martes, 28 de abril de 2015

AUTOBIOGRAFÍA EN LA ANTIGÜEDAD: PLATÓN Y LA CARTA SÉPTIMA


Este post reforma la cuarta entrada que publiqué sobre escritura autobiográfica en Grecia, después de la primera, la segunda y la tercera. Nunca quedé satisfecho con la primera versión, por la profusión de datos que extraje de un libro que publiqué en 1993 y que en aquel momento (enero de 2012) no acerté a sintetizar: magis amica ueritas. Mantengo las dos versiones en el blog, esta y la otra; espero que las dos sean útiles, de maneras distintas.


Para situar la cuestión sobre la Carta Séptima, empiezo revisando el corpus al que pertenece, la colección de cartas platónicas. Este corpus está integrado por trece cartas de extensión diversa, dirigidas a destinatarios distintos, entre los que destacan:
  • Dionisio II, tirano de Siracusa: I, II, III y XIII. 
  • Dión (tío de Dionisio) y su grupo, también figuras de Siracusa: IV (Dión), VII (facción de Dión), VIII (id.) y X (Aristodoro). 
Reténgase el dato de que la mayor parte de las epístolas se hallan relacionadas con Sicilia y los acontecimientos de Siracusa.

Según una teoría tradicional (que se basa en buena parte en la propia Carta Séptima), Platón estuvo en tres ocasiones en Siracusa y mantuvo contactos con los tiranos de la ciudad (Dionisio I y II) y sus familiares (Dión).
Pero hay un problema: ¿escribió realmente Platón estas trece cartas? 
Una observación general sobre la autenticidad de cualquier obra o corpus: los motivos para dudar de la autenticidad de una obra pueden ser de dos tipos:
  • La propia tradición revela dudas sobre la autenticidad.
  • Se despiertan dudas en razón de argumentos internos (estilísticos – históricos – doctrinales). 
No es esperable que estos tres tipos de argumentos internos aporten soluciones definitivas sino más bien indicios que deben ser sopesados con prudencia. Llegados a este punto yo querría proponer cuatro consideraciones metodológicas:
  1. Vista la constancia con que la tradición le atribuye estas trece cartas a Platón parece que son los enemigos de la autenticidad quienes deben cargar con el 'peso de la prueba'. el onus probandi. 
  2. Hay argumentos internos que demuestran de manera suficiente que la Carta I no es obra de Platón: se trata de un ejercicio de escuela, en el que se acumulan citas poéticas (cinco o seis, en poco más de dos páginas de la traducción). Pero, si una carta del corpus no es auténtica, entonces puede haber más que tampoco lo sean. 
  3. Las cartas de carácter privado son siempre más sospechosas que las cartas de carácter público: ¿cómo y por qué han entrado en el canal de la transmisión? 
  4. Al no poderse hacer mayores generalizaciones sobre la cuestión de la autenticidad de la colección, parece preferible discutir de forma concreta en cada caso particular los argumentos racionales que hacen más o menos verosímil la atribución de cada carta a Platón o a un presunto falsificador. 
Mi opinión actual es la siguiente: la Carta Séptima, la única carta auténtica, es el centro de la colección, tanto por su colocación (ocupa la posición medial en la serie) como por su extensión (es, con inmensa diferencia, la más larga de las cartas: 27 pp. en la edición de Moore-Blunt, frente a las 6 de II u VIII); también es el centro de la colección por sus contenidos: 
1) En bastantes casos las otras epístolas reelaboran lugares de la Carta Séptima, sin que pueda demostrarse el caso contrario, que la Carta Séptima se base en alguna de las otras cartas.

2) Por ello es probable que la Carta Séptima haya sido el núcleo en torno al cual se han agregado, en capas sucesivas, las restantes cartas (falsas en esta concepción) hasta constituir nuestra colección.

3) Ello no quiere decir que todas las cartas deban beber necesariamente de la Carta Séptima: más aún, puede suceder que cartas llegadas con posterioridad al corpus beban de cartas espurias anteriores, sin que ello pruebe la autenticidad de las segundas.

En mi opinión, Platón debió de publicar una única carta, al igual que publicó un único discurso. Si ese discurso fue la Apología de Sócrates, la Carta Séptima es, en contrapartida, una apologia pro uita sua: 
Platón aprovecha la carta que le dirigen a la muerte de Dión los parientes y camaradas de éste, pidiéndole consejo político, para escribir una “carta abierta”, no dirigida únicamente a esos “parientes y camaradas” sino a la opinión pública en general: 
  • en esa carta el filósofo explica su participación en los turbios manejos de la corte de Dionisio, por lo cual la convierte en una apologia pro uita sua; 
  • y quizá sea cierto también, como apunta Lloyd (1990), que Platón aprovecha la carta (en la digresión filosófica) para hacer una apologia pro philosophia sua. 
Voy a pasar revista al conjunto de la carta, deteniéndome en puntos de interés por lo que puedan decirnos del carácter autobiográfico del texto (omitiré lo referido a los consejos a los destinatarios de la carta). La estructura general de la Carta Séptima es la siguiente:
1. Introducción (323 d – 324 b): motivos por lo que se escribe la carta.
2. Primera parte de la narración (324 b – 330 b): juventud de Platón en Atenas: Sócrates; primer viaje a Sicilia: encuentro con Dión; segundo viaje a Siracusa: Dionisio II.
3. Consejos a los destinatarios de la carta (330 b – 337 e).
4. Segunda parte de la narración (337 e – 351 e): tercer viaje a Siracusa; Dionisio y la filosofía: digresión filosófica (sobre teoría del conocimiento).
5. Conclusión (352 a). 
1. INTRODUCCIÓN: 323 D – 324 B.

Platón replica a una carta de la facción de Dión (de sus “parientes y camaradas”) en la que le invitan a prestarles consejo político: Platón establece como condición para ello el que sus corresponsales participen de las ideas políticas de Dión.

A manera de digresión, se introduce el relato de la génesis de esas ideas: sin embargo, Platón se retrotrae mucho más atrás y expone la génesis de sus propias ideas políticas, lo cual es sintomático del objetivo último que persigue este texto, como tanta literatura autobiográfica: ser una apologia pro uita Platonis. 

2. PRIMERA PARTE DE LA NARRACIÓN: 324 B – 330 B.
Antaño, cuando yo era joven, sentí lo mismo que les pasa a otros muchos. Tenía la idea de dedicarme a la política tan pronto como fuera dueño de mis actos, y las circunstancias en que se me presentaba la situación de mi país eran las siguientes: al ser acosado por muchos lados el régimen político entonces existente, se produjo una revolución; al frente de este cambio político se establecieron como jefes cincuenta y un hombres: once en la ciudad y diez en el Pireo (unos y otros encargados de la administración pública en el ágora y en los asuntos municipales), mientras que treinta se constituyeron con plenos poderes como autoridad suprema. 
Ocurría que algunos de ellos eran parientes y conocidos míos y, en consecuencia, me invitaron al punto a colaborar en trabajos que, según ellos, me interesaban. Lo que me ocurrió no es de extrañar, dada mi juventud: yo creí que iban a gobernar la ciudad sacándola de un régimen injusto para llevarla a un sistema justo, de modo que puse una enorme atención en ver lo que podía conseguir. En realidad, lo que vi es que en poco tiempo hicieron parecer de oro al antiguo régimen; entre otras cosas, enviaron a mi querido y viejo amigo Sócrates, de quien no tendría ningún reparo en afirmar que fue el hombre más justo de su época, para que, acompañado de otras personas, detuviera a un ciudadano y lo condujera violentamente a su ejecución, con el fin evidente de hacerle cómplice de sus actividades criminales tanto si quería como si no. Pero Sócrates no obedeció y se arriesgó a toda clase de peligros antes que colaborar en sus iniquidades. Viendo, pues, como decía, todas estas cosas y aun otras de la misma gravedad, me indigné y me abstuve de las vergüenzas de aquella época. 
Poco tiempo después cayó el régimen de los Treinta con todo su sistema político. Y otra vez, aunque con más tranquilidad, me arrastró el deseo de dedicarme a la actividad política. Desde luego, también en aquella situación, por tratarse de una época turbulenta, ocurrían muchas cosas indignantes, y no es nada extraño que, en medio de una revolución, algunas personas se tomaran venganzas excesivas de sus enemigos. Sin embargo, los que entonces se repatriaron se comportaron con una gran moderación. Pero la casualidad quiso que algunos de los que ocupaban el poder hicieran comparecer ante el tribunal a nuestro amigo Sócrates, ya citado, y presentaran contra él la acusación más inicua y más inmerecida: en efecto, unos hicieron comparecer, acusado de impiedad, y otros condenaron y dieron muerte al hombre que un día se negó a colaborar en la detención ilegal de un amigo de los entonces desterrados, cuando ellos mismos sufrían la desgracia del exilio. 
Al observar yo estas cosas y ver a los hombres que llevaban la política, así como las leyes y las costumbres, cuanto más atentamente lo estudiaba y más iba avanzando en edad, tanto más difícil me parecía administrar bien los asuntos públicos. Por una parte, no me parecía que pudiera hacerlo sin la ayuda de amigos y colaboradores de confianza, y no era fácil encontrar a quienes lo fueran, ya que la ciudad ya no se regía según las costumbres y usos de nuestros antepasados, y era imposible adquirir otros nuevos con alguna facilidad. Por otra parte, tanto la letra de las leyes como las costumbres se iban corrompiendo hasta tal punto que yo, que al principio estaba lleno de un gran entusiasmo para trabajar en actividades públicas, al dirigir la mirada a la situación y ver que todo iba a la deriva por todas partes, acabé por marearme. 
Sin embargo, no dejaba de reflexionar sobre la posibilidad de mejorar la situación y, en consecuencia, todo el sistema político, pero sí dejé de esperar continuamente las ocasiones para actuar, y al final llegué a comprender que todos los estados actuales están mal gobernados; pues su legislación casi no tiene remedio sin una reforma extraordinaria unida a felices circunstancias. Entonces me sentí obligado a reconocer, en alabanza de la filosofía verdadera, que sólo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en el terreno de la vida pública como en la privada. Por ello, no cesarán los males del género humano hasta que ocupen el poder los filósofos puros y auténticos o bien los que ejercen el poder en las ciudades lleguen a ser filósofos verdaderos, gracias a un especial favor divino (Carta Séptima 324 b - 326 b). 
A propósito de este texto se ha de notar, ante todo, que Platón parte de una exposición sobre la génesis de sus propias ideas, y así va tratando una serie de cuestiones que influyeron en él; en este sentido se debe atender a lo siguiente:
  • Lo que comenta sobre sus primeras preocupaciones políticas: 324 b – c (no se habla simplemente de acontecimientos externos, se nos introduce en la interioridad de Platón). 
  • Platón explica las circunstancias externas que le llevaron a abandonar estas disposiciones: los treinta tiranos, el intento de estos de implicar en sus actuaciones a Sócrates, la restauración de la democracia y el proceso contra Sócrates. 
Por cierto que es llamativo (para algunos, sospechoso) el hecho de que la Carta Séptima no hable de inquietudes filosóficas en el relato de la juventud de Platón. Pero la ausencia del tema se puede explicar suficientemente por el contexto político de la carta. 
  • Conclusión de todo el pasaje relativo a la formación política de Platón en Atenas (325 c – 326 b): Platón tomó conciencia de la dificultad de toda actividad política práctica y concluyó que, para remediarlo, los reyes deben filosofar, o bien los filósofos reinar (se ha de atender al desarrollo de esta misma idea en su República). 
3. CONSEJOS A LOS DESTINATARIOS DE LA CARTA.

4. SEGUNDA PARTE DE LA NARRACIÓN: 337 E – 351 E.
  • 337 e - 340 a. Se habla del final de la segunda estancia de Platón en Sicilia y de la tercera estancia (361 / 360 a. C.). Se explican los motivos que la produjeron (la intervención de Arquitas, la carta de Dionisio a Platón: ésta introduce, por cierto, una variación de estilo interesante. 
  • 340 b - 345 c. Se habla de la evaluación filosófica de Dionisio (a la llegada de Platón a Siracusa), que da pie para exponer la digresión filosófica. 
  • 345 c - 350 e. Platón da fin a su estancia en Sicilia. Aumenta el carácter narrativo del texto y se refieren las ofensas que el filósofo recibió de Dionisio (en relación con el caso de Heraclides y la retención de la fortuna de Dión). Tras la marcha de Sicilia , Platón se encuentra con él en Olimpia.
  • 351 a - e. Elogio final de Dión, considerado como modelo político. Este elogio adopta dos formas. Primero, en forma negativa, se nos dice que Dión no hizo las cosas que no debe hacer un buen gobernante. Después se repite el elogio en forma positiva. Es importante notar la idea recurrente de la renuncia a la violencia en 351 c.
5. CONCLUSIÓN: 352 A. 
Cuando llegué al Peloponeso encontré en Olimpia a Dión, que estaba allí asistiendo a los juegos, y le conté lo sucedido. Él, poniendo a Zeus como testigo, nos exhortó inmediatamente a mí, a mis parientes y amigos a preparar nuestra venganza contra Dionisio; nosotros, porque había traicionado a sus huéspedes (lo decía tal como lo pensaba), y él, por haber sido expulsado y desterrado injustamente. Cuando yo oí estas palabras, le invité a que solicitara la ayuda de nuestros amigos, si es que estaban dispuestos a dársela, «Y en cuanto a mí, —añadí—, fue casi forzado por ti y por los otros como compartí la mesa, la morada y los sacrificios de Dionisio. Éste tal vez creía, porque eran muchos los calumniadores, que yo de acuerdo contigo conspiraba contra él y contra su régimen tiránico, a pesar de lo cual no me mandó matar, sino que sintió pudor en hacerlo. Por otra parte, yo ya no tengo edad para hacerme aliado de guerra de nadie, pero me uniré a vosotros siempre que necesitéis reanudar vuestra amistad y favoreceros mutuamente; pero mientras estéis deseando haceros mal, buscad otros aliados». 
(…) 
Lo que le ocurrió [a Dión] no tiene nada de extraño, pues un hombre justo, sensato y prudente, al tratar con hombres injustos, no puede dejarse engañar sobre la manera de ser de tales personas, pero tampoco tiene tal vez nada de extraño que le ocurra como a un buen piloto a quien no puede pasarle desapercibido que se acerca una tempestad, pero no puede prever su extraordinaria e inesperada magnitud y, por no preverla, forzosamente zozobra. Esto mismo fue también lo que hizo caer por muy poco a Dión. Él conocía muy bien la maldad de los que le hicieron caer, pero lo que no podía prever era hasta qué punto era profunda su estulticia, su perversión y voracidad. Este error le hizo sucumbir, sumiendo a Sicilia en un inmenso duelo. 
Después de lo que acabo de decir, mis consejos están ya más o menos expuestos, y ya es suficiente. He vuelto a reanudar el relato de mi segundo viaje a Sicilia porque me pareció necesario contároslo a causa del carácter absurdo o extraño que tomaron los acontecimientos. Por ello, si mis explicaciones actuales parecen razonables y se juzgan satisfactorios los motivos que explican los hechos, la exposición que acabo de hacer podrá considerarse adecuada y discreta (Carta Séptima 350 b - 352 a). 

Recuerdo de nuevo que la Carta Séptima parece concebida como una “carta abierta”, o carta de propaganda según la terminología de Sykutris (1931), escrita al objeto de explicar la intervención del autor en la vida política de Siracusa.

Nótese, por otro lado, que la Carta Séptima, si realmente es obra de Platón, sería la primera autobiografía de la literatura occidental, disputándose este honor con el Sobre el cambio de fortunas de Isócrates, básicamente contemporáneo: no se sabe cuál de los dos textos es anterior, aunque no puede haber entre ellos mucha diferencia de tiempo (al menos no si la Carta Séptima es auténtica).




domingo, 26 de abril de 2015

CIENCIA Y SUPERSTICIÓN EN LA GRECIA IMPERIAL


Puede que esta entrada sea, por su tema, la más peculiar del blog. O al menos la más peculiar entre los sesenta platos de Literatura Griega que componen el núcleo originario de este festín. La primera versión se publicó en noviembre de 2008. No la había modificado desde entonces. Quizá sea hora de reconsiderar en qué sentido cabe presentar unidas la ciencia y superstición griegas de época imperial.


1. LA CIENCIA IMPERIAL Y LA COMPOSICIÓN DE SÍNTESIS.

Se ha de decir, ante todo, que en el mundo de la ciencia  imperial se observa un fenómeno ya apuntado en otras entradas: el gran protagonismo concedido a la composición de síntesis en la Grecia imperial o, ampliando los límites cronológicos, desde el momento en que el mundo griego entra en la órbita de Roma.

Este espíritu sintético se puede ejemplificar aludiendo a lo que sucede en campos muy distintos del saber.
  • Por ejemplo, en gramática, ámbito en el que se recordarán los nombres de Apolonio Díscolo (hay traducción de su Sintaxis en Bécares Botas 1987), Herodiano o Hefestión, quien propiamente se dedicó a la métrica.
  • Al mismo espíritu responden, dentro de la musicología, el tratado Sobre la música de Aristides Quintiliano (cfr. Colomer-Gil 1987).
  • Dentro de la mecánica y geometría, Herón Alejandrino, o, en lo que se refiere a la matemática, Claudio Ptolomeo.

2. LA CIENCIA MÉDICA. GALENO.

Con todo, la situación es ligeramente diferente en el ámbito de la ciencia médica (cfr. Nutton 2004). En ésta también poseyeron gran importancia las investigaciones del pasado y continuaron vigentes las polémicas entre metódicos, pneumáticos y eclécticos.

Pero, al tiempo, se compusieron obras originales, entre las que destaca ante todo la de Galeno (cfr. Moraux 1985; Nutton 1981).

Galeno (129 – ca. 199), natural de Pérgamo (sede de un importante culto al dios de la medicina, Asclepio) y afincado en Roma (donde fue médico de la familia imperial), es, junto a Hipócrates, uno de los médicos más importantes de la Antigüedad.

Como profesional de la medicina siguió a Hipócrates y su teoría de los humores, aunque aceptó también las ideas de otros. Por ello, su postura médica puede ser considerada como ecléctica.

Más allá de sus dotes indiscutibles como científico, Galeno es un auténtico polígrafo que ocupa también un puesto en la historia de la literatura griega imperial. Los temas de su extensísimo corpus (en el que se incluyen algunos trabajos espurios) son muy variados; junto a los temas médicos, Galeno trató también
  • los filosóficos
  • y los filológicos.
Téngase en cuenta que, según la tradición, el padre de Galeno recibió en un sueño el consejo de que educara a su hijo tanto en medicina como en filosofía, y que Que el mejor médico es también filósofo es, significativamente, el título de una de sus obras. Sobre el sueño de su padre se expresa así Galeno en Sobre el orden de mis libros (4):
Cuando llegué a los diecisiete años, [mi padre], movido por unos sueños clarividentes, me hizo emprender el estudio de la medicina al tiempo que el de la filosofía.
Y en Sobre el pronóstico (2):
Cuando mi padre me introdujo en la filosofía, recibió a través de ciertos sueños clarividentes la orden de instruirme también en la medicina, pero no como una enseñanza a modo de pasatiempo.
Como filósofo adoptó una actitud ecléctica, acorde con la formación que había recibido en Pérgamo, donde se le instruyó en las cuatro corrientes filosóficas del momento (platonismo, aristotelismo, estoicismo, epicureismo), de las que rechaza el epicureismo y el escepticismo.

Como filólogo escribió p. ej. estudios (hoy perdidos) sobre el vocabulario de Eurípides y Aristófanes. Su interés por la dicción le llevó además a cuidar el estilo en toda su obra, también en la médica, donde entendía que era tanto más necesaria la precisión en el uso del lenguaje.
Con todo, la bibliografía suele indicar los defectos de su estilo. P. ej., para el caso de Sobre el pronóstico, Martínez Manzano (2002, 226) comenta que “las reminiscencias literarias y los adornos retóricos oscurecen a menudo el fondo de los casos descritos”.
A través de traducciones árabes conocemos también en parte lo que escribió Galeno a propósito de dos literatos de su época: Elio Aristides y Luciano. Para el gusto contemporáneo sorprende, por cierto, la preferencia de Galeno por aquél frente a éste.

Aunque parezca curioso, Galeno merece además un puesto en la historia de la autobiografía. Ello es así por los tratados en los que habla de sus logros y su obra. En este sentido es importante, junto a los escritos Sobre el orden de mis libros y Sobre mis libros, el tratado Sobre el pronóstico.
También tiene cierta importancia el estudio Sobre la distinción de las pulsaciones. E igualmente sería interesante conocer lo que decía Galeno en su obra perdida Sobre la calumnia y sobre su propia vida.
Nótese que, en la vida de Galeno, se presenta como una constante la necesidad de defenderse de quienes atacaban su obra y sus éxitos, según él por envidia. P. ej., dentro de Sobre el pronóstico, cfr. este pasaje (3):
Yo sé que tú, mi querido Epígenes, no cesaste de anunciar mis sucesivas predicciones en este caso y la terapia que aconsejé, pero para mí, que hasta entonces había sido admirado por mi vida irreprochable y por mis actuaciones profesionales, aquello supuso la primera experiencia del comienzo de la envidia.
(Otros médicos llamados a consulta se alegran esperando que el pronóstico de Galeno falle y el enfermo muera).
Para valorar el sentido de estas rivalidades entre médicos se ha de recordar que, aunque Galeno se enorgullecía de contar con una formación profunda en medicina, en su época no debía de ser lo normal ese tipo de formación: no existía ninguna formación reglada para médicos ni requisitos mínimos para quienes ejercían la medicina.
Es contra estos falsos profesionales contra quienes combate Galeno, por cierto con una dosis enorme de vanidad.
En relación con los escritos autobiográficos, las cuestiones que parecen interesar ahora más a la crítica son dos:
  1. La verosimilitud de las informaciones de Galeno (hasta qué punto es veraz la imagen que el autor da de sí mismo).
  2. Lo que los escritos nos permiten conocer sobre la relación de Galeno con la corriente de la Segunda Sofística.
En este sentido recordaremos que el tratado Sobre el pronóstico, el texto autobiográfico fundamental de Galeno, es el que presenta mayores vínculos con otras creaciones de la Segunda Sofística.


3. LA FARMACOLOGÍA Y LA SÍNTESIS DE DIOSCÓRIDES.

Antes de pasar a hablar de la superstición, podremos cerrar la exposición sobre la ciencia imperial con unas consideraciones a propósito de la farmacología.

La síntesis de Dioscórides Pedáneo (S. I, 2ª mitad), Perì hýles iatrikês, fue una obra de gran éxito dentro de la tradición medieval y renacentista. Con el título de Plantas y remedios medicinales, hay traducción en Gredos (cfr. García Valdés 1998).


4. EL MUNDO DE LA SUPERSTICIÓN. ARTEMIDORO DE DALDIS.

El contrapunto para la ciencia lo ofrece el mundo de la superstición (no necesariamente divorciado del mundo científico, en tanto que caminos distintos para ejercer el control sobre la naturaleza), sobre cuya pujanza en época imperial nos ofrece un buen testimonio la colección de textos mágicos conservados en papiros (cfr. Calvo Martínez y Sánchez Romero 1987).

Con todo, si hablamos de supersticiones en época imperial debemos hacer un hueco a un autor y una obra que parece haber tenido incluso un cierto éxito editorial en nuestra época:

El libro de La interpretación de los sueños de Artemidoro de Daldis, S. II (Gredos, Ruiz García 1989). Artemidoro era realmente de Éfeso, quien era de Daldis era su madre: pero escogió llamarse “daldiano” por devoción al Apolo de esa ciudad.
El libro muestra, en primer lugar, el gran interés que había en su época por los sueños: de ese interés dan testimonio también, en la misma cronología, Galeno y Elio Aristides.
La obra, de inspiración estoica, intenta ofrecer una auténtica sistemática sobre los sueños y sus interpretaciones: pretende ser, además, un estudio científico, basado en la aplicación de un método empírico al análisis de sueños.

Parte importante del método interpretativo de Artemidoro es la distinción entre óneiros y enýpnion.
  • El primero es, en el sistema de Artemidoro, el sueño profético.
  • En cambio, el segundo no es más que “reflejo de las angustias de la vigilia” (Bowersock).
La interpretación de los sueños consta de cinco libros, de los que los dos primeros constituyen el núcleo originario, al que luego debió de añadir el propio Artemidoro los otros tres. Es de importancia para conocer la mentalidad de la época y para cualquier estudio sobre la intrahistoria del momento (S. II).

En el pasado se consideró la obra como ejemplo de una pseudoliteratura para hombres supersticiosos. Hoy en día se tiende a entender que el público de Artemidoro debía de estar integrado más bien por individuos de clase alta, instruidos, interesados por el ocultismo.



ALGUNAS REFERENCIAS:

* Sobre aspectos generales de la ciencia en época imperial:
BECARES BOTAS, V. (trad.), Apolonio Díscolo. Sintaxis, Madrid, 1987.
COLOMER, L., y GIL, B. (trads.), Aristides Quintiliano. Sobre la música, Madrid, 1996.
GARCÍA VALDÉS, M. (trad.), Dioscórides. Plantas y remedios medicinales, Madrid, 1998.
LÓPEZ FÉREZ, J.A., “Ciencias”, en J. A. López Férez (ed.), Historia de la Literatura Griega, Madrid, 1988, pp. 1160-1187.

* Sobre Galeno:
LARRAIN, C. J., Galens Kommentar zu Platons Timaios, Stuttgart, 1992.
MARTÍNEZ MANZANO, T. (trad.), Galeno. Tratados filosóficos y autobiográficos, Madrid, Gredos, 2002.
MESTRE ROCA, F., “Galè: l'autobiografia d'un home de ciència”, en Ferreres Lambert (ed.), Actes del ixé simposi de la Secció Catalana de la SEEC, Barcelona, 1991, tomo II, pp. 673-677.
MORAUX, P., Galien de Pergame. Souvenirs d'un médecin, París, 1985.
NUTTON, V., “Galen and medical Autobiography”, PCPhS 18 (1972), pp. 50-62.
NUTTON, V. (ed.), Galen: Problems and Prospects, Londres, 1981.
NUTTON, V., Ancient Medicine, Londres-Nueva York, 2004.
NUTTON, V., Galen: A Thinking Doctor in Imperial Rome, Nueva York, 2020.

* Sobre Artemidoro y la superstición en época imperial:
BLUM, C., Studies in the Dream-Book of Artemidorus, Uppsala, 1936.
CALVO MARTÍNEZ, J. L., y SÁNCHEZ ROMERO, M.ª D. (trads.), Textos de magia en papiros griegos, Madrid, 1987.
NIETO IBÁÑEZ, J.Mª, “El método de interpretación oniromántica en el «Onirocriticon» de Artemidoro de Daldis”, EHum 16 (1994), pp. 273-288.
PACK, A., “On Artemidorus and his Arabic Translator”, TAPhA 98 (1967), pp. 313-326.
RUIZ GARCÍA, E. (trad.), Artemidoro. La interpretación de los sueños, Madrid, 1989.
WALDE, CHR., Antike Traumdeutung und moderne Traumforschung, Düsseldorf-Zúrich, 2001.


lunes, 20 de abril de 2015

EL EMPERADOR Y EL OBISPO. CONSTANTINO EL GRANDE COMO HOMBRE DIVINO


Tenía que haber expuesto este tema en forma de conferencia en Madrid el 22 de abril de 2015. Pero me partí un brazo en la puerta de mi casa en Barañáin y sigo sin estar en condiciones. Bueno, esto sí que es la grandeza de las nuevas tecnologías.


Hace unos años me llevé una sorpresa mientras traducía una obra de Juan de Damasco, Sobre las imágenes sagradas. Este autor cita en un momento determinado (3,76) un pasaje de una Vida de san Constantino:
Ἐκ τοῦ βίου τοῦ ἁγίου Κωνσταντίνου, βιβλίου δʹ.
De la Vida de san Constantino, libro cuarto [Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino 4,15,1]. 
Me sorprendió encontrar esta referencia a un “san Constantino”: daba por supuesto que se tenía que estar hablando de otro Constantino pues entendía que el emperador Constantino no podía ser un santo cristiano.
  • Es verdad que Constantino es conocido de manera habitual (y de forma imprecisa) por haber reconocido la libertad de culto de los cristianos en 313 por el llamado edicto de tolerancia de Milán. 
  • Pero Constantino también es el hombre que acabó con adversarios políticos como Licinio o incluso parientes como su hijo Crispo y (quizá) su mujer Fausta en 326. 
El autor de esa Vida de san Constantino [VC], Eusebio de Cesarea, hace caso omiso de estos crímenes de familia y no los menciona.

Fue el historiador pagano Zósimo quien, hacia el año 500, explotó estos acontecimientos para mostrar que Constantino no se hizo cristiano por convicción sino para sentirse absuelto de unos crímenes imperdonables.
  • A propósito de esto recuerdo que Constantino, el emperador cristiano que actuaba como cabeza de la Iglesia, no recibió el bautismo hasta el último momento de su vida (337), y esto puede arrojar dudas sobre su rectitud. 
  • En la Modernidad muchos autores han censurado de forma durísima a Constantino, por ejemplo Voltaire. Entre los historiadores críticos con Constantino cabe mencionar a Edward Gibbon (1737-1794) o a Jacob Burckhardt (1818-1897). 
Fuera cual fuese la convicción de Constantino, lo cierto es que, para un número importante de cristianos, pasa por ser aún hoy un ejemplo de virtud y vida espiritual, un santo objeto de culto:
La Iglesia Ortodoxa lo venera el 21 de mayo. Además le otorga el título de ἰσαπόστολος, “igual a los Apóstoles” 
Desde luego no pretendo someter la figura de Constantino a un proceso de re-canonización o des-canonización, entre otras cosas porque no es la cuestión que interesa en estas sesiones.

La clave está realmente en otro punto: si los panegiristas de Constantino lo consideraban como santo, como modelo excelente de humanidad cristiana (este es el concepto de ‘santo’ con el que voy a trabajar, aunque no sea un concepto técnico), y en qué forma transmitían en sus escritos esta consideración.

Si se habla de panegiristas del emperador, el primer autor al que se ha de acudir es al ya citado, Eusebio, obispo de la Cesarea de Palestina que alabó al emperador en diversas obras conservadas:
  • En los libros correspondientes de su Historia eclesiástica. 
  • En las Laudes Constantini. 
  • Y, sobre todo, en la Vida de Constantino, el texto en el que me centraré. 
Pero, ante todo, convendrá recordar algunos datos en relación con Constantino y Eusebio.


El futuro emperador nació un 27 de febrero, quizá el año 273, y murió el 22 de mayo de 337. No nació en Roma en el seno de una familia de abolengo. Con respecto a los tiempos de Augusto, las cosas habían cambiado mucho en Roma a finales del siglo III.

Constantino nació en los Balcanes, en la actual Serbia, dentro de una familia de origen ilírico. Su madre fue santa Helena, concubina o esposa, según Th. D. Barnes, de un militar, Constancio Cloro, ascendido por sus éxitos militares  en el año 293 a la condición de César, corregente de Maximiano, co-emperador (Augusto) asociado al emperador (también Augusto) Diocleciano.
El sistema aquí implicado es la tetrarquía, gobierno a cuatro partes que debía facilitar la gestión de un Imperio que se había revelado incontrolable durante las crisis políticas del siglo III. La tetrarquía, inaugurada en el año 284, supuso la reorganización del Imperio, que pasó a ser regido por dos emperadores o Augustos simultáneos, asistidos cada uno por un César. 
La condición de César fue la primera dignidad alcanzada por Constancio, quien fue luego Augusto por breve tiempo, entre los años 305 y 306. Cuando muere Constancio en York en el año 306, sus tropas proclamaron a su hijo Constantino emperador: más en concreto, lo eligieron como César de la parte occidental del Imperio.

La inestabilidad fue una constante de la tetrarquía. Constantino pudo experimentar en su propia persona las rivalidades fratricidas que generaba un Imperio compartido.
  • Hasta alcanzar el poder absoluto en 324, Constantino se debió imponer, entre otros, al citado Majencio, al que derrotó en la batalla del puente Milvio el año 312.
  • Antes, en 310, había instado al suicidio al padre de Majencio, Maximiano, el antiguo emperador. 
  • El otro gran rival de Constantino fue Licinio. Constantino había compartido con él la condición de Augusto, en relativo acuerdo, hasta el año 324, fecha en que ambos se enfrentaron en Adrianópolis, batalla que se saldó con la derrota de Licinio.
Según se indicaba antes, la figura de Constantino pasa a la historia de Roma en tanto que liberalizador de la política religiosa imperial. La tolerancia del cristianismo introdujo en el Imperio un giro copernicano que abrió las puertas a la expansión de la nueva religión en detrimento de la religión tradicional. Constantino le concedió al cristianismo un protagonismo cada vez mayor y llegó a convocar personalmente un concilio en 325 (el de Nicea) para resolver la disputa arriana.

El conflicto religioso, la discusión sobre si tolerar o no el cristianismo, había desempeñado un papel importante en el enfrentamiento de Constantino con sus rivales Majencio y Licinio: así lo resalta el panegirista de Constantino, el obispo Eusebio.

Por ejemplo, en el libro 9 de la Historia eclesiástica, refiere alguna medida significativa del programa iconográfico del emperador, adoptada tras su victoria sobre Majencio en el puente Milvio.
  • En esa ocasión Constantino y sus hombres tuvieron una visión de la cruz y después Constantino, en sueños, contempló a Cristo que le pedía que incluyera el símbolo en los estandartes de su ejército (τούτῳ νίκα, "en este [está] la victoria"). 
  • Derrotado Majencio, el Augusto alzó en Roma la estatua que describe Eusebio en este texto de la Historia eclesiástica (9,9,10-11): 
Εὖ μάλα τῆς ἐκ θεοῦ συνῃσθημένος βοηθείας, αὐτίκα τοῦ σωτηρίου τρόπαιον πάθους ὑπὸ χεῖρα ἰδίας εἰκόνος ἀνατιθέναι προστάττει, καὶ δὴ τὸ σωτήριον σημεῖον ἐν τῇ δεξιᾷ κατέχοντα αὐτόν, μάλιστα ἑστώτων ἐπὶ Ῥώμης δεδημοσιευμένων τόπων στήσαντας αὐτὴν δὴ ταύτην παραγραφὴν ἐν τάξει ῥήμασιν αὐτοῖς τῇ Ῥωμαίων κελεῦσαι φωνῇ· «Τούτῳ τῷ σωτηριώδει, τῷ ἀληθεῖ ἐλέγχῳ τῆς ἀνδρείας, τὴν πόλιν ὑμῶν ἀπὸ τοῦ τυράννου διασωθεῖσαν ἠλευθέρωσα, ἔτι μὴν καὶ τὴν σύγκλητον καὶ τὸν δῆμον Ῥωμαίων τῇ ἀρχαίᾳ ἐπιφανείᾳ καὶ λαμπρότητι ἐλευθερώσας ἀποκατέστησα.» 
Habiéndose dado muy buena cuenta de la ayuda que le había venido de Dios, al punto manda que se coloque un trofeo de la Pasión salvadora en la mano de su propia imagen, y en efecto él sostiene el signo salvador en la mano derecha; y manda que, habiéndola colocado en el lugar más frecuentado de Roma, que inscriban literalmente, línea a línea, esta leyenda en lengua romana: “Con este signo salvador, verdadera prueba del valor, liberé vuestra ciudad, tras salvarla del tirano. Más aún, tras liberarla restituí al senado y al pueblo de los romanos a su antigua majestuosidad y esplendor”. 

Tras la victoria de Milvio varía la iconografía de las monedas constantinianas pues el emperador empieza a incluir en ellas el lábaro, modificación del estandarte tradicional, que ahora contiene el Crismón, el monograma de Cristo (Х Р).
La imagen muestra una moneda del año 327. En ella el lábaro aparece aplastando una serpiente.
Ahora bien, más adelante se comentará que los datos de la numismática están abiertos a discusión. 

Al mundo oriental pertenecía el escritor al que se ha aludido en varias ocasiones, Eusebio de Cesarea, nacido hacia el año 270 y muerto (quizá) el 30 de mayo de 339.
Por las fechas en que nace y muere es plenamente contemporáneo del emperador al que presentaba como ejemplo ideal de gobernante cristiano y como modelo para todos los hombres, en especial para sus súbditos. 

En sus primeros años sufrió la persecución pagana. Siendo ya obispo de Cesarea (entre el 313 y el 315), adoptó posiciones próximas a Arrio. De hecho, llegó a ser excomulgado aunque poco después se le levantó la pena de excomunión.
Esta polémica le llevó a enfrentarse con Atanasio de Alejandría. Este apeló al emperador. No obstante, la maniobra de Atanasio no dio el fruto esperado, pues la reunión de obispos convocada por Constantino fue presidida por el propio Eusebio y se saldó con la condena de Atanasio al exilio. 
Antes se ha indicado que Eusebio presenta, con características distintas, una imagen encomiástica del emperador en tres textos de su amplia obra. En el caso de la Vida de Constantino, el carácter de panegírico venía exigido por el horizonte de expectativas de su género. Desde luego, esta ‘Vida’ no es una biografía al uso: la Vida de Constantino es, en realidad, un tipo peculiar de encomio.

Pero, a pesar de lo que pudiera parecer, no sería correcto suponer, como se ha pensado en otras épocas, que Eusebio fuera una especie de consejero áulico para el que estaban siempre abiertas las puertas de palacio. Timothy Barnes, en Constantine and Eusebius, recuerda que el emperador y el obispo solo debieron de coincidir en cuatro ocasiones, siempre en presencia de otros obispos.

Fuera o no fuese su trato especialmente estrecho, es cierto que Eusebio parece convencido de la santidad de Constantino, punto que queda claro desde el prólogo de la Vida.

Cuando se inicia la obra, Constantino ya ha muerto. El autor empieza protestando por la incapacidad de su palabra, habla de la presencia ubicua de Constantino en la Tierra a través de sus imágenes, se desplaza al Cielo y ve con la razón al emperador en la presencia de Dios (VC 1,2,2):
ὁ λόγος ὑπερεκπλήττεται· ἤδη δὲ καὶ πρὸς αὐταῖς οὐρανίαις ἁψῖσιν ἑαυτὸν ἐκτείνας, κἀνταῦθα τὴν τρισμακαρίαν ψυχὴν αὐτῷ θεῷ συνοῦσαν φαντάζεται, θνητοῦ μὲν καὶ γεώδους παντὸς ἀφειμένην περιβλήματος, φωτὸς δ' ἐξαστραπτούσῃ στολῇ καταλαμπομένην. 
La razón se queda atónita. Y ya se extiende también por las mismas bóvedas celestes, y entonces se imagina al alma tres veces bienaventurada que acompaña al mismo Dios, despojada de todo revestimiento mortal y terreno y brillando en cambio con un vestido resplandeciente de luz. 
Interesa señalar el lugar especial que le corresponde en esta imagen de Constantino glorificado al elemento visual y a la luz:
  • El verbo φαντάζεται, ‘se imagina’ (la razón, el λόγος del autor), apela a la percepción visual; posiblemente Eusebio presenta la gloria de Constantino como un cuadro que debe ser contemplado mentalmente por sus lectores. 
  • Este cuadro ofrece detalles concretos que apelan al sentido de la vista, como lo que se dice de la vestidura del emperador, caracterizada de manera reiterada por su luminosidad (“brillando … con un vestido resplandeciente de luz”). 
La cuestión que realmente interesa es que Eusebio emplea la luz como seña de la santidad de Constantino, motivo que recurre en otros lugares del prefacio y de la obra.
En este punto Eusebio continúa una tradición secular, pues la asociación entre la luz y lo numinoso es un motivo de larga historia con implicaciones teológicas, literarias y filosóficas.

En la Vida de Constantino hay distintos textos que reflejan esta asociación del emperador con la luz; uno de ellos es, por cierto, el propio relato de la visión que aconteció antes de la acción del puente Milvio (VC 1,28,2). A manera de ilustración, escojo otros dos ejemplos relevantes que marcan dos hitos en la narración de la Vida:

  • La aparición de Constantino ante el sínodo de Nicea en 325. 
  • El momento de su bautismo el año 337. 



El primero de estos textos aparece en VC 3,10,3-5. Este pasaje presenta la entrada en escena de Constantino ante unos trescientos obispos reunidos para la inauguración del concilio de Nicea:
πάντων δ’ ἐξαναστάντων ἐπὶ συνθήματι, ὃ τὴν βασιλέως εἴσοδον ἐδήλου, αὐτὸς δὴ λοιπὸν διέβαινε μέσος οἷα θεοῦ τις οὐράνιος ἄγγελος, λαμπρὰν μὲν ὥσπερ φωτὸς μαρμαρυγαῖς ἐξαστράπτων περιβολήν, ἁλουργίδος δὲ πυρωποῖς καταλαμπόμενος ἀκτῖσι, χρυσοῦ τε καὶ λίθων πολυτελῶν διαυγέσι φέγγεσι κοσμούμενος. ταῦτα μὲν οὖν ἀμφὶ τὸ σῶμα. τὴν δὲ ψυχὴν θεοῦ φόβῳ καὶ εὐλαβείᾳ δῆλος ἦν κεκαλλωπισμένος· ὑπέφαινον δὲ καὶ ταῦτ’ ὀφθαλμοὶ κάτω νεύοντες, ἐρύθημα προσώπου, περιπάτου κίνησις, τό τ’ ἄλλο εἶδος, τὸ μέγεθός τε ὑπερβάλλον μὲν τοὺς ἀμφ’ αὐτὸν ἅπαντας *** τῷ τε κάλλει τῆς ὥρας καὶ τῷ μεγαλοπρεπεῖ τῆς τοῦ σώματος εὐπρεπείας ἀλκῇ τε ῥώμης ἀμάχου. 
Todos se alzaron a una señal que indicaba la entrada del emperador. Marchaba él seguidamente por en medio como un ángel celeste de Dios, irradiando como chispazos de luz de su brillante vestidura, iluminado por los rayos intensos de un manto de púrpura, adornado con el deslumbrante esplendor del oro y las piedras preciosas. Esto en cuanto al cuerpo. En su alma se lo veía engalanado con el temor de Dios y la reverencia. Daban a entender esto también sus ojos, vueltos hacia abajo, el rubor del rostro, la cadencia de su paso y el resto de su aspecto, su estatura que superaba, por una parte, a todos los que lo acompañaban *** por la belleza de su edad y la distinción del porte de su cuerpo, así como por la fuerza de su irreductible vigor. 
Todo el pasaje gira en torno a la figura del emperador, destacando en él aspectos físicos y espirituales. La pauta de la descripción la marca de entrada la comparación inicial: Constantino es “como un ángel celeste de Dios”. Eusebio caracteriza a este “ángel de Dios” apelando al sentido de la vista, al color pero, sobre todo, a la luminosidad:
  1. Su vestidura es tan brillante que parece irradiar chispazos de luz. 
  2. Los rayos intensos de la púrpura lo iluminan. 
  3. Lo adornan el esplendor del oro y las piedras preciosas: “adornado con el deslumbrante esplendor del oro y las piedras preciosas”. 
A renglón seguido la Vida alude a las condiciones morales de Constantino. En esta parte del texto no hay propiamente referencias a la luz, salvo que se entienda que la alusión al rubor del rostro del Augusto pone un punto de luz en su imagen. Lo que es indudable es que Eusebio mantiene la pauta de caracterizar a su héroe por referencias que apelan a lo visual.
  1. Primero habla de que se le “veía” “embellecido” en su alma por el temor de Dios y la reverencia. 
  2. Después recurre a otros marcadores físicos que traslucen su distinción moral, en lo que parece una versión del motivo de “el rostro es el espejo del alma”; por eso, 
El emperador dirige humildemente su mirada al suelo. Se ruboriza. Camina de manera pausada. Y todo su aspecto trasluce, según Eusebio, su disposición moral.


El segundo texto al que me voy a referir se halla en VC 4,62,4-63,1, y trata del bautismo de Constantino:
καὶ δὴ μόνος τῶν ἐξ αἰῶνος αὐτοκρατόρων Κωνσταντῖνος Χριστοῦ μυστηρίοις ἀναγεννώμενος ἐτελειοῦτο, θείας τε σφραγῖδος ἀξιούμενος ἠγάλλετο τῷ πνεύματι ἀνεκαινοῦτό τε καὶ φωτὸς ἐνεπίμπλατο θείου, χαίρων μὲν τῇ ψυχῇ δι’ ὑπερβολὴν πίστεως, τὸ δ’ ἐναργὲς καταπεπληγὼς τῆς ἐνθέου δυνάμεως. Ὡς δ’ ἐπληροῦτο τὰ δέοντα, λαμπροῖς καὶ βασιλικοῖς ἀμφιάσμασι φωτὸς ἐκλάμπουσι τρόπον περιεβάλλετο ἐπὶ λευκοτάτῃ τε στρωμνῇ διανεπαύετο, οὐκέθ’ ἁλουργίδος ἐπιψαῦσαι θελήσας. κἄπειτα τὴν φωνὴν ἀνυψώσας εὐχαριστήριον ἀνέπεμπε τῷ θεῷ προσευχήν, μεθ’ ἣν ἐπῆγε λέγων· «νῦν ἀληθεῖ λόγῳ μακάριον οἶδ’ ἐμαυτόν, νῦν τῆς ἀθανάτου ζωῆς πεφάνθαι ἄξιον, νῦν τοῦ θείου μετειληφέναι φωτός». 
Y en efecto, entre los emperadores que había habido desde el principio de los tiempos, solo Constantino se iniciaba en los misterios de Cristo y renacía, se le juzgaba digno del sello divino y se gloriaba en el Espíritu, se renovaba y se llenaba de luz divina, alegrándose en su alma por la sobreabundancia de la fe, conmocionado, por otra parte, por la manifestación visible del poder divino. Cumplido lo debido, se recubría con radiantes y regios vestidos que refulgían a manera de la luz y se recostaba en un lecho de un blanco intensísimo, sin querer posar ya su mano sobre la púrpura. Y después, alzando la voz, elevaba a Dios una oración en acción de gracias, tras la cual seguía diciendo: “Ahora sé que soy bienaventurado en el sentido verdadero, ahora sé que me he mostrado digno de la vida inmortal y ahora sé que participo de la Luz divina”. 
El hecho de recibir el bautismo implica, según Eusebio, que Constantino “se llenó de luz divina”. El mismo emperador lo declara así al final del pasaje, en estilo directo, empleando las mismas palabras: “Ahora tengo parte en la luz divina”.
Además, el bautismo produce en el emperador un efecto físico asociado con la claridad, pues se halla “conmocionado por la manifestación visible del poder divino”. 
Cumplido el rito del bautismo, Constantino se reviste con un ‘traje de cristianar’, un vestido caracterizado por su blancura como símbolo de pureza del recién nacido a una nueva vida. Pero, según Eusebio, el blanco del vestido de Constantino es además un blanco radiante, que irradia luz:
Se recubría con radiantes y regios vestidos que refulgían a manera de la luz y se recostaba en un lecho de un blanco intensísimo. 
El bautismo implica luz, y más aún santidad, perfección cristiana, de manera especial en un caso como el de Constantino puesto que él recibe el bautismo en el momento de la muerte. Se perdonan de este modo todos sus pecados – sin que le queden, en la práctica, muchas ocasiones de volver a pecar.

Entre este texto y el que hablaba de la aparición de Constantino en Nicea hay similitudes en el vocabulario de la luz. Al tiempo es notable alguna semejanza de vocabulario que implica, de hecho, una diferencia significativa:
  • El texto de VC 3,10,3 dice que Constantino estaba “iluminado por los rayos intensos de un manto de púrpura”
  • En cambio, en VC 4,63,1 se dice de él “sin querer posar ya su mano sobre la púrpura”
La púrpura, por sí misma, no emite luz. Pero, en el primero de los textos, Eusebio habla, en un sentido figurado del brillo que parecía desprenderse de la púrpura en tanto que símbolo de la dignidad imperial.

En este sentido, la renuncia al brillo metafórico de la púrpura en el segundo texto marcha en paralelo con la acogida de la verdadera luz, la “luz divina” que Constantino recibe, como dice Eusebio, en el momento del bautismo.


Lo dicho hasta aquí, ¿es realmente toda la verdad? Sí, si vemos la figura de Constantino focalizada únicamente a través de Eusebio y su Vida del emperador.
En realidad esta debería ser la única cuestión que nos interesara puesto que, como se dijo al principio, esta exposición se refiere a si los panegiristas cristianos de Constantino lo consideraban como santo, y en qué forma transmitían en sus escritos esta consideración.
Aun así, no se puede pasar por alto que la verdad sobre Constantino no se reduce a lo dicho por Eusebio. Destaco tres puntos:
  • La asociación de Constantino con la luz y el Sol tiene una prehistoria pagana y antecede a su conversión al cristianismo. El futuro emperador apareció también en monedas acompañado del Sol, identificado con Apolo, como en el caso del medallón de Ticino (313 d. C.), aquí reproducido. No se ha de olvidar que, por supuesto, la comparación entre el gobernante y el Sol es algo habitual desde al menos época helenística. 
  • En textos como los Panegíricos latinos (7,21; 10,14) se habla también de que Constantino fue testigo de sueños y prodigios paganos de carácter solar, protagonizados en algún caso por Apolo. 
  • Más aún, se asume que la iconografía de Х Р y el lábaro representan el monograma de Cristo. Pero gobernantes anteriores y emperadores no cristianos como Caracalla también usaron estos símbolos. Queda la duda de si tales símbolos pueden no ser en realidad símbolos solares reinterpretados en sentido cristiano, o bien si el monograma puede ser una abreviatura de ἀρχή, “poder” / ἄρχων, “mandatario”. 

Como dije al principio, esta intervención no tiene por objeto ni sancionar ni cuestionar la condición de santo cristiano de Constantino.

Lo que me interesaba era presentar y comentar la imagen de santo luminoso que propone Eusebio, y que debía de coincidir con la percepción general, al menos según la VC.

Así comienza una larga tradición que considera al emperador Constantino un ejemplo excelente de humanidad.

A propósito de ello remito a una imagen de la que me hablaba hace unos meses el profesor David Hernández de la Fuente: la representación de María, en el ábside de Santa Sofía, flanqueada por los emperadores Justiniano y Constantino:
  • Constantino, a la derecha de la imagen, le ofrece a la Virgen la ciudad fundada por él, Constantinopla. 
  • Justiniano, a la izquierda, le presenta a la Madre de Dios la propia iglesia donde se halla esta imagen, Santa Sofía. 
  • El texto escrito a la izquierda de Justiniano lo presenta como ὁ ἀοίδιμος βασιλεύς, “el muy celebrado emperador”. 
  • En cambio, la leyenda escrita a la derecha de Constantino dice: Κωνσταντῖνος ὁ ἐν ἁγίοις μέγας βασιλεύς, “Constantino, el gran emperador que se cuenta entre los santos”.