figura de importancia porque su obra (llena de rasgos novelescos) parece estar en la base de eso que hemos llamado antes “la Vulgata”, la versión divulgada de la historia de Alejandro, opuesta o distinta a los relatos de Tolomeo, Arriano y la “historiografía seria”.
Se podría citar al menos a otros seis autores entre los llamados “historiadores de Alejandro”: Onesícrito,  Aristobulo de Casandrea, Cares de Mitilene..
De todos ellos me refiero únicamente a Onesícrito por cuanto éste, que había participado en las expediciones de Alejandro, empezó a escribir a su muerte y lo convirtió en un héroe de un género peculiar:
  • Lo dotaba de rasgos filosóficos cínicos.
  • Por ello es de lamentar que su obra no se haya conservado.
Con posterioridad a la “historiografía de urgencia”, compuesta al poco de la muerte de Alejandro, se escribirá sobre el rey de Macedonia desde perspectivas distintas:
  • unas veces serán más serias (Plutarco, Arriano);
  • mientras que, otras veces, serán más bien literatura popular.
En relación con la “historiografía seria” podemos comentar algo a propósito de Arriano (no voy a hablar de Plutarco: en relación con él recuerdo que su Vida de Alejandro es una lectura altamente recomendable – está además editada en diversas colecciones populares):

ARRIANO

Puede leerse a Arriano en la traducción de A. Guzmán Guerra (trad.), Arriano. Anábasis de Alejandro Magno, Madrid, Gredos, 1982 (2 tomos).
Nació entre el 85 y el 90 d. C. y murió hacia el 170. Era de Nicomedia (actual Turquía).
Discípulo de Epicteto, en su época fue más reconocido como filósofo que como historiador. Pero sus obras filosóficas propias (no hablo de su edición de las Diatribas de Epicteto) se han perdido o se conservan fragmentariamente.
Al parecer, cuando tenía unos cincuenta años abandonó Roma y la administración imperial (había sido cónsul en el 130); entonces se dirigió a Atenas, donde debió de dedicarse a la historiografía: se considera a sí mismo como “el nuevo Jenofonte”, y por ello
  • escribe Vidas perdidas, a imitación del modelo de Jenofonte (quien escribió un Agesilao);
  • escribe su Anábasis [de Alejandro Magno] que, como la de Jenofonte, consta de siete libros: imita el estilo de su modelo.
  • Arriano destaca, entre la mayoría de los historiadores de Alejandro, porque se esfuerza en escribir un relato que no sea fantasioso y se atenga a los hechos.
  • Por ello emplea como fuentes, ante todo, a Tolomeo y Aristobulo, contemporáneos de Alejandro y testigos de lo que narran.
  • Por otra parte, es discutible en Arriano su preferencia por la narración de los hechos militares y su menor atención a los aspectos políticos de su personaje.
La introducción a la obra de Arriano es ésta:
Considero y transcribo yo como verdaderos todos aquellos relatos en que coinciden Tolomeo, hijo de Lago, y Aristobulo, hijo de Aristobulo, historiadores ambos de Alejandro, hijo de Filipo; pero de aquellos en que divergen, he seleccionado los que me parecían, al tiempo, más fidedignos y más interesantes para ser narrados. Ya otros han escrito sobre Alejandro (no hay, en efecto, nadie sobre quien lo haya hecho mayor número de historiadores, o de manera más discordante entre sí), pero Tolomeo y Aristobulo, a mi parecer, son los más dignos de crédito; Aristobulo, por haber participado en la expedición junto con el rey Alejandro; Tolomeo, además de por eso mismo, porque falsificar los hechos habría sido para él, por ser rey, más vergonzoso que para ningún otro. Por otra parte, dado que Alejandro ya había muerto cuando uno y otro escribieron, ambos estaban por igual al margen de hacerlo de modo distinto a como los hechos ocurrieron, porno estar -cohibidos ni esperar de él recompensa alguna.


miércoles, 8 de diciembre de 2010

ALEJANDRO MAGNO: HOMBRE, REY, HÉROE (I)


A finales de noviembre de este año pasé dos días en la UNED de Tudela hablando de héroes en el marco de esta actividad
Por ello quiero dedicar cuatro entradas del blog al último héroe del que hablé, Alejandro Magno, uno de mis mitos de la infancia gracias a la biografía del personaje que había escrito un ficticio Joseph Lacier para la extinta editorial Bruguera.
Hago observar que de lo que hablé en la Ribera no fue de historia sino de la recreación de Alejandro en las literaturas de la Antigüedad y de Oriente: de su conversión en carne y alma de leyenda.


DE HÉROES Y HOMBRES

Oímos hablar de héroes y pensamos en Aquiles, Ulises, Heracles, Edipo, Teseo... quizá hasta en Asclepio y Orfeo. Pero aquí la cosa va por otros derroteros porque ahora vamos a hablar, en tanto que héroe, de un personaje histórico del S. IV a. C., no de un semidiós, no de un hombre que vivió en la época de los semidioses...

Vamos a hablar de Alejandro Magno, rey de Macedonia.

Debo empezar recordando que la heroización de figuras reales e históricas es un fenómeno que se venía produciendo entre los griegos desde mucho antes.
De hecho, “hombres reales” es la última categoría de héroes identificadas en la clasificación analítica de L. R. Farnell, Greek Hero Cults and Ideas of Inmortality, Oxford, 1921.
  • Entre los “hombres reales” heroizados se contaban entonces, como hoy, los atletas: no había futbolistas (aunque mira esto!!!) pero sí boxeadores, y entre éstos fue heroizado, p. ej., Eutimo de Locros, vencedor en el pugilato en Olimpia en tres Olimpiadas.
  • Recibió un culto heroico en vida, según estudia Bruno Currie en un artículo de 2002: “Euthymos of Locri: A Case Study in Heroization in the Classical Period”.
  • Pausanias (6.6.5) transmite la leyenda de que era hijo del dios-río Cecino: la adscripción de una genealogía divina es un procedimiento típico de heroización.
  • Según Pausanias Eutimo también realizó acciones auténticamente heroicas y se enfrentó en Temesa a un fantasma monstruoso (el Herón, “el héroe”) para salvar a una doncella que le iba a ser entregada a éste como tributo, cfr. Paus. 6.6.7-10:
Cuando regresó a Italia [Eutimo] luchó contra el Héroe. Su historia es así: (…). Eutimo, que había llegado a Temesa cuando se cumplían los rituales del espíritu, se enteró de lo que sucedía y sintió deseos de entrar en el templo y ver a la muchacha. Cuando la vio, al principio sintió compasión, después amor por ella. La muchacha le juró que se casaría con él si la salvaba, y Eutimo se armó y esperó el ataque del dios. Venció en la lucha y el Héroe fue expulsado del país y desapareció sumergiéndose en el mar. Eutimo tuvo una gloriosa boda y los hombres de allí se vieron libres para siempre del espíritu.
  • Según el mismo autor (6.6.10), Eutimo vivió además hasta una edad propia de un patriarca del Antiguo Testamento.
  • Y Eutimo no fue un ejemplo aislado: es análogo el caso de Teógenes de Tasos, otro boxeador, de mediados del S. V a. C.
Alejandro fue, obviamente, un personaje histórico, y sin embargo lo cierto es que en torno a su figura se debieron de forjar leyendas en época muy temprana, quizá incluso en su propia vida, por lo insólito de su empresa:
Recuérdese que Alejandro trasciende el margen político de la pólis para crear un imperio universal de base griega. Vale la pena recordar algunos datos sobre su vida:
  • Alejandro, rey de Macedonia, llamado Alejandro Magno, debió de vivir entre el 356 y el 323 a. C.;
  • era hijo de Filipo II de Macedonia y de Olimpíade;
  • a partir de las victorias conseguidas por su padre Filipo II pudo someter a su poder a todas las ciudades griegas;
  • emprendió después la guerra contra el imperio persa, al que derrotó;
  • llegó, en su afán de conquistas, hasta el Océano Índico y la India;
  • ahora bien, unas fiebres lo hicieron morir en Babilonia a una edad muy temprana (¿treinta y tres años?), lo cual favoreció, por supuesto, la creación del “mito” en torno a su persona.
En el Diccionario de mitos de García Gual figura por ello Alejandro como un “mito” más.

En las cuatro entradas que dedicaré a Alejandro comenzaré por referirme a
  • las fuentes griegas antiguas sobre Alejandro, más históricas unas, más legendarias otras;
  • además, prestaré atención especial a Pseudo-Calístenes y la tradición que converge en él: quiero presentar así la base antigua sobre la que se desarrollará posteriormente toda la leyenda de Alejandro;
  • por ello, hablaré bastante menos de autores literariamente más importantes, como Plutarco o Arriano.
Recuerdo, con todo, que la figura de Alejandro también interesó a los autores latinos. Es muy interesante, por ejemplo, la obra de Quinto Curcio Rufo: Historia de Alejandro Magno, según la traducción de Gredos (1986): su lectura no defrauda.
  • El autor es un misterio: no sabemos quién es y resulta muy complejo situarlo cronológicamente.
  • La obra se conserva de manera fragmentaria: tenemos cinco libros casi completos; llegan hasta la muerte de Alejandro pero carecemos del relato sobre sus primeros años.
  • Curcio testimonia la admiración por la figura grandiosa de Alejandro (valiente, generoso, magnánimo), aunque también destaca sus defectos: la ira, la tendencia a la embriaguez, la vanidad que le lleva a dejarse seducir por Oriente…: los defectos van in crescendo, como las disputas intestinas entre los macedonios (a muchos de los cuales eliminará Alejandro).


viernes, 3 de diciembre de 2010

CALÍMACO, HIMNO A DEMÉTER


Hace casi un año publiqué una entrada en la que incluía mi traducción inédita del Himno a Zeus de Calímaco. En aquella entrada comentaba la existencia en Calímaco de elementos de humor, de elementos grotescos que quizá no se compadezcan con la imagen divulgada de un Calímaco “autor-de-poesía-de-porcelana”.
Hay mucho de grotesco (de voraz) en este Himno a Deméter que cuelgo ahora para completar de algún modo aquella entrada de enero de 2010.
Hay mucha voracidad en Erisictón, el personaje central del mito y del texto. Y también hay mucha voracidad literaria, mucho afán de aemulatio en el poeta de Cirene que, situado ante el riesgo de cantar a Deméter tratando otra vez los temas del Himno Homérico dedicado a esta diosa, elige un episodio radicalmente distinto de la vida de la divinidad, marginal si se quiere, dotado de una fuerza innovadora, grotesca, casi caníbal.


Mientras la cesta regresa entonad el estribillo, mujeres:
“¡Salve, salve, Deméter, que a muchos crías, rica en trigo!”
La cesta que regresa contemplaréis desde el suelo, las no iniciadas:
y que ni desde el tejado ni desde lo alto atisben
ni niña ni mujer, ni aun la que se soltó la cabellera,
ni siquiera cuando escupamos con nuestras bocas, secas por el ayuno.
El Héspero, desde las nubes, se fijó (¿cuándo regresa?),
el Héspero, el único que a Deméter convenció de que bebiera
cuando marchaba tras las huellas inescrutables de la raptada muchacha.
Señora, ¿cómo pudieron llevarte tus pies hasta el Occidente,
hasta los Negros y donde crecen de oro las manzanas?
No bebiste ni comiste durante aquel tiempo, ni tampoco te lavaste.
Tres veces atravesaste el Aqueloo de plateados remolinos,
otras tantas cruzaste cada uno de los ríos que por siempre fluyen,
y por tres veces en tierra te sentaste junto al pozo Calícoro,
sofocada, sin haber bebido; y no comiste ni te lavaste.
No, no mencionemos estas cosas que lágrimas provocaron a Deo.
Mejor decir cómo a las ciudades leyes gratas otorgó;
mejor decir cómo la caña y las sacras brazadas de espigas
por primera vez segó y los bueyes hizo que las pisaran,
cuando Triptólemo aprendía el noble arte.
Mejor decir (para que también nosotros el sacrilegio evitemos) cómo
[al malvado hijo de Tríopas lo redujo a figura de una sombra].


Aún no ocupaban la tierra cnidia, todavía habitaban la sagrada Dotio,
y en aquel lugar un hermoso soto plantaron los pelasgos,
tupido, lleno de árboles: a duras penas lo habría atravesado una flecha.
Allí pino, allí elevados olmos había, y también perales
y bellos manzanos de dulce fruto; el agua ambarina
en acequias bullía. La diosa estaba encantada con el lugar,
tanto como con Eleusis, con Tríopas lo mismo que con Ena.
Pero cuando el buen dios se irritó con los triópidas,
entonces la peor de las maquinaciones se apoderó de Erisictón.
Salió con ímpetu llevando a veinte criados, todos en la flor de la edad,
varones todos de la talla de un gigante, capaces de una ciudad entera levantar,
a los que había armado tanto con hachas como con segures;
a la carrera llegaron, gente desvergonzada, al soto de Deméter.
Había un álamo, árbol elevado que el cielo tocaba;
en su cercanía las ninfas al mediodía se solazaban.
Éste, golpeado el primero, entonaba para los otros una terrible canción.
Se dio cuenta Deméter de que su bosque sacro padecía,
y dijo irritada: “¿Quién tala mis hermosos árboles?”
Al instante de Nicipa (a la que la ciudad había nombrado
su sacerdotisa oficial) adoptó el aspecto, y tomó en sus manos
ínfulas y amapola; al hombro portaba una llave.
Y dijo, intentando aplacar al perverso y desvergonzado varón:
“Hijo, tú que los árboles a los dioses consagrados, talas,
hijo, para; hijo, tan ansiado por tus padres,
déjalo, y a los criados detenlos, no se enoje en algo
la venerable Deméter, cuyo santuario mancillas.”
Tras mirar a ésta torvamente, con más fiereza de la que con un hombre,
un cazador, usa en los montes de Tmaro una leona
recién parida, cuya mirada afirman que es la más fiera,
“¡Retírate,” dijo, “no te clave en el cuerpo el hacha inmensa!
Estos árboles techarán mi morada, en la que banquetes
que el ánimo agradan por siempre, sin cesar, con mis amigos celebraré”.
Dijo el jovenzuelo, y Némesis tomó nota de sus perversas palabras.
Deméter se irritó de modo indecible y se convirtió de nuevo en diosa;
sus pies hollaban la tierra, mas su cabeza tocaba el Olimpo.

Los unos, medio muertos después que a la soberana vieron,
al punto se alejaron, abandonando el bronce en los árboles;
ella de los demás se despreocupó, que a la fuerza seguían
el mandato de su amo, pero a su adusto señor replicó:
“¡Sí, sí! Constrúyete un palacio (¡perro, más que perro!) en el que banquetes
hagas, que en el futuro te aguardan comidas constantes.”
Ella, diciendo esto, de Erisictón labraba la desgracia.
Al punto le envió un hambre terrible y salvaje,
abrasadora, fortísima; una grave enfermedad lo consumía.
¡Infeliz!, de todo cuanto consumía volvía a tener deseo.
Veinte se afanaban con la comida, doce escanciaban el vino.
Y también junto con Deméter se irritó Dioniso:
que lo mismo ofende a Dioniso lo que también a Deméter ofende.
Ni a las fiestas ni a los banquetes de los camaradas lo enviaban,
por vergüenza, sus padres; excusas hallaban de todo tipo.
Llegaron los orménidas, convocándole a los certámenes
de Atenea Itonia. Pues bien, su madre rechazó la invitación:
“No está en casa, que desde ayer anda de camino a Cranón,
para reclamar una deuda de cien bueyes”. Llegó Polixo,
la madre de Actorión, cuando preparaba la boda de su hijo,
para invitarlos a los dos, a Tríopas y a su vástago.
A ésta la mujer, compungida, le respondía entre lágrimas:
“Tríopas, sí, irá, pero a Erisictón lo alcanzó un jabalí
en el Pindo de hermosas cañadas; nueve días ha que está postrado”.
Madre desdichada, amante de tu hijo, ¿qué mentiras no dijiste?
Alguien daba una fiesta: “Erisictón está de viaje”.
Alguien tomaba esposa: “A Erisictón lo golpeó un disco”,
o “Se cayó del carro”, o “Lleva la cuenta de sus ovejas en Otris”.
En lo hondo de la morada luego, banqueteando todo el día,
comía todo en cantidades inmensas. Su abominable estómago se hinchaba
cuanto más iba comiendo, y como en las profundidades del mar
caían todos los alimentos, para nada, sin ningún provecho.
Como en el Mimante la nieve, como muñeca de cera al sol,
aún más que éstas él se derretía hasta llegar a los nervios,
que al desgraciado sólo piel y huesos le quedaban.
Lloraba la madre, y terriblemente se afligían las dos hermanas,
la nodriza que lo amamantó y las innumerables siervas.
Hasta el mismo Tríopas se mesaba los grises cabellos,
mientras estas protestas presentaba a Posidón, quien no le atendía:
“¡Padre desnaturalizado!, mira a éste, el tercero contando desde ti, si es que yo
de ti y de la eólida Cánace soy linaje, y de mí a su vez
nació este miserable retoño. Ojalá mis manos
lo hubieran enterrado tras ser asaeteado por Apolo.
Ahora un apetito perverso, insaciable, acampa en su mirada.
Líbrale de esta terrible enfermedad, o bien tú mismo
aliméntalo, tomándolo a tu cargo, que mis mesas no dan para más.
Desiertos están mis rediles, mis establos vacíos ya
de rebaños, pues nada le negaron los cocineros.
Además, también a las mulas las desuncieron de los grandes carros,
y se comió la vaca que su madre criaba para Hestia,
y al caballo de carreras, y al de guerra,
y a la comadreja, ante la que temblaban las pequeñas bestezuelas.
Mientras en la casa de Tríopas riquezas quedaban,
sólo las domésticas estancias conocían la desgracia.
Mas cuando aquellos dientes hubieron secado las despensas de la casa,
entonces el hijo del rey se aposentó en las encrucijadas,
suplicando un bocado y los desperdicios, despreciados, del banquete.

Deméter, que no me sea grato aquel que a ti te sea odioso,
que no vivamos pared con pared: los vecinos malvados me producen odio.

(…) muchachas, y entonad el estribillo, las que habéis parido:
“¡Salve, salve, Deméter, que a muchos crías, rica en trigo!”
Y como las yeguas de radiantes crines portan la cesta
en número de cuatro, así a nosotras la gran diosa, poderosa soberana,
vendrá, trayendo la radiante primavera, el radiante verano, el invierno
y el otoño, y hasta otro año nos protegerá.
Y, como sin sandalias y con cabeza descubierta la ciudad recorremos,
así también pies y cabezas indemnes tendremos por siempre.
Y, como las portadoras de los capazos los llevan llenos de oro,
así nosotras oro sin tasa obtendremos.
Que sigan hasta el pritaneo de la ciudad las no iniciadas
y, las que lo estén, que marchen hasta la diosa,
las que se hallen por debajo de sesenta. Pero, las que tengan impedimento,
tanto la que tiende la mano a Ilitía como la que sufre dolores,
a ellas les basta con esto, lo que puedan sin forzar sus miembros. A éstas Deo
les dará todo con creces, como si a su templo hubieran llegado.

Salud, diosa, a esta ciudad mantén en la concordia
y la prosperidad, y produce en el campo todo en abundancia.
Haz medrar los bueyes, haz brotar frutos y espigas, haz que llegue la cosecha;
haz medrar también la paz, para que, quien are, sea también quien coseche.
Seme propicia, tú, a la que tres veces se suplica, soberana, poderosa entre las diosas.